Las palabras
para decirnos. La íntima relación entre lengua y feminismo
Words to tell of ourselves. The intimate relationship between language and feminism
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Eulàlia Lledó Cunill |
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Escritora - España |
Resumen
El artículo repasa los caminos que durante los
últimos cincuenta años ha transitado el lenguaje inclusivo y las nuevas
posibilidades que brinda para visibilizar a las mujeres y sus logros en una
lengua más libre. Enumera una serie de acciones voluntarias sobre la lengua,
algunas anteriores a los últimos cincuenta años. A partir de algunos ejemplos,
intenta mostrar, por un lado, la complejidad de las relaciones entre la lengua
y otros aspectos de la realidad, en principio, alejados y, por otro, algunos
parámetros ideológicos que convergen en ella y que, por tanto, deben tenerse en
cuenta. Aborda el papel de algunas instituciones académicas y políticas, tanto
a favor como en contra. Se cierra con ejemplos de nuevas formas para decirnos.
Palabras clave:
lengua, lenguaje inclusivo, acción
voluntaria sobre la lengua, nuevas formas de visibilizar.
Abstract
The article reviews paths taken
by inclusive language over the last
fifty years and the new possibilities it offers to make
women and their achievements visible in a freer language. It presents
a series of voluntary actions
on language, some prior to the last fifty years.
Using some examples, it attempts
to show, on the one hand, the
complexity of the relationships between language and other initially distant aspects of reality. On the other
hand, some converging and shaping ideological parameters also must be taken
into account. It approaches the
actions of some academic and political institutions, both in favor and against. It concludes
with examples of new ways to tell of ourselves.
Keywords: language, inclusive language, voluntary action on language, new ways of making women visible.
Las palabras para decirnos. La íntima
relación entre lengua y feminismo[1]
Vaya por delante que en estas líneas cuando se hable de lenguaje
inclusivo o de lenguaje no sexista me refiero a aquel lenguaje que tiene en
cuenta a las mujeres, que no las omite, que las valora tanto a ellas como a sus
experiencias. Mi dedicación y mi interés han sido sobre todo nombrar y
visibilizar a las mujeres.
Quiero decir con ello que no hablaré de los intentos y las maneras
de un lenguaje que incluya o cite a aquellas personas que no se sienten
representadas ni por el femenino ni por el masculino. Aquello que se está
conviniendo en denominar lenguaje no binario. Para simplificar, añadir un todes a todas y todos. Si en algo soy experta,
no es en este nuevo lenguaje.
Parto de la base de que todo el mundo, cualquier persona, tiene derecho
a ser nombrada de una manera con la que le sea grato identificarse, a ser
nombrada como quiera, pero tengo mis dudas de que este tipo de lenguaje se
implante. Seguro que sí como argot entre la gente y los grupos implicados en
esta lucha; seguramente determinados términos pasaran al común de la lengua;
pero en general, lo dudo. Sobre todo porque las propuestas del lenguaje
inclusivo (entendiendo como tal, insisto, el que visibiliza a las mujeres) se
sirven de los mecanismos que brinda la propia lengua; no fuerza su estructura,
ni la afecta porque usa las muchísimas combinaciones presentes ya en la lengua.
Por ejemplo, cuando no hace tanto hubo una primera cancillera alemana, fue fácil nombrarla porque
previamente existía lavandera; es decir, estamos delante de una formación regular
de femenino y masculino. Que existiera gerencia, dio pie al neologismo dirigencia; la creación de la
palabra alumnado es la extensión lógica
de una previa como electorado. La doble forma profesoras y profesores combina dos palabras
preexistentes con la partícula de coordinación y que brinda también la propia
lengua.
No sé si le o les prosperarán como artículos determinados,
especialmente si se tiene en cuenta que coinciden con pronombres ya existentes;
veremos si la lengua, que tiene su propio genio, permite ese tipo de
ingeniería. Por lo que he ido viendo, los documentos y discursos orales de
lenguaje no binario no suelen ser coherentes (aunque soy bien consciente de que
siempre que se empieza a innovar en la lengua los documentos no suelen serlo),
a lo que no es ajeno que en un sintagma como “profesores en funciones” no se sepa si es un masculino o
un final en -es con intenciones no binarias puesto que ambas formas
coinciden. Habrá que ir viendo cómo se conjuga la necesidad y el deseo de que
te nombren y las posibilidades de la lengua.
Antes de cincuenta años antes
Afortunadamente el empeño
(y los logros) por un lenguaje que nombre a las mujeres, que no las subordine
ni las invisibilice, empieza mucho antes de hace cincuenta años. Es
imprescindible recordarlo para no caer en el maligno mito del evismo de raíz patriarcal, ese olvido interesado de lo bien
y lo mucho que hicieron nuestras ancestras en cualquier ámbito. También, desde
luego, en la lengua.
Me referiré a ello
someramente. En primer lugar, sabemos que se usan dobles formas para
visibilizar a las mujeres desde los albores de la lengua castellana. Se puede
comprobar, por ejemplo, en los muy conocidos versos del Poema del Cid,
datado hacia el 1200: “exien lo veer
— mugieres e varones, / burgeses
e burgesas, — por las finiestras
sone” o en los también anónimos Romances
fronterizos (1407): “y los viejos y las viejas
- los meted todos a espada, / y los mozos y las mozas - los trae(d)
en la cabalgada”.
En segundo lugar, la
diputada y abogada Clara Campoamor (1888-1972) casi cincuenta años antes de los
últimos cincuenta años, y no por casualidad, afinaba absolutamente al
visibilizar experiencias femeninas, en este caso derechos, a través de la
lengua; por ejemplo, en la redacción del artículo 25 de la Constitución de
1931. Me entretendré en ello porque sitúa en su punto justo estrategias de
visibilización bien presentes a lo largo de los últimos cincuenta años.
Campoamor argumentó la sustitución de los dos párrafos siguientes, “No
podrá ser fundamento de privilegio jurídico: el nacimiento, la clase social, la
riqueza, las ideas políticas y las creencias religiosas.
Se reconoce en principio
la igualdad de derechos de los dos sexos” (Campoamor, 1981: 94).
Por este otro que elimina
además el capcioso “en principio” del segundo párrafo: “No podrán ser
fundamento de privilegio jurídico el nacimiento, el sexo, la clase
social, la riqueza, las ideas políticas y las creencias religiosas” (Campoamor,
1981: 95).
Una vez redactado así el
dictamen, Campoamor se opuso a una enmienda que proponía su supresión porque
entendía su promotor que el artículo 2.°, “Todos los españoles son iguales ante
la ley”, ya contenía el artículo 25.
Campoamor argumentó que el masculino los
españoles era un redactado peligroso. Yendo más lejos demostró que incluso
una redacción con la palabra genérica persona no garantizaría los
derechos de las mujeres y consiguió que quedasen explícitamente especificadas
con la expresión el sexo que consiguió, como hemos visto más arriba,
introducir en el artículo 25.
La coeducación lo muestra también con claridad. Por
ejemplo, aunque excelentes, no siempre son útiles genéricos como alumnado
o profesorado para “ver” a alumnas y profesoras, o que en literatura, no
hay que fiarse de entrada de otro genérico como trovadoresca: habrá que
hablar antes de las trovadoras para que se puedan percibir luego
incluidas en ese genérico.
Formas genéricas que encontramos ya, junto con
dobles formas, en documentos coetáneos a Campoamor poco susceptibles de ser
considerados feministas como alguna Real Orden del Ministerio de Instrucción
publica y Bellas Artes: “Ascensos del personal del Magisterio nacional
primario”, “Ídem Íd. del Profesorado de las Escuelas Normales de Maestros
y Maestras” (Gaceta de Madrid, 1931: 359).
Dos años más tarde, en 1933, en un modelo de certificado de la Escuela
de Administración Pública de Cataluña se contemplaba que una mujer pudiera
inscribirse: inscrit_; es decir, con
algo similar a una barra.
Diecisiete años más tarde del empeño de Clara Campoamor,
una red de ilustradas bien avenidas consiguieron
visibilizar a las mujeres en la Declaración Universal de Derechos Humanos
(1948). Entre las de lenguas latinas, Minerva Bernardino de la República
Dominicana, diplomática y promotora de los derechos de las mujeres, o la
brasileña Bertha Lutz, naturalista, zoóloga y pionera
del feminismo.
Bernardino
hizo notar que la manera correcta de referirse a ellas no era un Estimadas
señoras sino un delegadas; en la actualidad quedan vestigios de ese
desprecio (es decir, que te “estimen” mucho pero oculten tu quehacer).
Bernardino y otras lograron reemplazar el artículo 1: “Todos los hombres
nacen libres e iguales”, por “Todos los seres humanos nacen
libres e iguales”, y revisaron toda la Declaración para que fuera inclusiva.
Nos suena, ¿verdad?
Su labor puso de manifiesto que la acción
voluntaria sobre la lengua no sólo es posible sino que es encomiable y
altamente útil.
Acción
voluntaria sobre la lengua
Ha habido un ingente trabajo de acción voluntaria
sobre la lengua en muchas esferas distintas también durante los últimos
cincuenta años. Todos los ámbitos de la Administración, las universidades, la
Educación obligatoria y un sinfín de empresas en mayor o menor grado, con mayor
o menor fortuna, han laborado en este sentido. Se han creado organismos para
asesorar sobre lengua; quizás el grupo NOMBRA, la Comisión asesora sobre Lengua
del Instituto de la Mujer, constituida hace más de treinta años, en junio de
1994, fue la primera. Su primera guía se editó en 1995.
Evidentemente, la literatura y el ensayo sobre la
cuestión no tiene fin y es absolutamente compleja y variada. Me limitaré a
citar la obra de una pionera de esos últimos cincuenta años. Me refiero a El sexismo en la lengua española de Deloa Esther Suardiaz (2002), que
parte de una tesis escrita ya en 1973.
La acción más obvia la certifican los cientos de
guías en castellano tanto en el Estado español como en Sudamérica a cargo de
muy diversas instituciones y sobre distintas temáticas (lenguaje administrativo
sobre todo, pero también sobre deporte, derecho, lenguaje académico, sanidad,
educación, empresa y relaciones laborales...). Sólo hay que teclear en Google “guías
lenguaje inclusivo”, “guías lenguaje no sexista” o expresiones similares y ver
los resultados. Respecto a la Península, también se constata en los centenares
de guías en las otras lenguas oficiales. No es una práctica nueva, pensemos por
un momento en las diferencias entre el lenguaje de la Administración durante la
dictadura franquista y este mismo lenguaje en la actualidad.
Durante estos cincuenta años ha sido relativamente
habitual que alguien decida que en un determinado formulario en lugar de poner,
por ejemplo, “el interesado”, ponga “la persona interesada”, para que todo el
mundo pueda sentirse identificado con la redacción; o, que por las mismas
razones, se recomienden determinadas formas genéricas; o que tengan que constar
tanto el femenino como el masculino cuando se ofrezcan puestos de trabajo.
Un de los documentos esenciales donde se llevó más
al extremo el lenguaje inclusivo es la Constitución de Venezuela de 2020 y por
extensión en documentos adyacentes. No sin acerbas críticas, se decantó por
incluir a las mujeres siempre que fuera necesario para “contribuir a garantizar
que la igualdad de las mujeres y los hombres sea real y efectiva en
el uso del lenguaje” (Ley Para La Promoción y uso del
Lenguaje con Enfoque de Genero, 2021).
Cuando nombra a quienes pueden ocupar cargos,
pormenoriza siempre las dos posibilidades: “Presidente o presidenta,
vicepresidente o vicepresidenta, magistrado o magistrada, procurador o
procuradora, defensor o defensora, diputado o diputada, gobernador o gobernadora, juez o
jueza [...]” (Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, 2020).
Teniendo en cuenta que una constitución no es una novela, ni un poema, que no
se lee para deleitarse, parecen oportunas las dobles formas, no sea que en
algún momento alguien amparándose en que el texto está en masculino intentara
expulsar a las mujeres de estos cargos, cosa que a lo largo de la Historia ha
ocurrido más de una vez (recordemos las muchas veces que ciudadano no ha
incluido a ninguna ciudadana ni sus derechos).
Otro ámbito fundamental donde ha habido acción
voluntaria (por a regañadientes que se emprendiera) es en unos documentos tan
simbólicos y fundamentales como son los diccionarios. Primero en los escolares,
luego incluso en los diccionarios normativos; es decir, los más prescriptivos.
En el Estado español, el pionero fue el Diccionari de la llengua catalana del Institut
d’Estudis Catalans; hace
unos treinta y cinco años se empezó a trabajar en su primera edición editada
finalmente en 1995. Seis años más tarde, en 2001, se publicó revisado el Diccionario
de la Lengua Española de la Real Academia Española y la ASALE. En ambos la
iniciativa tenía, en principio, la voluntad de intervenir globalmente; llegaron
donde llegaron, pero fue un comienzo[2]. En este momento sus
ediciones en línea permitirían implementar cambios a gran celeridad pero otra
cosa es la voluntad. En 2018, la Euskaltzaindia (Real
Academia de la Lengua Vasca) abordó la propuesta de adaptar algunos términos de
su diccionario a una sociedad menos sexista. No me consta que la Real Academia
Galega o la Academia de la Llingua Asturiana hayan
revisado sus respectivos diccionarios.
El campo semántico donde más cambios ha habido en
los diccionarios, y no es por casualidad, es en los oficios, cargos y
profesiones. Por un lado, porque pertenecen a lo público; por otro, los cambios
en las sociedades en este ámbito son vertiginosos. Es difícil poder pensar si
hay abogadas que esta denominación no existe; cuando no las había era una
denominación imposible: como no las había, no se necesitaba en absoluto el
término para decirlas.
Un buen termómetro son los cambios que ha habido en
los colegios profesionales, cuando las profesionales se han adscrito a ellos.
Así, el colegio de abogados de Lleida pasó a denominarse “de la Abogacía
de Lleida” con un genérico; en cambio el de Tortosa prefirió
una forma doble: “de Abogados y Abogadas
de Tortosa”. Otros optaron por un orden de aparición de femenino y masculino
inverso como el “Publicitarias y Publicitarios y
Relaciones Públicas de Cataluña”. Todas las sutiles preferencias y matices que la
lengua permite bien a gusto.
Acción voluntaria que, claro está, siempre tiene
que ir en paralelo a los cambios y mejoras que hay en la sociedad en la
consideración de las mujeres. Veamos, por ejemplo, qué ocurrió con las antiguas
APA (asociaciones de padres de alumnos). En un primer momento, pasaron a
denominarse AMPA, o sus variantes (AMYPA/APYMA), más tarde se creó AFA
(asociaciones de familias de alumnado), más inclusiva aún. La lengua no ha
cambiado, las asociaciones siguen dedicándose a lo mismo. Las madres han
participado siempre; es al revés, tal vez son los padres los que muy lentamente
se van incorporando más. Es evidente que la raíz de esta visibilización es la
valoración de la labor que realizan las madres y su voluntad y deseo de que se
viera reconocida también en la lengua. Lo que confirma la trenza entre cambios
sociales y lengua, y que para existir plenamente es necesario tener un lugar en
la lengua. Las cosas valoradas tienen nombre.
La
lengua, una realidad compleja
Después de esta ristra no
exhaustiva de acciones es necesario decir que las lenguas, desde el momento que
forman parte de una realidad más grande, son influidas por una serie de
fenómenos algunos de los cuales escapan a lo puramente lingüístico. A partir de
ahora, me entretendré en algunos casos concretos porque pienso que quizás
iluminan más que las generalizaciones.
Para empezar, es
interesante constatar que en lenguas geográficamente muy extendidas, innovan
más las lingüistas que están geográficamente más lejos del “centro”, las “periféricas”.
En definitiva, las que tienen la academia más lejos. En el caso del francés,
durante estos cincuenta años han propuesto antes y más, por ejemplo, nuevas
formas en cuanto a oficios y profesiones las estudiosas de las zonas
francófonas de Suiza o del Canadá que no las de Francia. No tendría que
extrañar, pues, que quien dio el paso para ir más allá de marcar con un
artículo la existencia de las aviadoras (la piloto) fueran profesionales
de Sudamérica que se “inventaron” directamente pilotas. “[Margot
Duhalde] Con una trayectoria aérea de 60 años, quien fuera la primera
comandante de un avión comercial chileno y la fundadora de la Agrupación
Mujeres Pilotas Alas Andinas, cumplió la singular celebración en la
localidad de Melipilla, a 60 kilómetros al suroeste de Santiago” (EFE, 2000:
53).
Más pegado a la lengua,
otro factor que en numerosas ocasiones se usa para desprestigiar los avances en
la representación femenina es asimilarlos a lo políticamente correcto. Nada más
falaz.
Hay un lenguaje
políticamente correcto que se caracteriza por no llamar a las cosas por su
nombre. En lugar de enana, persona pequeña (que, por cierto,
quiere decir otra cosa); en lugar de decrecimiento, la rechifla del crecimiento
negativo; en lugar de pobres, desfavorecidos. Inciso
personal: soy baja; no soy de altura inapropiada o inadecuada, ni
bajita (a nadie se le ocurriría tildar a una persona alta con el
mitigador y eufemístico diminutivo altita).
El término inválido,
utilizado en un principio en el ejército para los mutilados que ya no eran
aptos para el servicio, pasó a considerarse ofensivo y se cambió por minusválido, pero
claro, también se impregnó de negatividad y se cambió por discapacitado, luego por persona con discapacidad e incluso un dislate como personas con
capacidades distintas. Sin ver que los eufemismos que suplantan términos
malsonantes tienen una vida limitada porque rápidamente absorben la carga
peyorativa de la palabra que sustituyen. El término puta, que
significaba niña o chica surgió como eufemismo y enseguida se
contaminó. Lo que ofende, lo que suena mal, no es la palabra, es el concepto y
ninguna palabra puede esconderlo. No tiene nada que ver con querer que te
llamen médica o abogada o simplemente mujer si es que lo
eres; es decir, a llamar a las mujeres por su nombre. Podría añadirse que en
realidad el lenguaje sexista es el lenguaje políticamente correcto puesto que
no menciona a las mujeres por su nombre sino con “eufemismos”, porque “eleva” a
las mujeres a una categoría superior, a la de hombre; al nirvana, vaya.
Sexo y género
La cuestión de los
eufemismos no ha sido trivial durante estos cincuenta años. Hay un buen film titulado On
the Basis of Sex
(EE.UU., 2018), dirigido por Mimi Leder,
sobre Ruth Bader Ginsburg
(1933-2020), la notoria jueza del Tribunal Supremo de EE.UU. En su versión
castellana: Una cuestión de género, donde vemos que la palabra sex
del título se trasmudó en género; descartaron la palabra sexo que
es la que parece que le correspondería. (Cuando posteriormente subtitularon el
film en catalán, se tradujo por Per raó de sexe;
se respetó la palabra sexo. La elección es, pues, interesada.)
La traducción libre se practica en otros momentos; por ejemplo, cuando
traducen una asignatura que Ginsburg imparte, Sex Discrimination and the Law como Discriminación de Género y Ley.
Se suele argüir que en inglés se usa gender
y no sex, y que, por tanto, el todopoderoso inglés traduce la palabra sexo,
frecuente en las lenguas románicas, por gender.
Eso lo desmiente.
El uso de la palabra sex en el título del film no debería
extrañar; recordemos con qué palabra termina la decimonovena enmienda (1920) de
la Constitución de EE.UU.: “The right
of citizens of the United States to vote shall not be denied
or abridged by the United
States or by any State
on account of sex”;
es decir, “...por razón de sexo”. No es cierto, pues, que nuestro sexo
sea su gender, que es el argumento que
habitualmente se utiliza cuando se habla de la proliferación de la palabra género
para sustituir palabras específicas y ajustadas a los diferentes contextos. Es
evidente que en la mayor parte de las encuestas no te preguntan de qué género
eres sino de qué sexo. Otra cosa es que la encuesta carezca de una o más
casillas para cubrir otras posibilidades.
El título de On the
Basis of Sex es un sintagma extraído literalmente
del escrito de Ginsburg para defender una de las
múltiples causas que llevó a los tribunales y en la cual se basa la película.
El momento crucial respecto a la cuestión que nos ocupa, es cuando, de pronto,
la secretaria que pasa a limpio el alegato hace notar a la jueza que la palabra
sex sale no sé cuántas veces en cada página, una palabra un poco fuerte
y malsonante —tabú, vaya—, y que tal vez sería mejor cambiarla; se entiende que
para no incomodar al tribunal y para que se la tomen en serio. Así lo hicieron,
y la escogida fue gender. Literalmente, un
eufemismo.
Habitualmente se argumenta también que la palabra género
respecto a las expresiones estudios de género, perspectiva de género,
etc., es un calco del inglés, y en parte es así; pero es que, además, evitan
—en el mundo académico, en el ámbito político, etc.— otra palabra fuerte y “malsonante”
como sería, para estos dos casos, feminista (estudios feministas,
perspectiva feminista). Una eufemística sustitución similar a la de gender por sex en el alegato de la jueza Ginsburg. La táctica de usar una lengua neutra que pase
desapercibida y no moleste a nadie. Por otra parte, que la palabra feminismo
y derivadas lastimen los oídos de según quien, explica su vigencia y su extrema
necesidad.
Lo que se desprende de los avatares de la traducción del título y de la
intervención de la secretaria es que la cuestión de los eufemismos funciona
igual, como mínimo, en las lenguas románicas y el inglés. Y lo que es más
importante, influye en las propuestas y soluciones para visibilizar a las
mujeres.
Extralimitaciones
Otra cuestión a tener en cuenta cuando se abordan algunas
denominaciones es que a veces se cometen excesos que en realidad ponen de
manifiesto hasta que punto sólo se ve a los hombres, hasta qué punto se les
puede llegar a poner en el centro y ocuparlo entero.
Analicemos, por ejemplo, la palabra monoparental. Hace un tiempo
había quien decía que la palabra homosexual era una palabra
discriminadora porque homo se refería a hombre, sin ver que homo
quiere decir igual u homogéneo. Con monoparental creo que
ocurre algo parecido; es decir, hay quien se opone a monoparental y
quiere sustituirla por la denominación monomarental;
en mi opinión, un error. Sobre todo porque una vez más renunciaríamos a la
centralidad, a situarnos en el centro, y a honrar la experiencia femenina. Parental,
que tiene que ver con parentesco (y no con paterno), viene de parere, de parir,
como parienta, como pariente; por tanto, la denominación monoparental
no se refiere al padre, no es sexista. El término mono se utiliza en
muchos contextos y está claro que aquí alude a una única persona; por tanto, monoparental
es adecuada porque indica que una sólo persona (parienta) es responsable de
esta organización familiar. Insisto que, al provenir de parir, abraza
claramente una experiencia femenina; renunciar a ella es ocultar, negar o
despreciar una experiencia central en muchas mujeres y regalar a los hombres
todo lo que tiene que ver con el parentesco.
Al empezar, citaba el genio de la lengua. Es ese genio el que ocasiona
que persona trabajadora describa una característica o cualidad personal
y no que se refiera a trabajadoras y trabajadores, o sea, a una
situación laboral. Se debería tener muy presente cuando se elaboren guías.
Gayas palabras
El caso de monoparental recuerda lo que ocurrió con gay-a,
palabra de origen provenzal existente hoy en muchas lenguas. La palabra
denominaba a personas, tanto mujeres como hombres, con preferencias e
inclinaciones sexuales hacia alguien de su mismo sexo. Así consta en el solvente
diccionario inglés COBUILD. Paulatinamente se fue tendiendo a utilizar la
palabra gay para hombre y la palabra lesbiana para mujer. Un
ejemplo paradigmático de esta utilización (además de que en general los grupos
que se autodenominan gays reúnen sólo hombres
y los grupos que se autodenominan lesbianos reúnen sin excepción tan
sólo a mujeres) lo encontramos en las antiguas denominaciones de la
Coordinadora Gai-Lesbiana de Catalunya o de la
Federación Estatal de Gais y Lesbianas. Es decir, el uso de esta bonita
palabra, musical, económica y eminentemente alegre, muy versátil, pues tiene
flexión de género, se ha ido restringiendo peligrosamente.
Según el Dictionary of Slang and Unconventional English,
la palabra gay-a toma la acepción de homosexual hacia 1930 o quizás
antes. Recientemente hizo cincuenta años que Dolores Klaich
sugirió (y corroboran otras luego) en su revelador ensayo Woman Plus Woman. Attitudes
Toward Lesbianism que
es muy probable de que esta acepción de la palabra gay-a sea creación de
Gertrude Stein (1874-1946).
Stein la usó profusamente en su escrito “Miss Furr and Miss Skeene”, incluido en Geography and Plays (1922), donde, muy en su
estilo, juega constantemente con los distintos sentidos de gay-a,
incluido el sentido de homosexual: “Helen Furr y Georgine Skeene [...] vivían pues
muy normalmente, siendo pues muy normales y siendo pues gayas. Aprendían pues
muchas maneras de ser gayas y eran pues gayas siendo muy normales y siendo gayas
[…]” (Stein, 1922: 8).
La narración está inspirada en una pareja real y en 1933, Miss Squire (Miss Furr en la ficción)
escribió una carta desde Vence a Gertrude Stein y Alice B. Toklas donde
decía: “[...] pero nosotras adoramos el paisaje y la proximidad de Niza y de la
costa, que es gaya y sofisticada. A Miss Furr le
gustan las cosas gayas, adora ser gaya y quiere que todo el mundo y todas las
cosas sean gayas. Muy tiernamente vuestra [...]” (Klaich,
1974).
Un caso de manual. Una práctica femenina encarnada en una palabra se
generaliza y finalmente los hombres se apoderan de ella y las mujeres quedan
expulsadas de una denominación originaria y legítimamente suya. La apropiación
y la restricción que sufre me parece un robo. La reivindico, por tanto, como
genérica.
Y señalo que este colocarnos en los márgenes, en la periferia, es uno
de los rasgos más tóxicos del patriarcado respecto a (auto)denominarnos. Un
reflejo en la lengua de la nefasta idolatría hacia los hombres. Perdemos la
rica genealogía femenina, y en este caso concreto negamos a Stein;
le negamos toda la autoridad.
El sexismo de la lideresa
Otro factor que incide y
mucho desgraciadamente en la lengua es el sexismo. No me refiero a los usos
lingüísticos sexistas como, por ejemplo, referirse de manera no equitativa con
nombres o apellidos a mujeres y hombres, o al uso de diminutivos para minimizar
y familiarizar a las mujeres aunque el contenido no diga nada malo de ellas. Me
refiero a un concepto fundamental, al sexismo como una actitud que se
caracteriza por el menosprecio y la desvalorización, por exceso o por defecto,
de lo que son o hacen las mujeres[3].
Veamos como opera a
través de la lengua, no en los usos o formas, fáciles de modificar, sino en los
contenidos o fondo. Una vez más, quizás algún caso concreto lo explicará mejor
y será más representativo.
Recordarán que a finales
del año 2007 Esperanza Aguirre, por aquel entonces presidenta de la Comunidad
de Madrid, se proclamó a ella misma “lideresa nacional” en una rueda de
prensa. “Pero Aguirre acabó con la cuña: ‘Como me consideran [en el partido] lideresa
nacional, saldré mucho fuera de Madrid’ para acompañar
al candidato, Mariano Rajoy” (Moreno, 2007).
La prensa y
los medios reaccionaron con moderación y prudencia delante de este neologismo
totalmente innecesario. “La
presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Esperanza Aguirre, se ha
autoproclamado lideresa del PP a solo unos días de la convención
nacional de su partido, pistoletazo de salida para la recta final de la campaña
electoral que se inició el 15 de
marzo de marzo de 2004” (Anon, 2007).
Veamos otro.
“El ejemplo de Esperanza Aguirre ha cundido entre
los funcionarios y trabajadores de la Comunidad de Madrid. En las semanas
previas al congreso del Partido Popular, la autoproclamada lideresa liberal pronunció un sentido discurso en el que, más que
los contenidos, importaba una coletilla que tal vez soñó legar a la posteridad,
poniéndola a la
altura de otras frases célebres” (Anon, 2008).
Muchos medios, La Voz
de Galicia, El siglo de Europa, Noticias de Álava y un largo
etcétera utilizaron la expresión autoproclamada pero no hicieron ningún
comentario, o ningún comentario especialmente hiriente o desautorizador.
La pertinencia de miembra
Medio año después, en
junio de 2008, la ministra Bibiana Aído también innovó al citar a las miembras en una comisión del Congreso para informar sobre el plan nacional de sensibilización y prevención de
la violencia de género 2007-2008: “Quiero agradecer a sus señorías la atención
que me han prestado, estoy convencida de que el compromiso con la igualdad de
los miembros y miembras de esta comisión
será muy relevante a la hora de conseguir los objetivos que la sociedad española nos está
reclamando”.
La reacción fue espeluznante. Entresaco alguna de
las diatribas e insultos que recibió por parte de tres indignados y
escandalizados periodistas del remolino de porquería que agitó una palabra de
uso común al poco tiempo como es miembra.
En un medio en que se resaltaba su extrema juventud,
particular que no se suele citar en los ministros, se describía su acción como
una patada a la lengua. “Bibiana Aído, la jovencísima ministra de Igualdad,
ha empezado con mal pie su carrera política. De su bautismo en el Congreso, el
pasado lunes, solo ha trascendido su patada al diccionario y a la RAE
con aquella apelación a las ‘miembras’ de la Comisión”
(Forcada, 2008).
En otro, cuyo autor tiene una idea peregrina de lo
que es el lenguaje políticamente correcto y muestra cierta inquina contra la
igualdad, se decía: “Tal vez Bibiana Aído, titular
de un ministerio casi vacío de contenido, pase a la historia por la propuesta
de que el Diccionario oficial incorpore el femenino miembra.
Junto a la lógica rechifla, tan atrabiliaria proposición ha levantado aplausos
entusiastas de los adictos a la llamada corrección
política en el lenguaje” (Busquet,
2008).
Otro que también se explaya a gusto e incluso con recochineo, cita
también la juventud de Aído, y se dedica a mostrar
que en América Latina no se usa el término. Algún detalle.
“Burla, irritación, chanza, sonrojo, vergüenza, sarcasmo. Es
lo que sintieron los iberoamericanos al conocer que la joven ministra española
de algo tan abstracto como la Igualdad, Bibiana Aído,
había afirmado que utilizó en pleno Congreso de los Diputados el término miembra porque se había familiarizado con él en una
estancia en El Salvador. Según el chascarrillo de la joven
ministra, en El Salvador sí se utiliza ‘una terminología similar’ [...]. En los
países iberoamericanos se comparte y aplaude la opinión expresada por el
académico Gregorio Salvador: ‘¡Es una vergüenza que una ministra de España
utilice el español de esa manera! Me parece insultante, porque en América es
donde puede producir más irritación una cosa de este tipo porque la atención,
el cuidado y el mimo que suelen tener en la utilización de nuestra lengua común
es generalmente superior al que se tiene en España’. Gregorio Salvador recalcó:
‘Eso solo se le puede ocurrir a una persona carente de conocimientos
gramaticales, lingüísticos y de todo tipo’” (Ibarz, 2008).
Los ataques
fueron tan subidos de tono que hasta la prensa los destacó. Veamos lo que dijo una
periodista.
“La palabra “miembra” es una incorrección. No figura en el diccionario
de la Real Academia Española, que fija la norma. Proferirla es una “estupidez”,
una “sandez” y una muestra de “feminismo salvaje”, según Javier Marías,
Fernando Savater y Juan Manuel de Prada. Pocas veces un error gramatical —con o sin intención— desató tales diatribas contra una
miembro del Gobierno como le está ocurriendo a Bibiana Aído,
la primera ministra de Igualdad
de la historia de España” (Constenla,
2008).
Poco después ya
se hallaba en la prensa la expresión sin que se enturbiase la comprensión de
nadie, ni hubiera que lamentar apoplejías.
“La ministra
[...] dio por hecho su voto, en tanto que diputada del psc, contra el veto a los
presupuestos sin esperar la decisión colegiada de la cúpula de los socialistas
catalanes. Sin embargo, Chacón tampoco podía poner en duda en tanto que miembra del Gobierno, y, por lo tanto corresponsable
del proyecto, su apoyo a las cuentas del Estado” (Redacción, 2008).
Y lo que es más,
sin que quienes se opusieron a esta innovación y progreso con insultos y
vejaciones se excusaran lo más mínimo cuando miembra
se normalizó (lo mismo ocurrió cuando se implantaron los femeninos ministra
o presidenta). Un proceder ya clásico.
Para zanjar la
cuestión, acabaré diciendo que la primera aparición que tengo recogida de miembra es de 1987, más de veinte años antes de la
intervención de la ministra. La hallé en Madre por un día
obra de teatro del Grupo de Arte Feminista Polvo de gallina negra de Maris
Bustamante y Mónica Mayer. Una vez más, la innovación viene de la América
Latina, concretamente de México.
Recapitulemos
Sólo queda
preguntarnos por qué razones fueron recibidas tan distintamente las dos,
digamos, innovaciones. Aguirre optó en lideresa por una flexión innecesaria
puesto que en líder el género se marca con el adjetivo, artículo, etc., la
líder, el líder, como en taxista o en telefonista.
Tuvo especial puntería en la flexión: es proclive a la obsolencia
y tendente a marcar las experiencias femeninas no como distintas sino como
escasamente profesionales e inferiores a las masculinas. Por decirlo de algún
modo, (auto)ridiculizaba su papel como líder. Nada puede ser más grato al
patriarcado.
Aído, por su parte, “inventó” un femenino con una terminación en -a,
la más frecuente y productiva en las lenguas románicas, aunque no la única,
para una actividad seria y bien considerada, incluso se podría decir que con
prestigio, como es formar parte de una comisión parlamentaria (anteriormente
vetada a las mujeres) y eso escoció a quienes preferirían ver a las mujeres en
lugares subalternos pero que en caso de acceder a cargos prestigiados, piensan
que al menos deberían tener la deferencia de (auto)denominarse en masculino.
Sólo hay que ver que las grandes polémicas a la hora de implementar profesiones y cargos en femenino no ocurre
en palabras como minera, jornalera, etc., sino como cancillera (Merkel), ministra (Thatcher,
ministras francesas) etc. Palabras que como miembra no tienen ninguna dificultad lingüística
para su formación, pero que corresponden a profesiones o cargos colonizados por
los hombres y durante siglos prohibidos a las mujeres.
Las flexiones -isa
o -esa son
delicadas, ya Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) y Carolina Coronado
(1823-1911) reflexionaron sobre si era mejor que las denominasen poetas
o poetisas (que muchas cosas han pasado antes de hace cincuenta años).
La última denominación tiene un claro deje de menosprecio, como si las poetisas
fueran unas diletantes tan sólo capaces de ligar ripios y no de crear verdadera
poesía. Como siempre en estos casos hay muchos matices; se puede argüir que lideresa
o poetisa marcan de manera más fuerte la feminidad y por esto algunas
mujeres las prefieren, pero también se marca la feminidad en frases como “Aído fue una buena líder para la ley del
derecho al aborto” o “Carolina Coronado es una gran poeta romántica”.
Por otra parte, algunas poetas han reivindicado la denominación poetisa
y le han dado la vuelta; del mismo modo que hay gays
que se autodenominan orgullosamente con palabras en un principio despectivas o
insultantes como camionera o bollera. Cuando a principios de 1990
se revisó el sexismo y el androcentrismo del diccionario normativo catalán, se
preguntó a las interesadas (una manera de proceder excelente), a las poetas,
como preferían ser nombradas y se decantaron por englobarse bajo la forma
invariable poeta; así se hizo y se dejó en el diccionario poetessa como forma secundaria con remisión a poeta.
Que no ocurra
como con gay-a o monoparental:
no renunciemos a ellas y regalemos el título de propiedad de palabras como poeta
y líder a los hombres. (Eso no quita que si hay profesionales que
prefieren poetisa y lideresa, que se encuentran a gusto
usándolas, bien harán en hacerlo.)
Mi intención al
tratar los casos de miembra y lideresa
era poner de manifiesto que en el momento de optar por soluciones lingüísticas
que aparentemente sólo tienen que ver con la lengua, otros aspectos de la
realidad, en este caso de la ideología, sobre todo el sexismo y el androcentrismo (que operan en cualquier
aspecto de la vida) tienen un papel
fundamental que hay que tener en cuenta si queremos entender lo que pasa.
Para finalizar,
citaré el caso de aquellas profesionales que prefieren denominarse en
masculino. No comparto su estrategia pero comprendo su elección. Piensan que es
una pena haberse esforzado tanto para finalmente ser una mera ingeniera
o una simple doctora y no alcanzar el flamante estatus y la autoridad de
ingeniero o doctor, títulos mucho más serios que además las eleva
por encima de la servitud de ser “sólo” mujer. Es androcentrismo en estado puro, y ya hemos
visto como opera el sexismo en las profesiones.
Recordemos que el androcentrismo consiste en un punto de vista orientado
por el conjunto de valores dominantes en el patriarcado, por una percepción que
se centra en lo masculino. Creer que las experiencias masculinas incluyen y son
la medida de las experiencias humanas; por tanto, la mirada androcéntrica
valora sólo lo masculino. Al considerar que los hombres son el centro del mundo
y el patrón para medir a cualquier persona, presenta la vida de las mujeres
como una desviación a la norma.
Ser consciente de esta óptica es básico para analizar la realidad con un
mínimo de rigor. Es muy útil y necesario, insisto, tenerla en cuenta para todo
tipo de cuestiones de lengua. Los últimos cincuenta años se ha avanzado mucho
en el análisis y la aplicación de estos dos conceptos. Y no sólo en la
reflexión sino en soluciones para superarlos.
Unas de
cal y otras de arena
Un aspecto
más de la ola reaccionaria general —que va
subiendo de tono y peligrosidad— es la
irracional rabia que despierta sobre todo en la derecha el lenguaje inclusivo.
La política institucional no se salva, al contrario, se concreta en distintos
lugares. Si nos remitimos a las lenguas latinas, constatamos que a finales de 2021, el
gobierno del PP y Vox de la comunidad de Murcia exigieron la “expresa
prohibición del llamado ‘lenguaje inclusivo’” (Cabrera Catanesi, 2021) en la
Administración y, quizá aún más grave, en la Educación. Dos años después, en
noviembre de 2023, el pomposo presidente de Francia, Emmanuel Macron, también lo prohibió.
En julio de
2024, en Italia, un senador de la Lega propone una ley para “abolir el
uso del fememino en los actos públicos” (Anon, 2024), especialmente respecto a los cargos y
profesiones (como siempre, las prestigiadas) con multas de hasta cinco mil
euros por escribir síndica o abogada.
La lingüista Alma Sabatini
(1922-1988) debe estar revolviéndose en su tumba al ver cómo se escupe sobre
los avances que consignó y propuso en su imprescindible y pionero Il sessismo nella lingua italiana (Sabatini, 1987), escrito hace
casi cincuenta años y del cual hemos bebido todas.
Sin abandonar la política, es interesante y ejemplar ver cómo conviven
la represión y las prohibiciones con reivindicaciones de gran envergadura; así,
el 1 de octubre de 2024, Claudia Sheinbaum, en su
solemne toma de protesta como presidenta de México, hizo un emocionado y
certero canto a la visibilización. Cito literalmente.
“Dije que el pueblo fue muy claro al decir este 2 de junio, es tiempo
de transformación y es tiempo de mujeres. Durante mucho tiempo, las mujeres
fuimos anuladas [...]. Hoy sabemos que las mujeres participaron en las grandes
hazañas de la historia de México desde diferentes trincheras, y también sabemos
que las mujeres podemos ser presidentas, y con ello hago una respetuosa
invitación a que nombremos presidenta [alarga con intención la a], con -a al final, al igual que abogada, científica, soldada, bombera, doctora, maestra, ingeniera..., con -a. Porque como nos han enseñado, sólo lo que se nombra, existe” (Sheinbaum
Pardo,
2024) [A partir del minuto 37:28].
Contrastes tiene la vida. La Historia avanza de modo desigual, a veces parece que a
tumbos, en otras va en zigzag, o dando dos pasos adelante y uno (o más) para
atrás. Poco hay que añadir al parlamento de la presidenta y científica Sheinbaum, si acaso alabarle la justeza y la precisión, el buen
gusto y tino en las profesiones escogidas para mostrar que tanto estos
quehaceres como sus denominaciones son patrimonio de las mujeres.
Hay más. En ocasiones las academias o instituciones similares intentan
prescribir sobre lenguaje inclusivo (o impedirlo). La última vez que creo que
se hizo en el Estado español fue en octubre de 2023. El Institut
d’Estudis Catalans (IEC) aprobó un documento que intentaba compatibilizar los
recursos de los usos no sexistas con la normativa lingüística. Dedica su primer
apartado al masculino al que considera no marcado, creencia que lo hermana,
como mínimo, con las academias del resto de lenguas románicas, incluida la RAE.
Pero en otro apartado habla de que
para hacer visibles a las mujeres a través del lenguaje, el catalán (y por ende
el castellano) dispone de diversos recursos lingüísticos que no contravienen la
normativa.
Uno de ellos es el uso de las
formas dobles. Algo sorprendente puesto que si creen que el masculino es
genérico, deberían rechazarlas por innecesarias; sin embargo, aclara que se
pueden usar “en algunos contextos” y sin “abusar”. Dos criterios subjetivos.
¿Quién decide que el contexto lo permite? ¿Tiene cada hablante la misma
percepción de lo que es un abuso? Uno de los ejemplos es “Entrevistaremos a las
ingenieras y los ingenieros del proyecto”. Estoy segura de que hay quien
diría que es un abuso.
Hay que recordar que la vigilia
del 8 de marzo de 2012, las tres académicas y los veintiséis académicos que
asistieron al Pleno de la Real Academia Española del día 1 suscribieron un
informe redactado por Ignacio Bosque titulado Sexismo lingüístico y
visibilidad de la mujer, que levantó gran polvareda. Muy congruentemente
con la postura del IEC, en la redacción del informe se usaron varias formas
dobles, justamente esa incorrección que reprobaban y pretendían eliminar.
El documento del IEC prosigue
explicando que cuando se desdoblan nombres modificados por un mismo adjetivo no
hace falta desdoblarlo, “Los socios y (las) socias implicados en la
estafa tendrán que declarar”. Pues bien, son incontables las guías de lenguaje
inclusivo que propusieron esta fórmula hace ya mucho tiempo.
En otro orden de cosas, la RAE
incluye un gran número de oficios que tienen en cuenta y respetan a las
profesionales. Femeninos que tiempo atrás (aludiendo a algo que denominaban el “sexo
del referente”) la misma RAE consideraba propios de analfabetas y/o de
feministas.
Vemos pues que algunas
instituciones académicas incluso se apropian tímidamente del lenguaje
inclusivo. Bienvenidas sean. También se constata que las guías de lenguaje
inclusivo marcan camino, por ejemplo, en el apartado de las palabras
colectivas, que tanto la RAE como el IEC reconocen y usan, cuando no hace tanto
tiempo criticaban este tipo de palabras, especialmente si no eran de las ya
acuñadas.
Por último, partidos de izquierda
(CUP, Sumar, Comuns, Podemos...) han tomado la
decisión política de intentar autodenominarse en femenino.
Nuevas formas para decirnos
A las mejoras hay que sumar que en los últimos años han emergido y se
han concretado una serie de euforizantes e imaginativas propuestas para
visibilizar a las mujeres y sus potencias. Curiosamente, unos cambios no
inducidos por nadie: o sea, los mejores, los óptimos. Se ha hablado al
principio de estas líneas que en lengua, se pueden producir cambios porque
alguien los promueve o sugiere, contrariamente a ellos, los que se verán a
continuación son “espontáneos”; nadie, ninguna guía, los ha propuesto pero está
claro que responden a cambios profundos en la sociedad. A veces, son tan
grandes que cuesta percibirlos. Al concretarse en la lengua, vemos que la
lengua se erige en notaria de una realidad cambiante. Son además los cambios
donde mejor se puede ver la profunda relación entre contenido y forma.
En efecto, las maneras concretas que va adoptando actualmente la lengua
para visibilizar a las mujeres responden a una percepción distinta de quién
somos o de qué hacemos las mujeres, a otras maneras de habitar el mundo, a una
forma de estar en él más cómoda y van mucho más allá de las barras, las formas
genéricas, las formas dobles, los asteriscos (más tarde sustituidos por las
arrobas) que nos permitieron empezar a andar hace cincuenta años. Enumeraré
algunas.
En primera
persona: una
Aunque en
nada y menos en la lengua hay comportamientos uniformes, se puede afirmar que
hace cincuenta años la mayor parte de las mujeres nos referíamos a nosotras
mismas con un uno (“uno piensa...”) y se usaba una cuando
la experiencia sólo podía ser específicamente femenina (“cuando una
tiene la regla...”). Poco a poco empezamos a autodenominarnos en femenino (“una se
pregunta si...”, “de cara a
conocerse una misma”). La primera pista la hallé hace treinta años en un
artículo de Maruja Torres (1995: 6), donde afirmaba que “Una se hizo
periodista para ver mundo [...]”, donde es evidente que no hablaba sólo de una experiencia personal o
sólo femenina sino universal. Este artículo una tan significativo no ha
hecho más que crecer exponencialmente estos últimos años.
En primera
persona: adjetivos y sustantivos
Evidentemente,
tiene correlatos. Se concreta también en el uso de sustantivos y adjetivos en
femenino. “Desde el estreno de Días felices he dedicado
mi energía en el teatro a trabajar en esta inmovilidad móvil. [...] Funciona.
[...] Como una malabarista tirando tres pelotas al aire sin parar
de dar vueltas. Cuando diriges a Beckett, estás obligada a crear algo
nuevo y distinto a lo que se ha hecho” (Novell, 2005: 4-5). Se refiere a una experiencia compartida
por ambos sexos, pero como habla a partir de ella, establece la comparación con
una malabarista y no con uno. A continuación, y por la misma
razón, el adjetivo femenino le basta para englobar a directoras y directores.
Quizás nos está indicando un camino: el uso del femenino si quien habla es una
mujer y del masculino si el que habla es un hombre.
Concordancias
inusitadas
Este ponerse
en el centro, este hablar desde sí misma contagia a las concordancias.
Pensábamos que una palabra como alguien sólo podía concordar en
masculino y hete aquí que hallamos concordancias como la siguiente: “Sin duda,
es una de las grandes filántropas españolas [...]. Ella pensaba que le iban a
pedir cuentas cuando muriera y que tenía que estar preparada para este momento”,
afirma rotunda alguien que la conoció muy de cerca” (Pérez
Ramírez, 2010: 27).
Femenino “universal o genérico”
Esta fórmula de visibilizar a las mujeres, de no ocultarlas, nos lleva a
otro cambio radical en su sencillez y economía. Me refiero al uso del femenino
para abarcar a un grupo humano compuesto por personas de ambos sexos: “Schulman alega que los lectores y estudiosos de la obra de
Moore “deben” conocer esos ensayos previos y “deben” hacerlo en orden
cronológico. Es evidente mi absoluto desacuerdo con ese criterio exhumatorio, que contraviene el derecho elemental de la poeta
a definir los límites y el contenido de su obra” (Moore, 2010: 8). Obviamente
está afirmando que tanto una como un poeta tienen derecho a
definir el contenido de su obra.
Masculino “específico”
Como un espejo y en paralelo, si se habla de una
experiencia masculina, suele especificarse cada vez con más frecuencia y, así,
donde antes se hubiese hecho pasar la parte por el todo, ahora se concreta más
fielmente la realidad. Veamos un ejemplo paradigmático: “Fue la aparición de
las masas como nuevo sujeto de la política y la correlativa universalización
del sufragio masculino lo que especializó al político como un
profesional del poder” (Juliá, 2015). Hace no mucho tiempo no se hubiese añadido masculino
a sufragio obviando que lo tenían prohibido a las mujeres y despreciando
así su experiencia.
Alternación de femenino y masculino
Este recurso para visibilizar a las mujeres cada vez está más presente
tanto en la prensa como en otros ámbitos: “En mitad de una catástrofe
inesperada [la pandemia], una de las primeras preguntas que el político
al mando le hace a la científica experta en el fenómeno es: ¿cuándo
podemos esperar que acabe esto?” (Galindo, 2020).
La mayor parte de estos cambios apuntan hacia nuevas y optimistas
direcciones. Van más allá de visibilizar a las mujeres con dobles formas y
formas genéricas. Insisto en que son cambios no inducidos, responden a la
voluntad y al deseo de muy diversas mujeres de representarse y de tener un
lugar en la lengua. Como hacedora de guías no puedo más que alegrarme de que
los recursos y soluciones más hermosas, más prácticas, más económicas y más
imaginativas salgan de quienes hablan y no de quienes de una manera u otra
proponen desde arriba. Las guías van, pues, con la lengua fuera detrás de las y
los hablantes, como ha pasado y pasa en cualquier cambio importante en la
lengua.
El uso de la palabra una o el de sustantivos o adjetivos
femeninos para autorreferenciarse implica utilizar la
lengua de manera distinta según el sexo.
Las concordancias inusitadas mueven combinaciones que parecían
imposibles. El femenino con valor universal o genérico y el masculino
específico son las dos caras de una misma moneda para incluir o excluir. La
alternación de femenino y masculino invita a imaginar que ambos puedan ser
genéricos: el uno lo es porque el otro también. Todo un cambio de paradigma.
Fórmulas que muestran una vez más que la lengua no sólo refleja la sociedad que
lo habla, sino que condiciona su pensamiento, maneras de emanciparse, desarrollo
social e imaginación. Le da alas.
Para concretar. Pienso que para avanzar en una lengua que incluya a las
mujeres y sus quehaceres hay que incidir e insistir en tres aspectos
fuertemente interrelacionados entre sí que hemos ido viendo.
a) reconocer
siempre el trabajo de quienes nos precedieron, de nuestras ancestras, para que
no se borren sus trazas y nos muestren las señas, y para que podamos constituir
un eslabón más de la rica tradición femenina;
b) ser
conscientes, por tanto, que la ignorancia de quienes son y de sus logros, una
larga genealogía (que a veces se presenta como recién inventada), habla no del
pasado sino sobre todo de los sesgados parámetros actuales y de nuestra
imperfección. De la criptoginia, este fenómeno
recurrente a lo largo de la historia en la mayoría de las culturas que se
caracteriza por la ocultación de las mujeres y referentes femeninos en los
diferentes ámbitos de la sociedad, especialmente los de mayor prestigio;
c) estos
reconocimiento y conocimiento sólo se podrá llevar a cabo si paralelamente a
ello y al imprescindible reconocimiento de la autoridad femenina, dejamos de
adorar al patriarcado. Esa devoción que nos hace poner lo masculino en el
centro, sobrevalorarlo y verlo como el canon. Para entendernos y acabando con
un caso de lengua: no son más dignas las denominaciones en masculino que en
femenino, no por hacerte llamar pintor serás más que una pintora;
es posible, además, que no por denominarte pintor vayan a verte más que
como a una “mujer que pinta”.
No creo equivocarme si digo que son tres
puntales que el feminismo tendría que tener siempre bien presentes cualesquiera
que sean los ámbitos y los campos que aborde.
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6.
Les paraules per dir-nos. L’íntima relació entre llengua i feminisme
Words to tell of ourselves. The intimate relationship
between language and feminism
|
Eulàlia Lledó Cunill |
|
Escriptora – España |
Resum
L’article fa un repàs als camins
que durant els últims cinquanta anys ha transitat el llenguatge inclusiu i les noves possibilitats que brinda per visibilitzar
les dones i els seus assoliments en una llengua més lliure.
Enumera una sèrie d’accions voluntàries
sobre la llengua, algunes anteriors als últims
cinquanta anys. A partir d’alguns exemples, intenta
mostrar, d’una banda, la complexitat
de les relacions entre la llengua
i altres aspectes de la realitat que, en principi, en semblen lluny i, de l’altra, alguns paràmetres ideològics que hi convergeixen i la tenyeixen i
que, per tant, s’han de tenir ben en compte. Aborda el paper d’algunes institucions acadèmiques i polítiques, tant a favor com en contra. Es clou amb exemples de noves formes per dir-nos.
Paraules
clau: llengua,
llenguatge inclusiu, acció voluntària sobre la llengua, noves maneres de visibilitzar.
Abstract
The article reviews paths taken by inclusive
language over the last fifty years and the new possibilities it offers to make
women and their achievements visible in a freer language. It presents a series
of voluntary actions on language, some prior to the last fifty years. Using
some examples, it attempts to show, on the one hand, the complexity of the
relationships between language and other initially distant aspects of reality.
On the other hand, some converging and shaping ideological parameters also must
be taken into account. It approaches the actions of some academic and political
institutions, both in favor and against. It concludes with examples of new ways
to tell of ourselves.
Keywords: language, inclusive language, voluntary action on language,
new ways of making women visible.
Les
paraules per dir-nos. L’íntima relació entre llengua i feminisme
Ja dic d’entrada que en aquestes línies quan es parli de llenguatge inclusiu o de llenguatge no sexista em refereixo a aquell llenguatge que té en compte les
dones, que no les omet, que les valora tant a elles com les seves experiències. La meva dedicació i el meu interès han estat sobretot anomenar i visibilitzar les
dones.
Per tant, no parlaré dels intents i les formes d’un llenguatge que inclogui o citi aquelles persones que no se senten
representades ni pel femení ni pel masculí.
Allò que s’està convenint a anomenar llenguatge
no binari.
Per simplificar, afegir un totis a totes i tots. Si en alguna cosa soc experta,
no és en aquest nou llenguatge.
Parteixo de
la base que tothom, qualsevol
persona, té dret a ser anomenada
d’una manera que li sigui grat identificar-se, a ser anomenada
com vulgui, però tinc els
meus dubtes que aquest tipus de llenguatge s’implanti. Segur que
sí com argot entre la gent
i els grups implicats en aquesta lluita; segurament determinats termes passaran al comú de la llengua; però en general, ho dubto. Sobretot perquè les propostes del llenguatge inclusiu (entenent com a tal, insisteixo, el que visibilitza
les dones) se serveixen dels
mecanismes que brinda la pròpia
llengua; no en força l’estructura, ni l’afecta perquè fa servir les moltíssimes combinacions presents ja en la llengua. Per exemple, quan no fa tant hi va haver una primera cancellera alemanya, va ser fàcil anomenar-la perquè prèviament existia bugadera; és a dir,
estem davant una formació regular de femení i masculí. Que existís gerència, va donar peu al neologisme dirigència; la creació de la paraula alumnat és l’extensió
lògica d’una de prèvia com electorat. La doble forma professores
i professors
combina dues paraules preexistents amb la partícula de coordinació i que brinda també la mateixa llengua.
No sé si prosperaran articles determinats nous, especialment si es té en compte
que de vegades coincideixen
amb pronoms ja existents; veurem si la llengua, que té el seu geni, permet aquest
tipus d’enginyeria. Pel que he anat veient, els documents
i discursos orals de llenguatge
no binari no solen ser coherents
(encara que soc ben conscient
que sempre que es comença a
innovar en llengua els documents no solen ser-ho), a la qual cosa no és aliè que en un sintagma com “professoris i funcionaris” no se sàpiga si l’últim final en -is és un masculí
o un no binari. Caldrà veure com es conjuga la necessitat i el desig que t’anomenin i les possibilitats de
la llengua.
Abans de cinquanta anys
abans
Per sort, l’afany (i els assoliments) per un llenguatge que anomeni les dones,
que no les subordini ni les invisibilitzi,
s’inicia molt abans de fa cinquanta anys. És imprescindible recordar-ho per no caure en el maligne
mite d’arrel patriarcal de l’evisme,
aquest oblit interessat del tot i molt i ben fet de les nostres ancestres en qualsevol àmbit. També, per descomptat, a la llengua.
M’hi
referiré succintament.
En primer lloc, sabem que es fan servir
dobles formes per visibilitzar les dones des de l’albada de la llengua catalana.
En un dels primers textos jurídics catalans que es
conserven, la traducció al català
(datada entre el 1180 i el 1190) del Forum iudicum, s’hi pot llegir: “Volontat
d’aqel o d’aqela
que testa en sa vida”. Pel
que fa al castellà, es pot comprovar en els coneguts versos del Poema del Cid, datat cap al 1200: “exien lo veer — mugieres e
varones, / burgeses e burgesas, — por las finiestras
sone”.
En segon lloc, la diputada i
advocada Clara Campoamor (1888-1972) gairebé cinquanta anys abans dels darrers
cinquanta anys, i no per casualitat, afinava absolutament en visibilitzar experiències femenines, en aquest cas drets, a través de la llengua; per exemple, a la redacció de l’article 25 de la Constitució de 1931. M’hi entretindré perquè descriu perfectament estratègies de visibilització ben
presents al llarg dels últims cinquanta
anys. Campoamor va argumentar la substitució
dels dos paràgrafs següents, “No podrá ser fundamento de privilegio jurídico: el nacimiento, la clase
social, la riqueza, las ideas políticas y las creencias religiosas.
Se reconoce en
principio la igualdad de derechos de los dos sexos” (Campoamor, 1981: 94).
Per aquest altre que a més elimina el capciós “en
principio” del segon paràgraf:
“No podrán ser fundamento de privilegio jurídico el nacimiento, el sexo,
la clase social, la riqueza, las ideas políticas y las creencias religiosas”
(Campoamor, 1981: 95).
Un cop redactat així
el dictamen, Campoamor es va oposar a una esmena que en proposava la supressió perquè entenia el promotor que l’article
2n, “Todos los españoles son iguales ante la ley”, ja contenia
l’article 25.
Campoamor va
argumentar que el masculí els
espanyols era un redactat
perillós. Va anar més lluny i va demostrar que fins i tot una redacció amb la paraula genèrica persona
no garantiria els drets de les dones i va aconseguir,
com s’ha vist més amunt,
que quedessin explícitament
especificades amb l’expressió el sexe que va
aconseguir introduir a l’article 25.
La coeducació
ho mostra també clarament. Per exemple, i encara
que excel·lents, no sempre són útils genèrics
com alumnat o professorat per “veure” alumnes i professores, o que en
literatura, no cal refiar-se d’entrada
d’un altre genèric com trobadoresca:
caldrà parlar abans de les trobadores perquè es puguin percebre després incloses en aquest genèric.
Formes genèriques
que ja trobem, juntament amb dobles formes, en documents coetanis a Campoamor poc
susceptibles de ser considerats feministes
com alguna Reial Ordre del Ministeri d’Instrucció pública i Belles Arts: “Ascensos del personal del Magisterio nacional
primario”, “Ídem Íd. del Profesorado de las Escuelas Normales de Maestros y Maestras”
(Gaceta de Madrid, 1931: 359).
Dos anys
després, el 1933, en un model
de certificat de l’Escola d’Administració Pública de Catalunya es contemplava
que una dona es pogués inscriure:
inscrit_; és
a dir, amb una redacció similar a una barra.
Disset
anys més tard de l’anhel de Clara
Campoamor, una xarxa d’il·lustrades
ben avingudes van aconseguir
visibilitzar les dones a la Declaració
Universal dels Drets Humans (1948). Entre les de llengües
llatines, Minerva Bernardino de la República
Dominicana, diplomàtica i promotora dels drets de les dones, o la
brasilera Bertha Lutz, naturalista, zoòloga i pionera del feminisme
Bernardino va fer
notar que la manera correcta de referir-s’hi no era
un Benvolgudes senyores
sinó un delegades; actualment queden vestigis d’aquest menyspreu (és a dir, que “t’estimin” molt però que amaguin la teva feina). Bernardino i altres van aconseguir reemplaçar l’article 1: “Tots els homes neixen lliures i iguals”, per “Tots els éssers humans neixen lliures i iguals”, i van revisar tota la Declaració
perquè fos inclusiva.
La seva feina va palesar que l’acció voluntària sobre la llengua no tan sols és possible sinó
que és encomiable i altament
útil.
Acció voluntària
sobre la llengua
Hi ha hagut
un ingent treball d’acció voluntària sobre la llengua en moltes esferes també durant els darrers cinquanta
anys. Tots els àmbits de l’Administració,
les universitats, l’educació
obligatòria i un munt d’empreses en major o menor grau, amb més
o menys fortuna, han laborat
en aquest sentit. S’han creat organismes
per assessorar sobre la llengua;
potser el grup NOMBRA, la comissió assessora sobre llengua de l’Instituto de la
Mujer, constituïda fa més
de trenta anys, el juny del 1994, va ser la primera. La seva
primera guia es va editar el 1995.
Evidentment,
la literatura i l’assaig sobre la qüestió
no té fi i és absolutament
complexa i variada. Citaré l’obra de dues pioneres d’aquests
últims cinquanta anys. El sexismo en
la lengua española de Deloa Esther Suardiaz (2002), que arrenca d’una tesi escrita ja el 1973. Dotze anys després,
Carme Plaza (1985a: 6-10; 1985b: 6-9) va escriure dos
breus articles sobre la qüestió.
L’acció
més òbvia la certifiquen els centenars de guies en català i altres llengües oficials o en castellà tant a l’Estat espanyol com a Amèrica del Sud a càrrec de diverses institucions i sobre diferents temàtiques (llenguatge administratiu sobretot, però també sobre esport, dret, llenguatge
acadèmic, sanitat, educació, empresa i relacions laborals...). Només cal teclejar a Google “guies de llenguatge inclusiu”, “guies de llenguatge no sexista” o
expressions similars i veure’n els resultats.
No és una pràctica nova, pensem per un moment en les diferències entre el llenguatge
de l’Administració durant
la dictadura franquista i aquest mateix
llenguatge ara.
Durant
aquests cinquanta anys ha estat relativament
habitual que algú decideixi
que en un determinat formulari
en lloc de posar, per exemple,
“l’interessat”, s’hi posi “la persona interessada”, perquè tothom es pugui sentir identificat amb la redacció; o, que per les mateixes raons, es recomanin determinades formes genèriques; o que quan s’ofereixin llocs de treball hi hagi de constar tant el femení com el masculí.
Un dels documents essencials on es va dur més
a l’extrem el llenguatge inclusiu és la Constitució de Veneçuela del 2020
i per extensió en documents
adjacents. No sense acerbes crítiques, es va decantar
per incloure les dones sempre
que calgués per “contribuir a garantizar que la
igualdad de las mujeres y los hombres sea real y efectiva en el uso del lenguaje” (Ley Para La Promoción y uso
del Lenguaje con Enfoque de Genero, 2021).
Quan
anomena qui pot ocupar càrrecs, sempre detalla les dues possibilitats: “Presidente o presidenta, vicepresidente o
vicepresidenta, magistrado o magistrada, procurador o procuradora, defensor o
defensora, diputado o diputada, gobernador o gobernadora, juez o jueza [...]” (Constitución
de la República Bolivariana de Venezuela, 2020). Si tenim
en compte que una constitució
no és una novel·la, ni un
poema, que no es llegeix per elevar l’esperit, les dobles formes semblen
oportunes, no fos cas que
en algun moment algú emparant-se que el text està en masculí
intentés expulsar les dones d’aquests
càrrecs, cosa que al llarg
de la Història ha passat més d’una vegada (recordem les moltes vegades que ciutadà no ha inclòs cap ciutadana
ni els seus drets).
Un altre àmbit fonamental on hi ha hagut acció voluntària
(per a contracor que s’emprengués)
és en uns documents tan simbòlics i fonamentals com són els diccionaris.
Primer als escolars, després fins i tot als diccionaris
normatius; és a dir, els més
prescriptius. A l’Estat espanyol el pioner va ser el Diccionari de la llengua
catalana de l’Institut d’Estudis
Catalans; fa uns trenta-cinc anys es va començar a treballar en la
primera edició editada finalment
el 1995. Sis anys més tard, el 2001, es va publicar
revisat el Diccionario de la
Lengua Española de
la RAE i l’ASALE. En tots
dos, la iniciativa tenia, en principi, la voluntat d’intervenir-hi globalment; van arribar on van
arribar, però va ser un començament[4]. En aquest
moment, les seves edicions en línia permetrien implementar canvis amb gran celeritat però una altra cosa n’és la voluntat. El 2018, l’Euskaltzaindia (Reial Acadèmia de la Llengua Basca) va abordar la proposta d’adaptar alguns termes del diccionari a una societat menys sexista. No em consta que
la Real Academia Galega o l’Academia de la Llingua Asturiana hagin revisat els respectius
diccionaris.
El camp semàntic
on més canvis
hi ha hagut als diccionaris, i no és per casualitat, és als oficis, càrrecs
i professions. D’una banda,
perquè pertanyen a allò públic; de l’altra, els canvis
a les societats en aquest àmbit són vertiginosos. És difícil poder pensar si hi ha advocades
que pot no existir-ne la denominació; quan no n’hi havia era una denominació impossible: com que no n’hi havia, no calia el terme per dir-les.
Un bon termòmetre
són els canvis
que hi ha hagut als col·legis professionals, quan les professionals s’hi han adscrit. Així, el Col·legi d’Advocats de Lleida va passar a anomenar-se “Col·legi de l’Advocacia de Lleida” amb
un genèric; en canvi, el de
Tortosa va preferir una forma doble: “Col·legi d’Advocats i Advocades
de Tortosa”. D’altres van optar per un ordre d’aparició de femení i masculí invers com el “Col·legi de Publicitàries
i Publicitaris i Relacions
Públiques de Catalunya”. Totes les subtils preferències i matisos que la llengua permet ben a gust.
Acció
voluntària que, és clar, sempre ha d’anar en paral·lel als canvis i millores
que hi ha a la societat en la consideració
de les dones. Vegem, per exemple,
què va passar amb les antigues APA (associacions de pares d’alumnes).
En un primer moment, van passar
a anomenar-se AMPA, més tard es va crear AFA (associacions
de famílies d’alumnat), més inclusiva encara. La llengua
no ha canviat, les associacions
es continuen dedicant al mateix. Les mares hi han participat
sempre; és a l’inrevés, potser són els pares els
que molt lentament s’hi van incorporant més. És evident,
doncs, que l’arrel d’aquesta visibilització és la valoració de la tasca que
fan les mares i la seva voluntat
i desig que es veiés reconeguda també en la llengua.
Cosa que confirma la trena entre canvis socials i llengua, i que per
existir plenament cal tenir
un lloc a la llengua. Les
coses valorades tenen nom.
La llengua,
una realitat complexa
Després
d’aquesta rastellera no
exhaustiva d’accions cal dir
que les llengües, des del moment
que formen part d’una realitat més àmplia,
estan influïdes per una sèrie de fenòmens, alguns dels quals
van més enllà del que és purament lingüístic.
A partir d’ara m’entretindré
en alguns casos concrets perquè penso que potser aclariran més les coses que no pas les generalitzacions.
Per començar, és interessant
constatar que en les llengües geogràficament
més esteses, innoven més les lingüistes que treballen geogràficament més allunyades del “centre”, les “perifèriques”. En definitiva, les que tenen
l’acadèmia més lluny. En el cas del francès, durant aquests cinquanta anys han proposat abans i més, per exemple, noves formes pel que fa a càrrecs i professions les estudioses de les
zones francòfones de Suïssa o del Canadà que no pas les de França. No és estrany, doncs,
que qui va fer el pas d’anar més
enllà de marcar amb un article l’existència d’aviadores (la piloto) van ser professionals
d’Amèrica del Sud que es “van inventar” directament pilotas. “[Margot Duhalde] Con una
trayectoria aérea de 60 años, quien fuera la primera comandante de un avión
comercial chileno y la fundadora de la Agrupación Mujeres Pilotas Alas
Andinas, cumplió la singular celebración en la localidad de Melipilla, a 60
kilómetros al suroeste de Santiago” (EFE,
2000: 53).
Més
a prop de la llengua, un altre factor que sovint s’utilitza per menysprear els avenços en la representació femenina és assimilar-los a la correcció
política. Res més fal·laç.
Hi ha un llenguatge políticament correcte que es caracteritza per
no anomenar les coses pel seu nom. En lloc
de nana, persona petita (que, per cert, vol dir
una altra cosa); en comptes
de decreixement, la befa del creixement negatiu;
en lloc de pobres, desfavorits.
Incís personal: soc baixa; no soc d’alçada
inadequada o inapropiada, ni baixeta (a ningú se li acudiria titllar una persona alta
amb el diminutiu eufemístic i atenuant alteta).
El terme invàlid, utilitzat inicialment a l’exèrcit per als mutilats que ja no eren aptes per al servei,
es va considerar ofensiu i es va canviar
per minusvàlid, però,
és clar, també estava impregnat de negativitat i es va canviar per discapacitat, després per persona
discapacitada i fins i tot
per un desficaci com persones
amb capacitats especials. Sense adonar-se que els eufemismes que substitueixen
termes malsonants tenen una
vida limitada perquè ràpidament
absorbeixen la càrrega pejorativa de la paraula que substitueixen. El terme puta,
que significava noia
o nena, va sorgir com
a eufemisme i de seguida es va contaminar. El que ofèn, el que sona malament, no és la paraula, és el concepte i cap paraula pot amagar-lo. No té res
a veure amb el desig que t’anomenin metgessa o advocada o simplement
dona, si és que ho ets; és a dir,
anomenar les dones pel seu nom. Podria
afegir-s’hi que en realitat
el llenguatge sexista és el
llenguatge políticament correcte atès que no esmenta les dones pel seu nom sinó
amb “eufemismes”, perquè “eleva” les dones a una categoria
superior, a la dels homes;
al nirvana, vaja.
Sexe i gènere
La qüestió dels eufemismes
no ha estat trivial aquests
cinquanta anys. Hi ha una
bona pel·lícula titulada On the Basis of Sex
(EUA, 2018), dirigida per Mimi Leder,
sobre Ruth Bader Ginsburg (1933-2020), la notòria jutgessa del Tribunal Suprem dels Estats
Units. En la versió
catalana es va traduir el títol
per Per raó de sexe;
és a dir, van respectar-hi
la paraula sexe. En
la versió castellana, en canvi,
es va transmutar el títol per Una cuestión de
género, on veiem que la
paraula sexe es va traduir per gènere; és a dir, van descartar la paraula sexe que és la que sembla que corresponia.
Escollir
una paraula o una altra és, doncs, una elecció (interessada).
La traducció lliure es practica en altres moments de la versió castellana;
per exemple, quan tradueix una assignatura que imparteix Ginsburg, Sex Discrimination and the Law com a Discriminación de Género
y Ley.
Se sol dir que l’anglès usa gender i no sex, i que, per tant,
la totpoderosa llengua anglesa tradueix la paraula sexe, freqüent en les llengües romàniques, per gender. Queda, doncs,
desmentit.
L’ús de la paraula sexe
en el títol de la pel·lícula
no hauria de sorprendre; recordem quina paraula clou la dinovena esmena (1920) de la Constitució dels EUA: “The right of citizens of the
United States to vote shall not be denied or abridged by the United States or
by any State on account of sex”; és a dir,
“...per raó de sexe”. No és
cert, doncs, que el nostre sexe és el seu gender,
que és l’argument que s’acostuma a fer servir quan es parla de la proliferació
de la paraula gènere
per substituir paraules específiques
i ajustades a diferents
contextos. És evident que
en la majoria de les enquestes
no et pregunten de quin gènere
ets, sinó de quin sexe. Una altra cosa és que falti a l’enquesta una o més caselles per cobrir altres possibilitats.
El títol de On the Basis of Sex és un sintagma extret literalment de l’escrit de Ginsburg per defensar una de les moltes causes
que va portar als tribunals
i en la qual es basa la pel·lícula.
El moment clau pel que fa a la llengua és quan, de sobte,
la secretària que passa a
net l’al·legat fa notar a la jutgessa
que la paraula sexe surt a cada pàgina un munt de cops, una paraula una mica dura i malsonant
—tabú, vaja—, i que potser
seria millor canviar-la; s’entén que per no incomodar el tribunal i perquè se la prenguin seriosament. Així ho van fer, i l’escollida
va ser gender. Literalment,
un eufemisme.
Habitualment s’argumenta també que la paraula gènere, en relació a les expressions estudis de gènere, perspectiva
de gènere,
etc., és un calc de l’anglès, i en part ho és; però
és que, a més, eviten —en
el món acadèmic, en l’àmbit polític, etc.— una altra paraula forta
i “malsonant” com seria,
per a aquests dos casos, feminista (estudis feministes,
perspectiva feminista). Una substitució
eufemística similar a la de gender per sexe en l’escrit de la jutgessa Ginsburg. La tàctica, doncs, d’utilitzar un llenguatge neutre que passi desapercebut i que no molesti ningú. D’altra banda, que la paraula feminisme i derivades fereixin algunes orelles n’explica la vigència i l’extrema necessitat.
El que es desprèn dels avatars de la traducció del títol i de la intervenció de la secretària és que els eufemismes
funcionen igual, com a mínim,
en les llengües romàniques
i en l’anglès. I el més important, influeix en les propostes i solucions per visibilitzar les dones.
Extralimitacions
Una altra qüestió
a tenir en compte en
abordar algunes denominacions
és que de vegades es
cometen excessos que en realitat
mostren fins a quin punt només
veiem els homes, fins a quin
punt se’ls pot arribar a posar al centre i ocupar-lo sencer.
Analitzem, per exemple, la paraula monoparental. Hi va haver
un temps en què algú deia que la paraula homosexual era una paraula
discriminatòria perquè homo
es referia a home, sense
adonar-se que homo vol
dir igual o homogeni.
Amb monoparental penso
que passa una cosa semblant;
és a dir, hi ha qui s’oposa a monoparental
i vol substituir-la per la denominació
monomarental; al meu
entendre, un error. Sobretot
perquè una vegada més renunciaríem a la centralitat, a
situar-nos al centre, i a homenatjar l’experiència femenina. Parental, que es relaciona amb parentiu (i no amb patern), ve de parere, de parir,
com parenta, com parent; per tant, el terme monoparental
no es refereix al pare, no és
sexista. El terme mono s’utilitza
en molts contextos i és evident que aquí parla d’una
única persona; per tant, monoparental és adequat perquè
indica que només una persona (parenta)
és responsable d’aquesta organització familiar. Insisteixo
que, en procedir de parir, abraça
clarament una experiència
femenina i renunciar-hi és amagar, negar o menysprear una experiència
central per a moltes dones i regalar als homes tot
el que té a veure amb el parentiu.
En començar, citava el geni de la llengua. Aquest geni fa que persona treballadora
descrigui una característica o qualitat
personal i no que s’estigui referint
a treballadores i treballadors;
és a dir, a una situació laboral. S’hauria de tenir molt present
quan s'elaborin guies.
Gaies
paraules
El cas de monoparental recorda el que va passar
amb gai-a, paraula d’origen provençal que avui existeix a moltes llengües. La paraula denominava persones, tant
dones com homes, amb preferències i inclinacions sexuals cap a algú del mateix sexe. Així
consta al solvent diccionari
d’anglès COBUILD. Poc a poc, es va tendir a utilitzar la paraula gai per als homes i la paraula lesbiana
per a les dones. Un exemple paradigmàtic
d’aquest ús (a més del fet que en general els col·lectius que s’autodenominen gai són només d’homes
i els grups que s’autodenominen lesbians
incorporen sense excepció només dones) el trobem als noms de les antigues Coordinadora Gai-Lesbiana
de Catalunya o de la Federación Estatal de Gais y Lesbianas. És a dir, l’ús
d’aquesta paraula tan bonica,
musical, econòmica i eminentment
alegre, molt versàtil, perquè té flexió de gènere, s’ha restringit
perillosament.
Segons el Dictionary of Slang and
Unconventional English,
la paraula gai-a
agafa l’accepció d’homosexual
cap al 1930 o potser abans. Fa poc va fer cinquanta anys
que Dolores Klaich va suggerir
(i ho corroboren altres) al
revelador llibre Woman Plus Woman. Attitudes Toward Lesbianism que és molt
probable que la paraula gai-a
fos creada per Gertrude Stein (1874-1946). Stein la va fer servir profusament a l’escrit “Miss Furr and Miss Skeene”, inclòs a Geography and Plays (1922), on, molt
al seu estil, juga constantment
amb els diferents
sentits de gai-a,
inclòs el sentit d’homosexual: “Helen Furr i Georgine Skeene [...] vivien doncs molt
normalment, sent doncs molt normals
i sent doncs gaies. Van aprendre moltes maneres de ser gaies i eren doncs gaies sent molt
normals i sent gaies [...]” (Stein, 1922: 8).
La narració està
inspirada en una parella real i el 1933, Miss Squire
(Miss Furr a la ficció) va escriure una carta des de Vence a Gertrude
Stein i Alice B. Toklas en què deia: “[...] però ens encanta el paisatge i la proximitat de Niça i de la costa, que és gaia i sofisticada. A la senyoreta
Furr li agraden les coses gaies,
adora ser gaia i vol que tot el món i tot
sigui gai. Molt tendrament vostra [...]” (Klaich,
1974).
Un cas de manual.
Una pràctica femenina encarnada en una paraula
es generalitza i finalment els homes se n’apoderen
i les dones són expulsades d’una denominació originàriament i legítimament seva. L’apropiació i la restricció que pateix em sembla un robatori.
La reivindico, per tant, com
a genèrica.
I apunto que això de
situar-nos al marge, a la perifèria,
és una dels trets més tòxics
del patriarcat respecte a (auto)denominar-nos. Una mostra lingüística de la nefasta idolatria
cap als homes.
Perdem la rica genealogia
femenina, i en aquest cas concret
neguem Stein; li neguem tota autoritat.
El sexisme
de la lideressa
Un altre factor que té lamentablement
un impacte molt fort en el llenguatge és el sexisme. No em refereixo als usos lingüístics sexistes com per exemple referir-se a
dones i homes de manera inequitativa a partir dels noms i cognoms,
o a l’ús de diminutius per minimitzar i familiaritzar les
dones malgrat que el contingut
no en digui res de dolent. Em refereixo a un concepte fonamental, el sexisme com una actitud caracteritzada pel menyspreu i la desvalorització, sigui per excés o per defecte, del que són o fan les
dones[5].
Vegem
com funciona a través de la llengua,
no en els usos o formes, que són
fàcils de modificar, sinó
també en els continguts. Un
cop més, potser un cas concret ho explicarà millor
i serà més representatiu.
Recordaran que
a finals del 2007 Esperanza Aguirre, llavors presidenta de la Comunitat
de Madrid, es va proclamar “lideressa nacional” en
una roda de premsa. “Pero Aguirre acabó con la cuña:
‘Como me consideran [en el partit] lideresa nacional,
saldré mucho fuera de Madrid’ para acompañar al candidato, Mariano Rajoy” (Moreno, 2007).
La premsa i els mitjans
de comunicació tant en català com en castellà
van reaccionar amb moderació
i prudència davant aquest neologisme totalment innecessari. Vegem-ne un d’un diari català: “L’altra lideressa amb dificultats, Esperanza
Aguirre, una referència per al sector més dur del PP, no concita els suports de Barberá” (Redacció, 2016).
I un en castellà: “La presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Esperanza
Aguirre, se ha autoproclamado lideresa del PP a solo unos días de la
convención nacional de su partido, pistoletazo de salida para la recta final de
la campaña electoral que se inició el 15 de marzo de marzo de 2004” (Anon, 2007).
Força
mitjans, La Voz de Galicia, El siglo de
Europa, Noticias de Álava i un llarg etcètera van utilitzar l’expressió autoproclamada però
no van fer cap comentari, ni sobretot cap comentari feridor
o insultant.
La pertinença
de membra
Mig
any més tard,
el juny de 2008, la ministra Bibiana Aido també va innovar en citar les membres
en una comissió del Congrés
on informava sobre el pla nacional de sensibilització i
prevenció de la violència
de gènere 2007-2008: “Quiero agradecer a sus
señorías la atención que me han prestado, estoy convencida de que el compromiso
con la igualdad de los miembros y miembras
de esta comisión será muy relevante a la hora de conseguir los objetivos que la sociedad española nos está reclamando”.
La reacció va
ser esfereïdora. Extrec del
remolí de porqueria algunes
de les diatribes i insults
que va rebre per part de
tres periodistes indignats
i escandalitzats pel fer d’usar una paraula d’ús comú
al cap de poc temps.
En un mitjà en què es destacava la seva extrema joventut, un detall que no s’acostuma a esmentar en els ministres, la seva actuació es descrivia com un cop de peu a la llengua. “Bibiana Aído, la jovencísima ministra de Igualdad,
ha empezado con mal pie su carrera política. De su bautismo en el Congreso, el
pasado lunes, solo ha trascendido su patada al diccionario y a la RAE
con aquella apelación a las ‘miembras’ de la Comisión” (Forcada, 2008).
En un altre, l’autor del qual té una peregrina
idea del que és el llenguatge
políticament correcte i mostra una certa malvolença
contra la igualtat, deia: “Tal
vez Bibiana Aído, titular de un ministerio
casi vacío de contenido, pase a la historia por la propuesta de que el Diccionario
oficial incorpore el femenino miembra. Junto a
la lógica rechifla, tan atrabiliaria proposición ha levantado aplausos
entusiastas de los adictos a la llamada corrección política en el lenguaje” (Busquet,
2008).
Un altre que també s’esplaia amb ganes i fins i tot amb
insults, també esmenta la joventut d’Aído, i es dedica a
demostrar que a Amèrica Llatina
no s’utilitza el terme. Alguns detalls.
“Burla, irritación, chanza, sonrojo, vergüenza, sarcasmo. Es
lo que sintieron los iberoamericanos al conocer que la joven ministra española
de algo tan abstracto como la Igualdad, Bibiana Aído,
había afirmado que utilizó en pleno Congreso de los Diputados el término miembra porque se había familiarizado con él en una
estancia en El Salvador. Según el chascarrillo de la joven
ministra, en El Salvador sí se utiliza ‘una terminología similar’ [...]. En los
países iberoamericanos se comparte y aplaude la opinión expresada por el
académico Gregorio Salvador: ‘¡Es una vergüenza que una ministra de España
utilice el español de esa manera! Me parece insultante, porque en América es
donde puede producir más irritación una cosa de este tipo porque la atención,
el cuidado y el mimo que suelen tener en la utilización de nuestra lengua común
es generalmente superior al que se tiene en España’. Gregorio Salvador recalcó:
‘Eso solo se le puede ocurrir a una persona carente de conocimientos
gramaticales, lingüísticos y de todo tipo’” (Ibarz, 2008).
Els atacs
van ser tan pujats de to que fins
i tot la premsa els va destacar. Vejam què en va dir una periodista.
“La palabra “miembra” es una
incorrección. No figura en el diccionario de la Real Academia Española, que
fija la norma. Proferirla es una “estupidez”, una “sandez” y una muestra de
“feminismo salvaje”, según Javier Marías, Fernando Savater y Juan Manuel de
Prada. Pocas veces un error gramatical —con
o sin intención—
desató tales diatribas contra una miembro del Gobierno como le está ocurriendo
a Bibiana Aído, la primera ministra de Igualdad de la historia de España” (Constenla, 2008).
Poc després l’expressió es trobava a la premsa sense que en pertorbés la comprensió a ningú, ni s’hagués de lamentar cap atac d’apoplexia.
“La ministra [...] dio por hecho su voto, en tanto que
diputada del psc,
contra el veto a los presupuestos sin esperar la decisión colegiada de la
cúpula de los socialistas catalanes. Sin embargo, Chacón tampoco podía poner en
duda en tanto que miembra del Gobierno, y, por
lo tanto corresponsable del proyecto, su apoyo a las cuentas del Estado” (Redacción, 2008).
I encara més: sense que qui es va oposar a aquesta innovació i progrés amb insults
i vexacions s’excusessin al
més mínim quan miembra es va normalitzar (tal com va passar quan es van implantar els femenins ministra o presidenta).
Un procediment ja clàssic.
Per cloure
la qüestió, acabaré dient
que la primera aparició que tinc
recollida és de l’any 1987, més de vint anys abans
de la intervenció de la ministra. La vaig trobar a Madre por un
día,
obra de teatre del Grupo de Arte Feminista Polvo de
gallina negra de Maris Bustamante i Mónica Mayer. Un cop
més, la innovació ve d’Amèrica Llatina, concretament de Mèxic.
Recapitulem
L’única incògnita
és per quines raons van ser rebudes de manera
tan diferent totes dues, diguem-ne, innovacions. Aguirre
va optar en lideresa per una flexió innecessària atès que en líder
el gènere es marca amb l’adjectiu, article, etc., la
líder, el líder, com a taxista o a telefonista.
Va tenir especial punteria
en la flexió: és procliu a l’obsolència i tendent a marcar les experiències
de les dones no com a diferents
sinó com a escassament professionals i inferiors a les masculines. Per dir-ho d’alguna manera, va (auto)ridiculitzar el seu paper com a líder. Res no és més grat
al patriarcat.
Al seu
torn, Aído va “inventar” un
femení amb terminació en -a, la més freqüent i productiva en les llengües
romàniques, encara que no l’única,
per a una activitat seriosa
i ben considerada, fins i tot
es podria dir que amb prestigi, com
és formar part d’una comissió parlamentària (prohibida anteriorment
a les dones) i això va doldre
a qui preferiria veure les dones en llocs subalterns, però que en el cas d’accedir a càrrecs prestigiats, pensa que almenys haurien de tenir la deferència de (auto)anomenar-se en masculí. En aquest sentit, veiem que les grans polèmiques a l’hora d’implementar professions i càrrecs en femení no són en paraules com minera, jornalera, etc., sinó com cancellera
(Merkel), ministra (Thatcher, ministres franceses), etc. Paraules, que com membra, no tenen cap dificultat lingüística per a
la seva formació, però que corresponen a professions o càrrecs colonitzats pels homes i durant segles prohibits a les dones.
La flexió
-essa és delicada,
ja Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) i Carolina Coronado (1823-1911)
van reflexionar sobre si era millor que les denominessin poetes o poetesses
(que moltes coses han passat
abans de fa cinquanta anys). La darrera denominació té un clar deix de menyspreu, com si les poetesses fossin unes diletants capaces només d’acoblar rodolins i no de fer poesia autèntica. Com sempre en aquests
casos hi ha molts matisos;
es pot argumentar que lideressa
o poetessa marquen amb
més força la feminitat i per això algunes dones les prefereixen, però la feminitat també es marca
en frases com “Aido va ser una
bona líder per a la llei de l’avortament”
o “Carolina Coronado és una gran poeta romàntica”. D’altra banda, algunes poetes han reivindicat la
denominació poetessa
i li han donat la volta; de la mateixa
manera que hi ha gaies que s’anomenen
amb orgull amb paraules inicialment
despectives o insultants com camionera o bollera.
Quan a principi
dels anys noranta es va revisar el sexisme
i l’androcentrisme del diccionari
normatiu català, es va
preguntar a les interessades (una manera excel·lent de procedir), a les
poetes, com preferien ser anomenades i es van decantar per incloure’s
en la forma invariable poeta; així es va fer i es va deixar al diccionari poetessa com a forma secundària amb una remissió a poeta.
Que no passi com amb
gai-a o monoparental: no hi renunciem
i regalem el títol de propietat de paraules com poeta i líder als
homes. (Això no treu que si hi ha professionals
que prefereixen poetessa
o lideressa, que es troben
a gust emprant-les, faran bé d’usar-les.)
La meva
intenció en tractar els casos de membra i lideressa era deixar
clar que a l’hora d’optar per solucions lingüístiques que aparentment només tenen a veure
amb el llenguatge, altres aspectes de la realitat, en aquest cas de la ideologia, sobretot el sexisme i l’androcentrisme (que
operen en qualsevol aspecte
de la vida) tenen un paper fonamental que cal tenir en compte si volem entendre el que passa.
Per acabar, esmentaré el cas d’aquelles professionals que prefereixen ser
denominades en masculí. No comparteixo l’estratègia, però n’entenc l’elecció.
Pensen que és una llàstima haver-se esforçat tant per ser finalment una mera enginyera
o una simple doctora i no atènyer la brillant condició i l’autoritat d’enginyer o doctor,
títols molt més seriosos que a més les eleva per sobre de la servitud
de ser “només” una dona. És
androcentrisme en estat pur, i ja hem vist
com opera el sexisme
a les professions.
Recordem que l’androcentrisme consisteix en un
punt de vista orientat pel conjunt de valors dominants en el patriarcat, per una percepció
centrada en allò masculí. Creure que les experiències masculines inclouen i són la mesura de les experiències
humanes; per tant, la mirada androcèntrica
valora només el que és masculí. En considerar que els homes són el centre del món i el patró per mesurar qualsevol persona, presenta la vida de les dones com una desviació de la norma.
Ser
conscient d’aquesta òptica és bàsic
per analitzar la realitat amb un mínim de rigor. És molt útil i necessari, insisteixo, tenir-la present per a tot tipus de qüestions
lingüístiques. En els darrers cinquanta anys s’ha avançat
molt en l’anàlisi i aplicació d’aquests dos conceptes. I no tan sols en la reflexió sinó també en solucions per superar-los.
Una
de freda i una de calenta
Un aspecte més de l’onada reaccionària general —que va pujant de to i
perillositat— és la irracional ràbia que desperta sobretot en la dreta el
llenguatge inclusiu. La política institucional no se’n salva, al contrari, es
concreta en diferents llocs. Si ens limitem a les llengües llatines, constatem
que a final del 2021 el govern del PP i Vox de la comunitat de Múrcia van
reclamar l’ “expresa prohibición del llamado ‘lenguaje inclusivo’” (Cabrera Catanesi, 2021) en l’Administració i, potser encara més greu, en
l’Educació. Dos anys després, el novembre del 2023, el pompós president de
França, Emmanuel Macron, també el va prohibir.
El juliol del 2024, a Itàlia, un senador de la Lega
proposa una llei per “abolir l’ús del femení en els actes
públics” (Anon, 2024), sobretot pel que fa a càrrecs i professions (com sempre, les
prestigiades), amb multes de fins a cinc mil euros per escriure síndica o advocada.
La lingüista Alma Sabatini (1922-1988)
s’estiraria els cabells en veure com s’escup sobre els avenços que va consignar
i proposar a l’indispensable i pioner Il sessismo nella lingua italiana (Sabatini, 1987), escrit fa gairebé cinquanta anys i en el
qual totes ens vam abeurar.
Sense abandonar la política, és interessant i il·lustratiu veure com la
repressió i les prohibicions conviuen amb reivindicacions de gran envergadura;
així, l’1 d’octubre del 2024, Claudia Sheinbaum, en
l’acte solemne de la presa de possessió com a presidenta de Mèxic, va fer un
emocionat i encertat cant a la visibilització. Cito
literalment.
“Dije que el pueblo fue muy claro al decir este 2 de
junio, es tiempo de transformación y es tiempo de mujeres. Durante mucho
tiempo, las mujeres fuimos anuladas [...]. Hoy sabemos que las mujeres
participaron en las grandes hazañas de la historia de México desde diferentes
trincheras, y también sabemos que las mujeres podemos ser presidentas, y con ello hago una respetuosa invitación a que nombremos presidenta [alarga con intención la a], con -a al final, al igual que abogada, científica, soldada, bombera, doctora, maestra, ingeniera..., con -a. Porque como nos han enseñado, sólo lo que se nombra, existe” (Sheinbaum
Pardo, 2024) [A partir del minut 37:28].
Contrastos
té la vida. La Història avança
a un ritme desigual, de vegades sembla
que a tomballons, de vegades,
en ziga-zaga, o fent dos passos endavant i un (o més) enrere. No cal afegir gaire al parlament de la presidenta i científica Sheinbaum,
potser lloar-li l’exactitud i precisió, el bon gust, en les professions que va escollir per demostrar que tant aquests quefers com les denominacions són patrimoni de les dones.
Podem anar una mica més lluny. De vegades, les institucions o acadèmies que vetllen per la llengua intenten prescriure sobre el llenguatge inclusiu (o impedir-lo). L’última
vegada que es va fer a l’Estat
va ser el 20 d’octubre del 2023. La Secció Filològica de l’IEC va aprovar en reunió plenària el document El llenguatge inclusiu:
compatibilitat dels
recursos estilístics dels
usos no sexistes amb la
normativa lingüística (Secció Filològica de l’IEC, 2023). En dedica el primer apartat al masculí, al qual considera no marcat, creença que l’agermana, com a mínim, amb les acadèmies de les altres llengües romàniques, inclosa la RAE.
Però en un altre
apartat parla que per visibilitzar
les dones a la llengua, el català
(es pot ampliar al castellà)
disposa de diversos recursos lingüístics
que no contravenen la normativa.
Un dels quals és l’ús de formes dobles. Cosa
sorprenent: si creuen que el masculí és genèric, les haurien de rebutjar perquè no calen. Aclareix, però, que es poden
usar “en alguns contextos” i sense “abusar-ne”. Dos
criteris subjectius. ¿Qui decideix que el context
ho permet? ¿Totes les i
els parlants tenen la mateixa percepció del que és un abús? Un dels
exemple és: “Entrevistarem les enginyeres i els enginyers del projecte”. Estic
segura que hi ha qui diria que és un abús.
Val a dir que la vigília del 8 de març del 2012, les tres acadèmiques
i vint-i-sis acadèmics que van assistir al Ple
de la Real Academia Española del dia 1 van subscriure
un informe redactat per Ignacio Bosque titulat Sexismo lingüístico
y visibilidad de la mujer,
que va aixecar una gran polseguera.
Molt congruent amb la posició de l’IEC, en la redacció de l’informe es van utilitzar diverses dobles formes, just la incorrecció que blasmaven i que pretenien eliminar.
El document
de l’IEC continua explicant
que quan es desdoblen noms modificats per un mateix adjectiu, no cal desdoblar-lo, “Els
socis i (les) sòcies implicats en l’estafa hauran de declarar”. Doncs bé, hi ha nombroses guies sobre llenguatge inclusiu que fa temps que proposen aquesta fórmula.
En un altre
ordre de coses, tots dos diccionaris normatius inclouen un gran nombre d’oficis
que tenen en compte i respecten
les professionals. Femenins
que temps enrere (al·ludint a allò que denominaven el “sexe del referent”) consideraven propis d’analfabetes i/o de feministes.
Veiem, doncs, que algunes
institucions acadèmiques fins i tot comencen
a apropiar-se tímidament del llenguatge
inclusiu. Benvingudes siguin. També cal destacar que les guies de llenguatge inclusiu marquen el camí, per exemple, en l’apartat de paraules col·lectives, que tots dos diccionaris ja reconeixen i
adopten, quan no fa gaire criticaven aquest tipus de paraules, sobretot si no eren de les encunyades.
Finalment, partits d’esquerra
(CUP, Comuns, Sumar, Podemos...) han pres la decisió política d’intentar
autodenominar-se en femení.
Noves formes per dir-nos
A les millores
cal sumar-hi que els darrers
anys han emergit i s’han concretat una sèrie d’euforitzants i imaginatives propostes per visibilitzar les dones i les seves potències. Curiosament, uns canvis no induïts per ningú: és a dir,
els millors, els òptims. S’ha
parlat al principi d’aquestes línies que en llengua es poden produir canvis perquè algú
els promou o suggereix, contràriament a això, els que es veuran a continuació són “espontanis”; ningú, cap guia,
els ha proposat però és clar
que responen a canvis profunds en la societat. De vegades, són tan grans que costa de percebre’ls.
En concretar-se a la llengua, veiem
que la llengua s’erigeix en
notària d’una realitat canviant. Són a més els
canvis on millor es pot veure
la profunda relació entre contingut
i forma.
En efecte,
les maneres concretes que va adoptant
actualment la llengua per visibilitzar les dones responen a
una percepció diferent de qui som o de què
fem les dones, a d’altres maneres d’habitar el món, a una manera d’estar-hi més còmoda i van molt més enllà
de les barres, les formes genèriques, les formes
dobles, els asteriscs (més tard substituïts per les arroves), les crosses que ens van permetre
començar a caminar fa cinquanta
anys. N’enumeraré algunes.
En
primera persona: una
Encara
que en res i menys en la llengua
hi ha comportaments uniformes, es pot
apuntar que fa cinquanta anys
la major part de les dones ens referíem a nosaltres mateixes amb un un (“un pensa...”) i es feia servir una
quan l’experiència només podia ser específicament femenina (“quan una
té la regla...”). De mica en mica vam començar a autodenominar-nos en femení
(“una es pregunta si...”, “de cara a conèixer-se
una mateixa”). La primera pista la vaig trobar fa trenta anys en un article de Maruja Torres (1995: 6), on
afirmava que “Una se hizo periodista para ver
mundo [...]”, on és
evident que no parlava només d’una experiència
personal o només femenina sinó
universal. Com aquest altre: “Una aprén a lluitar amb les pitjors coses imaginables, trobar
l’esperança i tirar endavant”
(Toledo, 2008: 5).
Aquest article una tan
significatiu no ha fet més que créixer exponencialment aquests darrers anys.
En
primera persona: adjectius i substantius
Evidentment,
té correlats. Es concreta també en l’ús de substantius i adjectius en femení. “Desde
el estreno de Días felices he dedicado mi energía en el teatro a
trabajar en esta inmovilidad móvil. [...] Funciona. [...] Como una malabarista
tirando tres pelotas al aire sin parar de dar vueltas. Cuando diriges a
Beckett, estás obligada a crear algo nuevo y distinto a lo que se ha
hecho” (Novell, 2005: 4-5).
Es refereix a una experiència
compartida per tots dos sexes,
però com que parla a partir
d’ella, estableix la comparació amb una
malabarista i no amb un. A continuació,
i per la mateixa raó, l’adjectiu
femení pot englobar
directores i directors. Potser
ens indica un camí: l’ús del femení si qui parla és una dona i del masculí si el que parla és un
home.
Concordances
inusitades
Aquest
posar-se al centre, aquest parlar des de si mateixa s’encomana a les concordances. Pensàvem que una paraula com algú
només podia concordar en masculí i vet aquí que trobem concordances com la següent: “Sin duda, es una
de las grandes filántropas españolas [...]. Ella pensaba que le iban a pedir
cuentas cuando muriera y que tenía que estar preparada para este momento”,
afirma rotunda alguien que la conoció muy de cerca” (Pérez
Ramírez, 2010: 27).
Femení “universal o genèric”
Aquesta fórmula de visibilitzar les dones, de no amagar-les, ens duu a un altre
canvi radical per la senzillesa
i economia. Em refereixo a l’ús del femení per abastar un grup humà compost per persones de tots
dos sexes: “Schulman alega
que los lectores y estudiosos de la obra de Moore “deben” conocer esos ensayos
previos y “deben” hacerlo en orden cronológico. Es evidente mi absoluto
desacuerdo con ese criterio exhumatorio, que
contraviene el derecho elemental de la poeta a definir los límites y el
contenido de su obra” (Moore, 2010: 8). Òbviament
afirma que tant una com
un poeta tenen dret
a definir el contingut de la seva
obra.
Masculí “específic”
Com un mirall i en paral·lel, si es
parla d’una experiència
masculina, sol especificar-se cada cop amb més freqüència
i, així, on abans s’hauria fet passar la part
pel tot, ara es concreta més fidelment la realitat. Vegem-ne un exemple paradigmàtic: “Fue la
aparición de las masas como nuevo sujeto de la política y la correlativa
universalización del sufragio masculino lo que especializó al político como un profesional del poder”
(Juliá, 2015). No fa gaire temps
no s’hauria afegit masculí a sufragi obviant que el tenien prohibit a les dones i menyspreant
així la seva experiència.
Alternació
de femení i masculí
Aquest recurs
per visibilitzar les dones cada vegada és més present
tant a la premsa com a altres àmbits:
“Una és que, als teatres d’òpera s’ajunten els millors
i més variats oficis del món i hi brillen: electricistes, maquilladors, sabateres, fusters, sastres, músiques [...] taquillers,
afinadores, cineastes, càmeres i molts més”
(Coderch,
2020).
La
major part d’aquests canvis apunten cap a direccions noves i optimistes. Van més enllà de visibilitzar les dones amb dobles formes i formes genèriques.
Insisteixo que són canvis no induïts, responen a la voluntat i al desig de dones ben diverses de
representar-se i de tenir un lloc
a la llengua. Com a
creadora de guies no puc més que alegrar-me que els
recursos i solucions més belles, més pràctiques,
més econòmiques i més imaginatives surtin de qui parla i no de qui d’una manera o altra proposa des de dalt. Les guies van, doncs, amb la llengua
fora darrere de les i els parlants, com
ha passat i passa en qualsevol canvi important a la llengua.
L’ús de la paraula una o el de substantius
o adjectius femenins per autoreferenciar-se implica utilitzar
la llengua de manera diferent
segons el sexe.
Les
concordances inusitades mouen combinacions que semblaven impossibles. El femení amb valor universal o genèric i el masculí específic són dues
cares d’una mateixa moneda
per incloure o excloure. L’alternació de femení i masculí invita a imaginar que tots
dos puguin ser genèrics: l’un ho és
perquè l’altre també ho és. Tot
un canvi de paradigma. Fórmules
que mostren una vegada més
que la llengua no tan sols reflecteix la societat que el
parla, sinó que en condiciona el pensament,
les maneres d’emancipar-se,
el desenvolupament social i la imaginació.
Li dona ales.
Per
concretar. Penso que per avançar
en una llengua que inclogui
les dones i les seves experiències
cal incidir i insistir en tres aspectes fortament interrelacionats entre
si que hem anat veient.
a)
reconèixer sempre la feina de les qui ens van precedir, de les nostres ancestres, perquè no se n’esborrin les
traces i perquè ens mostrin les senyes, i perquè puguem constituir una baula més de la plena tradició femenina;
b)
ser conscients, per tant,
que la ignorància de qui són i dels seus
assoliments, una llarga genealogia (que de vegades es
presenta com acabada d’inventar),
parla no del passat sinó sobretot dels esbiaixats
paràmetres actuals i de la nostra imperfecció. De la criptogínia, aquest fenomen recurrent al llarg de la història a la major part de les cultures que es
caracteritza per l’ocultació
de les dones i referents femenins
en els diferents àmbits de la societat, especialment els de més prestigi;
c)
aquests reconeixement i coneixement només es podrà dur a terme
si paral·lelament a això i
al reconeixement imprescindible de l’autoritat femenina, deixem d’adorar el patriarcat. Aquesta devoció que ens fa posar allò masculí al centre, sobrevalorar-lo i veure’l
com el cànon. Per entendre’ns i acabar amb un cas
de llengua: no són més dignes les denominacions en masculí que en femení, no per fer-te anomenar pintor seràs més que una pintora;
és possible, a més, que no per denominar-te pintor et vegin més que com
una “dona que pinta”.
Penso
que no m’erro si dic que són
tres puntals que el feminisme
hauria de tenir sempre ben presents siguin quins siguin
els àmbits i els camps que abordi.
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[1] Se puede
visualizar o descargar la versión de este artículo en catalán en el siguente enlace: Versión
catalana.
[2] Para el diccionario normativo castellano: Lledó (Coord.),
Calero y Forgas
(2004). Para el catalán y el castellano: Lledó (2000).
[3] Para los conceptos de sexismo y androcentrismo un
documento accesible en: Lledó (2009).
[4] Per als diccionaris normatius català i castellà: Lledó, Eulàlia (2000). Per al diccionari
castellà: Lledó (Coord.), Calero i Forgas
(2004).
[5] Per als conceptes de sexisme i androcentrisme un document accessible a Lledó, Eulàlia
(2009).