Las palabras para decirnos. La íntima relación entre lengua y feminismo

 

Words to tell of ourselves. The intimate relationship between language and feminism

 

 

 

 

 

Eulàlia Lledó Cunill

elledo@xtec.cat

Escritora - España

 

 

 

 

 

Resumen

El artículo repasa los caminos que durante los últimos cincuenta años ha transitado el lenguaje inclusivo y las nuevas posibilidades que brinda para visibilizar a las mujeres y sus logros en una lengua más libre. Enumera una serie de acciones voluntarias sobre la lengua, algunas anteriores a los últimos cincuenta años. A partir de algunos ejemplos, intenta mostrar, por un lado, la complejidad de las relaciones entre la lengua y otros aspectos de la realidad, en principio, alejados y, por otro, algunos parámetros ideológicos que convergen en ella y que, por tanto, deben tenerse en cuenta. Aborda el papel de algunas instituciones académicas y políticas, tanto a favor como en contra. Se cierra con ejemplos de nuevas formas para decirnos.

Palabras clave: lengua, lenguaje inclusivo, acción voluntaria sobre la lengua, nuevas formas de visibilizar.

 

Abstract

The article reviews paths taken by inclusive language over the last fifty years and the new possibilities it offers to make women and their achievements visible in a freer language. It presents a series of voluntary actions on language, some prior to the last fifty years. Using some examples, it attempts to show, on the one hand, the complexity of the relationships between language and other initially distant aspects of reality. On the other hand, some converging and shaping ideological parameters also must be taken into account. It approaches the actions of some academic and political institutions, both in favor and against. It concludes with examples of new ways to tell of ourselves.

Keywords: language, inclusive language, voluntary action on language, new ways of making women visible.


 

Las palabras para decirnos. La íntima relación entre lengua y feminismo[1]

 

 

Vaya por delante que en estas líneas cuando se hable de lenguaje inclusivo o de lenguaje no sexista me refiero a aquel lenguaje que tiene en cuenta a las mujeres, que no las omite, que las valora tanto a ellas como a sus experiencias. Mi dedicación y mi interés han sido sobre todo nombrar y visibilizar a las mujeres.

Quiero decir con ello que no hablaré de los intentos y las maneras de un lenguaje que incluya o cite a aquellas personas que no se sienten representadas ni por el femenino ni por el masculino. Aquello que se está conviniendo en denominar lenguaje no binario. Para simplificar, añadir un todes a todas y todos. Si en algo soy experta, no es en este nuevo lenguaje.

Parto de la base de que todo el mundo, cualquier persona, tiene derecho a ser nombrada de una manera con la que le sea grato identificarse, a ser nombrada como quiera, pero tengo mis dudas de que este tipo de lenguaje se implante. Seguro que sí como argot entre la gente y los grupos implicados en esta lucha; seguramente determinados términos pasaran al común de la lengua; pero en general, lo dudo. Sobre todo porque las propuestas del lenguaje inclusivo (entendiendo como tal, insisto, el que visibiliza a las mujeres) se sirven de los mecanismos que brinda la propia lengua; no fuerza su estructura, ni la afecta porque usa las muchísimas combinaciones presentes ya en la lengua. Por ejemplo, cuando no hace tanto hubo una primera cancillera alemana, fue fácil nombrarla porque previamente existía lavandera; es decir, estamos delante de una formación regular de femenino y masculino. Que existiera gerencia, dio pie al neologismo dirigencia; la creación de la palabra alumnado es la extensión lógica de una previa como electorado. La doble forma profesoras y profesores combina dos palabras preexistentes con la partícula de coordinación y que brinda también la propia lengua.

No sé si le o les prosperarán como artículos determinados, especialmente si se tiene en cuenta que coinciden con pronombres ya existentes; veremos si la lengua, que tiene su propio genio, permite ese tipo de ingeniería. Por lo que he ido viendo, los documentos y discursos orales de lenguaje no binario no suelen ser coherentes (aunque soy bien consciente de que siempre que se empieza a innovar en la lengua los documentos no suelen serlo), a lo que no es ajeno que en un sintagma como “profesores en funciones no se sepa si es un masculino o un final en -es con intenciones no binarias puesto que ambas formas coinciden. Habrá que ir viendo cómo se conjuga la necesidad y el deseo de que te nombren y las posibilidades de la lengua.

 

Antes de cincuenta años antes

 

Afortunadamente el empeño (y los logros) por un lenguaje que nombre a las mujeres, que no las subordine ni las invisibilice, empieza mucho antes de hace cincuenta años. Es imprescindible recordarlo para no caer en el maligno mito del evismo de raíz patriarcal, ese olvido interesado de lo bien y lo mucho que hicieron nuestras ancestras en cualquier ámbito. También, desde luego, en la lengua.

Me referiré a ello someramente. En primer lugar, sabemos que se usan dobles formas para visibilizar a las mujeres desde los albores de la lengua castellana. Se puede comprobar, por ejemplo, en los muy conocidos versos del Poema del Cid, datado hacia el 1200: “exien lo veermugieres e varones, / burgeses e burgesas, — por las finiestras sone” o en los también anónimos Romances fronterizos (1407): “y los viejos y las viejas - los meted todos a espada, / y los mozos y las mozas - los trae(d) en la cabalgada”.

En segundo lugar, la diputada y abogada Clara Campoamor (1888-1972) casi cincuenta años antes de los últimos cincuenta años, y no por casualidad, afinaba absolutamente al visibilizar experiencias femeninas, en este caso derechos, a través de la lengua; por ejemplo, en la redacción del artículo 25 de la Constitución de 1931. Me entretendré en ello porque sitúa en su punto justo estrategias de visibilización bien presentes a lo largo de los últimos cincuenta años. Campoamor argumentó la sustitución de los dos párrafos siguientes, “No podrá ser fundamento de privilegio jurídico: el nacimiento, la clase social, la riqueza, las ideas políticas y las creencias religiosas.

Se reconoce en principio la igualdad de derechos de los dos sexos” (Campoamor, 1981: 94).

Por este otro que elimina además el capcioso “en principio” del segundo párrafo: “No podrán ser fundamento de privilegio jurídico el nacimiento, el sexo, la clase social, la riqueza, las ideas políticas y las creencias religiosas” (Campoamor, 1981: 95).

Una vez redactado así el dictamen, Campoamor se opuso a una enmienda que proponía su supresión porque entendía su promotor que el artículo 2.°, “Todos los españoles son iguales ante la ley”, ya contenía el artículo 25.

Campoamor argumentó que el masculino los españoles era un redactado peligroso. Yendo más lejos demostró que incluso una redacción con la palabra genérica persona no garantizaría los derechos de las mujeres y consiguió que quedasen explícitamente especificadas con la expresión el sexo que consiguió, como hemos visto más arriba, introducir en el artículo 25.

La coeducación lo muestra también con claridad. Por ejemplo, aunque excelentes, no siempre son útiles genéricos como alumnado o profesorado para “ver” a alumnas y profesoras, o que en literatura, no hay que fiarse de entrada de otro genérico como trovadoresca: habrá que hablar antes de las trovadoras para que se puedan percibir luego incluidas en ese genérico.

Formas genéricas que encontramos ya, junto con dobles formas, en documentos coetáneos a Campoamor poco susceptibles de ser considerados feministas como alguna Real Orden del Ministerio de Instrucción publica y Bellas Artes: “Ascensos del personal del Magisterio nacional primario”, “Ídem Íd. del Profesorado de las Escuelas Normales de Maestros y Maestras” (Gaceta de Madrid, 1931: 359).

Dos años más tarde, en 1933, en un modelo de certificado de la Escuela de Administración Pública de Cataluña se contemplaba que una mujer pudiera inscribirse: inscrit_; es decir, con algo similar a una barra.

Diecisiete años más tarde del empeño de Clara Campoamor, una red de ilustradas bien avenidas consiguieron visibilizar a las mujeres en la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948). Entre las de lenguas latinas, Minerva Bernardino de la República Dominicana, diplomática y promotora de los derechos de las mujeres, o la brasileña Bertha Lutz, naturalista, zoóloga y pionera del feminismo.

Bernardino hizo notar que la manera correcta de referirse a ellas no era un Estimadas señoras sino un delegadas; en la actualidad quedan vestigios de ese desprecio (es decir, que te “estimen” mucho pero oculten tu quehacer). Bernardino y otras lograron reemplazar el artículo 1: “Todos los hombres nacen libres e iguales”, por “Todos los seres humanos nacen libres e iguales”, y revisaron toda la Declaración para que fuera inclusiva. Nos suena, ¿verdad?

Su labor puso de manifiesto que la acción voluntaria sobre la lengua no sólo es posible sino que es encomiable y altamente útil.

 

Acción voluntaria sobre la lengua

 

Ha habido un ingente trabajo de acción voluntaria sobre la lengua en muchas esferas distintas también durante los últimos cincuenta años. Todos los ámbitos de la Administración, las universidades, la Educación obligatoria y un sinfín de empresas en mayor o menor grado, con mayor o menor fortuna, han laborado en este sentido. Se han creado organismos para asesorar sobre lengua; quizás el grupo NOMBRA, la Comisión asesora sobre Lengua del Instituto de la Mujer, constituida hace más de treinta años, en junio de 1994, fue la primera. Su primera guía se editó en 1995.

Evidentemente, la literatura y el ensayo sobre la cuestión no tiene fin y es absolutamente compleja y variada. Me limitaré a citar la obra de una pionera de esos últimos cincuenta años. Me refiero a El sexismo en la lengua española de Deloa Esther Suardiaz (2002), que parte de una tesis escrita ya en 1973.

La acción más obvia la certifican los cientos de guías en castellano tanto en el Estado español como en Sudamérica a cargo de muy diversas instituciones y sobre distintas temáticas (lenguaje administrativo sobre todo, pero también sobre deporte, derecho, lenguaje académico, sanidad, educación, empresa y relaciones laborales...). Sólo hay que teclear en Google “guías lenguaje inclusivo”, “guías lenguaje no sexista” o expresiones similares y ver los resultados. Respecto a la Península, también se constata en los centenares de guías en las otras lenguas oficiales. No es una práctica nueva, pensemos por un momento en las diferencias entre el lenguaje de la Administración durante la dictadura franquista y este mismo lenguaje en la actualidad.

Durante estos cincuenta años ha sido relativamente habitual que alguien decida que en un determinado formulario en lugar de poner, por ejemplo, “el interesado”, ponga “la persona interesada”, para que todo el mundo pueda sentirse identificado con la redacción; o, que por las mismas razones, se recomienden determinadas formas genéricas; o que tengan que constar tanto el femenino como el masculino cuando se ofrezcan puestos de trabajo.

Un de los documentos esenciales donde se llevó más al extremo el lenguaje inclusivo es la Constitución de Venezuela de 2020 y por extensión en documentos adyacentes. No sin acerbas críticas, se decantó por incluir a las mujeres siempre que fuera necesario para “contribuir a garantizar que la igualdad de las mujeres y los hombres sea real y efectiva en el uso del lenguaje” (Ley Para La Promoción y uso del Lenguaje con Enfoque de Genero, 2021).

Cuando nombra a quienes pueden ocupar cargos, pormenoriza siempre las dos posibilidades: “Presidente o presidenta, vicepresidente o vicepresidenta, magistrado o magistrada, procurador o procuradora, defensor o defensora, diputado o diputada, gobernador o gobernadora, juez o jueza [...]” (Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, 2020). Teniendo en cuenta que una constitución no es una novela, ni un poema, que no se lee para deleitarse, parecen oportunas las dobles formas, no sea que en algún momento alguien amparándose en que el texto está en masculino intentara expulsar a las mujeres de estos cargos, cosa que a lo largo de la Historia ha ocurrido más de una vez (recordemos las muchas veces que ciudadano no ha incluido a ninguna ciudadana ni sus derechos).

Otro ámbito fundamental donde ha habido acción voluntaria (por a regañadientes que se emprendiera) es en unos documentos tan simbólicos y fundamentales como son los diccionarios. Primero en los escolares, luego incluso en los diccionarios normativos; es decir, los más prescriptivos. En el Estado español, el pionero fue el Diccionari de la llengua catalana del Institut d’Estudis Catalans; hace unos treinta y cinco años se empezó a trabajar en su primera edición editada finalmente en 1995. Seis años más tarde, en 2001, se publicó revisado el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española y la ASALE. En ambos la iniciativa tenía, en principio, la voluntad de intervenir globalmente; llegaron donde llegaron, pero fue un comienzo[2]. En este momento sus ediciones en línea permitirían implementar cambios a gran celeridad pero otra cosa es la voluntad. En 2018, la Euskaltzaindia (Real Academia de la Lengua Vasca) abordó la propuesta de adaptar algunos términos de su diccionario a una sociedad menos sexista. No me consta que la Real Academia Galega o la Academia de la Llingua Asturiana hayan revisado sus respectivos diccionarios.

El campo semántico donde más cambios ha habido en los diccionarios, y no es por casualidad, es en los oficios, cargos y profesiones. Por un lado, porque pertenecen a lo público; por otro, los cambios en las sociedades en este ámbito son vertiginosos. Es difícil poder pensar si hay abogadas que esta denominación no existe; cuando no las había era una denominación imposible: como no las había, no se necesitaba en absoluto el término para decirlas.

Un buen termómetro son los cambios que ha habido en los colegios profesionales, cuando las profesionales se han adscrito a ellos. Así, el colegio de abogados de Lleida pasó a denominarse “de la Abogacía de Lleida” con un genérico; en cambio el de Tortosa prefirió una forma doble: “de Abogados y Abogadas de Tortosa”. Otros optaron por un orden de aparición de femenino y masculino inverso como el “Publicitarias y Publicitarios y Relaciones Públicas de Cataluña”. Todas las sutiles preferencias y matices que la lengua permite bien a gusto.

Acción voluntaria que, claro está, siempre tiene que ir en paralelo a los cambios y mejoras que hay en la sociedad en la consideración de las mujeres. Veamos, por ejemplo, qué ocurrió con las antiguas APA (asociaciones de padres de alumnos). En un primer momento, pasaron a denominarse AMPA, o sus variantes (AMYPA/APYMA), más tarde se creó AFA (asociaciones de familias de alumnado), más inclusiva aún. La lengua no ha cambiado, las asociaciones siguen dedicándose a lo mismo. Las madres han participado siempre; es al revés, tal vez son los padres los que muy lentamente se van incorporando más. Es evidente que la raíz de esta visibilización es la valoración de la labor que realizan las madres y su voluntad y deseo de que se viera reconocida también en la lengua. Lo que confirma la trenza entre cambios sociales y lengua, y que para existir plenamente es necesario tener un lugar en la lengua. Las cosas valoradas tienen nombre.

 

La lengua, una realidad compleja

 

Después de esta ristra no exhaustiva de acciones es necesario decir que las lenguas, desde el momento que forman parte de una realidad más grande, son influidas por una serie de fenómenos algunos de los cuales escapan a lo puramente lingüístico. A partir de ahora, me entretendré en algunos casos concretos porque pienso que quizás iluminan más que las generalizaciones.

Para empezar, es interesante constatar que en lenguas geográficamente muy extendidas, innovan más las lingüistas que están geográficamente más lejos del “centro”, las “periféricas”. En definitiva, las que tienen la academia más lejos. En el caso del francés, durante estos cincuenta años han propuesto antes y más, por ejemplo, nuevas formas en cuanto a oficios y profesiones las estudiosas de las zonas francófonas de Suiza o del Canadá que no las de Francia. No tendría que extrañar, pues, que quien dio el paso para ir más allá de marcar con un artículo la existencia de las aviadoras (la piloto) fueran profesionales de Sudamérica que se “inventaron” directamente pilotas. “[Margot Duhalde] Con una trayectoria aérea de 60 años, quien fuera la primera comandante de un avión comercial chileno y la fundadora de la Agrupación Mujeres Pilotas Alas Andinas, cumplió la singular celebración en la localidad de Melipilla, a 60 kilómetros al suroeste de Santiago” (EFE, 2000: 53).

Más pegado a la lengua, otro factor que en numerosas ocasiones se usa para desprestigiar los avances en la representación femenina es asimilarlos a lo políticamente correcto. Nada más falaz.

Hay un lenguaje políticamente correcto que se caracteriza por no llamar a las cosas por su nombre. En lugar de enana, persona pequeña (que, por cierto, quiere decir otra cosa); en lugar de decrecimiento, la rechifla del crecimiento negativo; en lugar de pobres, desfavorecidos. Inciso personal: soy baja; no soy de altura inapropiada o inadecuada, ni bajita (a nadie se le ocurriría tildar a una persona alta con el mitigador y eufemístico diminutivo altita).

El término inválido, utilizado en un principio en el ejército para los mutilados que ya no eran aptos para el servicio, pasó a considerarse ofensivo y se cambió por minusválido, pero claro, también se impregnó de negatividad y se cambió por discapacitado, luego por persona con discapacidad e incluso un dislate como personas con capacidades distintas. Sin ver que los eufemismos que suplantan términos malsonantes tienen una vida limitada porque rápidamente absorben la carga peyorativa de la palabra que sustituyen. El término puta, que significaba niña o chica surgió como eufemismo y enseguida se contaminó. Lo que ofende, lo que suena mal, no es la palabra, es el concepto y ninguna palabra puede esconderlo. No tiene nada que ver con querer que te llamen médica o abogada o simplemente mujer si es que lo eres; es decir, a llamar a las mujeres por su nombre. Podría añadirse que en realidad el lenguaje sexista es el lenguaje políticamente correcto puesto que no menciona a las mujeres por su nombre sino con “eufemismos”, porque “eleva” a las mujeres a una categoría superior, a la de hombre; al nirvana, vaya.

 

Sexo y género

 

La cuestión de los eufemismos no ha sido trivial durante estos cincuenta años. Hay un buen film titulado On the Basis of Sex (EE.UU., 2018), dirigido por Mimi Leder, sobre Ruth Bader Ginsburg (1933-2020), la notoria jueza del Tribunal Supremo de EE.UU. En su versión castellana: Una cuestión de género, donde vemos que la palabra sex del título se trasmudó en género; descartaron la palabra sexo que es la que parece que le correspondería. (Cuando posteriormente subtitularon el film en catalán, se tradujo por Per raó de sexe; se respetó la palabra sexo. La elección es, pues, interesada.)

La traducción libre se practica en otros momentos; por ejemplo, cuando traducen una asignatura que Ginsburg imparte, Sex Discrimination and the Law como Discriminación de Género y Ley.

Se suele argüir que en inglés se usa gender y no sex, y que, por tanto, el todopoderoso inglés traduce la palabra sexo, frecuente en las lenguas románicas, por gender. Eso lo desmiente.

El uso de la palabra sex en el título del film no debería extrañar; recordemos con qué palabra termina la decimonovena enmienda (1920) de la Constitución de EE.UU.: “The right of citizens of the United States to vote shall not be denied or abridged by the United States or by any State on account of sex”; es decir, “...por razón de sexo”. No es cierto, pues, que nuestro sexo sea su gender, que es el argumento que habitualmente se utiliza cuando se habla de la proliferación de la palabra género para sustituir palabras específicas y ajustadas a los diferentes contextos. Es evidente que en la mayor parte de las encuestas no te preguntan de qué género eres sino de qué sexo. Otra cosa es que la encuesta carezca de una o más casillas para cubrir otras posibilidades.

El título de On the Basis of Sex es un sintagma extraído literalmente del escrito de Ginsburg para defender una de las múltiples causas que llevó a los tribunales y en la cual se basa la película. El momento crucial respecto a la cuestión que nos ocupa, es cuando, de pronto, la secretaria que pasa a limpio el alegato hace notar a la jueza que la palabra sex sale no sé cuántas veces en cada página, una palabra un poco fuerte y malsonante —tabú, vaya—, y que tal vez sería mejor cambiarla; se entiende que para no incomodar al tribunal y para que se la tomen en serio. Así lo hicieron, y la escogida fue gender. Literalmente, un eufemismo.

Habitualmente se argumenta también que la palabra género respecto a las expresiones estudios de género, perspectiva de género, etc., es un calco del inglés, y en parte es así; pero es que, además, evitan —en el mundo académico, en el ámbito político, etc.— otra palabra fuerte y “malsonante” como sería, para estos dos casos, feminista (estudios feministas, perspectiva feminista). Una eufemística sustitución similar a la de gender por sex en el alegato de la jueza Ginsburg. La táctica de usar una lengua neutra que pase desapercibida y no moleste a nadie. Por otra parte, que la palabra feminismo y derivadas lastimen los oídos de según quien, explica su vigencia y su extrema necesidad.

Lo que se desprende de los avatares de la traducción del título y de la intervención de la secretaria es que la cuestión de los eufemismos funciona igual, como mínimo, en las lenguas románicas y el inglés. Y lo que es más importante, influye en las propuestas y soluciones para visibilizar a las mujeres.

 

Extralimitaciones

 

Otra cuestión a tener en cuenta cuando se abordan algunas denominaciones es que a veces se cometen excesos que en realidad ponen de manifiesto hasta que punto sólo se ve a los hombres, hasta qué punto se les puede llegar a poner en el centro y ocuparlo entero.

Analicemos, por ejemplo, la palabra monoparental. Hace un tiempo había quien decía que la palabra homosexual era una palabra discriminadora porque homo se refería a hombre, sin ver que homo quiere decir igual u homogéneo. Con monoparental creo que ocurre algo parecido; es decir, hay quien se opone a monoparental y quiere sustituirla por la denominación monomarental; en mi opinión, un error. Sobre todo porque una vez más renunciaríamos a la centralidad, a situarnos en el centro, y a honrar la experiencia femenina. Parental, que tiene que ver con parentesco (y no con paterno), viene de parere, de parir, como parienta, como pariente; por tanto, la denominación monoparental no se refiere al padre, no es sexista. El término mono se utiliza en muchos contextos y está claro que aquí alude a una única persona; por tanto, monoparental es adecuada porque indica que una sólo persona (parienta) es responsable de esta organización familiar. Insisto que, al provenir de parir, abraza claramente una experiencia femenina; renunciar a ella es ocultar, negar o despreciar una experiencia central en muchas mujeres y regalar a los hombres todo lo que tiene que ver con el parentesco.

Al empezar, citaba el genio de la lengua. Es ese genio el que ocasiona que persona trabajadora describa una característica o cualidad personal y no que se refiera a trabajadoras y trabajadores, o sea, a una situación laboral. Se debería tener muy presente cuando se elaboren guías.

 

 

 

Gayas palabras

 

El caso de monoparental recuerda lo que ocurrió con gay-a, palabra de origen provenzal existente hoy en muchas lenguas. La palabra denominaba a personas, tanto mujeres como hombres, con preferencias e inclinaciones sexuales hacia alguien de su mismo sexo. Así consta en el solvente diccionario inglés COBUILD. Paulatinamente se fue tendiendo a utilizar la palabra gay para hombre y la palabra lesbiana para mujer. Un ejemplo paradigmático de esta utilización (además de que en general los grupos que se autodenominan gays reúnen sólo hombres y los grupos que se autodenominan lesbianos reúnen sin excepción tan sólo a mujeres) lo encontramos en las antiguas denominaciones de la Coordinadora Gai-Lesbiana de Catalunya o de la Federación Estatal de Gais y Lesbianas. Es decir, el uso de esta bonita palabra, musical, económica y eminentemente alegre, muy versátil, pues tiene flexión de género, se ha ido restringiendo peligrosamente.

Según el Dictionary of Slang and Unconventional English, la palabra gay-a toma la acepción de homosexual hacia 1930 o quizás antes. Recientemente hizo cincuenta años que Dolores Klaich sugirió (y corroboran otras luego) en su revelador ensayo Woman Plus Woman. Attitudes Toward Lesbianism que es muy probable de que esta acepción de la palabra gay-a sea creación de Gertrude Stein (1874-1946). Stein la usó profusamente en su escrito Miss Furr and Miss Skeene”, incluido en Geography and Plays (1922), donde, muy en su estilo, juega constantemente con los distintos sentidos de gay-a, incluido el sentido de homosexual: “Helen Furr y Georgine Skeene [...] vivían pues muy normalmente, siendo pues muy normales y siendo pues gayas. Aprendían pues muchas maneras de ser gayas y eran pues gayas siendo muy normales y siendo gayas […]” (Stein, 1922: 8).

La narración está inspirada en una pareja real y en 1933, Miss Squire (Miss Furr en la ficción) escribió una carta desde Vence a Gertrude Stein y Alice B. Toklas donde decía: “[...] pero nosotras adoramos el paisaje y la proximidad de Niza y de la costa, que es gaya y sofisticada. A Miss Furr le gustan las cosas gayas, adora ser gaya y quiere que todo el mundo y todas las cosas sean gayas. Muy tiernamente vuestra [...]” (Klaich, 1974).

Un caso de manual. Una práctica femenina encarnada en una palabra se generaliza y finalmente los hombres se apoderan de ella y las mujeres quedan expulsadas de una denominación originaria y legítimamente suya. La apropiación y la restricción que sufre me parece un robo. La reivindico, por tanto, como genérica.

Y señalo que este colocarnos en los márgenes, en la periferia, es uno de los rasgos más tóxicos del patriarcado respecto a (auto)denominarnos. Un reflejo en la lengua de la nefasta idolatría hacia los hombres. Perdemos la rica genealogía femenina, y en este caso concreto negamos a Stein; le negamos toda la autoridad.

 

 

 

El sexismo de la lideresa

 

Otro factor que incide y mucho desgraciadamente en la lengua es el sexismo. No me refiero a los usos lingüísticos sexistas como, por ejemplo, referirse de manera no equitativa con nombres o apellidos a mujeres y hombres, o al uso de diminutivos para minimizar y familiarizar a las mujeres aunque el contenido no diga nada malo de ellas. Me refiero a un concepto fundamental, al sexismo como una actitud que se caracteriza por el menosprecio y la desvalorización, por exceso o por defecto, de lo que son o hacen las mujeres[3].

Veamos como opera a través de la lengua, no en los usos o formas, fáciles de modificar, sino en los contenidos o fondo. Una vez más, quizás algún caso concreto lo explicará mejor y será más representativo.

Recordarán que a finales del año 2007 Esperanza Aguirre, por aquel entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, se proclamó a ella misma “lideresa nacional” en una rueda de prensa. “Pero Aguirre acabó con la cuña: ‘Como me consideran [en el partido] lideresa nacional, saldré mucho fuera de Madrid’ para acompañar al candidato, Mariano Rajoy (Moreno, 2007).

La prensa y los medios reaccionaron con moderación y prudencia delante de este neologismo totalmente innecesario. “La presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Esperanza Aguirre, se ha autoproclamado lideresa del PP a solo unos días de la convención nacional de su partido, pistoletazo de salida para la recta final de la campaña electoral que se inició el 15 de marzo de marzo de 2004 (Anon, 2007). Veamos otro.

 

“El ejemplo de Esperanza Aguirre ha cundido entre los funcionarios y trabajadores de la Comunidad de Madrid. En las semanas previas al congreso del Partido Popular, la autoproclamada lideresa liberal pronunció un sentido discurso en el que, más que los contenidos, importaba una coletilla que tal vez soñó legar a la posteridad, poniéndola a la altura de otras frases célebres” (Anon, 2008).

 

Muchos medios, La Voz de Galicia, El siglo de Europa, Noticias de Álava y un largo etcétera utilizaron la expresión autoproclamada pero no hicieron ningún comentario, o ningún comentario especialmente hiriente o desautorizador.

 

La pertinencia de miembra

 

Medio año después, en junio de 2008, la ministra Bibiana Aído también innovó al citar a las miembras en una comisión del Congreso para informar sobre el plan nacional de sensibilización y prevención de la violencia de género 2007-2008: “Quiero agradecer a sus señorías la atención que me han prestado, estoy convencida de que el compromiso con la igualdad de los miembros y miembras de esta comisión será muy relevante a la hora de conseguir los objetivos que la sociedad española nos está reclamando”.

La reacción fue espeluznante. Entresaco alguna de las diatribas e insultos que recibió por parte de tres indignados y escandalizados periodistas del remolino de porquería que agitó una palabra de uso común al poco tiempo como es miembra.

En un medio en que se resaltaba su extrema juventud, particular que no se suele citar en los ministros, se describía su acción como una patada a la lengua. “Bibiana Aído, la jovencísima ministra de Igualdad, ha empezado con mal pie su carrera política. De su bautismo en el Congreso, el pasado lunes, solo ha trascendido su patada al diccionario y a la RAE con aquella apelación a las miembras’ de la Comisión” (Forcada, 2008).

En otro, cuyo autor tiene una idea peregrina de lo que es el lenguaje políticamente correcto y muestra cierta inquina contra la igualdad, se decía: “Tal vez Bibiana Aído, titular de un ministerio casi vacío de contenido, pase a la historia por la propuesta de que el Diccionario oficial incorpore el femenino miembra. Junto a la lógica rechifla, tan atrabiliaria proposición ha levantado aplausos entusiastas de los adictos a la llamada corrección política en el lenguaje” (Busquet, 2008).

Otro que también se explaya a gusto e incluso con recochineo, cita también la juventud de Aído, y se dedica a mostrar que en América Latina no se usa el término. Algún detalle.

 

“Burla, irritación, chanza, sonrojo, vergüenza, sarcasmo. Es lo que sintieron los iberoamericanos al conocer que la joven ministra española de algo tan abstracto como la Igualdad, Bibiana Aído, había afirmado que utilizó en pleno Congreso de los Diputados el término miembra porque se había familiarizado con él en una estancia en El Salvador. Según el chascarrillo de la joven ministra, en El Salvador sí se utiliza ‘una terminología similar’ [...]. En los países iberoamericanos se comparte y aplaude la opinión expresada por el académico Gregorio Salvador: ‘¡Es una vergüenza que una ministra de España utilice el español de esa manera! Me parece insultante, porque en América es donde puede producir más irritación una cosa de este tipo porque la atención, el cuidado y el mimo que suelen tener en la utilización de nuestra lengua común es generalmente superior al que se tiene en España’. Gregorio Salvador recalcó: ‘Eso solo se le puede ocurrir a una persona carente de conocimientos gramaticales, lingüísticos y de todo tipo’” (Ibarz, 2008).

 

Los ataques fueron tan subidos de tono que hasta la prensa los destacó. Veamos lo que dijo una periodista.

 

“La palabra “miembra” es una incorrección. No figura en el diccionario de la Real Academia Española, que fija la norma. Proferirla es una “estupidez”, una “sandez” y una muestra de “feminismo salvaje”, según Javier Marías, Fernando Savater y Juan Manuel de Prada. Pocas veces un error gramatical con o sin intención desató tales diatribas contra una miembro del Gobierno como le está ocurriendo a Bibiana Aído, la primera ministra de Igualdad de la historia de España (Constenla, 2008).

 

Poco después ya se hallaba en la prensa la expresión sin que se enturbiase la comprensión de nadie, ni hubiera que lamentar apoplejías.

 

“La ministra [...] dio por hecho su voto, en tanto que diputada del psc, contra el veto a los presupuestos sin esperar la decisión colegiada de la cúpula de los socialistas catalanes. Sin embargo, Chacón tampoco podía poner en duda en tanto que miembra del Gobierno, y, por lo tanto corresponsable del proyecto, su apoyo a las cuentas del Estado” (Redacción, 2008).

 

Y lo que es más, sin que quienes se opusieron a esta innovación y progreso con insultos y vejaciones se excusaran lo más mínimo cuando miembra se normalizó (lo mismo ocurrió cuando se implantaron los femeninos ministra o presidenta). Un proceder ya clásico.

Para zanjar la cuestión, acabaré diciendo que la primera aparición que tengo recogida de miembra es de 1987, más de veinte años antes de la intervención de la ministra. La hallé en Madre por un día obra de teatro del Grupo de Arte Feminista Polvo de gallina negra de Maris Bustamante y Mónica Mayer. Una vez más, la innovación viene de la América Latina, concretamente de México.

 

Recapitulemos

 

Sólo queda preguntarnos por qué razones fueron recibidas tan distintamente las dos, digamos, innovaciones. Aguirre optó en lideresa por una flexión innecesaria puesto que en líder el género se marca con el adjetivo, artículo, etc., la líder, el líder, como en taxista o en telefonista. Tuvo especial puntería en la flexión: es proclive a la obsolencia y tendente a marcar las experiencias femeninas no como distintas sino como escasamente profesionales e inferiores a las masculinas. Por decirlo de algún modo, (auto)ridiculizaba su papel como líder. Nada puede ser más grato al patriarcado.

Aído, por su parte, “inventó” un femenino con una terminación en -a, la más frecuente y productiva en las lenguas románicas, aunque no la única, para una actividad seria y bien considerada, incluso se podría decir que con prestigio, como es formar parte de una comisión parlamentaria (anteriormente vetada a las mujeres) y eso escoció a quienes preferirían ver a las mujeres en lugares subalternos pero que en caso de acceder a cargos prestigiados, piensan que al menos deberían tener la deferencia de (auto)denominarse en masculino. Sólo hay que ver que las grandes polémicas a la hora de implementar profesiones y cargos en femenino no ocurre en palabras como minera, jornalera, etc., sino como cancillera (Merkel), ministra (Thatcher, ministras francesas) etc. Palabras que como miembra no tienen ninguna dificultad lingüística para su formación, pero que corresponden a profesiones o cargos colonizados por los hombres y durante siglos prohibidos a las mujeres.

Las flexiones -isa o -esa son delicadas, ya Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) y Carolina Coronado (1823-1911) reflexionaron sobre si era mejor que las denominasen poetas o poetisas (que muchas cosas han pasado antes de hace cincuenta años). La última denominación tiene un claro deje de menosprecio, como si las poetisas fueran unas diletantes tan sólo capaces de ligar ripios y no de crear verdadera poesía. Como siempre en estos casos hay muchos matices; se puede argüir que lideresa o poetisa marcan de manera más fuerte la feminidad y por esto algunas mujeres las prefieren, pero también se marca la feminidad en frases como “Aído fue una buena líder para la ley del derecho al aborto” o “Carolina Coronado es una gran poeta romántica”. Por otra parte, algunas poetas han reivindicado la denominación poetisa y le han dado la vuelta; del mismo modo que hay gays que se autodenominan orgullosamente con palabras en un principio despectivas o insultantes como camionera o bollera. Cuando a principios de 1990 se revisó el sexismo y el androcentrismo del diccionario normativo catalán, se preguntó a las interesadas (una manera de proceder excelente), a las poetas, como preferían ser nombradas y se decantaron por englobarse bajo la forma invariable poeta; así se hizo y se dejó en el diccionario poetessa como forma secundaria con remisión a poeta.

Que no ocurra como con gay-a o monoparental: no renunciemos a ellas y regalemos el título de propiedad de palabras como poeta y líder a los hombres. (Eso no quita que si hay profesionales que prefieren poetisa y lideresa, que se encuentran a gusto usándolas, bien harán en hacerlo.)

Mi intención al tratar los casos de miembra y lideresa era poner de manifiesto que en el momento de optar por soluciones lingüísticas que aparentemente sólo tienen que ver con la lengua, otros aspectos de la realidad, en este caso de la ideología, sobre todo el sexismo y el androcentrismo (que operan en cualquier aspecto de la vida) tienen un papel fundamental que hay que tener en cuenta si queremos entender lo que pasa.

Para finalizar, citaré el caso de aquellas profesionales que prefieren denominarse en masculino. No comparto su estrategia pero comprendo su elección. Piensan que es una pena haberse esforzado tanto para finalmente ser una mera ingeniera o una simple doctora y no alcanzar el flamante estatus y la autoridad de ingeniero o doctor, títulos mucho más serios que además las eleva por encima de la servitud de ser “sólo” mujer. Es androcentrismo en estado puro, y ya hemos visto como opera el sexismo en las profesiones.

Recordemos que el androcentrismo consiste en un punto de vista orientado por el conjunto de valores dominantes en el patriarcado, por una percepción que se centra en lo masculino. Creer que las experiencias masculinas incluyen y son la medida de las experiencias humanas; por tanto, la mirada androcéntrica valora sólo lo masculino. Al considerar que los hombres son el centro del mundo y el patrón para medir a cualquier persona, presenta la vida de las mujeres como una desviación a la norma.

Ser consciente de esta óptica es básico para analizar la realidad con un mínimo de rigor. Es muy útil y necesario, insisto, tenerla en cuenta para todo tipo de cuestiones de lengua. Los últimos cincuenta años se ha avanzado mucho en el análisis y la aplicación de estos dos conceptos. Y no sólo en la reflexión sino en soluciones para superarlos.

 

 

 

 

Unas de cal y otras de arena

 

Un aspecto más de la ola reaccionaria general que va subiendo de tono y peligrosidad es la irracional rabia que despierta sobre todo en la derecha el lenguaje inclusivo. La política institucional no se salva, al contrario, se concreta en distintos lugares. Si nos remitimos a las lenguas latinas, constatamos que a finales de 2021, el gobierno del PP y Vox de la comunidad de Murcia exigieron la expresa prohibición del llamado ‘lenguaje inclusivo” (Cabrera Catanesi, 2021) en la Administración y, quizá aún más grave, en la Educación. Dos años después, en noviembre de 2023, el pomposo presidente de Francia, Emmanuel Macron, también lo prohibió.

En julio de 2024, en Italia, un senador de la Lega propone una ley para abolir el uso del fememino en los actos públicos” (Anon, 2024), especialmente respecto a los cargos y profesiones (como siempre, las prestigiadas) con multas de hasta cinco mil euros por escribir síndica o abogada.

La lingüista Alma Sabatini (1922-1988) debe estar revolviéndose en su tumba al ver cómo se escupe sobre los avances que consignó y propuso en su imprescindible y pionero Il sessismo nella lingua italiana (Sabatini, 1987), escrito hace casi cincuenta años y del cual hemos bebido todas.

Sin abandonar la política, es interesante y ejemplar ver cómo conviven la represión y las prohibiciones con reivindicaciones de gran envergadura; así, el 1 de octubre de 2024, Claudia Sheinbaum, en su solemne toma de protesta como presidenta de México, hizo un emocionado y certero canto a la visibilización. Cito literalmente.

 

“Dije que el pueblo fue muy claro al decir este 2 de junio, es tiempo de transformación y es tiempo de mujeres. Durante mucho tiempo, las mujeres fuimos anuladas [...]. Hoy sabemos que las mujeres participaron en las grandes hazañas de la historia de México desde diferentes trincheras, y también sabemos que las mujeres podemos ser presidentas, y con ello hago una respetuosa invitación a que nombremos presidenta [alarga con intención la a], con -a al final, al igual que abogada, científica, soldada, bombera, doctora, maestra, ingeniera..., con -a. Porque como nos han enseñado, sólo lo que se nombra, existe (Sheinbaum Pardo, 2024) [A partir del minuto 37:28].

 

Contrastes tiene la vida. La Historia avanza de modo desigual, a veces parece que a tumbos, en otras va en zigzag, o dando dos pasos adelante y uno (o más) para atrás. Poco hay que añadir al parlamento de la presidenta y científica Sheinbaum, si acaso alabarle la justeza y la precisión, el buen gusto y tino en las profesiones escogidas para mostrar que tanto estos quehaceres como sus denominaciones son patrimonio de las mujeres.

Hay más. En ocasiones las academias o instituciones similares intentan prescribir sobre lenguaje inclusivo (o impedirlo). La última vez que creo que se hizo en el Estado español fue en octubre de 2023. El Institut d’Estudis Catalans (IEC) aprobó un documento que intentaba compatibilizar los recursos de los usos no sexistas con la normativa lingüística. Dedica su primer apartado al masculino al que considera no marcado, creencia que lo hermana, como mínimo, con las academias del resto de lenguas románicas, incluida la RAE.

Pero en otro apartado habla de que para hacer visibles a las mujeres a través del lenguaje, el catalán (y por ende el castellano) dispone de diversos recursos lingüísticos que no contravienen la normativa.

Uno de ellos es el uso de las formas dobles. Algo sorprendente puesto que si creen que el masculino es genérico, deberían rechazarlas por innecesarias; sin embargo, aclara que se pueden usar “en algunos contextos” y sin “abusar”. Dos criterios subjetivos. ¿Quién decide que el contexto lo permite? ¿Tiene cada hablante la misma percepción de lo que es un abuso? Uno de los ejemplos es “Entrevistaremos a las ingenieras y los ingenieros del proyecto”. Estoy segura de que hay quien diría que es un abuso.

Hay que recordar que la vigilia del 8 de marzo de 2012, las tres académicas y los veintiséis académicos que asistieron al Pleno de la Real Academia Española del día 1 suscribieron un informe redactado por Ignacio Bosque titulado Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, que levantó gran polvareda. Muy congruentemente con la postura del IEC, en la redacción del informe se usaron varias formas dobles, justamente esa incorrección que reprobaban y pretendían eliminar.

El documento del IEC prosigue explicando que cuando se desdoblan nombres modificados por un mismo adjetivo no hace falta desdoblarlo, “Los socios y (las) socias implicados en la estafa tendrán que declarar”. Pues bien, son incontables las guías de lenguaje inclusivo que propusieron esta fórmula hace ya mucho tiempo.

En otro orden de cosas, la RAE incluye un gran número de oficios que tienen en cuenta y respetan a las profesionales. Femeninos que tiempo atrás (aludiendo a algo que denominaban el “sexo del referente”) la misma RAE consideraba propios de analfabetas y/o de feministas.

Vemos pues que algunas instituciones académicas incluso se apropian tímidamente del lenguaje inclusivo. Bienvenidas sean. También se constata que las guías de lenguaje inclusivo marcan camino, por ejemplo, en el apartado de las palabras colectivas, que tanto la RAE como el IEC reconocen y usan, cuando no hace tanto tiempo criticaban este tipo de palabras, especialmente si no eran de las ya acuñadas.

Por último, partidos de izquierda (CUP, Sumar, Comuns, Podemos...) han tomado la decisión política de intentar autodenominarse en femenino.

 

Nuevas formas para decirnos

 

A las mejoras hay que sumar que en los últimos años han emergido y se han concretado una serie de euforizantes e imaginativas propuestas para visibilizar a las mujeres y sus potencias. Curiosamente, unos cambios no inducidos por nadie: o sea, los mejores, los óptimos. Se ha hablado al principio de estas líneas que en lengua, se pueden producir cambios porque alguien los promueve o sugiere, contrariamente a ellos, los que se verán a continuación son “espontáneos”; nadie, ninguna guía, los ha propuesto pero está claro que responden a cambios profundos en la sociedad. A veces, son tan grandes que cuesta percibirlos. Al concretarse en la lengua, vemos que la lengua se erige en notaria de una realidad cambiante. Son además los cambios donde mejor se puede ver la profunda relación entre contenido y forma.

En efecto, las maneras concretas que va adoptando actualmente la lengua para visibilizar a las mujeres responden a una percepción distinta de quién somos o de qué hacemos las mujeres, a otras maneras de habitar el mundo, a una forma de estar en él más cómoda y van mucho más allá de las barras, las formas genéricas, las formas dobles, los asteriscos (más tarde sustituidos por las arrobas) que nos permitieron empezar a andar hace cincuenta años. Enumeraré algunas.

 

En primera persona: una

Aunque en nada y menos en la lengua hay comportamientos uniformes, se puede afirmar que hace cincuenta años la mayor parte de las mujeres nos referíamos a nosotras mismas con un uno (“uno piensa...”) y se usaba una cuando la experiencia sólo podía ser específicamente femenina (“cuando una tiene la regla...”). Poco a poco empezamos a autodenominarnos en femenino (“una se pregunta si..., de cara a conocerse una misma”). La primera pista la hallé hace treinta años en un artículo de Maruja Torres (1995: 6), donde afirmaba que Una se hizo periodista para ver mundo [...]”, donde es evidente que no hablaba sólo de una experiencia personal o sólo femenina sino universal. Este artículo una tan significativo no ha hecho más que crecer exponencialmente estos últimos años.

 

En primera persona: adjetivos y sustantivos

Evidentemente, tiene correlatos. Se concreta también en el uso de sustantivos y adjetivos en femenino. “Desde el estreno de Días felices he dedicado mi energía en el teatro a trabajar en esta inmovilidad móvil. [...] Funciona. [...] Como una malabarista tirando tres pelotas al aire sin parar de dar vueltas. Cuando diriges a Beckett, estás obligada a crear algo nuevo y distinto a lo que se ha hecho(Novell, 2005: 4-5). Se refiere a una experiencia compartida por ambos sexos, pero como habla a partir de ella, establece la comparación con una malabarista y no con uno. A continuación, y por la misma razón, el adjetivo femenino le basta para englobar a directoras y directores. Quizás nos está indicando un camino: el uso del femenino si quien habla es una mujer y del masculino si el que habla es un hombre.

 

Concordancias inusitadas

Este ponerse en el centro, este hablar desde sí misma contagia a las concordancias. Pensábamos que una palabra como alguien sólo podía concordar en masculino y hete aquí que hallamos concordancias como la siguiente: “Sin duda, es una de las grandes filántropas españolas [...]. Ella pensaba que le iban a pedir cuentas cuando muriera y que tenía que estar preparada para este momento”, afirma rotunda alguien que la conoció muy de cerca” (Pérez Ramírez, 2010: 27).

 

Femenino “universal o genérico”

Esta fórmula de visibilizar a las mujeres, de no ocultarlas, nos lleva a otro cambio radical en su sencillez y economía. Me refiero al uso del femenino para abarcar a un grupo humano compuesto por personas de ambos sexos: “Schulman alega que los lectores y estudiosos de la obra de Moore “deben” conocer esos ensayos previos y “deben” hacerlo en orden cronológico. Es evidente mi absoluto desacuerdo con ese criterio exhumatorio, que contraviene el derecho elemental de la poeta a definir los límites y el contenido de su obra” (Moore, 2010: 8). Obviamente está afirmando que tanto una como un poeta tienen derecho a definir el contenido de su obra.

 

Masculino “específico”

Como un espejo y en paralelo, si se habla de una experiencia masculina, suele especificarse cada vez con más frecuencia y, así, donde antes se hubiese hecho pasar la parte por el todo, ahora se concreta más fielmente la realidad. Veamos un ejemplo paradigmático: “Fue la aparición de las masas como nuevo sujeto de la política y la correlativa universalización del sufragio masculino lo que especializó al político como un profesional del poder” (Juliá, 2015). Hace no mucho tiempo no se hubiese añadido masculino a sufragio obviando que lo tenían prohibido a las mujeres y despreciando así su experiencia.

 

Alternación de femenino y masculino

Este recurso para visibilizar a las mujeres cada vez está más presente tanto en la prensa como en otros ámbitos: “En mitad de una catástrofe inesperada [la pandemia], una de las primeras preguntas que el político al mando le hace a la científica experta en el fenómeno es: ¿cuándo podemos esperar que acabe esto?” (Galindo, 2020).

 

La mayor parte de estos cambios apuntan hacia nuevas y optimistas direcciones. Van más allá de visibilizar a las mujeres con dobles formas y formas genéricas. Insisto en que son cambios no inducidos, responden a la voluntad y al deseo de muy diversas mujeres de representarse y de tener un lugar en la lengua. Como hacedora de guías no puedo más que alegrarme de que los recursos y soluciones más hermosas, más prácticas, más económicas y más imaginativas salgan de quienes hablan y no de quienes de una manera u otra proponen desde arriba. Las guías van, pues, con la lengua fuera detrás de las y los hablantes, como ha pasado y pasa en cualquier cambio importante en la lengua.

El uso de la palabra una o el de sustantivos o adjetivos femeninos para autorreferenciarse implica utilizar la lengua de manera distinta según el sexo.

Las concordancias inusitadas mueven combinaciones que parecían imposibles. El femenino con valor universal o genérico y el masculino específico son las dos caras de una misma moneda para incluir o excluir. La alternación de femenino y masculino invita a imaginar que ambos puedan ser genéricos: el uno lo es porque el otro también. Todo un cambio de paradigma. Fórmulas que muestran una vez más que la lengua no sólo refleja la sociedad que lo habla, sino que condiciona su pensamiento, maneras de emanciparse, desarrollo social e imaginación. Le da alas.

Para concretar. Pienso que para avanzar en una lengua que incluya a las mujeres y sus quehaceres hay que incidir e insistir en tres aspectos fuertemente interrelacionados entre sí que hemos ido viendo.

 

a) reconocer siempre el trabajo de quienes nos precedieron, de nuestras ancestras, para que no se borren sus trazas y nos muestren las señas, y para que podamos constituir un eslabón más de la rica tradición femenina;

 

b) ser conscientes, por tanto, que la ignorancia de quienes son y de sus logros, una larga genealogía (que a veces se presenta como recién inventada), habla no del pasado sino sobre todo de los sesgados parámetros actuales y de nuestra imperfección. De la criptoginia, este fenómeno recurrente a lo largo de la historia en la mayoría de las culturas que se caracteriza por la ocultación de las mujeres y referentes femeninos en los diferentes ámbitos de la sociedad, especialmente los de mayor prestigio;

 

c) estos reconocimiento y conocimiento sólo se podrá llevar a cabo si paralelamente a ello y al imprescindible reconocimiento de la autoridad femenina, dejamos de adorar al patriarcado. Esa devoción que nos hace poner lo masculino en el centro, sobrevalorarlo y verlo como el canon. Para entendernos y acabando con un caso de lengua: no son más dignas las denominaciones en masculino que en femenino, no por hacerte llamar pintor serás más que una pintora; es posible, además, que no por denominarte pintor vayan a verte más que como a una “mujer que pinta”.

 

No creo equivocarme si digo que son tres puntales que el feminismo tendría que tener siempre bien presentes cualesquiera que sean los ámbitos y los campos que aborde.

 

 


 

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Les paraules per dir-nos. L’íntima relació entre llengua i feminisme

 

Words to tell of ourselves. The intimate relationship between language and feminism

 

 

 

 

 

Eulàlia Lledó Cunill

elledo@xtec.cat

Escriptora – España

 

 

 

 

 

Resum

L’article fa un repàs als camins que durant els últims cinquanta anys ha transitat el llenguatge inclusiu i les noves possibilitats que brinda per visibilitzar les dones i els seus assoliments en una llengua més lliure. Enumera una sèrie d’accions voluntàries sobre la llengua, algunes anteriors als últims cinquanta anys. A partir d’alguns exemples, intenta mostrar, d’una banda, la complexitat de les relacions entre la llengua i altres aspectes de la realitat que, en principi, en semblen lluny i, de l’altra, alguns paràmetres ideològics que hi convergeixen i la tenyeixen i que, per tant, s’han de tenir ben en compte. Aborda el paper d’algunes institucions acadèmiques i polítiques, tant a favor com en contra. Es clou amb exemples de noves formes per dir-nos.

Paraules clau: llengua, llenguatge inclusiu, acció voluntària sobre la llengua, noves maneres de visibilitzar.

 

Abstract

The article reviews paths taken by inclusive language over the last fifty years and the new possibilities it offers to make women and their achievements visible in a freer language. It presents a series of voluntary actions on language, some prior to the last fifty years. Using some examples, it attempts to show, on the one hand, the complexity of the relationships between language and other initially distant aspects of reality. On the other hand, some converging and shaping ideological parameters also must be taken into account. It approaches the actions of some academic and political institutions, both in favor and against. It concludes with examples of new ways to tell of ourselves.

Keywords: language, inclusive language, voluntary action on language, new ways of making women visible.

 

Les paraules per dir-nos. L’íntima relació entre llengua i feminisme

 

 

Ja dic d’entrada que en aquestes línies quan es parli de llenguatge inclusiu o de llenguatge no sexista em refereixo a aquell llenguatge que té en compte les dones, que no les omet, que les valora tant a elles com les seves experiències. La meva dedicació i el meu interès han estat sobretot anomenar i visibilitzar les dones.

Per tant, no parlaré dels intents i les formes d’un llenguatge que inclogui o citi aquelles persones que no se senten representades ni pel femení ni pel masculí. Allò que s’està convenint a anomenar llenguatge no binari. Per simplificar, afegir un totis a totes i tots. Si en alguna cosa soc experta, no és en aquest nou llenguatge.

Parteixo de la base que tothom, qualsevol persona, té dret a ser anomenada d’una manera que li sigui grat identificar-se, a ser anomenada com vulgui, però tinc els meus dubtes que aquest tipus de llenguatge s’implanti. Segur que sí com argot entre la gent i els grups implicats en aquesta lluita; segurament determinats termes passaran al comú de la llengua; però en general, ho dubto. Sobretot perquè les propostes del llenguatge inclusiu (entenent com a tal, insisteixo, el que visibilitza les dones) se serveixen dels mecanismes que brinda la pròpia llengua; no en força l’estructura, ni l’afecta perquè fa servir les moltíssimes combinacions presents ja en la llengua. Per exemple, quan no fa tant hi va haver una primera cancellera alemanya, va ser fàcil anomenar-la perquè prèviament existia bugadera; és a dir, estem davant una formació regular de femení i masculí. Que existís gerència, va donar peu al neologisme dirigència; la creació de la paraula alumnat és l’extensió lògica d’una de prèvia com electorat. La doble forma professores i professors combina dues paraules preexistents amb la partícula de coordinació i que brinda també la mateixa llengua.

No sé si prosperaran articles determinats nous, especialment si es té en compte que de vegades coincideixen amb pronoms ja existents; veurem si la llengua, que té el seu geni, permet aquest tipus d’enginyeria. Pel que he anat veient, els documents i discursos orals de llenguatge no binari no solen ser coherents (encara que soc ben conscient que sempre que es comença a innovar en llengua els documents no solen ser-ho), a la qual cosa no és aliè que en un sintagma comprofessoris i funcionaris” no se sàpiga si l’últim final en -is és un masculí o un no binari. Caldrà veure com es conjuga la necessitat i el desig que t’anomenin i les possibilitats de la llengua.

 

Abans de cinquanta anys abans

 

Per sort, l’afany (i els assoliments) per un llenguatge que anomeni les dones, que no les subordini ni les invisibilitzi, s’inicia molt abans de fa cinquanta anys. És imprescindible recordar-ho per no caure en el maligne mite d’arrel patriarcal de l’evisme, aquest oblit interessat del tot i molt i ben fet de les nostres ancestres en qualsevol àmbit. També, per descomptat, a la llengua.

M’hi referiré succintament.

En primer lloc, sabem que es fan servir dobles formes per visibilitzar les dones des de l’albada de la llengua catalana. En un dels primers textos jurídics catalans que es conserven, la traducció al català (datada entre el 1180 i el 1190) del Forum iudicum, s’hi pot llegir: “Volontat d’aqel o d’aqela que testa en sa vida”. Pel que fa al castellà, es pot comprovar en els coneguts versos del Poema del Cid, datat cap al 1200: “exien lo veermugieres e varones, / burgeses e burgesas, — por las finiestras sone”.

En segon lloc, la diputada i advocada Clara Campoamor (1888-1972) gairebé cinquanta anys abans dels darrers cinquanta anys, i no per casualitat, afinava absolutament en visibilitzar experiències femenines, en aquest cas drets, a través de la llengua; per exemple, a la redacció de l’article 25 de la Constitució de 1931. M’hi entretindré perquè descriu perfectament estratègies de visibilització ben presents al llarg dels últims cinquanta anys. Campoamor va argumentar la substitució dels dos paràgrafs següents, “No podrá ser fundamento de privilegio jurídico: el nacimiento, la clase social, la riqueza, las ideas políticas y las creencias religiosas.

Se reconoce en principio la igualdad de derechos de los dos sexos” (Campoamor, 1981: 94).

Per aquest altre que a més elimina el capciós “en principio” del segon paràgraf: “No podrán ser fundamento de privilegio jurídico el nacimiento, el sexo, la clase social, la riqueza, las ideas políticas y las creencias religiosas” (Campoamor, 1981: 95).

Un cop redactat així el dictamen, Campoamor es va oposar a una esmena que en proposava la supressió perquè entenia el promotor que l’article 2n, “Todos los españoles son iguales ante la ley”, ja contenia l’article 25.

Campoamor va argumentar que el masculí els espanyols era un redactat perillós. Va anar més lluny i va demostrar que fins i tot una redacció amb la paraula genèrica persona no garantiria els drets de les dones i va aconseguir, com s’ha vist més amunt, que quedessin explícitament especificades amb l’expressió el sexe que va aconseguir introduir a l’article 25.

La coeducació ho mostra també clarament. Per exemple, i encara que excel·lents, no sempre són útils genèrics com alumnat o professorat per “veurealumnes i professores, o que en literatura, no cal refiar-se d’entrada d’un altre genèric com trobadoresca: caldrà parlar abans de les trobadores perquè es puguin percebre després incloses en aquest genèric.

Formes genèriques que ja trobem, juntament amb dobles formes, en documents coetanis a Campoamor poc susceptibles de ser considerats feministes com alguna Reial Ordre del Ministeri d’Instrucció pública i Belles Arts: “Ascensos del personal del Magisterio nacional primario”, “Ídem Íd. del Profesorado de las Escuelas Normales de Maestros y Maestras” (Gaceta de Madrid, 1931: 359).

Dos anys després, el 1933, en un model de certificat de l’Escola d’Administració Pública de Catalunya es contemplava que una dona es pogués inscriure: inscrit_; és a dir, amb una redacció similar a una barra.

Disset anys més tard de l’anhel de Clara Campoamor, una xarxa d’il·lustrades ben avingudes van aconseguir visibilitzar les dones a la Declaració Universal dels Drets Humans (1948). Entre les de llengües llatines, Minerva Bernardino de la República Dominicana, diplomàtica i promotora dels drets de les dones, o la brasilera Bertha Lutz, naturalista, zoòloga i pionera del feminisme

Bernardino va fer notar que la manera correcta de referir-s’hi no era un Benvolgudes senyores sinó un delegades; actualment queden vestigis d’aquest menyspreu (és a dir, que “t’estiminmolt però que amaguin la teva feina). Bernardino i altres van aconseguir reemplaçar l’article 1: “Tots els homes neixen lliures i iguals”, per “Tots els éssers humans neixen lliures i iguals”, i van revisar tota la Declaració perquè fos inclusiva.

La seva feina va palesar que l’acció voluntària sobre la llengua no tan sols és possible sinó que és encomiable i altament útil.

 

Acció voluntària sobre la llengua

 

Hi ha hagut un ingent treball d’acció voluntària sobre la llengua en moltes esferes també durant els darrers cinquanta anys. Tots els àmbits de l’Administració, les universitats, l’educació obligatòria i un munt d’empreses en major o menor grau, amb més o menys fortuna, han laborat en aquest sentit. S’han creat organismes per assessorar sobre la llengua; potser el grup NOMBRA, la comissió assessora sobre llengua de l’Instituto de la Mujer, constituïda fa més de trenta anys, el juny del 1994, va ser la primera. La seva primera guia es va editar el 1995.

Evidentment, la literatura i l’assaig sobre la qüestió no té fi i és absolutament complexa i variada. Citaré l’obra de dues pioneres d’aquests últims cinquanta anys. El sexismo en la lengua española de Deloa Esther Suardiaz (2002), que arrenca d’una tesi escrita ja el 1973. Dotze anys després, Carme Plaza (1985a: 6-10; 1985b: 6-9) va escriure dos breus articles sobre la qüestió.

L’acció més òbvia la certifiquen els centenars de guies en català i altres llengües oficials o en castellà tant a l’Estat espanyol com a Amèrica del Sud a càrrec de diverses institucions i sobre diferents temàtiques (llenguatge administratiu sobretot, però també sobre esport, dret, llenguatge acadèmic, sanitat, educació, empresa i relacions laborals...). Només cal teclejar a Google “guies de llenguatge inclusiu”, “guies de llenguatge no sexista” o expressions similars i veure’n els resultats. No és una pràctica nova, pensem per un moment en les diferències entre el llenguatge de l’Administració durant la dictadura franquista i aquest mateix llenguatge ara.

Durant aquests cinquanta anys ha estat relativament habitual que algú decideixi que en un determinat formulari en lloc de posar, per exemple, “l’interessat”, s’hi posi “la persona interessada”, perquè tothom es pugui sentir identificat amb la redacció; o, que per les mateixes raons, es recomanin determinades formes genèriques; o que quan s’ofereixin llocs de treball hi hagi de constar tant el femení com el masculí.

Un dels documents essencials on es va dur més a l’extrem el llenguatge inclusiu és la Constitució de Veneçuela del 2020 i per extensió en documents adjacents. No sense acerbes crítiques, es va decantar per incloure les dones sempre que calgués per “contribuir a garantizar que la igualdad de las mujeres y los hombres sea real y efectiva en el uso del lenguaje” (Ley Para La Promoción y uso del Lenguaje con Enfoque de Genero, 2021).

Quan anomena qui pot ocupar càrrecs, sempre detalla les dues possibilitats: “Presidente o presidenta, vicepresidente o vicepresidenta, magistrado o magistrada, procurador o procuradora, defensor o defensora, diputado o diputada, gobernador o gobernadora, juez o jueza [...] (Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, 2020). Si tenim en compte que una constitució no és una novel·la, ni un poema, que no es llegeix per elevar l’esperit, les dobles formes semblen oportunes, no fos cas que en algun moment algú emparant-se que el text està en masculí intentés expulsar les dones d’aquests càrrecs, cosa que al llarg de la Història ha passat més d’una vegada (recordem les moltes vegades que ciutadà no ha inclòs cap ciutadana ni els seus drets).

Un altre àmbit fonamental on hi ha hagut acció voluntària (per a contracor que s’emprengués) és en uns documents tan simbòlics i fonamentals com són els diccionaris. Primer als escolars, després fins i tot als diccionaris normatius; és a dir, els més prescriptius. A l’Estat espanyol el pioner va ser el Diccionari de la llengua catalana de l’Institut d’Estudis Catalans; fa uns trenta-cinc anys es va començar a treballar en la primera edició editada finalment el 1995. Sis anys més tard, el 2001, es va publicar revisat el Diccionario de la Lengua Española de la RAE i l’ASALE. En tots dos, la iniciativa tenia, en principi, la voluntat d’intervenir-hi globalment; van arribar on van arribar, però va ser un començament[4]. En aquest moment, les seves edicions en línia permetrien implementar canvis amb gran celeritat però una altra cosa n’és la voluntat. El 2018, l’Euskaltzaindia (Reial Acadèmia de la Llengua Basca) va abordar la proposta d’adaptar alguns termes del diccionari a una societat menys sexista. No em consta que la Real Academia Galega o l’Academia de la Llingua Asturiana hagin revisat els respectius diccionaris.

El camp semàntic on més canvis hi ha hagut als diccionaris, i no és per casualitat, és als oficis, càrrecs i professions. D’una banda, perquè pertanyen a allò públic; de l’altra, els canvis a les societats en aquest àmbit són vertiginosos. És difícil poder pensar si hi ha advocades que pot no existir-ne la denominació; quan no n’hi havia era una denominació impossible: com que no n’hi havia, no calia el terme per dir-les.

Un bon termòmetre són els canvis que hi ha hagut als col·legis professionals, quan les professionals s’hi han adscrit. Així, el Col·legi d’Advocats de Lleida va passar a anomenar-se “Col·legi de l’Advocacia de Lleida” amb un genèric; en canvi, el de Tortosa va preferir una forma doble: “Col·legi d’Advocats i Advocades de Tortosa”. D’altres van optar per un ordre d’aparició de femení i masculí invers com el “Col·legi de Publicitàries i Publicitaris i Relacions Públiques de Catalunya”. Totes les subtils preferències i matisos que la llengua permet ben a gust.

Acció voluntària que, és clar, sempre ha d’anar en paral·lel als canvis i millores que hi ha a la societat en la consideració de les dones. Vegem, per exemple, què va passar amb les antigues APA (associacions de pares d’alumnes). En un primer moment, van passar a anomenar-se AMPA, més tard es va crear AFA (associacions de famílies d’alumnat), més inclusiva encara. La llengua no ha canviat, les associacions es continuen dedicant al mateix. Les mares hi han participat sempre; és a l’inrevés, potser són els pares els que molt lentament s’hi van incorporant més. És evident, doncs, que l’arrel d’aquesta visibilització és la valoració de la tasca que fan les mares i la seva voluntat i desig que es veiés reconeguda també en la llengua. Cosa que confirma la trena entre canvis socials i llengua, i que per existir plenament cal tenir un lloc a la llengua. Les coses valorades tenen nom.

 

La llengua, una realitat complexa

 

Després d’aquesta rastellera no exhaustiva d’accions cal dir que les llengües, des del moment que formen part d’una realitat més àmplia, estan influïdes per una sèrie de fenòmens, alguns dels quals van més enllà del que és purament lingüístic. A partir d’ara m’entretindré en alguns casos concrets perquè penso que potser aclariran més les coses que no pas les generalitzacions.

Per començar, és interessant constatar que en les llengües geogràficament més esteses, innoven més les lingüistes que treballen geogràficament més allunyades del “centre”, les “perifèriques”. En definitiva, les que tenen l’acadèmia més lluny. En el cas del francès, durant aquests cinquanta anys han proposat abans i més, per exemple, noves formes pel que fa a càrrecs i professions les estudioses de les zones francòfones de Suïssa o del Canadà que no pas les de França. No és estrany, doncs, que qui va fer el pas d’anar més enllà de marcar amb un article l’existència d’aviadores (la piloto) van ser professionals d’Amèrica del Sud que es “van inventar” directament pilotas. “[Margot Duhalde] Con una trayectoria aérea de 60 años, quien fuera la primera comandante de un avión comercial chileno y la fundadora de la Agrupación Mujeres Pilotas Alas Andinas, cumplió la singular celebración en la localidad de Melipilla, a 60 kilómetros al suroeste de Santiago” (EFE, 2000: 53).

Més a prop de la llengua, un altre factor que sovint s’utilitza per menysprear els avenços en la representació femenina és assimilar-los a la correcció política. Res més fal·laç.

Hi ha un llenguatge políticament correcte que es caracteritza per no anomenar les coses pel seu nom. En lloc de nana, persona petita (que, per cert, vol dir una altra cosa); en comptes de decreixement, la befa del creixement negatiu; en lloc de pobres, desfavorits. Incís personal: soc baixa; no soc d’alçada inadequada o inapropiada, ni baixeta (a ningú se li acudiria titllar una persona alta amb el diminutiu eufemístic i atenuant alteta).

El terme invàlid, utilitzat inicialment a l’exèrcit per als mutilats que ja no eren aptes per al servei, es va considerar ofensiu i es va canviar per minusvàlid, però, és clar, també estava impregnat de negativitat i es va canviar per discapacitat, després per persona discapacitada i fins i tot per un desficaci com persones amb capacitats especials. Sense adonar-se que els eufemismes que substitueixen termes malsonants tenen una vida limitada perquè ràpidament absorbeixen la càrrega pejorativa de la paraula que substitueixen. El terme puta, que significava noia o nena, va sorgir com a eufemisme i de seguida es va contaminar. El que ofèn, el que sona malament, no és la paraula, és el concepte i cap paraula pot amagar-lo. No té res a veure amb el desig que t’anomenin metgessa o advocada o simplement dona, si és que ho ets; és a dir, anomenar les dones pel seu nom. Podria afegir-s’hi que en realitat el llenguatge sexista és el llenguatge políticament correcte atès que no esmenta les dones pel seu nom sinó ambeufemismes”, perquè “eleva” les dones a una categoria superior, a la dels homes; al nirvana, vaja.

 

Sexe i gènere

 

La qüestió dels eufemismes no ha estat trivial aquests cinquanta anys. Hi ha una bona pel·lícula titulada On the Basis of Sex (EUA, 2018), dirigida per Mimi Leder, sobre Ruth Bader Ginsburg (1933-2020), la notòria jutgessa del Tribunal Suprem dels Estats Units. En la versió catalana es va traduir el títol per Per raó de sexe; és a dir, van respectar-hi la paraula sexe. En la versió castellana, en canvi, es va transmutar el títol per Una cuestión de género, on veiem que la paraula sexe es va traduir per gènere; és a dir, van descartar la paraula sexe que és la que sembla que corresponia.

Escollir una paraula o una altra és, doncs, una elecció (interessada).

La traducció lliure es practica en altres moments de la versió castellana; per exemple, quan tradueix una assignatura que imparteix Ginsburg, Sex Discrimination and the Law com a Discriminación de Género y Ley.

Se sol dir que l’anglès usa gender i no sex, i que, per tant, la totpoderosa llengua anglesa tradueix la paraula sexe, freqüent en les llengües romàniques, per gender. Queda, doncs, desmentit.

L’ús de la paraula sexe en el títol de la pel·lícula no hauria de sorprendre; recordem quina paraula clou la dinovena esmena (1920) de la Constitució dels EUA: “The right of citizens of the United States to vote shall not be denied or abridged by the United States or by any State on account of sex; és a dir, “...per raó de sexe”. No és cert, doncs, que el nostre sexe és el seu gender, que és l’argument que s’acostuma a fer servir quan es parla de la proliferació de la paraula gènere per substituir paraules específiques i ajustades a diferents contextos. És evident que en la majoria de les enquestes no et pregunten de quin gènere ets, sinó de quin sexe. Una altra cosa és que falti a l’enquesta una o més caselles per cobrir altres possibilitats.

El títol de On the Basis of Sex és un sintagma extret literalment de l’escrit de Ginsburg per defensar una de les moltes causes que va portar als tribunals i en la qual es basa la pel·lícula. El moment clau pel que fa a la llengua és quan, de sobte, la secretària que passa a net l’al·legat fa notar a la jutgessa que la paraula sexe surt a cada pàgina un munt de cops, una paraula una mica dura i malsonant —tabú, vaja—, i que potser seria millor canviar-la; s’entén que per no incomodar el tribunal i perquè se la prenguin seriosament. Així ho van fer, i l’escollida va ser gender. Literalment, un eufemisme.

Habitualment s’argumenta també que la paraula gènere, en relació a les expressions estudis de gènere, perspectiva de gènere, etc., és un calc de l’anglès, i en part ho és; però és que, a més, eviten —en el món acadèmic, en l’àmbit polític, etc.— una altra paraula forta i “malsonantcom seria, per a aquests dos casos, feminista (estudis feministes, perspectiva feminista). Una substitució eufemística similar a la de gender per sexe en l’escrit de la jutgessa Ginsburg. La tàctica, doncs, d’utilitzar un llenguatge neutre que passi desapercebut i que no molesti ningú. D’altra banda, que la paraula feminisme i derivades fereixin algunes orelles n’explica la vigència i l’extrema necessitat.

El que es desprèn dels avatars de la traducció del títol i de la intervenció de la secretària és que els eufemismes funcionen igual, com a mínim, en les llengües romàniques i en l’anglès. I el més important, influeix en les propostes i solucions per visibilitzar les dones.

 

Extralimitacions

 

Una altra qüestió a tenir en compte en abordar algunes denominacions és que de vegades es cometen excessos que en realitat mostren fins a quin punt només veiem els homes, fins a quin punt se’ls pot arribar a posar al centre i ocupar-lo sencer.

Analitzem, per exemple, la paraula monoparental. Hi va haver un temps en què algú deia que la paraula homosexual era una paraula discriminatòria perquè homo es referia a home, sense adonar-se que homo vol dir igual o homogeni. Amb monoparental penso que passa una cosa semblant; és a dir, hi ha qui s’oposa a monoparental i vol substituir-la per la denominació monomarental; al meu entendre, un error. Sobretot perquè una vegada més renunciaríem a la centralitat, a situar-nos al centre, i a homenatjar l’experiència femenina. Parental, que es relaciona amb parentiu (i no amb patern), ve de parere, de parir, com parenta, com parent; per tant, el terme monoparental no es refereix al pare, no és sexista. El terme mono s’utilitza en molts contextos i és evident que aquí parla d’una única persona; per tant, monoparental és adequat perquè indica que només una persona (parenta) és responsable d’aquesta organització familiar. Insisteixo que, en procedir de parir, abraça clarament una experiència femenina i renunciar-hi és amagar, negar o menysprear una experiència central per a moltes dones i regalar als homes tot el que té a veure amb el parentiu.

En començar, citava el geni de la llengua. Aquest geni fa que persona treballadora descrigui una característica o qualitat personal i no que s’estigui referint a treballadores i treballadors; és a dir, a una situació laboral. S’hauria de tenir molt present quan s'elaborin guies.

 

Gaies paraules

 

El cas de monoparental recorda el que va passar amb gai-a, paraula d’origen provençal que avui existeix a moltes llengües. La paraula denominava persones, tant dones com homes, amb preferències i inclinacions sexuals cap a algú del mateix sexe. Així consta al solvent diccionari d’anglès COBUILD. Poc a poc, es va tendir a utilitzar la paraula gai per als homes i la paraula lesbiana per a les dones. Un exemple paradigmàtic d’aquest ús (a més del fet que en general els col·lectius que s’autodenominen gai són només d’homes i els grups que s’autodenominen lesbians incorporen sense excepció només dones) el trobem als noms de les antigues Coordinadora Gai-Lesbiana de Catalunya o de la Federación Estatal de Gais y Lesbianas. És a dir, l’ús d’aquesta paraula tan bonica, musical, econòmica i eminentment alegre, molt versàtil, perquèflexió de gènere, s’ha restringit perillosament.

Segons el Dictionary of Slang and Unconventional English, la paraula gai-a agafa l’accepció d’homosexual cap al 1930 o potser abans. Fa poc va fer cinquanta anys que Dolores Klaich va suggerir (i ho corroboren altres) al revelador llibre Woman Plus Woman. Attitudes Toward Lesbianism que és molt probable que la paraula gai-a fos creada per Gertrude Stein (1874-1946). Stein la va fer servir profusament a l’escrit “Miss Furr and Miss Skeene”, inclòs a Geography and Plays (1922), on, molt al seu estil, juga constantment amb els diferents sentits de gai-a, inclòs el sentit d’homosexual: “Helen Furr i Georgine Skeene [...] vivien doncs molt normalment, sent doncs molt normals i sent doncs gaies. Van aprendre moltes maneres de ser gaies i eren doncs gaies sent molt normals i sent gaies [...]” (Stein, 1922: 8).

La narració està inspirada en una parella real i el 1933, Miss Squire (Miss Furr a la ficció) va escriure una carta des de Vence a Gertrude Stein i Alice B. Toklas en què deia: “[...] però ens encanta el paisatge i la proximitat de Niça i de la costa, que és gaia i sofisticada. A la senyoreta Furr li agraden les coses gaies, adora ser gaia i vol que tot el món i tot sigui gai. Molt tendrament vostra [...]” (Klaich, 1974).

Un cas de manual. Una pràctica femenina encarnada en una paraula es generalitza i finalment els homes se n’apoderen i les dones són expulsades d’una denominació originàriament i legítimament seva. L’apropiació i la restricció que pateix em sembla un robatori. La reivindico, per tant, com a genèrica.

I apunto que això de situar-nos al marge, a la perifèria, és una dels trets més tòxics del patriarcat respecte a (auto)denominar-nos. Una mostra lingüística de la nefasta idolatria cap als homes. Perdem la rica genealogia femenina, i en aquest cas concret neguem Stein; li neguem tota autoritat.

 

El sexisme de la lideressa

 

Un altre factor que té lamentablement un impacte molt fort en el llenguatge és el sexisme. No em refereixo als usos lingüístics sexistes com per exemple referir-se a dones i homes de manera inequitativa a partir dels noms i cognoms, o a l’ús de diminutius per minimitzar i familiaritzar les dones malgrat que el contingut no en digui res de dolent. Em refereixo a un concepte fonamental, el sexisme com una actitud caracteritzada pel menyspreu i la desvalorització, sigui per excés o per defecte, del que són o fan les dones[5].

Vegem com funciona a través de la llengua, no en els usos o formes, que són fàcils de modificar, sinó també en els continguts. Un cop més, potser un cas concret ho explicarà millor i serà més representatiu.

Recordaran que a finals del 2007 Esperanza Aguirre, llavors presidenta de la Comunitat de Madrid, es va proclamar “lideressa nacional” en una roda de premsa. “Pero Aguirre acabó con la cuña: ‘Como me consideran [en el partit] lideresa nacional, saldré mucho fuera de Madrid’ para acompañar al candidato, Mariano Rajoy (Moreno, 2007).

La premsa i els mitjans de comunicació tant en català com en castellà van reaccionar amb moderació i prudència davant aquest neologisme totalment innecessari. Vegem-ne un d’un diari català: “L’altra lideressa amb dificultats, Esperanza Aguirre, una referència per al sector més dur del PP, no concita els suports de Barberá” (Redacció, 2016).

I un en castellà: “La presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Esperanza Aguirre, se ha autoproclamado lideresa del PP a solo unos días de la convención nacional de su partido, pistoletazo de salida para la recta final de la campaña electoral que se inició el 15 de marzo de marzo de 2004 (Anon, 2007).

Força mitjans, La Voz de Galicia, El siglo de Europa, Noticias de Álava i un llarg etcètera van utilitzar l’expressió autoproclamada però no van fer cap comentari, ni sobretot cap comentari feridor o insultant.

 

La pertinença de membra

 

Mig any més tard, el juny de 2008, la ministra Bibiana Aido també va innovar en citar les membres en una comissió del Congrés on informava sobre el pla nacional de sensibilització i prevenció de la violència de gènere 2007-2008:Quiero agradecer a sus señorías la atención que me han prestado, estoy convencida de que el compromiso con la igualdad de los miembros y miembras de esta comisión será muy relevante a la hora de conseguir los objetivos que la sociedad española nos está reclamando”.

La reacció va ser esfereïdora. Extrec del remolí de porqueria algunes de les diatribes i insults que va rebre per part de tres periodistes indignats i escandalitzats pel fer d’usar una paraula d’ús comú al cap de poc temps.

En un mitjà en què es destacava la seva extrema joventut, un detall que no s’acostuma a esmentar en els ministres, la seva actuació es descrivia com un cop de peu a la llengua. “Bibiana Aído, la jovencísima ministra de Igualdad, ha empezado con mal pie su carrera política. De su bautismo en el Congreso, el pasado lunes, solo ha trascendido su patada al diccionario y a la RAE con aquella apelación a las miembras’ de la Comisión” (Forcada, 2008).

En un altre, l’autor del qual té una peregrina idea del que és el llenguatge políticament correcte i mostra una certa malvolença contra la igualtat, deia: “Tal vez Bibiana Aído, titular de un ministerio casi vacío de contenido, pase a la historia por la propuesta de que el Diccionario oficial incorpore el femenino miembra. Junto a la lógica rechifla, tan atrabiliaria proposición ha levantado aplausos entusiastas de los adictos a la llamada corrección política en el lenguaje” (Busquet, 2008).

Un altre que també s’esplaia amb ganes i fins i tot amb insults, també esmenta la joventut d’Aído, i es dedica a demostrar que a Amèrica Llatina no s’utilitza el terme. Alguns detalls.

 

“Burla, irritación, chanza, sonrojo, vergüenza, sarcasmo. Es lo que sintieron los iberoamericanos al conocer que la joven ministra española de algo tan abstracto como la Igualdad, Bibiana Aído, había afirmado que utilizó en pleno Congreso de los Diputados el término miembra porque se había familiarizado con él en una estancia en El Salvador. Según el chascarrillo de la joven ministra, en El Salvador sí se utiliza ‘una terminología similar’ [...]. En los países iberoamericanos se comparte y aplaude la opinión expresada por el académico Gregorio Salvador: ‘¡Es una vergüenza que una ministra de España utilice el español de esa manera! Me parece insultante, porque en América es donde puede producir más irritación una cosa de este tipo porque la atención, el cuidado y el mimo que suelen tener en la utilización de nuestra lengua común es generalmente superior al que se tiene en España’. Gregorio Salvador recalcó: ‘Eso solo se le puede ocurrir a una persona carente de conocimientos gramaticales, lingüísticos y de todo tipo’” (Ibarz, 2008).

 

Els atacs van ser tan pujats de to que fins i tot la premsa els va destacar. Vejam què en va dir una periodista.

 

“La palabra “miembra” es una incorrección. No figura en el diccionario de la Real Academia Española, que fija la norma. Proferirla es una “estupidez”, una “sandez” y una muestra de “feminismo salvaje”, según Javier Marías, Fernando Savater y Juan Manuel de Prada. Pocas veces un error gramatical con o sin intención desató tales diatribas contra una miembro del Gobierno como le está ocurriendo a Bibiana Aído, la primera ministra de Igualdad de la historia de España (Constenla, 2008).

 

Poc després l’expressió es trobava a la premsa sense que en pertorbés la comprensió a ningú, ni s’hagués de lamentar cap atac d’apoplexia.

 

“La ministra [...] dio por hecho su voto, en tanto que diputada del psc, contra el veto a los presupuestos sin esperar la decisión colegiada de la cúpula de los socialistas catalanes. Sin embargo, Chacón tampoco podía poner en duda en tanto que miembra del Gobierno, y, por lo tanto corresponsable del proyecto, su apoyo a las cuentas del Estado” (Redacción, 2008).

 

I encara més: sense que qui es va oposar a aquesta innovació i progrés amb insults i vexacions s’excusessin al més mínim quan miembra es va normalitzar (tal com va passar quan es van implantar els femenins ministra o presidenta). Un procediment ja clàssic.

Per cloure la qüestió, acabaré dient que la primera aparició que tinc recollida és de l’any 1987, més de vint anys abans de la intervenció de la ministra. La vaig trobar a Madre por un día, obra de teatre del Grupo de Arte Feminista Polvo de gallina negra de Maris Bustamante i Mónica Mayer. Un cop més, la innovació ve d’Amèrica Llatina, concretament de Mèxic.

 

Recapitulem

 

L’única incògnita és per quines raons van ser rebudes de manera tan diferent totes dues, diguem-ne, innovacions. Aguirre va optar en lideresa per una flexió innecessària atès que en líder el gènere es marca amb l’adjectiu, article, etc., la líder, el líder, com a taxista o a telefonista. Va tenir especial punteria en la flexió: és procliu a l’obsolència i tendent a marcar les experiències de les dones no com a diferents sinó com a escassament professionals i inferiors a les masculines. Per dir-ho d’alguna manera, va (auto)ridiculitzar el seu paper com a líder. Res no és més grat al patriarcat.

Al seu torn, Aído va “inventar” un femení amb terminació en -a, la més freqüent i productiva en les llengües romàniques, encara que no l’única, per a una activitat seriosa i ben considerada, fins i tot es podria dir que amb prestigi, com és formar part d’una comissió parlamentària (prohibida anteriorment a les dones) i això va doldre a qui preferiria veure les dones en llocs subalterns, però que en el cas d’accedir a càrrecs prestigiats, pensa que almenys haurien de tenir la deferència de (auto)anomenar-se en masculí. En aquest sentit, veiem que les grans polèmiques a l’hora d’implementar professions i càrrecs en femení no són en paraules com minera, jornalera, etc., sinó com cancellera (Merkel), ministra (Thatcher, ministres franceses), etc. Paraules, que com membra, no tenen cap dificultat lingüística per a la seva formació, però que corresponen a professions o càrrecs colonitzats pels homes i durant segles prohibits a les dones.

La flexió -essa és delicada, ja Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) i Carolina Coronado (1823-1911) van reflexionar sobre si era millor que les denominessin poetes o poetesses (que moltes coses han passat abans de fa cinquanta anys). La darrera denominació té un clar deix de menyspreu, com si les poetesses fossin unes diletants capaces només d’acoblar rodolins i no de fer poesia autèntica. Com sempre en aquests casos hi ha molts matisos; es pot argumentar que lideressa o poetessa marquen amb més força la feminitat i per això algunes dones les prefereixen, però la feminitat també es marca en frases comAido va ser una bona líder per a la llei de l’avortament” o “Carolina Coronado és una gran poeta romàntica”. D’altra banda, algunes poetes han reivindicat la denominació poetessa i li han donat la volta; de la mateixa manera que hi ha gaies que s’anomenen amb orgull amb paraules inicialment despectives o insultants com camionera o bollera.

Quan a principi dels anys noranta es va revisar el sexisme i l’androcentrisme del diccionari normatiu català, es va preguntar a les interessades (una manera excel·lent de procedir), a les poetes, com preferien ser anomenades i es van decantar per incloure’s en la forma invariable poeta; així es va fer i es va deixar al diccionari poetessa com a forma secundària amb una remissió a poeta.

Que no passi com amb gai-a o monoparental: no hi renunciem i regalem el títol de propietat de paraules com poeta i líder als homes. (Això no treu que si hi ha professionals que prefereixen poetessa o lideressa, que es troben a gust emprant-les, faran d’usar-les.)

La meva intenció en tractar els casos de membra i lideressa era deixar clar que a l’hora d’optar per solucions lingüístiques que aparentment només tenen a veure amb el llenguatge, altres aspectes de la realitat, en aquest cas de la ideologia, sobretot el sexisme i l’androcentrisme (que operen en qualsevol aspecte de la vida) tenen un paper fonamental que cal tenir en compte si volem entendre el que passa.

Per acabar, esmentaré el cas d’aquelles professionals que prefereixen ser denominades en masculí. No comparteixo l’estratègia, però n’entenc l’elecció. Pensen que és una llàstima haver-se esforçat tant per ser finalment una mera enginyera o una simple doctora i no atènyer la brillant condició i l’autoritat d’enginyer o doctor, títols molt més seriosos que a més les eleva per sobre de la servitud de ser “només” una dona. És androcentrisme en estat pur, i ja hem vist com opera el sexisme a les professions.

Recordem que l’androcentrisme consisteix en un punt de vista orientat pel conjunt de valors dominants en el patriarcat, per una percepció centrada en allò masculí. Creure que les experiències masculines inclouen i són la mesura de les experiències humanes; per tant, la mirada androcèntrica valora només el que és masculí. En considerar que els homes són el centre del món i el patró per mesurar qualsevol persona, presenta la vida de les dones com una desviació de la norma.

Ser conscient d’aquesta òptica és bàsic per analitzar la realitat amb un mínim de rigor. És molt útil i necessari, insisteixo, tenir-la present per a tot tipus de qüestions lingüístiques. En els darrers cinquanta anys s’ha avançat molt en l’anàlisi i aplicació d’aquests dos conceptes. I no tan sols en la reflexió sinó també en solucions per superar-los.

 

Una de freda i una de calenta

 

Un aspecte més de l’onada reaccionària general —que va pujant de to i perillositat— és la irracional ràbia que desperta sobretot en la dreta el llenguatge inclusiu. La política institucional no se’n salva, al contrari, es concreta en diferents llocs. Si ens limitem a les llengües llatines, constatem que a final del 2021 el govern del PP i Vox de la comunitat de Múrcia van reclamar l’ expresa prohibición del llamado ‘lenguaje inclusivo’ (Cabrera Catanesi, 2021) en l’Administració i, potser encara més greu, en l’Educació. Dos anys després, el novembre del 2023, el pompós president de França, Emmanuel Macron, també el va prohibir.

El juliol del 2024, a Itàlia, un senador de la Lega proposa una llei per “abolir l’ús del femení en els actes públics” (Anon, 2024), sobretot pel que fa a càrrecs i professions (com sempre, les prestigiades), amb multes de fins a cinc mil euros per escriure síndica o advocada.

La lingüista Alma Sabatini (1922-1988) s’estiraria els cabells en veure com s’escup sobre els avenços que va consignar i proposar a l’indispensable i pioner Il sessismo nella lingua italiana (Sabatini, 1987), escrit fa gairebé cinquanta anys i en el qual totes ens vam abeurar.

Sense abandonar la política, és interessant i il·lustratiu veure com la repressió i les prohibicions conviuen amb reivindicacions de gran envergadura; així, l’1 d’octubre del 2024, Claudia Sheinbaum, en l’acte solemne de la presa de possessió com a presidenta de Mèxic, va fer un emocionat i encertat cant a la visibilització. Cito literalment.

 

“Dije que el pueblo fue muy claro al decir este 2 de junio, es tiempo de transformación y es tiempo de mujeres. Durante mucho tiempo, las mujeres fuimos anuladas [...]. Hoy sabemos que las mujeres participaron en las grandes hazañas de la historia de México desde diferentes trincheras, y también sabemos que las mujeres podemos ser presidentas, y con ello hago una respetuosa invitación a que nombremos presidenta [alarga con intención la a], con -a al final, al igual que abogada, científica, soldada, bombera, doctora, maestra, ingeniera..., con -a. Porque como nos han enseñado, sólo lo que se nombra, existe (Sheinbaum Pardo, 2024) [A partir del minut 37:28].

 

Contrastos té la vida. La Història avança a un ritme desigual, de vegades sembla que a tomballons, de vegades, en ziga-zaga, o fent dos passos endavant i un (o més) enrere. No cal afegir gaire al parlament de la presidenta i científica Sheinbaum, potser lloar-li l’exactitud i precisió, el bon gust, en les professions que va escollir per demostrar que tant aquests quefers com les denominacions són patrimoni de les dones.

Podem anar una mica més lluny. De vegades, les institucions o acadèmies que vetllen per la llengua intenten prescriure sobre el llenguatge inclusiu (o impedir-lo). L’última vegada que es va fer a l’Estat va ser el 20 d’octubre del 2023. La Secció Filològica de l’IEC va aprovar en reunió plenària el document El llenguatge inclusiu: compatibilitat dels recursos estilístics dels usos no sexistes amb la normativa lingüística (Secció Filològica de l’IEC, 2023). En dedica el primer apartat al masculí, al qual considera no marcat, creença que l’agermana, com a mínim, amb les acadèmies de les altres llengües romàniques, inclosa la RAE.

Però en un altre apartat parla que per visibilitzar les dones a la llengua, el català (es pot ampliar al castellà) disposa de diversos recursos lingüístics que no contravenen la normativa.

Un dels quals és l’ús de formes dobles. Cosa sorprenent: si creuen que el masculí és genèric, les haurien de rebutjar perquè no calen. Aclareix, però, que es poden usar “en alguns contextos” i sense “abusar-ne”. Dos criteris subjectius. ¿Qui decideix que el context ho permet? ¿Totes les i els parlants tenen la mateixa percepció del que és un abús? Un dels exemple és: “Entrevistarem les enginyeres i els enginyers del projecte”. Estic segura que hi ha qui diria que és un abús.

Val a dir que la vigília del 8 de març del 2012, les tres acadèmiques i vint-i-sis acadèmics que van assistir al Ple de la Real Academia Española del dia 1 van subscriure un informe redactat per Ignacio Bosque titulat Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, que va aixecar una gran polseguera. Molt congruent amb la posició de l’IEC, en la redacció de l’informe es van utilitzar diverses dobles formes, just la incorrecció que blasmaven i que pretenien eliminar.

El document de l’IEC continua explicant que quan es desdoblen noms modificats per un mateix adjectiu, no cal desdoblar-lo, “Els socis i (les) sòcies implicats en l’estafa hauran de declarar”. Doncs , hi ha nombroses guies sobre llenguatge inclusiu que fa temps que proposen aquesta fórmula.

En un altre ordre de coses, tots dos diccionaris normatius inclouen un gran nombre d’oficis que tenen en compte i respecten les professionals. Femenins que temps enrere (al·ludint a allò que denominaven el “sexe del referent”) consideraven propis d’analfabetes i/o de feministes.

Veiem, doncs, que algunes institucions acadèmiques fins i tot comencen a apropiar-se tímidament del llenguatge inclusiu. Benvingudes siguin. També cal destacar que les guies de llenguatge inclusiu marquen el camí, per exemple, en l’apartat de paraules col·lectives, que tots dos diccionaris ja reconeixen i adopten, quan no fa gaire criticaven aquest tipus de paraules, sobretot si no eren de les encunyades.

Finalment, partits d’esquerra (CUP, Comuns, Sumar, Podemos...) han pres la decisió política d’intentar autodenominar-se en femení.

 

Noves formes per dir-nos

 

A les millores cal sumar-hi que els darrers anys han emergit i s’han concretat una sèrie d’euforitzants i imaginatives propostes per visibilitzar les dones i les seves potències. Curiosament, uns canvis no induïts per ningú: és a dir, els millors, els òptims. S’ha parlat al principi d’aquestes línies que en llengua es poden produir canvis perquè algú els promou o suggereix, contràriament a això, els que es veuran a continuació sónespontanis”; ningú, cap guia, els ha proposat però és clar que responen a canvis profunds en la societat. De vegades, són tan grans que costa de percebre’ls. En concretar-se a la llengua, veiem que la llengua s’erigeix en notària d’una realitat canviant. Són a més els canvis on millor es pot veure la profunda relació entre contingut i forma.

En efecte, les maneres concretes que va adoptant actualment la llengua per visibilitzar les dones responen a una percepció diferent de qui som o de què fem les dones, a d’altres maneres d’habitar el món, a una manera d’estar-hi més còmoda i van molt més enllà de les barres, les formes genèriques, les formes dobles, els asteriscs (més tard substituïts per les arroves), les crosses que ens van permetre començar a caminar fa cinquanta anys. N’enumeraré algunes.

 

En primera persona: una

Encara que en res i menys en la llengua hi ha comportaments uniformes, es pot apuntar que fa cinquanta anys la major part de les dones ens referíem a nosaltres mateixes amb un un (“un pensa...”) i es feia servir una quan l’experiència només podia ser específicament femenina (“quan una té la regla...”). De mica en mica vam començar a autodenominar-nos en femení (“una es pregunta si...”, “de cara a conèixer-se una mateixa”). La primera pista la vaig trobar fa trenta anys en un article de Maruja Torres (1995: 6), on afirmava que Una se hizo periodista para ver mundo [...]”, on és evident que no parlava només d’una experiència personal o només femenina sinó universal. Com aquest altre: “Una aprén a lluitar amb les pitjors coses imaginables, trobar l’esperança i tirar endavant” (Toledo, 2008: 5). Aquest article una tan significatiu no ha fet més que créixer exponencialment aquests darrers anys.

 

En primera persona: adjectius i substantius

Evidentment, té correlats. Es concreta també en l’ús de substantius i adjectius en femení. “Desde el estreno de Días felices he dedicado mi energía en el teatro a trabajar en esta inmovilidad móvil. [...] Funciona. [...] Como una malabarista tirando tres pelotas al aire sin parar de dar vueltas. Cuando diriges a Beckett, estás obligada a crear algo nuevo y distinto a lo que se ha hecho(Novell, 2005: 4-5). Es refereix a una experiència compartida per tots dos sexes, però com que parla a partir d’ella, estableix la comparació amb una malabarista i no amb un. A continuació, i per la mateixa raó, l’adjectiu femení pot englobar directores i directors. Potser ens indica un camí: l’ús del femení si qui parla és una dona i del masculí si el que parla és un home.

 

Concordances inusitades

Aquest posar-se al centre, aquest parlar des de si mateixa s’encomana a les concordances. Pensàvem que una paraula com algú només podia concordar en masculí i vet aquí que trobem concordances com la següent: “Sin duda, es una de las grandes filántropas españolas [...]. Ella pensaba que le iban a pedir cuentas cuando muriera y que tenía que estar preparada para este momento”, afirma rotunda alguien que la conoció muy de cerca” (Pérez Ramírez, 2010: 27).

 

Femení “universal o genèric

Aquesta fórmula de visibilitzar les dones, de no amagar-les, ens duu a un altre canvi radical per la senzillesa i economia. Em refereixo a l’ús del femení per abastar un grup humà compost per persones de tots dos sexes: “Schulman alega que los lectores y estudiosos de la obra de Moore “deben” conocer esos ensayos previos y “deben” hacerlo en orden cronológico. Es evidente mi absoluto desacuerdo con ese criterio exhumatorio, que contraviene el derecho elemental de la poeta a definir los límites y el contenido de su obra” (Moore, 2010: 8). Òbviament afirma que tant una com un poeta tenen dret a definir el contingut de la seva obra.

 

Masculíespecífic

Com un mirall i en paral·lel, si es parla d’una experiència masculina, sol especificar-se cada cop amb més freqüència i, així, on abans s’hauria fet passar la part pel tot, ara es concreta més fidelment la realitat. Vegem-ne un exemple paradigmàtic: “Fue la aparición de las masas como nuevo sujeto de la política y la correlativa universalización del sufragio masculino lo que especializó al político como un profesional del poder” (Juliá, 2015). No fa gaire temps no s’hauria afegit masculí a sufragi obviant que el tenien prohibit a les dones i menyspreant així la seva experiència.

 

Alternació de femení i masculí

Aquest recurs per visibilitzar les dones cada vegada és més present tant a la premsa com a altres àmbits: “Una és que, als teatres d’òpera s’ajunten els millors i més variats oficis del món i hi brillen: electricistes, maquilladors, sabateres, fusters, sastres, músiques [...] taquillers, afinadores, cineastes, càmeres i molts més” (Coderch, 2020).

 

La major part d’aquests canvis apunten cap a direccions noves i optimistes. Van més enllà de visibilitzar les dones amb dobles formes i formes genèriques. Insisteixo que són canvis no induïts, responen a la voluntat i al desig de dones ben diverses de representar-se i de tenir un lloc a la llengua. Com a creadora de guies no puc més que alegrar-me que els recursos i solucions més belles, més pràctiques, més econòmiques i més imaginatives surtin de qui parla i no de qui d’una manera o altra proposa des de dalt. Les guies van, doncs, amb la llengua fora darrere de les i els parlants, com ha passat i passa en qualsevol canvi important a la llengua.

L’ús de la paraula una o el de substantius o adjectius femenins per autoreferenciar-se implica utilitzar la llengua de manera diferent segons el sexe.

Les concordances inusitades mouen combinacions que semblaven impossibles. El femení amb valor universal o genèric i el masculí específic són dues cares d’una mateixa moneda per incloure o excloure. L’alternació de femení i masculí invita a imaginar que tots dos puguin ser genèrics: l’un ho és perquè l’altre també ho és. Tot un canvi de paradigma. Fórmules que mostren una vegada més que la llengua no tan sols reflecteix la societat que el parla, sinó que en condiciona el pensament, les maneres d’emancipar-se, el desenvolupament social i la imaginació. Li dona ales.

Per concretar. Penso que per avançar en una llengua que inclogui les dones i les seves experiències cal incidir i insistir en tres aspectes fortament interrelacionats entre si que hem anat veient.

 

a) reconèixer sempre la feina de les qui ens van precedir, de les nostres ancestres, perquè no se n’esborrin les traces i perquè ens mostrin les senyes, i perquè puguem constituir una baula més de la plena tradició femenina;

 

b) ser conscients, per tant, que la ignorància de qui són i dels seus assoliments, una llarga genealogia (que de vegades es presenta com acabada d’inventar), parla no del passat sinó sobretot dels esbiaixats paràmetres actuals i de la nostra imperfecció. De la criptogínia, aquest fenomen recurrent al llarg de la història a la major part de les cultures que es caracteritza per l’ocultació de les dones i referents femenins en els diferents àmbits de la societat, especialment els de més prestigi;

 

c) aquests reconeixement i coneixement només es podrà dur a terme si paral·lelament a això i al reconeixement imprescindible de l’autoritat femenina, deixem d’adorar el patriarcat. Aquesta devoció que ens fa posar allò masculí al centre, sobrevalorar-lo i veure’l com el cànon. Per entendre’ns i acabar amb un cas de llengua: no són més dignes les denominacions en masculí que en femení, no per fer-te anomenar pintor seràs més que una pintora; és possible, a més, que no per denominar-te pintor et vegin més que com una “dona que pinta”.

 

Penso que no m’erro si dic que són tres puntals que el feminisme hauria de tenir sempre ben presents siguin quins siguin els àmbits i els camps que abordi.

 


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[1] Se puede visualizar o descargar la versión de este artículo en catalán en el siguente enlace: Versión catalana.

[2] Para el diccionario normativo castellano: Lledó (Coord.), Calero y Forgas (2004). Para el catalán y el castellano: Lledó (2000).

[3] Para los conceptos de sexismo y androcentrismo un documento accesible en: Lledó (2009).

[4] Per als diccionaris normatius català i castellà: Lledó, Eulàlia (2000). Per al diccionari castellà: Lledó (Coord.), Calero i Forgas (2004).

[5] Per als conceptes de sexisme i androcentrisme un document accessible a Lledó, Eulàlia (2009).