Madres solas y conciliación: apoyos percibidos en
la
monomarentalidad como proyecto de vida
Single mothers and work-life balance:
perceived support in single motherhood as a life project
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Estefanía Gómez Muñoz |
Luis Mena Martínez |
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Universidad de León – España |
Universidad de Salamanca - España |
Recibido: 13-03-2025
Aceptado: 23-05-2025
Resumen
El presente estudio
analiza la experiencia de la maternidad en solitario por elección en mujeres de
clase media, explorando sus trayectorias, redes de apoyo y estrategias de
conciliación. La investigación parte de los cambios demográficos y
socioculturales que han diversificado los modelos familiares, destacando la monomarentalidad como una opción creciente.
Metodológicamente, se realizó un estudio cualitativo basado en entrevistas
semiestructuradas a tres mujeres, permitiendo reconstruir sus experiencias. Los
resultados evidencian que, si bien estas madres experimentan empoderamiento y
autonomía, enfrentan desafíos emocionales, laborales y económicos, compensados
por redes de apoyo informales y estrategias de conciliación flexibles. Se
concluye que es necesaria una mayor protección institucional para facilitar la
conciliación y reducir la carga que enfrentan estas mujeres en su vida
cotidiana.
Palabras clave: monomarentalidad,
apoyo social, conciliación, solidaridad intergeneracional, cuidados.
Abstract
This
study examines the experience of single motherhood by choice among middle-class
women, exploring their life trajectories, support networks, and strategies for
balancing work and family life. The research is grounded in demographic and
sociocultural changes that have diversified family models, highlighting single
motherhood as an increasingly common choice. Methodologically, a qualitative
study was conducted using semi-structured interviews with three women, enabling
the reconstruction of their experiences. The findings reveal that although
these mothers experience empowerment and autonomy, they also face emotional,
occupational, and economic challenges, which are mitigated by informal support
networks and flexible reconciliation strategies. The study concludes that
greater institutional protection is needed to facilitate work-life balance and
reduce the daily burdens these women face.
Keywords: single parenthood, social support, work-life balance, intergenerational
solidarity, care work.
1. Introducción
A lo largo del siglo XX, la institución familiar ha
experimentado transformaciones profundas, reflejo de los cambios demográficos,
socioeconómicos y culturales que han redefinido las formas de convivencia. La
realidad familiar actual difiere significativamente de la de hace unas décadas
debido a varios factores: el descenso de la nupcialidad, el aumento de la
cohabitación, la disminución de la natalidad, el incremento de las tasas de
separación y divorcio, el aumento de la esperanza de vida y la postergación
tanto del matrimonio como de la maternidad (Pascual Lavilla, 2022). A estos
cambios demográficos se suman otros de índole socioeconómica, como la
incorporación de la mujer al mercado laboral y el aumento del nivel educativo y
formativo. En el plano cultural, se ha producido una revalorización de la
autonomía individual, la autorrealización y la libertad de decisión, que han
desafiado los valores tradicionales asociados al deber, el orden y la autoridad
masculina (Beck y Beck-Gernsheim, 2001).
Estos cambios han tenido un impacto directo en la
estructura y el tamaño de los hogares, cuyo promedio se sitúa en 2,5 personas
(INE, 2024), reflejando una creciente diversidad de modelos familiares más allá
de la familia nuclear biparental, tradicionalmente considerada la norma. Entre
estas nuevas configuraciones destacan las familias monoparentales, que son
aquellas en las que un único progenitor asume la responsabilidad del cuidado y
bienestar de los hijos e hijas (Federación de Asociaciones de Madres Solteras,
2021).
Hasta finales de los años 60, el término “madre
soltera” se usaba para referirse a mujeres que, fuera del matrimonio y a menudo
de forma inesperada y no deseada, se encontraban embarazadas y asumían solas la
crianza de sus hijos. Este tipo de familia era minoritario y generaba gran
alarma social, siendo vinculado en ocasiones con comportamientos inmorales,
como el libertinaje o la prostitución, debido a las connotaciones morales de la
maternidad fuera del matrimonio (Cordón y Soler, 1998). Sin embargo, el cambio
cultural que comenzó a finales de los años 60 en los países occidentales
transformó drásticamente esta realidad. Según William Goode
(1980), los valores, las normas sociales y las alternativas de vida tanto para
hombres como para mujeres cambiaron profundamente, alterando el sistema
familiar y las conductas demográficas asociadas.
El sexo dejó de considerarse una actividad exclusiva
del matrimonio, y este cambio sociocultural fue impulsado por la aparición de
la píldora anticonceptiva y otros métodos de control de la natalidad en los
años 70. Este cambio de valores y la mayor permisividad sexual contribuyeron al
aumento de los nacimientos extramatrimoniales en todas las clases sociales, así
como al crecimiento del número de madres solteras (Castro, 2007; Lewis y Kiernan, 1996). Al mismo tiempo, el estigma social
vinculado a la maternidad fuera del matrimonio comenzó a disminuir, lo que
permitió que emergieran nuevas formas de maternidad en solitario (Avilés
Hernández y Sánchez Manzanares, 2015).
En España, los hogares monoparentales representan el
10,4% del total, de los cuales el 81,4% están encabezados por mujeres (INE,
2024). Esta predominancia femenina hace necesario abordar este fenómeno desde
una perspectiva de género, razón por la cual se emplea el término monomarentalidad, que no solo enfatiza el protagonismo de
las mujeres en esta forma de familia, sino que también permite visibilizar las
desigualdades estructurales en la distribución de los cuidados y la falta de
políticas públicas adecuadas para su protección.
El concepto familias monoparentales tiene su origen en
el término anglosajón one-parent families,
acuñado en los años sesenta por sociólogas y politólogas feministas con el
objetivo de sustituir denominaciones estigmatizantes como familias rotas o
familias incompletas (Avilés Hernández, 2013). Sin embargo, a pesar del avance
en la terminología, la conceptualización de estas familias sigue siendo objeto
de debate, ya que las situaciones familiares son diversas y dependen del
criterio utilizado para su clasificación. De acuerdo con diferentes
definiciones (FAMS, 2021; Jociles et al.,
2008), hay tres elementos comunes a todos los grupos monomarentales:
la presencia de un único adulto con responsabilidad legal sobre menores, la
existencia de uno o más hijos/as, y la configuración de un vínculo social,
político, económico y legal dentro de una dinámica familiar, sin que esto
implique necesariamente la ausencia de otras personas en el hogar.
Históricamente, la monomarentalidad
se ha asociado a situaciones de precariedad económica, debido a su vinculación
con la maternidad en solitario o la viudedad. No obstante, las transformaciones
sociales recientes exigen un enfoque más amplio que reconozca la heterogeneidad
de estas familias y supere la visión que las asocia automáticamente con la
exclusión social. Si bien algunas de estas familias enfrentan dificultades
económicas, existen trayectorias diversas dentro de esta categoría,
determinadas por factores como el nivel educativo, la inserción laboral o el
acceso a redes de apoyo.
En este sentido, la monomarentalidad
no puede entenderse exclusivamente a partir del estado civil, ya que las
trayectorias que conducen a esta realidad son múltiples. Tradicionalmente, se
distinguían tres vías principales: maternidad en solitario, separación o
divorcio y viudedad. Sin embargo, esta clasificación resulta insuficiente en el
contexto actual, caracterizado por el declive del matrimonio y el auge de la
cohabitación. Desde una perspectiva de Jociles et
al. (2008) diferencian entre la monomarentalidad
como un proyecto de vida elegido y aquella que es consecuencia de una
circunstancia sobrevenida. Esta distinción resulta clave, ya que cada
trayectoria implica un acceso diferente a los recursos y privilegios sociales.
Dentro de la monomarentalidad
como decisión personal, se incluyen aquellas mujeres que acceden a la
maternidad voluntaria y libremente, sin un proyecto de pareja. Son tres las
vías que suelen dar acceso a una maternidad de este tipo: la fecundación sexual
planificada, declarada o no, las técnicas de reproducción asistida, y adopción
nacional o internacional, o acogimiento. Todas estas mujeres han quedado
englobadas bajo la categoría sociológica de “madre soltera por elección” (MSPE).
Junto a esta, la expresión “madre sola por elección” ha ganado popularidad, ya
que resulta más adecuada que la anterior. Esto se debe a que el estado civil no
define a estas mujeres: aunque muchas de ellas son solteras, también hay
quienes enviudan, se separan o se divorcian antes de decidir convertirse en
madres en solitario.
En ambos casos, la cuestión de los cuidados ocupa un
papel central, ya que estas mujeres asumen en solitario la doble
responsabilidad de proporcionar los cuidados y el soporte económico de sus
hijos e hijas. Esta carga se enmarca en una dinámica histórica de división
sexual del trabajo, donde tradicionalmente la familia combinaba funciones
productivas y reproductivas (Macionis y Plummer, 2012). Con la modernización económica, se
consolidó una separación entre el ámbito público y productivo, reservado a los
varones en su rol de proveedores, y el ámbito privado, centrado en los cuidados
y adjudicado a las mujeres. La monomarentalidad, en
este sentido, visibiliza las tensiones entre la permanencia de este modelo y la
necesidad de reorganizar el trabajo y los cuidados en las sociedades
contemporáneas.
Sin embargo, estas tensiones no son exclusivas de esta
modalidad familiar, sino que forman parte de un modelo estructural más amplio
que ha condicionado históricamente la distribución del trabajo y los cuidados.
Este modelo, sustentado en el concepto de contrato sexual (Pateman,
1988), consolidó la pareja heterosexual con una distribución asimétrica y
complementaria de roles: el hombre como proveedor económico y la mujer como
principal responsable de los cuidados. Sin embargo, esta estructura invisibilizó el valor social y económico del trabajo
reproductivo o de cuidados, a pesar de ser indispensable para la sostenibilidad
del sistema económico (Hernández Moneleón, 2016). A
medida que las mujeres han logrado acceder al mercado laboral y conquistar
derechos en la esfera pública, han enfrentado el dilema que ya vislumbraba Wollstonecraft en el siglo XVIII: la dificultad de
conciliar la independencia económica con la vida familiar, sin que esto
implique una sobrecarga desproporcionada (Taylor, 2004). Como señala Postigo Asenjo (2023), esta paradoja se traduce en un sistema que
exige a las mujeres adaptarse a un modelo de ciudadanía diseñado desde una
perspectiva masculina, lo que las obliga a elegir entre avanzar en su carrera
profesional o asumir una doble responsabilidad en el ámbito doméstico y
laboral.
La persistencia de estas desigualdades ha desembocado
en la denominada crisis de cuidados, un problema estructural que expone la
contradicción entre el ideal de igualdad de oportunidades y las limitaciones
materiales para alcanzarlo. Las familias monomarentales
representan uno de los casos más paradigmáticos de esta crisis, al asumir en
solitario la conciliación entre empleo y crianza. La sobrecarga que esto supone
afecta a su estabilidad económica, así como a su bienestar físico y emocional,
debido a la falta de apoyo y a la exigencia de cumplir simultáneamente con
responsabilidades productivas y reproductivas (Carrasco, 2006).
En este contexto, el apoyo social constituye un
recurso esencial para estas madres, ya que contribuye a mitigar la carga
derivada de la crianza en solitario y a mejorar su bienestar psicológico. El
apoyo social es un fenómeno multidimensional que abarca tanto la cantidad y
calidad de la red social disponible como la percepción subjetiva sobre la ayuda
recibida, ya sea en términos emocionales o materiales. Contar con personas de
confianza con quienes compartir emociones, problemas o dificultades, así como
sentirse escuchadas y aceptadas, impacta de manera significativa en la
autoestima y en la capacidad de afrontar situaciones estresantes (Landero
Hernández y González Ramírez, 2006).
Diversos estudios han confirmado la importancia del
apoyo social en el bienestar psicológico de las madres monomarentales
por elección, evidenciando su papel protector frente a la sobrecarga emocional
y los efectos del conflicto entre las esferas productiva y reproductiva. Shamir
Balderman y Shamir (2024) encontraron que niveles
elevados de apoyo social se asociaban significativamente con una menor ansiedad
en madres solteras por elección, además de señalar que la felicidad y el
conflicto trabajo-familia también influían en su salud mental. Del mismo modo,
González-Núñez y Gutiérrez-Rodríguez (2025), en observaron que la percepción de
contar con redes afectivas cercanas, tales como familiares, amistades o
vecinas, constituía un recurso fundamental para afrontar la crianza en
solitario.
Es importante diferenciar entre la existencia de una
red social y la función efectiva que cumple. Una red amplia no garantiza
necesariamente el acceso a un apoyo significativo o funcional. Cobb (1976) conceptualiza el apoyo social en términos
cognitivos, priorizando la dimensión subjetiva, es decir, la percepción de
apoyo. Esta distinción es fundamental, ya que algunas personas pueden recibir
apoyo sin percibirlo como tal, lo que reduce su efecto positivo en el bienestar
(Fernández Peña, 2005). En consecuencia, la efectividad del apoyo social
depende tanto del momento en que se ofrece como de la valoración que hace la
persona que lo recibe.
Desde una perspectiva funcional, el apoyo social puede
clasificarse en tres dimensiones principales: emocional, instrumental e informativo
(Barrón, 1996). El apoyo emocional, basado en el cuidado, el afecto y la
empatía, contribuye a generar bienestar y seguridad. Este tipo de apoyo está
estrechamente vinculado al apoyo informativo, que se refiere a la provisión de
consejos, orientación o recursos valiosos para la toma de decisiones. Por otro
lado, el apoyo instrumental o material es relevante en la resolución de
problemas prácticos y en la ejecución de tareas cotidianas, como el cuidado
infantil o la gestión económica del hogar.
Las redes de apoyo pueden analizarse en términos de
cantidad (número de personas que la conforman), densidad (grado de
interconexión entre los miembros) y dispersión geográfica (proximidad o lejanía
de los apoyos) (Hombrados Mendieta y Olmos Ruiz,
2016).
En este estudio, se ha considerado el apoyo social
desde la perspectiva de la ayuda percibida, destacando que, para que el
bienestar de las madres solas se vea mejorado, es fundamental que estas sientan
que cuentan con una red de apoyo disponible. Esta percepción contribuye a
reducir el impacto de eventos estresantes y a reforzar la resiliencia y las
estrategias de afrontamiento.
2. Objetivos y metodología
El objetivo general de este estudio es conocer las
experiencias de mujeres de clase media que han optado por ser madres solas por
elección, explorando sus percepciones sobre las redes de apoyo disponibles y
las estrategias de conciliación que emplean para equilibrar su vida familiar,
laboral y personal. Para ello, se plantean los siguientes objetivos específicos:
●
OE1:
Conocer las experiencias de las mujeres en su proceso de maternidad en
solitario por elección, enfocándose en las dinámicas personales, laborales y
familiares que enfrentan y cómo estas influyen en su vivencia de la maternidad.
●
OE2:
Explorar las percepciones de las madres solas por elección sobre las redes de
apoyo disponibles, identificando los apoyos formales e informales que reciben y
evaluando su impacto en su bienestar emocional y en el proceso de crianza.
●
OE3:
Analizar las estrategias de conciliación que emplean las madres solas por
elección para equilibrar las demandas laborales, familiares y personales,
destacando las dificultades que enfrentan y las soluciones que desarrollan para
gestionar la maternidad en solitario en una posición socioeconómica media.
Con el fin de alcanzar estos objetivos, se diseñó un
estudio de caso exploratorio y sincrónico con un enfoque cualitativo,
utilizando como técnica de recogida de información la entrevista, en forma
reconstrucción biográfica, o historia de vida. Esta técnica permite explorar en
profundidad las trayectorias de vida de las participantes, centrándose en su
acceso a la maternidad y en las dimensiones económicas, laborales y de salud
asociadas a esta experiencia. Las entrevistas, de carácter semiestructurado,
proporcionaron la flexibilidad necesaria para que las participantes
compartieran sus vivencias de manera detallada, al mismo tiempo que
garantizaron la inclusión de los temas clave relacionados con los objetivos de
la investigación. Esta metodología permitió abordar de manera abierta la
experiencia de la maternidad en solitario, las redes de apoyo y las estrategias
de conciliación, asegurando una visión completa y coherente de los aspectos más
relevantes para el estudio.
Las entrevistas se llevaron a cabo en un ambiente
cómodo y seguro, lo que favoreció la apertura y sinceridad de las
participantes. Todas las entrevistas fueron grabadas con el consentimiento
explícito de las participantes para su posterior transcripción y análisis. La muestra
estuvo compuesta por tres mujeres, madres solas, residentes en la comunidad
autónoma de Castilla y León, seleccionadas gracias a la colaboración de la
Asociación MONOCYL. Los criterios de inclusión fueron: ser madre en solitario,
con una posición socioeconómica media, haber elegido la maternidad como un
proyecto de vida en solitario (independientemente de la vía utilizada) y tener
al menos un hijo menor de edad, dado que los primeros años de vida requieren
una dedicación intensiva y especial en términos de cuidados y crianza.
El análisis de los datos se realizó mediante un
enfoque inductivo, lo que permitió que las narrativas de las participantes
orientaran la identificación de categorías emergentes y la construcción de
relaciones entre los temas abordados. En una primera fase, se llevó a cabo una
codificación abierta, mediante la cual se detectaron los conceptos clave
presentes en las entrevistas, sin imponer categorías predefinidas.
Posteriormente, se aplicó una codificación axial, a través de la cual se
establecieron relaciones entre los temas identificados y se generó una
estructura analítica que reflejó la complejidad de las experiencias relatadas
por las participantes. Este proceso permitió capturar las particularidades de
cada caso individual, así como identificar tendencias comunes en la vivencia de
la maternidad en solitario, en el contexto de una posición socioeconómica
media.
A continuación, se presenta el perfil sociodemográfico
de las participantes en este estudio, que fueron seleccionadas según los
criterios de inclusión previamente mencionados (ver Tabla 1):
Tabla 1. Perfil sociodemográfico de las
participantes
|
Código |
Edad |
Vía de acceso a
la maternidad |
Número de hijos |
Edad de los
hijos |
Situación
laboral |
|
E1 |
44 |
Reproducción asistida |
1 |
16 meses |
Asesora en empresa privada |
|
E2 |
40 |
Reproducción asistida |
1 |
2 años |
Trabajadora asalariada en empresa de alimentación |
|
E3 |
50 |
Adopción internacional |
2 |
19 años (biológica), 16 meses (adoptivo) |
Empresaria, negocio familiar |
Fuente: Elaboración propia.
3. Resultados
Para dar respuesta al primer objetivo específico (OE1)
de esta investigación, cuyo propósito fue conocer las experiencias de mujeres
en su proceso de maternidad en solitario por elección, se analizaron las dinámicas
personales, familiares y laborales a las que se enfrentan, así como la
incidencia de estas dinámicas en su vivencia cotidiana de la maternidad.
La maternidad en solitario por elección representa un
proceso complejo, largo y muy meditado para cada una de las entrevistadas que,
exige decisiones profundas acerca de aspectos de la vida personal, familiar y
profesional. Las participantes de esta investigación expresaron una gran
diversidad de perspectivas sobre cómo esta decisión ha transformado sus vidas.
La mayoría señaló que iniciar este camino requirió una profunda reflexión sobre
su autonomía personal, sobre sus deseos genuinos de ser madres y sobre su
capacidad de asumir una maternidad sin pareja. En general, el proceso fue
percibido como una experiencia de empoderamiento y crecimiento personal, aunque
no exenta de dudas, inseguridades y retos emocionales importantes.
La decisión de convertirse en madres solas fue
generalmente tomada con mucha anticipación y estuvo motivada, principalmente,
por el deseo de tener hijos en un momento específico de sus vidas, sin
condicionarse a la estabilidad de una relación de pareja. Sin embargo, muchas
reconocieron que la experiencia resultó más desafiante de lo esperado
inicialmente. Esta dificultad trajo consigo constantes cuestionamientos sobre
la idoneidad y consecuencias de su elección, llevándolas a reevaluar
profundamente su identidad como mujeres y como madres.
En términos laborales, las condiciones económicas y
profesionales resultaron determinantes para tomar esta decisión. La mayoría de
las mujeres entrevistadas cuentan con trabajos estables y condiciones laborales
favorables, que incluyen la posibilidad de reducción de jornada o excedencias,
ventajas generalmente inaccesibles para mujeres en situaciones laborales
precarias o temporales. Como señaló una entrevistada:
“Llevo muchos años trabajando [...] tengo una situación
bastante buena, tengo trabajo y casa propia” (Entrevistada 1).
Otra participante complementó:
“Mi idea era tomarme un primer año de excedencia y poder
vivir tranquila ese año [...]. Económicamente debes tener estabilidad, no hace
falta ser rica ni nada, pero sí tener cierta seguridad económica” (Entrevistada
3).
Esta estabilidad laboral y económica, junto con la
independencia residencial desde el principio, les ha permitido enfrentar la
maternidad con menos preocupaciones en torno al sustento económico y material
del hogar, marcando una clara diferencia frente a otras mujeres que dependen de
redes familiares más amplias:
“También me planteaba, si las abuelas, que no o tenían
recursos, sacan adelante siete u ocho hijos, yo con uno no iba a poder [...] no
iba a poder darle de comer, educarle [...] si ellas han podido, porque yo con
uno no puedo [...] Entonces bueno, son preguntas que te vas haciendo, que ahora
te lo cuento así porque ya ha pasado, pero sí, la decisión es complicada [...]
Principalmente, el miedo, te entra el miedo y el miedo te tira para atrás” (Entrevistada
2).
Así mismo, la autonomía emergió como un aspecto
central en sus testimonios. Varias participantes destacaron que tomar la
decisión de manera independiente les brindó una sensación de fortaleza y
realización personal, aunque también reconocieron que esta elección implicó sacrificios
significativos. En palabras de una entrevistada:
“Me siento muy orgullosa de mi decisión, pero también soy
consciente de lo difícil que es. Tienes que estar en sintonía contigo misma
para asumir que vas a ser la única persona que estará ahí en muchos momentos”
(Entrevistada 1).
La carga emocional que implica no tener una pareja con
quien compartir responsabilidades fue uno de los principales desafíos
señalados. Este factor generó sentimientos frecuentes de soledad, estrés y
ansiedad, aunque, paradójicamente, también permitió una liberación frente a las
expectativas sociales tradicionales sobre cómo debería configurarse una
familia. Otra participante expresó claramente esta idea:
“Estoy totalmente satisfecha de haber tenido al niño sin
pareja; las decisiones son solo mía” (Entrevistada 2).
Sin embargo, aunque decidieron afrontar la maternidad
sin pareja, varias entrevistadas reconocieron que el modelo convencional de
familia biparental continúa ejerciendo una fuerte influencia sobre sus imaginarios.
Algunas participantes señalaron que optaron por la maternidad en solitario al
percibir limitadas sus oportunidades para conformar una familia tradicional, lo
cual genera a menudo sentimientos encontrados, que van desde la frustración
hasta la culpa. Al respecto, dos entrevistadas ilustran claramente estos
sentimientos:
“Siempre quise formar una familia con alguien, pero el tiempo
pasaba y no se daba la situación adecuada, así que decidí hacerlo yo sola [...]
Cuando eres joven crees que encontrarás pareja y formarás una familia”
(Entrevistada 1).
“Durante el proceso piensas incluso que es egoísta hacerlo
sola, que la niña no tenga figura paterna porque quisiste ser madre sin pareja [...]
Pero viendo que no había otra opción, al final decides que sí quieres ser
madre, aunque sientas que le privas al niño de una familia tradicional”
(Entrevistada 1).
Pese a estos conflictos internos, también valoran
positivamente la maternidad en solitario frente a experiencias negativas
previas en pareja. Una entrevistada afirmó:
“Mi experiencia con el padre de mi primera hija fue tan
negativa, que a mí no me asustaba embarcarme en otra maternidad en solitario.
Porque yo con el no conté con ningún apoyo en ningún sentido, entonces eso
nunca lo eché de menos [...] El hecho de ser familia monoparental es un
esfuerzo en todos los sentidos, pero no por estar en pareja te va a resultar
más fácil. Todo es el apoyo que tu tengas” (Entrevistada 3).
Esta realidad pone de manifiesto que el bienestar de
estas mujeres no depende exclusivamente de la ausencia de una pareja, sino de
la solidez de las redes de apoyo con las que cuentan. En este sentido, resulta
fundamental profundizar en cómo estas dinámicas de apoyo, tanto formales como
informales, influyen en su experiencia de maternidad en solitario por elección.
A partir de ello, y para dar repuesta al objetivo
específico 2 (OE2), que se centra en explorar las percepciones de estas mujeres
respecto a dichas redes, las entrevistas realizadas ponen de relieve que las
redes de apoyo, tanto formales como informales, son elementos fundamentales en
la experiencia de maternidad en solitario. Entre los apoyos informales, el
soporte familiar ocupa un lugar predominante, siendo las madres y hermanas
quienes con mayor frecuencia asumen roles significativos en las tareas
cotidianas y el cuidado de los niños. Como señala una de las informantes:
“Me apañé al principio porque estaban en horario escolar,
porque yo seguí trabajando mañana y tarde, pero tenía unas horitas que me
apoyaba mi madre. Se los quedaban, me ayudaban a recogerlos del cole y se los
llevaban a su casa hasta que yo salía del trabajo”
(Entrevistada 3).
No obstante, se evidencia una notable complejidad en
estas redes familiares de apoyo, ya que muchas de las mujeres recurren a sus
madres, quienes a menudo asumen múltiples responsabilidades al cuidar
simultáneamente de nietos y esposos mayores, generando una doble carga sobre
ellas. Esta sobrecarga refleja desigualdades intergeneracionales en las cadenas
de cuidados, como lo expresa una entrevistada:
“El niño estaba con mi madre, porque yo tenía claro que
quería que mis padres lo disfrutaran [...], pero operaron a mi padre y ya mi
madre no se podía hacer cargo del niño porque mi padre en aquel momento pegó
otro bajón” (Entrevistada 2).
En cuanto a las amistades, las mujeres entrevistadas
señalan que estas cumplen un papel fundamentalmente emocional en el acompañamiento
inicial y en la toma de decisiones, más que en el cuidado práctico cotidiano.
Una entrevistada manifestó claramente esta distinción:
“Entonces sí que es verdad que tienes amigas y dices bueno
[...] Pero me da pena dejar al niño con amigas cuando mis padres están deseando
cuidar de él” (Entrevistada 2).
Con respecto a las asociaciones y grupos de apoyo
formal, aunque menos utilizados en términos prácticos cotidianos, fueron
valorados positivamente por su función informativa y de apoyo emocional. Estas
organizaciones se perciben como espacios fundamentes para aliviar sentimientos
de aislamiento, compartir experiencias y construir redes de apoyo mutuo más
fuertes y estables:
“Estoy en esa asociación desde hace muy poquito tiempo porque
quería conocer a personas que estuvieran como yo, en la misma situación. Porque
ser mamá tú sola hace que te sientas aislada, sin gente alrededor que comparta
tu situación” (Entrevistada 1).
Adicionalmente, se mencionan explícitamente las
plataformas digitales y redes sociales como herramientas valiosas para obtener
información y reducir incertidumbres sobre los procesos reproductivos, la
adopción y las experiencias personales de otras madres en situaciones
similares. Una participante enfatizó la importancia de estas fuentes:
“Encontré una asociación nacional, y su fundadora hacía
vídeos en YouTube contando lo que había pasado ella, y yo me sentía
identificada, porque te muestra una realidad parecida a la tuya” (Entrevistada
3).
Finalmente, las entrevistadas coinciden en señalar
que, aunque la maternidad en solitario conlleva desafíos particulares y
significativos, las redes de apoyo, tanto formales como informales, son
fundamentales para asegurar el bienestar emocional y facilitar la conciliación
laboral y familiar.
Con respecto al tercero de los objetivos específicos
(OE3), que fue analizar las estrategias de conciliación para equilibrar las
demandas laborales, familiares y personales, esto, constituye un desafío
constante para las mujeres en general, y para las madres solas en particular.
Además, en el contexto en el que se desarrolla esta investigación, la crisis
del COVID-19 supuso una reconfiguración de las rutinas desarrolladas hasta el
momento y la implementación de soluciones innovadoras para hacer frente a las
dificultades impuestas por la emergencia sanitaria.
El decreto del Estado de Alarma generó una serie de
cambios abruptos en la organización diaria de estas mujeres, obligándolas a
replantear la conciliación y buscar nuevas estrategias de apoyo. Algunas
optaron por trasladarse temporalmente a la vivienda de familiares cercanos,
como hermanas, quienes asumieron parte del cuidado mientras ellas trabajaban.
Como menciona una de las entrevistadas:
“Yo me he tenido que venir donde mi hermana y mi cuñado
porque con la situación no tenía donde dejar al niño [...] es que no me quedaba
otra... esa, o dejaba de trabajar” (Entrevistada 2).
Otra madre relata una situación similar, recurriendo a
su hermano y cuñada para el cuidado de su hija cuando no podía teletrabajar:
“Se ha estado quedando con mi hermano, porque claro, como la
situación estaba como estaba, pues... las veces que me ha tocado ir a trabajar
a la oficina, la he dejado con mi hermano y mi cuñada”
(Entrevistada 1).
La necesidad de reorganizar los apoyos familiares se
intensificó debido a que los abuelos, quienes tradicionalmente desempeñan un
rol fundamental en el cuidado infantil, se convirtieron en una población de
riesgo, limitando su participación. Como consecuencia, algunos hombres, como
hermanos y cuñados, comenzaron a involucrarse en tareas de cuidado, aunque su
participación sigue siendo parcial y focalizada en actividades específicas:
“Le dejo a mi cuñado contando 'un elefante se balanceaba', a
ver si se duerme, y yo me bajo a trabajar” (Entrevistada 2).
Esta incorporación contrasta con el rol más pasivo que
desempeñaban los hombres de generaciones anteriores, como los abuelos.
Si bien estas mujeres encuentran tranquilidad en
contar con el apoyo de sus familiares cercanos, también son conscientes del
riesgo de sobrecargar a sus cuidadores. En palabras de una de ellas:
“Con la certeza de que el niño está en perfectas manos, sin
tener la preocupación de si lo están cuidando, si le han cambiado el pañal, si
le han dado de comer [...] Ya es mucho tiempo con el niño y ellos no pueden
hacer su vida tranquila, que tenían. Entonces yo ahora les digo, mira que este
sábado me bajo... pues les da un 'chispum’” (Entrevistada
2).
La crisis del COVID-19 también evidenció la dificultad
de compaginar el teletrabajo con la atención a los hijos. Sin embargo, algunas
mujeres encontraron ventajas en el hecho de que sus hijos fueran pequeños y no
requirieran apoyo escolar:
“Entre que estoy teletrabajando y
que, dada la edad que tiene, no tengo que estar más pendiente de ella que de lo
que esté jugando, pues ayuda claro” (Entrevistada 1).
Esta estrategia, definida como “cuidado pasivo”,
permite simultanear el trabajo con la supervisión de los hijos, aunque con
menor eficiencia y visibilización de la carga real de cuidado:
“Ella me permite hacer el horario, intento en vez de a las
ocho estar a las siete conectada, por si en algún momento tienes que
dedicárselo a ella, cambiarle un pañal, o ponerle la ropa” (Entrevistada
1).
Por otro lado, aquellas madres que continuaron
trabajando de manera presencial experimentaron un mayor nivel de estrés y
dificultades en la conciliación. Algunas de ellas tuvieron que recurrir a
apoyos menos accesibles geográficamente, lo que redujo el tiempo de interacción
con sus hijos:
“El niño ahora está con mi hermana, que vive en un pueblo, y
mi madre, claro, vive al lado mío, se tarda... no llega a cuarto de hora.
Entonces yo veía más al niño, podía estar más con él, porque al mediodía venía
a comer dos días, y comía con el niño. De esta manera, no me da tiempo a subir
a comer. Entonces cuando quiero llegar, hay días que cuando salgo de trabajar y
son las siete y media... pues me dan las nueve [...] Entonces, no veo al niño,
y eso es lo que peor llevo” (Entrevistada 2).
Finalmente, algunas de las entrevistadas subrayaron la
importancia de contratar apoyo externo ocasional, como servicios de cuidado
infantil privados, para cubrir necesidades puntuales, aunque esto implica un
coste económico adicional que solo es asumible para mujeres con cierta
estabilidad económica, resulta ser una solución efectiva para situaciones
específicas.
“Contrataba una canguro cuando no podía contar con mi familia
para suplir alguna tarde que tenía que trabajar” (Entrevistada 3).
En definitiva, estas madres han desarrollado un
conjunto de estrategias complejas y adaptativas para conciliar su maternidad en
solitario con sus responsabilidades laborales y personales. Estas estrategias,
aunque eficaces en muchos casos, evidencian tensiones y desafíos
significativos, particularmente en contextos excepcionales como crisis
sanitarias o familiares, poniendo de manifiesto tanto su resiliencia como la
necesidad de apoyos estructurales más sólidos que faciliten su conciliación
cotidiana.
4. Discusión y conclusiones
Los resultados obtenidos en esta investigación
proporcionan un análisis detallado de la maternidad en solitario por elección,
destacando las experiencias personales, laborales y familiares, así como el
papel determinante de las redes de apoyo en la conciliación cotidiana de estas
madres. En línea con estudios previos, este trabajo confirma que la maternidad
en solitario por elección representa un acto de empoderamiento personal para
muchas mujeres, ya que les permite experimentar satisfacción al lograr su deseo
de maternidad de forma independiente, desafiando las normas tradicionales de la
familia nuclear (Fernández y Tobío, 1998; Flaquer et al., 2006).
Sin embargo, junto al empoderamiento emergen tensiones
emocionales y prácticas que requieren estrategias de adaptación específicas.
Las madres solteras por elección experimentan sentimientos ambivalentes:
satisfacción y orgullo por su independencia, pero también estrés y culpa debido
a las exigencias de la crianza sin pareja y a los mandatos sociales sobre la
presencia de un padre. Investigaciones recientes han encontrado que estas
mujeres a menudo se enfrentan a cuestionamientos sobre el bienestar de sus
hijos en ausencia de una figura paterna, lo que puede generar presión
psicológica adicional (Dor, 2021).
En términos personales y emocionales, las redes de
apoyo juegan un papel clave en la sostenibilidad de la maternidad en solitario.
La familia, y particularmente el papel de las abuelas fue claramente destacado
por las participantes, corroborando lo señalado por la literatura existente.
Esta solidaridad intergeneracional, aunque efectiva, también plantea problemas
adicionales, como la sobrecarga de trabajo para las mujeres mayores, lo que
refuerza la necesidad de considerar soluciones más equitativas en la
distribución del cuidado. Por otra parte, aunque menos mencionadas en términos
prácticos cotidianos, las redes formales fueron percibidas como recursos
relevantes proporcionando información, apoyo emocional y psicológico, además de
espacios para compartir experiencias con otras madres en situaciones similares.
La importancia de estas redes formales es consistente con los hallazgos de
estudios previos que subrayan su potencial para aliviar el aislamiento y la
presión emocional inherente a la maternidad en solitario (Jociles
et al., 2008).
Los resultados también revelan la importancia de la
estabilidad económica y laboral para enfrentar con éxito la maternidad en
solitario. Mujeres que cuentan con recursos y una situación laboral favorable
manifiestan una mayor satisfacción y menos incertidumbre en comparación con
aquellas en condiciones más precarias. Este aspecto resalta la necesidad de
políticas públicas enfocadas en brindar apoyo económico específico a familias monomarentales, para reducir así la desigualdad estructural
que enfrentan.
Las estrategias de conciliación descritas por las
entrevistadas reflejan claramente un alto grado de resiliencia, particularmente
ante situaciones extraordinarias, como la pandemia de COVID-19, la cual
representó un desafío extremo para estas familias. Durante los confinamientos,
estas familias tuvieron que reorganizar completamente sus rutinas para
equilibrar el teletrabajo y el cuidado infantil sin apoyo externo (Avilés
Hernández, 2021). Investigaciones han mostrado que, aunque lograron desarrollar
estrategias innovadoras, como la formación de redes de apoyo con otras madres o
el uso intensivo de tecnología para el aprendizaje y entretenimiento infantil,
el impacto emocional fue considerablemente alto (Dor,
2021). Esto refuerza la idea de que, si bien estas mujeres pueden adaptarse a
circunstancias difíciles, el acceso a recursos externos sigue siendo
fundamental para su bienestar.
Respecto a la conciliación en general, estudios
anteriores también han identificado estas estrategias flexibles y adaptativas
como fundamentales en la gestión de las demandas cotidianas en contextos de
maternidad monomarental (Flaquer
et al., 2006). Sin embargo, la dependencia de la familia como principal
soporte y la frecuente necesidad de soluciones improvisadas o costosas (como la
contratación de servicios externos) ponen de relieve las carencias de apoyos
institucionales sólidos y accesibles.
A modo de conclusión, es preciso señalar que la
maternidad en solitario por elección representa una forma familiar que implica
importantes desafíos personales, laborales y emocionales, pero también una
experiencia de empoderamiento y autonomía femenina. Para que esta elección
resulte sostenible y positiva, es indispensable contar con sólidas redes de
apoyo informales (familiares y amistades cercanas) y formales (asociaciones,
instituciones y servicios públicos). En cuanto a las políticas públicas,
resulta imprescindible generar marcos específicos que contemplen las
particularidades de estas familias, incluyendo mayores facilidades laborales, políticas
de permisos ampliadas y servicios públicos accesibles de cuidado infantil.
Finalmente, este estudio abre múltiples vías para
futuras investigaciones. Se sugiere profundizar en estudios longitudinales que
analicen la evolución del bienestar emocional y social tanto de las madres como
de sus hijos a largo plazo. También sería valioso investigar la eficacia real
de las redes formales e institucionales en la mejora de la calidad de vida de
estas madres y su impacto en su estabilidad emocional y económica. Así mismo,
se recomienda explorar comparativamente la situación de las madres solas en
diferentes contextos geográficos y socioeconómicos, así como profundizar en el
análisis de la conciliación laboral en distintos sectores profesionales,
considerando tanto ocupaciones más flexibles como aquellas con menor
posibilidad de ajuste horario o teletrabajo.
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