Las mujeres jóvenes ante la
desigualdad digital:
posiciones, exposiciones y
disposiciones
Young women
facing digital inequality: positions, exposures and dispositions
Daniel Calderón Gómez |
Universidad
Complutense de Madrid - España |
Recibido: 08-03-2024
Aceptado: 20-05-2024
Resumen
Este artículo realiza un análisis sociológico de las desigualdades
digitales de la juventud con perspectiva de género, a partir de un modelo
teórico centrado en las dimensiones interiorizadas, exteriorizadas y
objetivadas del proceso de socialización tecnológica. Mediante una metodología
cuantitativa basada en datos secundarios, se estudia la desigualdad estructural
que sufren las mujeres jóvenes en entornos digitales. Esta se materializa en la
interiorización de disposiciones de indefensión y desconfianza, en experiencias
de sobrecarga, dependencia tecnológica y problemas de gestión de la imagen
personal en redes, así como en usos que se ven afectadas por formas específicas
de violencia (vulneración de la privacidad y acoso sexual) que limitan las
posibilidades de participación digital de las mujeres en condiciones de
igualdad.
Palabras clave:
brecha digital de género, juventud, socialización tecnológica, habitus informacional, violencia digital.
Abstract
This article conducts a sociological
analysis of digital inequalities among youth from a gender perspective. It
departs from a theoretical model of digital inequality focused on the
internalized, externalized, and objectified dimensions of the technological
socialization process. Using a quantitative methodology based on secondary
data, it delves into the structural inequality that young women suffer in
digital environments. This inequality materializes in the internalization of
dispositions of helplessness and distrust, in experiences of overload,
technological dependence, and problems of personal image management on the
Internet, but also in uses that are affected by specific forms of violence
(violation of privacy and sexual harassment) that limit the possibilities of
digital participation of women on equal terms.
Keywords: gender digital divide, youth,
technological socialization,
information habitus,
digital violence.
El ámbito de las tecnologías digitales e Internet,
desde su origen, se ha configurado como un entorno hostil para las mujeres, ya
que persiste una estrecha vinculación entre masculinidad y desempeño digital,
asentada en décadas de socialización diferencial de género y desigualdad
estructural en los campos de las Tecnologías de la Información y la
Comunicación (TIC) (Henning, 2020). La preocupación
por garantizar la participación y la inclusión digital de las mujeres en
términos de igualdad se ha materializado en el campo de los estudios sobre
brecha digital de género, de enorme importancia en el contexto español
(Castaño, 2008; Castaño, Martín y Martínez, 2011; Castaño, Martín, Vázquez y
Martínez, 2009; Martínez Cantos et al., 2020).
En el contexto de los estudios sobre juventud y TIC en
España, durante varias décadas la investigación se ha desarrollado entre una
mirada cibertuópica que entendía a los jóvenes (casi
siempre hombres) como nativos digitales capaces de desenvolverse intuitivamente
en el mundo de las tecnologías (Bernete, 2010;
Merino, 2010) y una mirada catastrofista que sobredimensionaba los riesgos y
peligros derivados de su uso, como la dependencia tecnológica (Spratling, 2015), la adicción (Ryding
y Kaye, 2018), la exposición de la intimidad o los
problemas de ciberseguridad (Astorga-Aguilar y Schmidt-Fonseca, 2019). Solo
recientemente se ha comenzado a poner el foco en las desigualdades digitales de
género entre las personas jóvenes (Ballesteros et al., 2020),
vinculándose con procesos diferenciales de socialización, que llevan a las
mujeres a evitar itinerarios relacionados con las llamadas disciplinas STEM
–ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas– (García-Garcia
y Alzás García, 2022), por la persistencia de
estereotipos de género dentro del ámbito tecnológico y con la generalización de
nuevas formas de violencia machista y acoso sexual mediado por las tecnologías
(Henry y Powell, 2016).
Tomando esto en consideración, presentamos una
investigación centrada en estudiar la desigualdad digital juvenil desde una
perspectiva de género. El objetivo general del estudio es analizar las
principales desigualdades digitales de género presentes entre la población
joven de 15 a 29 años en España, vinculándolas con los procesos diferenciales
de socialización tecnológica, con las posibilidades de participación digital y
con las experiencias de uso de las tecnologías. Este objetivo se concreta en
los siguientes objetivos específicos:
-
OE1. Estudiar
los procesos de socialización
en el uso de las tecnologías de la población joven
(disposiciones interiorizadas).
-
OE2. Dimensionar
las principales brechas, desigualdades y barreras de género
que afectan a la población juvenil
en sus prácticas digitales (exposiciones exteriorizadas)
-
OE3. Analizar
las formas de participación
digital y los tipos específicos
de violencia que afectan a
las mujeres en entornos digitales (posiciones sociales objetivadas)
-
OE4. Indagar
en las experiencias digitales emergentes en entornos digitales
desde una perspectiva de género,
destacando la dependencia tecnológica, la saturación y la gestión de la identidad online.
La estructura del artículo comienza planteando una
reconstrucción de antecedentes sobre los estudios de brecha digital en España,
con especial foco en las desigualdades de género y en la población joven. A
continuación, se presenta un modelo teórico de análisis de la desigualdad
digital basado en los procesos de interiorización, exteriorización y
objetivación de la actividad digital. Seguidamente se describe la metodología,
el diseño muestral, la operacionalización de
variables y el plan de análisis. Posteriormente, la exposición de resultados se
divide en cuatro apartados dedicados a las disposiciones, exposiciones,
posiciones sociales y experiencias digitales de la juventud. Finalmente, en el
apartado de conclusiones se discuten los resultados en base a la evidencia
teórica y se presentan las principales limitaciones del estudio y futuras líneas
de investigación.
El estudio de la desigualdad digital se ha
desarrollado a la par del acelerado proceso de digitalización que han
experimentado las sociedades en las últimas décadas, de forma que las
tecnologías digitales, e Internet en particular, juegan un papel cada vez más
importante en la vida social (Sparks, 2013): aspectos
como el acceso a la información, la comunicación, el entretenimiento, la
educación o el trabajo no pueden entenderse hoy en día sin la mediación de este
tipo de tecnologías. En su origen, a finales de los años 90, la brecha digital
se entendía en términos de acceso a los dispositivos y herramientas
tecnológicas (primer nivel de la brecha digital), centrándose en aspectos como
las desigualdades económicas, materiales o geográficas que impedían la
conectividad y el acceso a los dispositivos de los grupos sociales vulnerables
(Compaine, 2001).
Con el cambio de siglo, la progresiva penetración de
los dispositivos tecnológicos en los hogares y en la vida cotidiana (Bakardjieva, 2005) condujo a un cambio de enfoque de los
estudios de brecha digital, que comenzaron a interesante por cuestiones como
los usos diferenciales de las tecnologías (Van Deursen
y Van Dijk, 2013), la importancia de las competencias
digitales para desenvolverse en el nuevo ecosistema tecnológico (Hargittai, 2002) y
las motivaciones e intereses vinculados a la actividad digital (Reisdorf y Groselj, 2017). Este
sería el denominado segundo nivel de la brecha digital.
Desde este enfoque, en España se comenzaron a
desarrollar estudios pioneros sobre brecha digital de género, liderados por el
trabajo pionero de Cecilia Castaño (ver Castaño, 2008; Castaño, Martín y
Martínez, 2011; Martínez Cantos et al., 2020). En estos trabajos destacaban
que la brecha digital que afecta a las mujeres no tiene tanto que ver con las
condiciones materiales de acceso a los dispositivos –que se asocian con la
precariedad y vulnerabilidad económicas– sino con la actividad digital de las
mismas, siendo esta menos productiva y diversificada, lo que afecta a sus
posibilidades de participación digital. Entre las personas más jóvenes, además,
la brecha digital de género se manifiesta específicamente en el mayor interés
de los hombres por tecnologías más pioneras y la adquisición destrezas más
especializadas, mientras “las chicas muestran un menor interés por las carreras
TIC, una dedicación menos frecuente a tareas informáticas […] y un menor
entusiasmo con las novedades en aparatos digitales, a pesar de realizar un uso
bastante intensivo de los mismos” (Martínez Cantos et al., 2020: 116).
A pesar del aporte de Castaño al estudio de la
desigualdad digital, los estudios sobre jóvenes y nuevas tecnologías en España
que se desarrollaron durante gran parte de las últimas dos décadas presentaros
una visión de la juventud reduccionista, simplista y carente de matices,
excesivamente catastrofista o ciberutópica (Calderón,
2021). En el polo catastrofista, la digitalización se ha acompañado de una
preocupación creciente por los riesgos de las tecnologías, poniendo de su foco
en las generaciones más jóvenes. Así, desde hace décadas, desde el ámbito
académico se viene advirtiendo de riesgos como los problemas de dependencia y
adicción a la tecnología (Spratling, 2015; Ryding y Kaye, 2018), las
consecuencias psicológicas de la sobrecarga y saturación de información (Bawden y Robinson, 2020) o los problemas relacionados con
la ciberseguridad (Astorga-Aguilar y Schmidt-Fonseca, 2019), como la
vulneración de datos personales, la gestión de la privacidad o la dificultad
para eliminar el rastro de nuestra actividad online. Se trata de problemas que,
paradójicamente, afectan a la mayor parte de la población, ya que tienen que
ver con la manera en que se estructuran las relaciones sociales contemporáneas
en un ecosistema tecnológicamente mediado, pero que se han vinculado
habitualmente con las nuevas generaciones.
En el polo ciberutópico,
en las últimas dos décadas se popularizó en España la metáfora de los “nativos
digitales” (Prensky, 2001), de forma que una gran
cantidad de estudios empíricos, especialmente aquellos promovidos por el
Instituto de la Juventud (por ejemplo, Bernete, 2010;
Domingo, 2005; Merino, 2010; Rubio Gil, 2010), presentaban una juventud hiperconectada e intuitivamente capaz de desenvolverse en
el entorno digital. Abrazados al solucionismo
tecnológico (Morozov, 2015), las desigualdades de
clase o de género quedaban opacadas por un marketing generacional (Montgomery,
2009) carente de cualquier tipo de evidencia empírica o de teoría sobre la
socialización tecnológica, pero de gran poder retórico, como numerosos trabajos
han evidenciado (Benner, Maton
y Kervin, 2008; Lluna y
Pedreira, 2017; Selwyn, 2009; Thomas, 2011).
Progresivamente, este enfoque ha ido perdiendo peso debido a la aparición de
investigaciones centradas en la desigualdad digital juvenil (Ballesteros et
al., 2020; Calderón Gómez, 2021; Fundació Ferrer
i Guàrdia, 2022). Además, la pandemia de la Covid-19
situó en el debate público las dificultades juveniles para adaptarse a la
educación online (De Marco et al., 2023), desechando definitivamente la
visión de una juventud digital perfectamente capacitada para desenvolverse en
el mundo digital.
Las corrientes catastrofista y ciberutópica
(Calderón, 2021) tienen en común la visión simplista, reduccionista y carente
de matices sobre la juventud, además de un escaso interés por tomar en
consideración las experiencias, problemáticas y desigualdades estructurales
específicas que afectan a las mujeres jóvenes, como por ejemplo el problema
emergente de la violencia sexual digital (Büchi, Festic, Just y Latzer, 2021), la reproducción de estereotipos sexistas en la gestión de la
imagen personal en redes (Pibernat, 2019) o la falta
de confianza y motivación de muchas mujeres para desarrollar sus competencias
digitales (Martínez Cantos et al., 2020). Por ello, proponemos a
continuación un modelo teórico de análisis de la desigualdad digital de género
entre la población juvenil, considerando los procesos diferenciales de
socialización, las prácticas y experiencias digitales de las mujeres, en
comparación con los hombres, así como las situaciones de violencia y barreras
que dificultan la participación digital de las mujeres en condiciones de
igualdad.
El análisis de la desigualdad digital de género entre
la juventud implica conectar los procesos diferenciales de socialización
tecnológica, esto es, las formas específicas de incorporación de las
tecnologías digitales a la trayectoria biográfica de los sujetos (Merino,
2010), con el contexto socio-digital en el que se despliegan las prácticas,
emergiendo barreras y condicionantes estructurales que limitan la participación
de las mujeres. Para ello, partimos del enfoque construccionista planteado por
Berger y Luckmann (2008), quienes entienden la
construcción social de la realidad como proceso cíclico de interiorización,
exteriorización y objetivación (Tabla 1).
Esta aproximación nos permite profundizar, desde una
perspectiva de género, en las disposiciones adquiridas durante el uso de las
tecnologías (competencias, motivaciones, experiencias emocionales, estrategias
de uso, etc.), en las prácticas y experiencias que emanan de dichas
disposiciones (dependencia tecnológica, saturación, gestión de la imagen
personal, gestión de la privacidad, etc.) y en las formas objetivadas de
desigualdad estructural que se configura del entrelazamiento de prácticas
digitales (formas de violencia y barreras a la participación digital).
Tabla
1. Modelo de análisis de la desigualdad digital de género entre la juventud
Fuente: elaboración
propia
En primer lugar, el proceso de interiorización implica
la adquisición de disposiciones hacia las tecnologías, las cuales incluyen
competencias digitales, pero también intereses y motivaciones, esquemas de uso
y experiencias emocionales, como por ejemplo la sensación de confianza o indefensión
a la hora de tener que utilizar las tecnologías. Este conjunto de
disposiciones, que la socióloga Laura Robinson (2009) ha denominado “habitus informacional”, son cruciales a la hora de estudiar
las desigualdades de género, ya que se orientan hacia prácticas y usos
diferenciales de la tecnología. Desde el punto de vista de la socialización
tecnológica (Gordo, García, de Rivera y Díaz-Catalán, 2018; Merino, 2010),
debemos tomar en consideración dos dimensiones entrelazadas: (1) la
domesticación de la tecnología (Haddon, 2016), que es
el proceso específico de incorporación de las tecnologías a la vida cotidiana,
lo que implica una familiarización con su uso; y (2) la alfabetización digital
(Neumann, Finger y Neumann, 2017), que es el proceso
de adquisición de disposiciones, esquemas y competencias durante el uso de las
tecnologías. La distinción es importante, pues la actividad desinteresada de
“trastear” con las tecnologías sin un fin práctico es fundamental para
familiarizarse con los dispositivos y desarrollar confianza digital, lo que
puede suponer una ventaja informacional frente a quienes únicamente utilizan
las tecnologías digitales por necesidad (Robinson, 2012).
En segundo lugar, las disposiciones se transforman en
exposiciones digitales a través del proceso de exteriorización, esto es, de las
formas específicas en que las personas utilizan sus conocimientos e intereses
para desplegar formas diferenciales de uso. En este sentido, Martínez Cantos et
al. (2020) han señalado cómo los hombres jóvenes muestran un mayor interés
hacia las novedades tecnológicas debido a la persistencia de estereotipos de
género dentro del sector, lo que se concreta en las actividades digitales
realizadas. En el Barómetro Jóvenes y Expectativa Tecnológica 2020
(Ballesteros et al., 2020), se muestra un uso intensivo de las
tecnologías en la juventud entre ambos sexos, pero con un patrón diferenciado:
entre las mujeres, destaca el uso del smartphone, la tablet y el ordenador portátil, así como las prácticas de
interacción social, comunicación y ocio centrado en el consumo audiovisual;
entre los hombres, destaca el uso del ordenador de sobremesa y la videoconsola,
presentando una mayor creación de contenido online, un ocio más vinculado con
los videojuegos y las apuestas online, mayor consumo de pornografía y uso de
aplicaciones para encontrar pareja. Otros estudios, como la investigación ParticipaTIC de la Fundació
Ferrer i Guardia (Fariñas et al., 2022) o el Informe Juventud en
España 2020 (Instituto de la Juventud, 2021), presentan resultados en la
misma línea.
En tercer lugar, el proceso de objetivación tiene que
ver con la cristalización de las prácticas digitales, transformadas en
estructuras de relaciones jerarquizas que se imponen a los actores como
posiciones sociales objetivadas (Berger y Luckmann,
2008). Particularmente, nos interesa especialmente la institucionalización de
formas de violencia hacia las mujeres en entornos digitales (Henry y Powell,
2016), la cual se manifiesta en insultos, acoso sexual o vulneración de la
intimidad y privacidad. Este terror sexual (Barjola,
2018) se asienta en la libertad e impunidad de los hombres para exponerse en la
red, frente al miedo que genera en las mujeres, en lo que Aida Gallego (2023)
denomina como el continuo offline-online del terror sexual, esto es: la
transferencia de los miedos y temores de las mujeres para participar en la vida
pública a los entornos digitales. Así, el entrelazamiento de disposiciones
(confianza) con formas diferenciales de exposición pública (impunidad y
libertad de acción) engendra un entorno digital hostil hacia las mujeres
jóvenes que limita sus posibilidades de participación digital, pues ocupan
dentro del mismo una posición social vulnerable, en comparación con los
hombres, que ocupan una posición privilegiada. Se trata de un nivel de análisis
tradicionalmente desconsiderado por los estudios de brecha digital, más
centrados en las formas de acceso, usos y competencias (Ragnedda
y Muschert, 2018).
Finalmente, la reintegración de este espacio socio-digital
de posiciones sociales en el que las mujeres ocupan una posición vulnerable
produce la emergencia de experiencias digitales distintivas, generando
desconfianza e indefensión: los denominados costes emocionales del uso de las
tecnologías (Huang, Robinson y Cotten,
2015). Particularmente, agrupamos estas experiencias en tres grandes
dimensiones: (1) la dependencia tecnológica (Spratling,
2015), derivada de la sensación de necesidad de utilizar los dispositivos y
estar continuamente disponible para los demás, lo que engendra problemas de
adicción a la tecnología (Ryding y Kaye, 2018); (2) la saturación o sobrecarga (Bawden y Robinson, 2020), relacionada la sobreexposición al
acelerado ritmo de actualización de notificaciones, informaciones e
interacciones que generan los medios; y (3) la gestión del yo digital, que en
el caso de las mujeres está estrechamente vinculada a la exposición de una
imagen corporal sexualizada (Pibernat,
2019) y configurada desde el imaginario masculino, así como en la preocupación
por la seguridad, la privacidad y la intimidad en la red para confrontar las
nuevas formas de ciberviolencia de género (Büchi, Festic, Just y Latzer, 2021).
Se ha utilizado una metodología cuantitativa basada en
la técnica de la encuesta online (Arroyo y Finkel,
2019) a personas entre 15 y 29 años residentes en España. Utilizamos este
intervalo etario para operacionalizar la juventud por
ser el habitual en instituciones como la Fundación Fad
Juventud (Megías, 2024) o el Instituto de la Juventud
(2021), lo que posibilita la realización de análisis comparativos. El
cuestionario forma parte del estudio Desde el lado oscuro de los hábitos
tecnológicos: riesgos asociados a los usos juveniles de las TIC (Megías, 2024), cuyos objetivos plantean identificar
perfiles de riesgo de uso de las tecnologías digitales de la juventud,
dimensionando su impacto, las percepciones y las actitudes sobre la exposición
digital. A partir de un panel online, se realizó un muestro por cuotas de edad
(15 a 19 años, 20 a 24 años, 25 a 29 años) y sexo (hombres y mujeres).
Para este artículo, contamos con una base muestral de
1504 casos, considerando un error muestral del 2,5% para el supuesto de
muestreo aleatorio simple, nivel de confianza del 95% y máxima variabilidad
(p=q=0,5). Se han utilizado como variables independientes de control el sexo y
la edad, estudiando tanto los efectos independientes de estas variables por
separado como el efecto combinado del sexo y la edad. El objetivo ha sido
identificar diferencias significativas entre hombres y mujeres para cada uno de
los tres grupos quinquenales de edad incluidos en el análisis. Las
características muestrales y error asociado a cada
uno de los grupos de comparación se encuentran en la tabla 2.
Tabla
2. Características de la muestra
Variable |
Frecuencia absoluta |
Frecuencia relativa (%) |
Error muestral |
|
Sexo |
Mujer |
790 |
52,5 |
3,5% |
Hombre |
714 |
47,5 |
3,7% |
|
Edad |
15-19 años |
441 |
29,3 |
4,7% |
20-24 años |
521 |
34,6 |
4,3% |
|
25-29 años |
548 |
36,4 |
4,2% |
|
Sexo por edad |
Mujer (15-19 años) |
182 |
12,1 |
7,3% |
Hombre (15-19 años) |
257 |
17,1 |
6,1% |
|
Mujer (20-24 años) |
299 |
19,9 |
5,7% |
|
Hombre (20-24 años) |
219 |
14,6 |
6,6% |
|
Mujer (25-39 años) |
309 |
20,5 |
5,6% |
|
Hombre (25-29 años) |
238 |
15,8 |
6,4% |
|
TOTAL |
1504 |
100% |
2,5% |
Fuente: elaboración propia.
Con respecto a los análisis
estadísticos, se han combinado análisis multivariados de reducción dimensional
(análisis de componentes principales, análisis de correspondencias) y análisis bivariados de asociación (chi-cuadrado
para variables dependientes cualitativas, test t de diferencia de medias para
variables dependientes cuantitativas). El análisis de componentes principales
(Cea D’Ancona, 2002) se ha usado para reducir el
número de variables independientes a un número más reducido de componentes o
factores latentes, mientras que el análisis de correspondencias simple (Beh, 2010) se ha utilizado para posicionar visualmente las
preocupaciones sobre situaciones en la red con el sexo y la edad. A
continuación, describimos brevemente las variables dependientes incorporadas al
análisis y su medición.
Las variables dependientes incluyen preguntas
relacionadas con los tres niveles de análisis presentados en el modelo teórico:
disposiciones, exposiciones, posiciones y experiencias digitales.
Disposiciones. Se han operacionalizado
a través de una escala ordinal de autopercepción del nivel competencias
digitales, clasificadas en 5 dimensiones derivadas del marco europeo de
competencias digitales (Vuorikari et al., 2022): (1)
búsqueda y gestión de información, (2) comunicación y colaboración; (3)
creación de contenido digital; (4) seguridad en entornos digitales; y (5)
identificación y resolución de problemas. Además, se han agrupado en un
componente de competencias digitales (F1.1) mediante el uso de un análisis de
componentes principales (Varianza: 48,2%; KMO= 0,789; Bartlett significativo al
95%). De forma complementaria, también se han incluido datos sobre confianza
hacia el uso de las tecnologías, provenientes de la Encuesta Brecha Digital en
España 2022 (Fundació Ferrer i Guàrdia,
2023).
Exposiciones. Se han operacionalizado
a través de una escala ordinal de frecuencia de realización de 16 actividades
digitales. Estas variables se han agrupado a través de un análisis de
componentes principales (F2) en 4 factores de uso de las tecnologías (Varianza:
55,5%; KMO= 0,863; Bartlett significativo al 95%). Las variables con mayor
puntuación factorial con cada factor son las siguientes:
-
F2.1. Usos
instrumentales y minoritarios
(Varianza: 17,9%): aplicaciones
para encontrar pareja (0,769); apuestas
online (0,703); compra-venta de productos
(0,665); creación de contenido
en web propia (0,654); consumo de pornografía (0,558).
-
F2.2. Redes sociales y consumo audiovisual
(Varianza: 17,4%): consumo
de vídeo online (0,744); aplicaciones
de mensajería instantánea
(0,727); escuchar música
(0,718); uso de redes sociales
(0,700); ver películas o
series en plataformas de suscripción (0,582).
-
F2.3. Información
y lectura
(Varianza: 12,9%): seguir
las noticias (0,686); seguir
blogs, webs o foros (0,671); escuchar
radio o podcast (0,664); leer libros/cómics en formato
electrónico (0,523).
-
F2.4. Videojuegos
(Varianza: 7,2%): jugar a videojuegos (0,749).
De manera complementaria, también se ha incluido una
pregunta nominal de respuesta múltiple sobre las redes sociales específicas
utilizadas, con el objetivo de incluir comparaciones por sexo y edad.
Posiciones sociales. Se ha operacionalizado
a través de las situaciones de violencia experimentadas en entornos digitales y
de las preocupaciones sobre los riesgos de determinadas situaciones
relacionadas con el uso de las tecnologías. En primer lugar, se han incorporado
14 variables con una escala ordinal de frecuencia de ocurrencia de las
siguientes situaciones: (1) suplantación de identidad; (2) estafas o fraudes;
(3) insultos o acoso de personas conocidas; (4) insultos o acoso de personas
desconocidas; (5) publicación de fotos, vídeos o información personal sin
consentimiento; (6) recibir mensajes de odio; (7) evitar subir contenidos por
miedo al acoso; (8) bloqueo de perfiles en redes sociales; (9) control de la
actividad por parte de la pareja; (10) sufrir acoso sexual online; (11) envío
de contenido sexual sin consentimiento; (12) presión o chantaje para enviar
contenido de carácter sexual; (13) chantaje con difusión de contenido propio de
carácter sexual; (14) enviar contenido propio de carácter sexual.
En cuando a las preocupaciones con situaciones
relacionadas con el uso de las TIC, se ha incluido una variable de respuesta
múltiple con 9 categorías (ver apartado de resultados). A partir de ella, se ha
utilizado un análisis de correspondencias simple para relacionar visualmente
las categorías con los grupos de sexo y edad.
Con respecto a las experiencias relacionadas con el
uso de las tecnologías, se han agrupado en 3 dimensiones: dependencia,
saturación y gestión de la imagen personal.
Experiencias de dependencia. Se han utilizado 5 variables
ordinales de frecuencia y grado de acuerdo con formas de dependencia y
necesidad de uso de la tecnología. Estas variables se han agrupado a través de
un análisis de componentes principales (F3) en 2 factores de dependencia tecnológica
(Varianza: 61,5%; KMO= 0,686; Bartlett significativo al 95%). Las variables con
mayor puntuación factorial con cada factor son las siguientes:
-
F3.1. Dependencia
del smartphone (Varianza:
37,4%): sentirse obligado a
llevar el móvil (0,804); sentir la necesidad de comprobar el móvil para ver si tiene
notificaciones (0,786); usar el teléfono
en lugares donde no se considera apropiado (0,707).
-
F3.2. Sociabilidad
y RRSS (Varianza:
24,2%): sentirse mal por no participar
en las redes sociales de su entorno (0,869); querer ver las redes sociales continuamente (0,621).
Experiencias de saturación. Se ha usado 1 variable ordinal de
frecuencia con la que no se es consciente del tiempo que pasa en redes sociales
y 5 variables ordinales de grado de acuerdo con el tiempo que pasan en
internet, las redes sociales, usando el smartphone,
jugando a videojuegos y realizando apuestas online. Excluyendo las variables de
apuestas y videojuegos, que no se preguntan a toda la muestra, el resto de
variables se han agrupado en un factor de uso excesivo de redes sociales e
Internet (F4.1) mediante el uso del análisis de componentes principales
(Varianza: 59,5%; KMO= 0,750; Bartlett significativo al 95%).
Experiencias de gestión de la imagen
personal. Se ha
incluido una variable nominal sobre el grado de privacidad de los perfiles en
redes sociales (públicos, parcialmente privados, totalmente privados); 1
variable ordinal de frecuencia con la que retoca imágenes o fotos personales
antes de subirlas a redes sociales; y 5 variables ordinales de grado de acuerdo
con la aceptación de solicitudes de amistad de desconocidos, importancia de
obtener reacciones positivas en redes para su autoestima, preocupación por
obtener reacciones negativas sobre su aspecto físico, dificultad para proteger
la privacidad en la red y sensación de tener que estar siempre disponible en
Internet para los demás. Estas variables se han agrupado a través de un
análisis de componentes principales (F5) en 2 factores de gestión de la imagen
(Varianza: 50,0%; KMO= 0,695; Bartlett significativo al 95%). Las variables con
mayor puntuación factorial con cada factor son las siguientes:
-
F5.1. Feedback positivo en redes sociales (Varianza:
27,3%): obtener reacciones positivas es importante para mi autoestima (0,782); preocupación
por obtener reacciones negativas por su aspecto físico (0,726); aceptar solicitudes de amistad de
desconocidos (0,584).
-
F3.5. Exposición
personal (extimidad)
(22,7%): imposibilidad de proteger
la privacidad en la red
(0,829); sensación de tener
que estar siempre
disponible (0,678); retoque de fotos
e imágenes personales antes
de compartirlas (0,405).
A continuación, presentamos los principales resultados
del análisis de datos secundarios, tomando en consideración el ciclo de retroalimentación
de la desigualdad digital de género, concretado en cuatro fases: 4.1.
Disposiciones interiorizadas: socialización tecnológica y desempeño digital;
4.2. Exposiciones exteriorizadas: prácticas y actividades digitales; 4.3.
Posiciones sociales objetivadas: participación digital y situaciones de
violencia; 4.4. Experiencias digitales emergentes: dependencia, saturación y
gestión personal.
El nivel interiorizado de las disposiciones ha sido
uno de los ámbitos clave de análisis de las desigualdades de género, ya que se
vincula con la denominada segunda brecha digital (Castaño, 2008). Debido a la
socialización diferencial de género y a la masculinización del sector
tecnológico (Henning, 2020), las mujeres presentan un
menor interés por adquirir nuevas competencias digitales, lo que se traduce en
un nivel más reducido de destrezas que afecta a las posibilidades de uso. En el
caso de la población joven, sin embargo, los datos no muestran grandes
diferencias con respecto a las competencias percibidas entre hombres y mujeres.
Así, en el índice global de competencias digitales los hombres jóvenes puntúan
ligeramente por encima de las mujeres (Z= 0,112 frente a -0,099), si bien
resulta interesante que, por edad, el grupo que presenta un mayor nivel de
competencias es el de los hombres entre 25 y 29 años (Z= 0,281), mientras que
el grupo con competencias más bajas es el de las mujeres de 15 a 19 años (Z=
0261).
Si profundizamos en el tipo de destrezas, únicamente
encontramos un mayor nivel autopercibido de
competencias entre los hombres en la gestión de la seguridad en entornos
digitales (el 45,1% de los hombres y el 31,2% de las mujeres indican un nivel
alto) y en identificación y resolución de problemas (el 44,5% de los hombres y
el 29,6% de las mujeres indican un nivel alto). Por el contrario, no aparecen
diferencias significativas en cuanto a las destrezas y gestión de información,
comunicación o creación de contenido digital. Por lo tanto, las diferencias de
competencias digitales autopercibidas por sexo entre las personas jóvenes son
moderadas en el caso de la seguridad y resolución de problemas, mientras que
resultan prácticamente inexistente en el resto de dimensiones.
En este sentido, debemos tomar en consideración la
tendencia de los hombres jóvenes a sobredimensionar su nivel de competencias
digitales (Martínez Cantos et al. 2020), que se observa especialmente
entre los chicos de 25 a 29 años. Así, según los datos de la encuesta sobre
brecha digital de la Fundació Ferrer i Guàrdia (2022), el 58,4% de los hombres entre 16 y 29 años,
frente al 48,2% de las mujeres, muestra una confianza elevada para afrontar
retos o dificultades tecnológicas. Además, la menor confianza de las mujeres
jóvenes en sus destrezas digitales se traduce en una menor propensión a
adquirir conocimientos digitales por su cuenta (80,9%, frente al 90,5% de los
hombres) y en una mayor dependencia del apoyo de familiares y conocidos (73,8%,
frente al 51,6% de los hombres). Considerando que la mayor parte de destrezas
relacionadas con el uso de las tecnologías se adquieren en el uso desinteresado
(Robinson, 2012) y en procesos de autocapacitación
(Calderón, 2021), podemos concluir que la menor confianza de las mujeres
jóvenes hacia su desempeño digital, independientemente de su nivel “real” de
competencias, supone una desventaja informacional con respecto a los hombres
que puede materializarse en peores experiencias de uso de las tecnologías.
El estudio de los usos y actividades digitales,
entendido como la exteriorización de las disposiciones para desplegar formas
diferenciales de domesticación tecnológica (Haddon,
2016), ha sido otro de las líneas principales de investigación vinculadas con
la brecha digital de género (Castaño, Martín y Martínez, 2011). Entre la
población juvenil, el análisis de los factores de uso muestra cómo las mujeres
presentan una mayor frecuencia de consumo audiovisual y de redes sociales
(F2.2, Z = 0,129), que son además el tipo de actividades más comunes entre la
juventud. Así, destaca el uso de redes sociales (72,9% a diario, frente al
63,4% de los chicos), el uso de aplicaciones de mensajería instantánea (86,6% a
diario, frente al 79% de los chicos), el consumo de vídeos en plataformas
online (79,5% a diario, frente al 75,5% de los chicos), el consumo de series o
películas en plataformas de suscripción (63,7% a diario, frente al 50,1% de los
chicos) y escuchar música (79,1% a diario, frente al 72% de los chicos). Se
trata de actividades que también son realizadas de forma habitual por los
hombres, pero con una frecuencia menor. Además, en el caso del consumo de redes
sociales, encontramos un patrón diferenciado por sexo: entre las mujeres
destacan redes más centradas en la imagen personal, como Instagram (el 87% de
las chicas la usan, frente al 78,4% de los chicos), y TikTok,
especialmente entre los 15 y 19 años (87,9% de las mujeres de este grupo etario
la utilizan, frente a únicamente el 63,2% del total de hombres); entre los
hombres, destacan redes sociales más centradas en la exposición de opiniones,
como X-Twitter (el 44,7% de chicos la usan, frente al 37,6% de las chicas).
Por otro lado, el ocio digital de los hombres está
estrechamente vinculado al sector de los videojuegos (F2.4, Z= 0,419): el 51,4%
de ellos, frente al 31,9% de las chicas juegan a diario, mientras que el uso de
una plataforma de streaming muy vinculada con
los videojuegos, como Twitch, también es
significativamente más común entre los hombres (34,7%), frente a las mujeres
(17,5%). Además, los hombres realizan de forma más frecuente prácticas de tipo
instrumental (F2.1; Z= 0,116), especialmente entre los 20 y 29 años, destacando
el consumo de pornografía (25,5% a diario, frente a solo el 6,7% de las
chicas), el uso de aplicaciones para encontrar pareja (13,7% a diario, frente
al 9,1% de las chicas), las apuestas deportivas (14,8% a diario, frente al 8,5%
de las chicas) y la creación de contenido en una web propia (15,4% a diario,
frente al 10,4% de las chicas). Se trata de prácticas más minoritarias pero
que, en algunos casos y grupos de edad pueden tener una presencia destacable: 1
de cada 3 hombres de 25 a 29 años consume pornografía, el 16% usa aplicaciones
para encontrar pareja y el 17,6% realiza apuestas online todos los días. Por
edad, finalmente, aparece una mayor frecuencia de realización de prácticas
relacionadas con la información y de lectura entre los grupos de 25 a 29 años
(F2.3, Z= 0,208), si bien en este caso no encontramos diferencias
significativas por sexo.
La articulación de las prácticas digitales en un
espacio desigual para las mujeres se manifiesta en formas específicas de
violencia y problemas sufridos en el uso de las tecnologías, siendo
especialmente relevante su mayor exposición en redes sociales centradas en la
imagen personal, como Instagram o Tik Tok. Como punto de partida, los datos muestran una enorme
generalización de las situaciones de acoso, insultos y hostigamiento en la red:
más de 1 de cada 3 jóvenes, tanto hombres como mujeres, destacan haber sufrido
insultos por parte de personas desconocidas. Sin embargo, las estrategias de
confrontación no son las mismas, ya que entre las mujeres jóvenes es más
habitual evitar subir contenidos a Internet por miedo a recibir insultos (40,3%
de ellas, frente al 33,8% de los chicos) y haber tenido que bloquear a
contactos o perfiles (el 45,7% de ellas, frente al 40,1% de los chicos).
Además, las mujeres reciben contenido de carácter sexual sin consentimiento
(46,2% en ellas, 35% en ellos) y señalan haber sufrido acoso sexual (24,8% en
ellas, 21,8% en ellos) en mayor medida que los hombres. Entre los chicos,
destacan comparativamente problemáticas como la suplantación de la identidad
(28,2% de ellos, 22,4% de las chicas) y sufrir estafas o fraudes (32,4% de
ellos, 28,5% de ellas). Por lo tanto, si bien los problemas relacionados con la
seguridad son muy comunes tanto en hombres como en mujeres jóvenes, en el caso
de las mujeres la inhibición de la participación digital y la necesidad de
bloquear a los acosadores es más frecuente, además del padecimiento de
violencias de carácter sexual.
Para profundizar en las consecuencias de las
diferentes formas de violencia experimentadas en la red, describimos
seguidamente las preocupaciones de la juventud con respecto a diferentes
situaciones relacionadas con el uso de las tecnologías. A partir de un análisis
de correspondencias simple (Figura 1), que relaciona estas preocupaciones con
el sexo y los grupos de edad, podemos visualizar las diferencias de manera
gráfica. Así, el eje X, que aglutina la mayor parte de varianza del modelo
(70,3%) se estructura en base al sexo, situándose los hombres a la izquierda y
las mujeres a la derecha, mientras que el eje Y, con un 19,8% de varianza, se
estructura a partir de la edad, situándose los grupos de menor edad en la parte
inferior del gráfico y los grupos entre 24 y 29 años en la parte superior.
Figura 1. Análisis de correspondencias: preocupación con
situaciones relacionadas
con el uso de las
tecnologías
Fuente: elaboración
propia
Como puede apreciarse, las preocupaciones más
significativas en el caso de las mujeres, especialmente entre los 15 y 19 años,
son el padecimiento de acoso sexual, la difusión de contenido personal en la
red y la recepción de mensajes de odio. En porcentajes, sufrir acoso sexual
online preocupa al 41,8% de las chicas entre 15 y 19 años y al 32% entre los 20
y 29 años (frente al 15% de los hombres); la difusión de imágenes comprometidas
preocupa al 45,6% de las chicas entre 15 y 19 años, al 44,1% entre 20 y 24 años
y al 39,8% entre 25 y 29 años (frente al 31,5% de los hombres); finalmente, la
recepción de mensajes de odio preocupa al 33% de las chicas entre 15 y 19 años,
al 32,5% entre 20 y 24 años y al 28,2% entre 25 y 29 años (frente al 21,4% de
los hombres).
Además, en el caso de las mujeres entre 25 y 29 años
encontramos un patrón más parecido a sus coetáneos varones, añadiéndose
preocupaciones como los fraudes o estafas, la suplantación de identidad o la
persecución por sus opiniones. Finalmente, en el caso de los hombres más
jóvenes (15 a 24 años), destaca especialmente la preocupación por la adicción a
juegos y apuestas online entre 20,2% en los chicos de 15 a 19 años y 24,7% de
20 a 24 años, frente a solo un 11,1% de las chicas.
En el espacio digital en el que
participan las mujeres se entrelaza la necesidad de exposición de la propia
imagen con el miedo a ser silenciadas, insultadas o sufrir acoso sexual. Esta aparente
contradicción entre necesidad de exposición (de estar presente) y continua
gestión de la corporalidad digital (qué muestro a los demás y cómo protejo mi
privacidad) condiciona las experiencias digitales de las mujeres jóvenes en, al
menos, tres dimensiones: dependencia, saturación y gestión de la propia imagen.
Con respecto a la dependencia tecnológica, a partir
del análisis de componentes principales hemos identificado dos factores,
relativos a la dependencia del smartphone (F3.1) y
las necesidades de sociabilidad y uso de redes sociales (F3.2). Por un lado,
entre las mujeres encontramos una mayor dependencia del teléfono móvil (F3.1,
Z= 0,097), de forma que el 52,2% se siente obligada a llevar siempre consigo el
móvil (frente al 43,7% de los chicos) y el 45,4% comprueba continuamente si
tiene notificaciones (frente al 37,1% de los chicos). En cuanto a las
necesidades de sociabilidad y uso de redes sociales, únicamente aparece una
mayor dependencia de las mujeres en el grupo de 20 a 24 años (F3.2, Z= 0,127):
el 39,5% de las chicas de 20 a 24 años consulta las rede sociales en todo
momento, 10 puntos por encima de los chicos y casi 8 puntos por encima de las
chicas del resto de grupos de edad.
En relación a la saturación, las mujeres muestran una
mayor sensación de sobrecarga y saturación con el uso de Internet y de las
redes sociales (F4.1, Z= 0,148), especialmente entre las menores de 25 años. De
este modo, un 73,9% de las mujeres (frente al 67,5% de los hombres) describe no
ser consciente del tiempo que pasa en las redes sociales con cierta frecuencia,
el 58,9% (frente al 49% de los hombres) declara sentir que pasa demasiado
tiempo con el smartphone y en torno al 53% (frente al
44% de los hombres) siente que pasa demasiado tiempo en Internet. Esta sobrexposición
es especialmente elevada en el grupo de mujeres entre 20 y 24 años, frente al
resto de grupos de edad. En el caso de los hombres, las experiencias de
saturación son significativamente mayores en el caso de los videojuegos (32,8%,
frente al 21% de las chicas) y las apuestas online (26,7%, frente al 17% de las
chicas), especialmente entre los 15 y 19 años.
Finalmente, en cuanto a la gestión de la imagen
personal, el análisis de componentes principales permite identificar dos
factores, relacionados con la recepción de retroalimentación positiva en redes
(F5.1) y con la exposición personal online (F5.2). Así, entre las mujeres
menores de 25 años aparece una mayor sensación de necesidad de tener likes, interacciones u otras formas de retroalimentación
positiva (F5.1, Z= 0,205 entre los 15 y 19 años y Z= 0,155 entre los 20 y 24
años), pero no entre los 25 y 29 años. De este modo, alrededor del 33% de las
chicas entre 15 y 24 años señalan que obtener reacciones positivas mejora su
autoestima (4 puntos por encima de los hombres) y alrededor del 40% se
preocupan por las reacciones negativas sobre su aspecto físico que obtienen en
redes (frente al 24,7% de los hombres). En el caso de la necesidad de exponerse
en la red no encontramos diferencias significativas relevantes: más de 1 de
cada 3 jóvenes, tanto hombres como mujeres, señalan que en la red tienen que
estar siempre disponibles, mientras que el 45,2% de las mujeres y el 42,2% de
los hombres señalan que es imposible proteger la privacidad online. Sí que
varía significativamente la preocupación por la exposición de la imagen en
redes, pues el 49,4% de las mujeres, frente a únicamente el 37,1% de los
hombres, tienen sus perfiles configurados de manera privada. Así, a pesar de
que la exposición online es común tanto entre los hombres como entre las
mujeres jóvenes, en el caso de ellas hay una mayor preocupación por
salvaguardar la privacidad del contenido que comparten en redes sociales.
El enfoque en las brechas digitales se ha demostrado
especialmente útil a la hora de detectar los condicionantes socioestructurales
que afectan al acceso, uso y aprovechamiento de las tecnologías, entre los que
se encuentran las desigualdades de género. Sin embargo, debido a centrarse en
lo tecnológico y en la medición empírica, se encuentra muy poco desarrollada su
conexión con la teoría social, con los procesos de estratificación y con los
factores sociales que explican estas desigualdades (Ragnedda
y Muschert, 2018). Por ello, en este artículo hemos
presentado un modelo teórico de análisis de la desigualdad digital entre las
mujeres jóvenes, basado en el enfoque constructivista de Berger y Luckmann (2008), integrando las disposiciones
interiorizadas (intereses, competencias, confianza digital, etc.), la
exteriorización de la actividad digital (prácticas) y la objetivación de un
espacio digital desigual en términos de género (barreras y situaciones de
violencia), así como las experiencias en entornos digitales (dependencia,
saturación y gestión de la imagen personal).
Como conclusiones principales, destacamos que los
hombres cuentan con una ventaja informacional (Robinson, 2012) desde sus
propias disposiciones interiorizadas, debido en mayor medida a su elevada
confianza sobre su desempeño digital más que de competencias reales (Martínez
Cantos et al., 2020), pues únicamente destacan ligeramente en las
destrezas de gestión de seguridad y resolución de problemas. En el nivel
exteriorizado, encontramos un mayor despliegue de prácticas de creación de
contenido entre los hombres y una mayor presencia entre las mujeres de
prácticas relacionadas con el consumo audiovisual y la interacción en redes
sociales, especialmente en aquellas relacionadas con la exposición de la imagen
personal (Pibernat, 2019; Sibilia,
2008), como TikTok o Instragram.
En el nivel objetivado, nos encontramos un entorno digital más hostil para las
mujeres jóvenes, especialmente en términos de violencia sexual, que constituye
una sus principales preocupaciones, mientras que las preocupaciones de los
hombres se vinculan con la ciberseguridad y los fraudes online. Asimismo, destacamos
las estrategias de inhibición de la participación digital que afectan
distintivamente a las mujeres, que evitan en mayor medida subir contenido
comprometido y bloquean a más perfiles en redes.
La articulación entre disposiciones, exposiciones y posiciones
afecta distintivamente a las experiencias digitales, produciendo importantes
costes emocionales (Huang, Robinson y Cotten, 2015). Así, entre los hombres destacan
exclusivamente vivencias de saturación con el ámbito de los videojuegos y las
apuestas online, mientras que, entre las mujeres, encontramos una mayor
dependencia del smartphone, una mayor saturación con
el uso de Internet y una mayor preocupación por recibir reacciones positivas al
contenido subido a redes. De este modo, las experiencias digitales de las
mujeres jóvenes se caracterizan por la ambivalencia normativa, ya que se les
exige una continua exposición de su imagen personal y corporalidad en red para
tener éxito y repercusión social (Pibernat, 2019)
mientras se socializan en el miedo hacia las formas de violencia sexista y
sexual que pueden sufrir en los entornos digitales (Gallego, 2023; Henry y
Powell, 2016). En consecuencia, mientras que la experiencia masculina emerge
desde la confianza, la libertad y la impunidad, la experiencia femenina se
caracteriza por la desconfianza –hacia sus propias competencias digitales y
hacia el entorno mismo en el que deben desplegar su actividad digital– y por la
indefensión, pues además la exposición personal es una necesidad estructural de
las sociedades contemporáneas digitalmente mediadas a la que es complicado
renunciar.
Finalmente, concluimos señalando algunas limitaciones
del artículo que pueden contribuir al desarrollo de futuras líneas de
investigación. Por un lado, debido al uso de datos secundarios, no hemos podido
operacionalizar todas las dimensiones relevantes del
tema de estudio, especialmente con relación a las disposiciones, ya que no
contábamos con variables adecuadas para medir los intereses, las motivaciones y
la familiaridad con las tecnologías, ni tampoco hemos podido relacionar las
formas de accesibilidad (dispositivos) con modalidades de uso (prácticas). Por
otro lado, la propuesta teórica de articulación entre interiorización,
exteriorización y objetivación, nos ha servido para conectar la teoría
sociológica clásica sobre la socialización y las dinámicas de construcción
social de la realidad (Berger y Luckmann, 2008) con
los estudios de brecha digital, las aproximaciones sobre domesticación
tecnológica (Haddon, 2016) y alfabetización digital
(Neumann, Finger y Neumann, 2017), pero es necesaria
una aproximación cualitativa, de corte biográfica, para actualizar las
investigaciones realizadas sobre los itinerarios de socialización tecnológica
de la juventud (Calderón, 2021; Gordo, García, de Rivera y Díaz-Catalán, 2018;
Merino, 2010). Por último, el estudio de la ciberviolencia de género y
violencia sexual digital es todavía incipiente, aunque se ha desarrollado
rápidamente en los últimos años (Domínguez Arteaga, 2023; Henry y Powell, 2016;
Instituto Europeo de la Igualdad de Género, 2017). Por ello, las consecuencias
que la violencia sexual digital tienen en la exclusión de las mujeres de la
vida digital es uno de los campos de investigación prioritarios que deberán
seguir explorándose en futuras investigaciones. Además, como señala Gallego
(2023), destacamos la necesidad de conceptualizar el concepto de terror sexual
(Barjola, 2018) aplicado a entornos digitales.
Agradecimientos:
Artículo
vinculado con el proyecto DIVISAR sobre Violencia sexual
digital: estudio de la relación
entre
las tecnologías digitales y las prácticas de violencia sexual entre
jóvenes (PID2021-123071NA-I00).
Los
datos secundarios provienen del estudio Desde el lado oscuro de los
hábitos tecnológicos: riesgos asociados a los usos juveniles de las TIC,
desarrollado por el Centro Reina Sofía de Fad
Juventud y financiado por el Plan Nacional sobre Drogas.
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