De lo sutil a lo letal. El violentómetro
como herramienta para
visibilizar la violencia de género en la pareja
From Subtle to Lethal: The Violentómetro
as a Tool to Make Gender-Based
Violence in Relationships Visible
|
Angeles Cancino-Rodezno |
Fabiola Villela Cortés |
|
Universidad Nacional Autónoma de México
– México |
Universidad Nacional Autónoma de
México – México |
Recibido: 15-03-2025
Aceptado: 04-06-2025
Resumen
Este
trabajo busca socializar el Violentómetro, una
herramienta para visibilizar la violencia de pareja, que puede iniciar en la
adolescencia. Nuestro objetivo es brindar información para identificar la
violencia desde sus primeras manifestaciones, con énfasis en la violencia
psicológica, por su naturaleza silenciosa y difícil de detectar. Para ello,
realizamos una revisión bibliográfica de fuentes primarias y análisis de datos
sobre la violencia de género en México. Presentamos los distintos tipos de
violencia, destacando la psicológica, y se describen uno a uno los niveles del el
Violentómetro. Concluimos que es
fundamental abordar el problema desde la prevención, visibilizando las acciones
violentas, y promoviendo la denuncia para erradicar la violencia de pareja.
Palabras clave: género, violencia de género, violentómetro,
violencia de pareja, violencia psicológica.
Abstract
This study aims to promote the Violentómetro, a tool designed to make intimate
partner violence visible, which can begin as early as adolescence. Our
objective is to provide information to identify violence from its earliest
manifestations, with a particular focus on psychological violence due to its silent
and difficult-to-detect nature. To achieve this, we conducted a literature
review of primary sources and analyzed data on gender-based violence in Mexico.
We present the different types of violence, highlighting psychological
violence, and describe the Violentómetro level
by level. We conclude that addressing this issue requires a focus on prevention
by making violent behaviors visible and encouraging reporting to eradicate
intimate partner violence.
Keywords: gender, gender-based
violence, Violentómetro,
intimate partner violence, psychological violence.
1. Introducción
Es en el núcleo
familiar y en el vínculo personal e íntimo, donde han ocurrido y ocurren
incesantemente actos de violencia hacia las mujeres ejecutados por hombres. Se
piensa que los casos de la violencia de género son casos aislados que “le pasa solo a algunas víctimas” que “no ponen límites” a
sus perpetradores. Pero ¿dónde y cómo inicia esta violencia? ¿cómo
identificarla en sus primeras manifestaciones? Se cree que la violencia se
refiere únicamente al maltrato y al abuso físicos, las violaciones sexuales y
la explotación del cuerpo femenino; sin embargo, debe quedar claro que
hay un cotinuum de violencia, el cual
inicia con bromas hirientes y puede terminar en feminicidio (Universidad
Nacional de Rosario, 2019).
Actualmente
en México, siete de cada diez mujeres han declarado el haber experimentado
algún tipo de violencia a lo largo de su vida (se ignora si el resto no
ha sufrido violencia o no lo ha declarado por múltiples factores). De ellas, el
49.7% ha enfrentado violencia sexual y el 34.7% violencia física (INMUJERES,
2023). Aunque estos tipos de violencia son los más visibles y
denunciados, el número de quejas sigue siendo bajo. Cuando la violencia es
ejercida por la pareja, solo el 13.1% de las mujeres la denuncia y se estima
que alrededor de siete millones de mujeres no han presentado ninguna denuncia.
Entre las razones principales para no hacerlo se encuentran el desconocimiento
sobre cómo y dónde denunciar, y el temor a no ser atendidas o a ser
culpabilizadas por la violencia sufrida y, la que nos parece más
preocupante, la percepción de que lo sucedido no tuvo importancia
(Ibídem).
Ante
la realidad de la violencia de género y conscientes de que la violencia de
pareja puede iniciar desde la adolescencia y escalar al concubinato y al
matrimonio, el Instituto Politécnico Nacional (IPN), a través del
Programa Institucional de Gestión con Perspectiva de Género (PIGPG) en 2009 se
dio a la tarea de encuestar a cerca de 14 mil alumnos de educación media
superior y superior de entre 15 y 25 años para generar el llamado “violentómetro” (Tronco Rosas y Ocaña López, 2012). Éste permite
identificar, cuestionar y dejar de normalizar la discriminación y exclusión
hacia la mujer con la finalidad de que como sociedad propiciemos un cambio de
paradigma que conduzca a la equidad de género. Los resultados arrojados
del estudio hecho por el IPN mostraron que la violencia psicológica y física se
considera como parte de un juego, que los celos, las amenazas, las
prohibiciones, el acoso y ordenar cómo vestirse se viven como muestras de amor,
atención y son normales. Desgraciadamente, esta supuesta normalidad puede
iniciar como incidentes pequeños y terminar en la muerte de una persona (Moreno
y Corona, 2015). En 2019 el violentómetro se
actualizó para incluir las nuevas tecnologías digitales (como el sexting o el acoso digital) y contemplar también las
relaciones entre la diversidad sexogenérica. A
continuación, se muestra la figura actualizada:
Figura 1. Violéntómetro
Fuente: Tomada del IPN material didáctico e informativo soportado por la SEP.
En este contexto, las
relaciones de pareja y el noviazgo se convierten en espacios donde se
reproducen los mandatos de género adquiridos desde la infancia. Muchos jóvenes
interpretan ciertas conductas violentas como muestras de afecto, cuando en
realidad son formas de control basadas en la desigualdad de género. Este
desconocimiento contribuye a la permanencia de relaciones violentas, ya que la
violencia, al presentarse de manera sutil y progresiva, puede volverse
imperceptible hasta alcanzar niveles extremos (Tronco Rosas y Ocaña López,
2012: 21).
Por eso, atender la
violencia de género en todas sus expresiones es una tarea urgente, ya que
afecta a la mitad de la población y se manifiesta en formas específicas de
maltrato, discriminación y crueldad (Castañeda, Ravelo y Pérez, 2013).
2.
Objetivos
Teniendo en cuenta este panorama, el objetivo del
presente trabajo es proporcionar información básica a las lectoras y los
lectores para que puedan visibilizar la violencia de pareja desde su inicio. Se
pone especial énfasis en la violencia psicológica debido a que ésta, a
diferencia de la violencia física, se caracteriza por su naturaleza oculta,
silenciosa y difícil de detectar, exponer y valorar, lo que dificulta tanto su
reconocimiento como la identificación del daño en las víctimas.
Como señalan Tahay y Recio (2024:
64), “el abuso emocional puede ser minimizado u ocultado a través de estereotipos
sociales y culturales”. El maltrato psicológico y sus secuelas constituyen una
de las formas más severas de violencia, precisamente porque operan de manera
imperceptible, incluso para quienes lo padecen. Sus efectos no solo generan
inestabilidad emocional y personal, sino que también afectan el bienestar
físico, familiar, laboral y social de las víctimas (Poalacin-Iza
y Bermúdez-Santana, 2023: 66-67). Estamos convencidas de que hay que reconocer
la violencia para poder erradicarla.
3. Metodología
Para poder entender esta herramienta (violentómetro)
y su importancia, se realizó una revisión bibliográfica de fuentes primarias,
de documentos científicos, informes oficiales, reportes de caso y material
institucional. Dado que el objetivo del trabajo es principalmente descriptivo y
reflexivo, con ciertos elementos analítico, no se realizó trabajo de campo.
El análisis se centró en textos que tratan la violencia
de género y el uso del Violentómetro como herramienta
pedagógica, con el fin de establecer una posición frente a la necesidad de
visibilizar la violencia, la violencia de género y la de pareja. Presentamos
datos de México que demuestran los niveles críticos de violencia hacia las
mujeres y de género. Esto nos permite sostener que la violencia es progresiva.
Abordamos los diferentes tipos de violencia (propuestas
por ONU Mujeres) centrando nuestra atención en el caso de la violencia
psicológica, por considerar que es la de mayor prevalencia. Hecho lo anterior,
describimos cada uno de los niveles del “Violentómetro”.
Desde nuestra experiencia docente, hemos observado que muchas personas asumen
comprender los niveles del Violentómetro, pero en la
práctica se revela que tanto los conceptos como las actitudes que enlista no
siempre resultan claros o evidentes para todos.
La explicación detallada de cada nivel, acompañada de
ejemplos concretos, permite no solo comprender mejor las distintas formas de
violencia, sino también distinguirlas con mayor precisión. Esto facilita su
identificación en las relaciones de pareja, ya sea que la persona se ubique en
el rol de víctima, agresor o ambos. Finalmente, concluimos que es necesario
atender el problema desde diferentes frentes: por medio de la prevención, la
cual se logra visibilizando qué acciones se consideran violentas, y por medio
de la denuncia.
4. Resultados
4.1 Hablemos de violencias
4.1.1.
Violencia
De acuerdo con la
Organización Mundial de la Salud: “La violencia es el uso intencional de la
fuerza física o el poder real o como amenaza contra uno mismo, una persona,
grupo o comunidad que tiene como resultado la probabilidad de daño psicológico,
lesiones, la muerte, privación o mal desarrollo” (OPS/PMS, n.d.).
La violencia no es un
evento aislado, sino un proceso que se construye a partir de múltiples
experiencias, muchas de las cuales son interiorizadas desde edades tempranas y
luego reproducidas en la vida adulta (INEGI, 2023), convirtiéndola en un
problema estructural con graves repercusiones. No solo compromete la salud y
bienestar de quienes la padecen, también genera efectos a largo plazo.
La exposición a
entornos violentos desde la infancia ha sido vinculada con la normalización de
estas conductas y su reproducción en etapas posteriores. De hecho, la violencia
puede convertirse en un fenómeno estructurante que da lugar a ciclos de
tolerancia, justificación e incluso perpetuación de agresiones en la vida
adulta (ibídem).
En México, la
violencia ha sido normalizada en distintas formas, incluyendo el
maltrato psicológico, el castigo corporal y otras expresiones de trato
humillante. Estas prácticas son comúnmente aceptadas como métodos de disciplina
e interacción social, lo que contribuye a que la agresión sea replicada entre
niños y jóvenes (UNICEF, n.d., citado en Tronco Rosas
y Ocaña López, 2012). Para que la violencia exista, es necesario un esquema de
poder jerárquico en el que una persona ejerce control sobre otra, sometiéndola
a un dominio que puede ser real o simbólico (Tronco Rosas y Ocaña López, 2012:
6). La desigualdad, por tanto, no solo facilita la violencia, sino que también
la justifica y la mantiene en diversos ámbitos de la vida cotidiana.
En este contexto,
resulta imprescindible establecer una base teórica que permita comprender cómo
operan las desigualdades de género en la reproducción de la violencia. Para
comprender adecuadamente el alcance y la utilidad del Violentómetro
como herramienta de detección de la violencia en las relaciones de pareja,
consideramos fundamental iniciar con las definiciones de género, violencia
contra las mujeres y violencia por razones de género. Esto nos permitirá situar
la violencia en la pareja no como una suma de actos individuales, sino como
parte de un sistema estructural de desigualdades históricas. Estos conceptos
ofrecen un marco de análisis que visibiliza cómo ciertos comportamientos
violentos se encuentran normalizados y legitimados por mandatos culturales y
estereotipos de género. Sin esta aproximación inicial, el Violentómetro
podría ser interpretado únicamente como una lista de conductas aisladas,
perdiendo así su sentido político y preventivo y no como expresiones concretas
de un sistema de dominación históricamente consolidado.
4.1.2.
Género
El concepto de género
se entiende como un conjunto de construcciones sociales, culturales e
históricas que definen y diferencian a hombres y mujeres a partir de la
diferencia sexual. Estas construcciones establecen los parámetros de la
masculinidad y la feminidad, los cuales determinan los roles de género y las
relaciones entre ambos. En este sentido, la dicotomía de género no solo
refuerza estereotipos, sino que también impone restricciones sobre las
funciones que cada persona puede desempeñar dentro de la sociedad, limitando
así su desarrollo y potencialidades (Tronco Rosas y Ocaña López, 2012).
Desde la infancia,
los roles de género moldean la manera en que hombres y mujeres se relacionan
afectivamente, influyendo en la dinámica de sus vínculos de pareja. A los
hombres se les asigna un rol de protección y control, mientras que a las
mujeres se les socializa para adaptarse, obedecer y complacer a sus parejas.
Estas diferencias, lejos de ser inherentes, son resultado de construcciones
sociales que perpetúan desigualdades estructurales y pueden propiciar
situaciones de violencia de género (ibídem).
Las normas de género
se legitiman y reproducen a través de estereotipos que se interiorizan desde la
niñez, dificultando la posibilidad de cuestionar los modelos hegemónicos de
masculinidad y feminidad (Connell, 1995). La
estructura heteropatriarcal no se basa en decisiones individuales, sino en un
sistema social profundamente arraigado en instituciones y mecanismos de poder
(Foucault, 1978). Al establecer la masculinidad y la feminidad como categorías
opuestas y excluyentes, este sistema refuerza la supremacía de lo masculino en
los ámbitos considerados esenciales para los hombres, consolidando así la
desigualdad de género (Castañeda, 2002).
4.1.3.
Violencia contra las mujeres (VCM) y violencia por razones de género (VRG)
Las estadísticas a
escala mundial indican que en todas las sociedades los hombres ejercen
violencia sobre las mujeres. No hay una sola sociedad en donde las mujeres no
padezcan tal situación (Instituto de la Mujer Oaxaqueña, 2008). Como bien lo
señaló Rosa Icela Rodríguez secretaria de Seguridad y
Protección Ciudadana (SSPC, 2021), cuando presentó un plan para
erradicar y atender la violencia contra las mujeres en 2021: “La violencia
contra las mujeres y niñas es la otra pandemia que enfrentamos todas las sociedades
en el mundo”.
La Organización de
las Naciones Unidas considera que la violencia contra las mujeres (VCM) abarca
cualquier forma de agresión basada en el género que pueda causar daño o
sufrimiento, ya sea de índole física, sexual o psicológica. Asimismo, incluye
amenazas, coerción y restricciones arbitrarias de la libertad, tanto en el
ámbito privado como en el público (UNFPA, 2016).
Por su parte, la
violencia por razón de género (VRG) se entiende como aquella que se dirige
específicamente contra las mujeres debido a su género o que las afecta de
manera desproporcionada. Este tipo de violencia puede manifestarse en distintas
formas, como agresiones físicas, mentales o sexuales, así como en amenazas,
coerción o privaciones de libertad que limitan su autonomía y bienestar (UNFPA,
2016).
Si bien los términos
violencia por razón de género y violencia contra las mujeres suelen usarse de
manera intercambiable, el primero enfatiza la posición de subordinación que
históricamente han ocupado las mujeres en la sociedad. La mayor vulnerabilidad
que enfrentan ante la violencia se debe a la desigualdad en las relaciones de
poder y a los estereotipos de género que refuerzan esta situación. Desde esta
perspectiva, el concepto de violencia por razón de género permite analizar el
fenómeno desde su raíz estructural, desplazando el foco desde las mujeres como
víctimas hacia la comprensión de las dinámicas desiguales de poder que
perpetúan la violencia en su contra (UNIFEM, 2001 citado en UNFPA, 2016).
Para fines prácticos
de este trabajo, nos referiremos a violencia de género y no solo a violencia
hacia las mujeres por considerar que la primera: “[…] se utiliza principalmente
para subrayar el hecho de que las diferencias estructurales de poder basadas en
el género colocan a las mujeres y niñas en situación de riesgo frente a
múltiples formas de violencia. Si bien las mujeres y niñas sufren violencia de
género de manera desproporcionada, los hombres y los niños también pueden ser
blanco de ella” (ONU, 2023).
4.1.4.
Violencia por razones de género (VRG)
La violencia por
razones de género, o violencia de género, se configura como un problema social
de gran magnitud que coloca a millones de mujeres en situaciones de
vulnerabilidad tanto en espacios públicos como en el ámbito doméstico. Aunque
el hogar suele ser concebido como un espacio seguro, en muchas ocasiones se
convierte en un entorno donde se perpetúan diversas formas de violencia contra
mujeres, niñas y niños (Tronco Rosas y Ocaña López, 2012).
Desde una perspectiva
feminista, se ha señalado que las relaciones de poder dentro de las sociedades heteropatriarcales se extienden más allá del ámbito
público, influyendo en la vida privada de las mujeres. Carol Hanisch (1969) enfatizó esta idea al acuñar la frase “lo
personal es político”, subrayando que las instituciones patriarcales ejercen un
control sobre las mujeres incluso en espacios tradicionalmente considerados
privados. En este sentido, las relaciones familiares, matrimoniales y afectivas
están atravesadas por desigualdades de poder que no solo afectan a nivel
individual, sino que responden a estructuras sociales más amplias que deben ser
analizadas desde un enfoque político para su transformación.
Inicialmente, la
violencia de género fue concebida como un fenómeno circunscrito al ámbito
familiar y de pareja, lo que permitió la legitimación de la dominación
masculina sobre las mujeres al considerarla un asunto privado que no requería
intervención externa (Fernández de Juan, 2004). A lo largo de la historia, la
socialización de los individuos ha estado determinada por una estructura de
género binaria que asigna mandatos diferenciados a hombres y mujeres con base
en su sexo biológico. Esta construcción heteropatriarcal impone expectativas
culturales desde el nacimiento, condicionando las oportunidades y el desarrollo
de cada persona (Instituto Nacional de las Mujeres, 2007).
El concepto de
violencia de género ha experimentado una transformación impulsada por los
movimientos de mujeres y el interés académico en su estudio. Si bien en un
inicio se limitaba a la violencia física, emocional y de pareja, la
investigación ha ampliado su alcance para incluir otras formas de violencia,
como la sexual, institucional, simbólica y comunitaria, lo que ha permitido una
mejor comprensión de sus múltiples manifestaciones y efectos (Castañeda, Ravelo
y Pérez, 2013; Jaramillo- Bolívar y Canaval-Erazo,
2020).
4.1.5.
Violencia en la pareja: Normalización y persistencia de patrones de abuso
De acuerdo con la
terminología clave proporcionada por UNFPA (2016: 2), la violencia de pareja: “[…]
generalmente consiste en un patrón de comportamientos agresivos y coercitivos,
incluidos ataques físicos, sexuales y psicológicos, así como coerción
económica, por parte de una pareja actual o anterior. Puede ocurrir en parejas
heterosexuales o del mismo sexo, y no necesariamente incluye relaciones
sexuales”.
En la actualidad, las
relaciones de pareja han evolucionado y adoptado diversas formas más allá del
noviazgo tradicional, incluyendo vínculos como las relaciones abiertas, los “frees” y compañeros/as sexuales. Sin embargo, como hemos
señalado, en todas estas dinámicas persisten los mandatos y roles de género
aprendidos desde la infancia y reforzados cotidianamente (Tronco Rosas y Ocaña
López, 2012). Aunque la violencia en una primera cita pueda ser motivo de
rechazo, actos como el empujón, el chantaje, la burla, la amenaza o la
desvalorización suelen ser minimizados o incluso aceptados. Esta
invisibilización de la violencia en las relaciones sentimentales facilita su
instauración progresiva y su permanencia durante años o incluso toda la vida
(Ibídem).
En cuanto a la
dinámica de la violencia en la pareja, esta puede ser unidireccional, cuando
solo uno de los miembros ejerce agresión, o bidireccional, cuando ambos
participan en conductas violentas, ya sea con el mismo tipo de agresión o con
manifestaciones distintas. Además, con el tiempo, la violencia tiende a
intensificarse. La fase de acumulación de tensión ocurre con mayor rapidez, los
episodios de agresión se vuelven más graves y la fase de reconciliación,
conocida como “luna de miel”, se reduce progresivamente hasta desaparecer. Este
proceso, conocido como escalada de la violencia, implica un aumento en la
severidad de los ataques conforme avanza el ciclo de violencia (Muñoz Rivas,
González Lozano, Fernández-González y Fernández Ramos, 2015).
4.1.6.
Tipos de violencias
Existen diversas
formas de violencia de género. La Ley General de Acceso de las Mujeres a una
Vida Libre de Violencia contempla como tipos de violencias la psicológica, la
física, la patrimonial, la económica y la sexual. Además, explica las
modalidades y espacios en que pueden ocurrir: familiar, laboral-docente y la
comunidad (Cámara de Diputados, 2024). Por su parte, ONU Mujeres reconoce
actualmente siete tipos dentro del ámbito de la pareja o el entorno familiar
(ONU Mujeres, 2024).
4.1.6.1.
Violencia física
Se presenta cuando se
inflige daño corporal a la víctima con intención o resultado lesivo. Puede ser
temporal, permanente o mortal. Es la forma de violencia más visible, ya que
deja marcas como fracturas, hematomas, heridas, quemaduras, mutilaciones o
incluso la muerte por feminicidio. Esta agresión puede derivar de golpes con el
cuerpo del agresor, el uso de objetos o armas, estrangulamientos y otras formas
de maltrato físico. Es fundamental no trivializar ningún acto de violencia
física, por mínimo que parezca, y tomar medidas de protección y denuncia desde
su detección.
4.1.6.2.
Violencia psicológica
Ahondaremos en ella
en el siguiente apartado.
4.1.6.3.
Violencia sexual
Se produce cuando el
agresor obliga o coacciona a la víctima a participar en actividades sexuales
sin su consentimiento. Esta coerción puede incluir chantajes, acoso,
hostigamiento, amenazas verbales o físicas, inmovilización, tortura y
violación. También abarca prácticas como la prostitución forzada o la
explotación sexual. Aunque la víctima pueda ceder ante la presión o sentirse
obligada, el agresor vulnera su autonomía, viola sus derechos humanos y atenta
contra su derecho a una vida libre de violencia.
4.1.6.4.
Violencia económica
Ocurre cuando el
agresor controla o restringe los recursos económicos de la víctima con el fin
de generar dependencia y demostrar poder. Esto puede implicar la suspensión
total del apoyo financiero, amenazas relacionadas con el dinero, incumplimiento
de la manutención de hijos menores o la exigencia de comprobantes de todos los
gastos de la pareja.
4.1.6.5.
Violencia patrimonial
Se refiere a la
apropiación indebida, destrucción o retención de bienes muebles o inmuebles que
pertenecen o corresponden a la víctima, ya sea de forma individual o en
copropiedad con el agresor. Su objetivo es someter, controlar y dañar a la
mujer, limitando su autonomía y seguridad material (Córdova López, 2017).
4.1.6.6.
Violencia social
Se manifiesta
mediante el aislamiento de la víctima de su círculo social, su red de apoyo
familiar y sus amistades. Al quedar desprovista de respaldo, se vuelve más
vulnerable a otros tipos de abuso y maltrato, mientras el agresor refuerza su
control sobre ella.
4.1.6.7.
Violencia vicaria
En esta forma de
violencia, el agresor busca dañar a la mujer utilizando a sus hijos o seres
queridos como medio de coerción y sufrimiento. Puede tratarse del padre biológico
de los menores o de otra figura cercana, quien los agrede de diversas maneras,
llegando incluso al asesinato como castigo extremo contra la madre. Este tipo
de violencia es especialmente devastador, ya que genera un dolor irreparable y
afecta profundamente la salud emocional de la mujer. Además, se ve reforzada
por una estructura social heteropatriarcal que responsabiliza a las madres de
cualquier perjuicio sufrido por sus hijos, minimizando el rol del verdadero
agresor. También es conocida como violencia por sustitución (Porter y López-Angulo, 2022).
Con base en lo
anterior podemos sostener que no existe un único tipo de violencia, ni un único
tipo de secuelas, y, de hecho, su alcance a varias esferas de la salud y la
vida de las personas es lo que determina la dimensión de su gravedad.
Si bien la violencia
de pareja puede manifestarse de diversas formas—física, sexual, económica y
emocional—es la violencia psicológica la que suele pasar más desapercibida. La
normalización de ciertas conductas dificulta su identificación, lo que subraya
la importancia de abordarla con mayor detenimiento.
4.1.7.
Violencia psicológica: un problema estructural y persistente
Según la Encuesta
Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) de 2021,
el 70% de las mujeres de 15 años o más han experimentado algún tipo de
violencia a lo largo de su vida. La violencia psicológica es la más
prevalente en el país, con un 51.6% de incidencia, seguida de la violencia
sexual, que afecta al 49.7% de las mujeres, particularmente en el ámbito
doméstico y ejercida por sus parejas (HIP y FCAM, 2024).
La Ley General de
Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, define este tipo de
violencia como:
“[…] cualquier acto u
omisión que dañe la estabilidad psicológica, incluyendo negligencia, abandono,
celotipia, insultos, humillaciones, devaluación, marginación, indiferencia,
infidelidad, comparaciones destructivas, rechazo, restricción a la
autodeterminación y amenazas. Estas acciones pueden llevar a la víctima a la
depresión, el aislamiento, la baja autoestima e incluso el suicidio (Cámara de
Diputados, 2024: 5).
La violencia
psicológica o emocional constituye una de las formas más frecuentes y
devastadoras de violencia de género. Puede manifestarse activamente, a través
de humillaciones, insultos, amenazas, celos extremos o restricciones en la vida
social, educativa y laboral de la víctima. De manera pasiva, se expresa
mediante el abandono, la indiferencia, el aislamiento o tácticas de
manipulación como el gaslighting y el mansplaining. En ambos casos, la víctima tiende a
internalizar la culpa y justificar el abuso, lo que dificulta su reconocimiento
y la búsqueda de ayuda (De la Garza y Derbezmás, n.d.).
La normalización de
la violencia psicológica en la pareja está profundamente vinculada a la
exposición a la violencia durante la infancia. Según Naciones Unidas, quienes
han sido testigos de agresiones de su padre hacia su madre tienen una mayor
propensión a replicar estas conductas en su vida adulta. A diferencia de la
violencia física, la psicológica es silenciosa, difícil de detectar y muchas
veces minimizada por estereotipos sociales y culturales. Esto impide que se
reconozca como un problema grave y que se implementen medidas eficaces para su
prevención y sanción (Thay y Rezzio,
2024: 64). De acuerdo con una investigación realizada por Hispanics
In Philanthropy (HIP) y el Fondo Centroamericano de
Mujeres (FCAM) las tácticas más comunes utilizadas por los agresores son el
aislamiento, la manipulación de la realidad, la intimidación mediante actos
violentos (como romper objetos o patear paredes), amenazas, violencia económica
(chantajes o control del dinero), acoso, insultos, celos excesivos y abuso
emocional de los hijos/as. La dificultad de reconocer estas conductas como
violencia radica en su falta de evidencia visible, lo que permite su
permanencia y normalización (HIP y FCAM, 2024).
Las consecuencias de
esta violencia trascienden el ámbito individual y afectan la esfera relacional
y social de las víctimas. No solo impacta la autoestima y la salud mental de
las mujeres, sino que también las aísla de redes de apoyo, limita sus
oportunidades de desarrollo y refuerza estructuras socioculturales que
perpetúan la desigualdad de género (Ibídem).
Los datos reflejan la
magnitud del problema. En México, en 2017, el 44.3% de las mujeres reportaron
haber sufrido violencia psicológica, y en casi la mitad de los casos el agresor
fue su pareja o esposo (Unidad de Igualdad de Género y PGR, 2017). En el contexto
del noviazgo, 9 de cada 10 adolescentes mexicanas de entre 12 y 19 años han
experimentado algún tipo de agresión. Sin embargo, muchas de ellas no
identifican estas experiencias como violencia, ya que asumen la responsabilidad
de las reacciones agresivas de su pareja o las justifican (Ibídem).
El impacto de la
violencia psicológica en la infancia y la adolescencia es especialmente
preocupante. En 2023, 10,424 niños, niñas y adolescentes fueron atendidos en
hospitales de México por este tipo de violencia, un aumento del 735.9% respecto
a 2010 (REDIM, 2023). De cada 10 víctimas, nueve eran mujeres.
En México, en 2023,
el 40.7% de los agresores de violencia psicológica contra mujeres de entre 1 y
17 años fueron sus parejas (Ibídem), evidenciando cómo este ciclo se perpetúa a
lo largo del tiempo. Durante 2023, los hospitales del país atendieron a
víctimas que presentaron síntomas como malestar emocional (67.1% de mujeres y
66.4% de hombres), trastornos del estado de ánimo (10.4% y 10.6%,
respectivamente), depresión (5.9% y 6.2%), ansiedad y estrés postraumático (5%
y 5.8%), e incluso consecuencias físicas como contusiones, laceraciones y
embarazos no planeados (Ibídem).
Estos datos
evidencian la urgencia de abordar la violencia psicológica con medidas preventivas,
legislaciones efectivas y un cambio estructural en los patrones de género que
perpetúan la desigualdad.
El maltrato
psicológico deja secuelas profundas en las víctimas, afectando su estabilidad
emocional, autoestima y capacidad para desenvolverse en la sociedad. Puede
generar frustración, resentimiento, ansiedad, depresión y deseos de venganza,
lo que repercute en su bienestar personal, familiar y laboral (Poalacin-Iza y Bermúdez-Santana, 2023). Además de las
implicaciones individuales, la violencia psicológica tiene un impacto económico
y social significativo. Las víctimas pueden ver afectada su capacidad para
trabajar, lo que genera pérdidas salariales, dificultades para participar en
actividades diarias y una reducción en su habilidad para cuidar de sí mismas y
de sus familias (Ibídem).
Las mujeres que han
sobrevivido a la violencia de género suelen describir la violencia psicológica
como una de las más dañinas, incluso más que la violencia física. Algunas
expresan que los efectos de un golpe pueden desaparecer rápidamente, mientras
que las secuelas del abuso psicológico permanecen. La literatura especializada
en violencia de género confirma esta percepción, señalando que muchas mujeres
consideran más difícil sobrellevar la degradación emocional y el abuso
psicológico que la violencia física en sí misma (Cervantes et al., 2004;
HIP y FCAM, 2024: 8).
Como vemos, la
violencia de género se manifiesta de diversas formas, afectando la integridad
física, emocional, económica y social de las víctimas. Estas expresiones de
violencia no sólo perpetúan la desigualdad estructural entre hombres y mujeres,
sino que también generan graves consecuencias en la salud y el bienestar de
quienes las padecen. Dado que muchas de estas agresiones pueden pasar
desapercibidas o normalizarse, resulta fundamental contar con herramientas que
permitan identificarlas y medir su impacto. En este sentido, el violentómetro surge como un instrumento clave para
visibilizar y dimensionar la violencia en sus distintos niveles, facilitando su
prevención y erradicación.
4.2.
Violentómetro punto por punto
Basándonos en la
publicación que hicieron las autoras Tronco Rosas y Ocaña López (2012),
retomamos los niveles de violencia que podemos encontrar en la pareja,
ofreciendo una breve explicación de cada uno, con el objetivo de ejemplificar y
ahondar en las razones por las cuales estas acciones son un tipo de violencia.
Esta propuesta surge de nuestra experiencia docente, en la que hemos constatado
que muchas personas presuponen comprender el contenido de la herramienta, pero
en la práctica los conceptos y actitudes que describe no siempre son evidentes
ni correctamente interpretados. Por ello, consideramos necesario desarrollar
una lectura didáctica y clara que no dé por sentada la comprensión de cada
punto, sino que lo aclare mediante ejemplos concretos:
4.2.1.
Bromas hirientes
Es importante
reconocer que la violencia no se limita a la agresión física, también puede
manifestarse de manera sutil a través del lenguaje. Comentarios aparentemente
inofensivos, como apodos despectivos o bromas que menoscaban la dignidad y el
amor propio de la pareja, constituyen una forma de violencia psicológica que
puede afectar la autoestima y el bienestar emocional de la víctima. “Estás
gorda, pero yo así te amo” (HIP y FCAM, 2024).
4.2.2.
Chantajear
El chantaje emocional
vulnera el respeto y la autonomía de la pareja. A través de la manipulación, la
culpa o el miedo el agresor busca satisfacer sus propios intereses, generando
malestar en la víctima y condicionando su comportamiento. Esta dinámica refuerza
relaciones de poder desiguales y contribuye al control sobre la otra persona. A
diferencia de las amenazas, el chantaje es mucho más sutil y, por tanto,
difícil de identificar: “tenía una sorpresa para ti, pero no importa, sal
con tus amigas”, “si me conocieras realmente, sabrías qué es lo que
quiero”.
4.2.3.
Mentir, engañar
La mentira puede
constituir una forma de violencia cuando se utiliza como herramienta de
manipulación y control dentro de la relación. Al ocultar información o
distorsionar la realidad, el agresor busca influir en las decisiones de la
pareja. Esta práctica perpetúa dinámicas de dominación y desigualdad. Busca
hacerle creer a la pareja que exagera o, que de una u otra forma, ella provoca
conductas violentas por medio de frases como: “no es para tanto”; “yo
sufro más que tú”, “para ti todo es violencia”, “si lo hice es
porque tú me provocaste”, “por mujeres como tú, somos así (violentos)”
(HIP y FCAM, 2024).
4.2.4.
Ignorar/ ley del hielo
El uso del silencio
como forma de castigo por parte de la pareja constituye una manifestación de
violencia emocional. Ignorar puede generar frustración, ansiedad y desgaste
psicológico, afectando su bienestar emocional y reforzando relaciones
desiguales de poder. Se usa para presionar a la pareja para que ceda en algo
que, en un inicio, no esta dispuesta a realizar como aceptar culpas,
disculparse, cambiar de opinión.
4.2.5.
Celar
Los celos no son una
expresión de amor, y nunca están justificados, pues esta acción implica
considerar a la pareja como propiedad. Consiste en: “Realizar acusaciones
infundadas, prohibir usar redes sociales, revisar el celular. Romper ropa por
ser “demasiado provocativa”. Tacharla de puta por su arreglo. Dudar de sus
relaciones con otros hombres” (Ibídem). La presencia de celos en una relación
puede escalar progresivamente hacia otras formas de violencia, incluyendo la
psicológica, física y sexual, e incluso derivar en feminicidio.
4.2.6.
Acechar
El acoso persistente,
conocido como “stalking”, implica la
persecución obsesiva de la víctima. Se manifiesta a través de conductas que
podrían pasar por “caballerosas” como querer acompañarlas, cuando en realidad
lo que se buscar es vigilarlas o, enmascarado de preocupación, exigir horarios
qué cumplir (Ibídem). Aunque la víctima exprese su rechazo, el agresor insiste
en invadir su privacidad a través de llamadas constantes, regalos no deseados,
vigilancia en redes sociales, presencia no solicitada en espacios personales y
amenazas directas o indirectas. Estas conductas acaban generando miedo,
angustia y una sensación de peligro constante.
4.2.7.
Culpabilizar
Cuando se
responsabiliza a la pareja de cualquier problema cotidiano, tergiversando los
hechos y orillándole a admitir responsabilidades que no le corresponden, está
ejerciendo violencia emocional y psicológica. Esta manipulación refuerza la
inseguridad de la víctima, quien, sometida a la ira y el enojo del agresor,
puede llegar a asumir como legítima la violencia de su pareja.
4.2.8.
Descalificar
La descalificación
constante de los comentarios, proyectos de vida, planes personales, laborales,
académicos o familiares busca socavar su autoestima y autoconfianza. Esta
dinámica inicia de manera sutil, con frases como “yo te ayudo, tú no sabes”,
y puede evolucionar hasta declaraciones más agresivas como “no sirves como
pareja, madre, trabajadora o hija”. A través de esta estrategia, el agresor
refuerza la dependencia emocional y el sentimiento de inutilidad en la víctima,
limitando su autonomía y crecimiento personal (HIP y FCAM, 2024).
4.2.9.
Ridiculizar
La burla y la ofensa
son herramientas de violencia psicológica. El agresor busca poner en ridículo a
la pareja frente a amistades, colegas laborales, familiares, para debilitar la
confianza y asegurar su dominio en la relación. Estos comentarios también
pueden desvalorizar características consideradas femeninas por medio de
comentarios como “ni siquiera te puedes embarazar, no sirves como mujer”
o “no sirves como madre”, etc.
4.2.10.
Humillar
La humillación en
público disfrazada de broma es una forma de violencia psicológica. En diversas
encuestas, las mujeres que han experimentado este tipo de maltrato reportan
sentirse confundidas y avergonzadas. Esta dinámica genera un sentimiento de
infravaloración y refuerza el control del agresor sobre la víctima, quien, al
sentirse expuesta, puede replegarse aún más dentro de la relación abusiva.
4.2.11.
Intimidar
A través de miradas
amenazantes, gestos agresivos, gritos o la invasión del espacio personal de la
víctima se ejerce violencia psicológica. Este tipo de intimidación busca
generar miedo en la víctima y condicionar su conducta, reforzando las normas de
sumisión impuestas por el agresor: “cuando nazca y no se parezca, ya verás”;
“si me engañas tengo dos balas guardadas, una para ti y una para él”.
Amenaza de suicidio si ellas los dejan (Ibídem).
4.2.12.
Controlar
La prohibición y el
control sobre las relaciones interpersonales de la pareja, incluyendo la
restricción de contacto con familiares, amistades o colegas de trabajo, así
como la supervisión de su vestimenta, actividades, redes sociales, correos
electrónicos o incluso su fuente de ingresos, son señales de alerta de
violencia de pareja. Esta forma de abuso indica un intento extremo de
dominación, con el objetivo de controlar todos los aspectos de la vida de la
víctima, dejándola completamente aislada y en una situación de vulnerabilidad.
4.2.13.
Destruir artículos personales
Este tipo de agresión
no solo implica la pérdida de bienes materiales (teléfono celular, computadora,
recuerdos sentimentales, ropa, automóvil o muebles del hogar), también implica
advertencia de la violencia puede dirigirse directamente hacia la víctima. En
muchos casos, la destrucción de objetos precede a la agresión física, por lo
que constituye una señal de peligro inminente dentro de la relación.
4.2.14.
Manosear
Se ha estudiado que
socialmente los hombres violentos golpean o manosean a las niñas para
que aprendan a ser dóciles y “aprendan quién manda”.
4.2.15.
Caricias agresivas
Las agresiones
físicas en público o en privado que generen malestar en la víctima, no deben
ser normalizadas ni toleradas. Muchos agresores utilizan este tipo de violencia
como una forma de demostrar poder y control sobre la mujer, reafirmando así la
idea de posesión ante ella y ante la sociedad.
4.2.16.
Golpes “jugando”
Detrás de ellos
subyacen dinámicas de poder y control. Estos actos, que pueden incluir
empujones, sujeciones, quemaduras, heridas o intentos de estrangulamiento, son
muchas veces minimizados tanto por la víctima como por el agresor, lo que
contribuye a su continuidad y escalada.
4.2.17.
Pellizcos y arañazos
Estos han sido
erróneamente representados en la industria pornográfica como prácticas
placenteras para las mujeres. En muchas ocasiones, son aceptadas por la víctima
debido a normas de género que la obligan a complacer sexualmente a su pareja.
Sin embargo, estas acciones pueden intensificarse, causando dolor, daño físico
y una dinámica de abuso dentro de la relación.
4.2.18.
Empujar y jalonear
El uso de la fuerza
para someter a la pareja son expresiones claras de violencia. Si bien puede ser
un patrón aprendido en ciertos entornos, en los hombres abusivos se manifiesta
con mayor frecuencia como una herramienta de control.
4.2.19.
Cachetear
Es un acto de
violencia que busca transmitir un mensaje de dominación y castigo.
Erróneamente, se puede percibir como un “correctivo menor”, normalizando el
abuso y minimizando sus efectos. Con el tiempo, el agresor pierde el miedo a dejar
marcas visibles en la víctima, lo que puede llevar a un aumento en la
frecuencia e intensidad de la violencia.
4.2.20.
Patear
No solo aumenta la
violencia física, sino también el nivel de desprecio y saña hacia la víctima.
Este tipo de agresión puede provocar lesiones graves como fracturas,
laceraciones, hemorragias internas, discapacidad e incluso la muerte.
4.2.21.
Encerrar/ aislar
Es una forma extrema
de violencia que coloca a la víctima en una situación de vulnerabilidad
absoluta. Al cortar su contacto con familiares, amigos y redes de apoyo, el
agresor refuerza su control y asegura que la víctima enfrente la violencia en
soledad, sin posibilidad de recibir ayuda o consejo. Esta táctica busca
debilitar su capacidad de resistencia y mantenerla sometida.
4.2.22.
Sextorsión
Es el tipo de
violencia digital en la que el agresor amenaza con difundir material íntimo de
la víctima si no accede a sus demandas, que pueden incluir dinero, favores
sexuales o más contenido privado. En muchos casos, la sextorsión
se usa como mecanismo de venganza tras el fin de una relación.
4.2.23.
Amenazar con objetos o armas
Este tipo de amenaza
es una señal de alerta grave, pues indica un alto riesgo de que la violencia se
materializa en agresiones físicas o feminicidio.
4.2.24.
Difundir contenido íntimo
Hacer esto sin el
consentimiento de la pareja constituye una violación a su privacidad y
autonomía. La grabación, reproducción o distribución de imágenes o videos con
contenido sexual sin autorización es una forma de violencia digital que puede
generar consecuencias emocionales, sociales y legales devastadoras.
4.2.25.
Amenazar de muerte
Ya sean verbales,
escritas o simbólicas (como mostrar armas o usar el propio cuerpo para
intimidar), representan una de las formas más extremas de violencia. Este tipo
de amenaza genera en la víctima un estado de terror permanente, lo que muchas
veces la lleva a someterse al agresor por miedo a ser asesinada.
4.2.26.
Forzar a una relación sexual
La coerción y el uso
de la presión para forzar a una mujer a tener relaciones sexuales son formas de
violencia sexual. El agresor puede recurrir a chantajes emocionales,
insistencia, condicionamientos o promesas a cambio de sexo (sexualidad
instrumental), además de amenazas directas. Este tipo de abuso también
vulnera sus derechos sexuales y reproductivos, exponiéndola a embarazos no
deseados, infecciones de transmisión sexual y relaciones forzadas sin
protección.
4.2.27.
Abuso sexual
Muchos agresores han
sido socializados bajo la idea de que su deseo sexual tiene prioridad sobre el
consentimiento de la mujer. En estos casos, la víctima puede sentirse
presionada a acceder a actos sexuales sin poder expresar un “no”, ya sea
por miedo, dependencia emocional o intimidación. El abuso sexual también ocurre
cuando la víctima está inconsciente debido al uso de drogas o sustancias.
4.2.28.
Violación sexual
Es la forma más
extrema de violencia sexual. Este acto puede implicar penetración vaginal, anal
u oral y, en algunos casos, se acompaña de tortura. A pesar de los mitos
existentes, la violación dentro del matrimonio o el noviazgo es una realidad y
constituye un delito. La falta de consentimiento convierte cualquier acto
sexual en una violación.
4.2.29.
Mutilación
Esta práctica implica
la amputación total o parcial de partes del cuerpo, especialmente aquellas
asociadas a la feminidad, como pezones, clítoris o tejido vulvar.
La mutilación no solo representa un acto de tortura, sino que también busca
despojar a la víctima de su identidad y autonomía.
4.2.30.
Feminicidio
Es la máxima
expresión de la violencia de género: el asesinato de una mujer por el hecho de
ser mujer. Este crimen suele ser el desenlace de un ciclo de violencia
sostenido y es considerado un delito de odio. En muchos casos, los feminicidios
son perpetrados por parejas o exparejas de la víctima, reflejando el dominio y
control que el agresor buscaba mantener sobre ella. La impunidad de estos
crímenes envía un mensaje de permisividad hacia la violencia contra las
mujeres, perpetuando la desigualdad y la injusticia.
Es fundamental
comprender que la violencia de género no siempre comienza con agresiones
físicas extremas, sino que suele escalar desde formas más sutiles y
normalizadas. Identificar cada una de estas manifestaciones es clave para
prevenir su avance y romper con el ciclo de abuso. Entre todas, la violencia
psicológica juega un papel crucial, ya que mina la autoestima, la autonomía y
la percepción de la realidad de la víctima, dificultando que reconozca el
maltrato y busque ayuda. Por ello, es imprescindible visibilizar y entender su
impacto en la vida de quienes la sufren.
5. Conclusión
El violentómetro es una herramienta que permite identificar y
analizar los diferentes niveles de violencia en las relaciones de pareja. De
los 30 puntos que lo componen, los primeros 13 corresponden a violencia
psicológica, mientras que del 14 al 29 se observan secuelas psicológicas graves
que pueden llegar a ser incapacitantes. De acuerdo con el informe de HIP y FCAM
(2024), la violencia psicológica está presente en distintos grados y con
frecuencia se combina con otras formas de agresión, como la violencia física y
sexual. Además, el uso de tecnologías ha dado lugar a nuevas manifestaciones,
como la violencia digital y el sexting, lo que
complica el diseño de estrategias de prevención y atención adecuadas y
eficaces.
Los tipos de
violencia de género que existen deben visibilizarse, cada uno de ellos debe ser
socializado a todos los niveles de la comunidad y principalmente en las y los
jóvenes y adolescentes cuando están empezando sus primeras relaciones amorosas
y sexo afectivas para detener el aumento de violencia en la unión libre, el
concubinato y el matrimonio. En un esfuerzo por cuantificar la violencia, el
IPN generó una herramienta para detectar y parar la violencia.
A pesar de haberse
creado en 2009, existen pocas investigaciones sobre el impacto que ha tenido el
violentómetro en México.
Lo anterior nos
permite sostener la importancia de socializar y visibilizar el fenómeno de la
violencia de pareja en el noviazgo, poniendo atención en las primeras
manifestaciones (violencia psicológica) a través de acciones tanto de
prevención como de denuncia.
5.1. Prevención
Durante siglos, la
violencia de género ha sido considerada parte de la cotidianidad cultural,
validada y normalizada por diversas comunidades humanas. Se manifiesta de
manera recurrente en las interacciones más personales e íntimas, representando
una violación sistemática a los derechos humanos de quienes la padecen.
Desde la década de
1970, comenzaron a visibilizarse las dinámicas de violencia dentro del
matrimonio, lo que permitió reconocer que este fenómeno era más común de lo que
se suponía en la población general. En los años ochenta, se llevó a cabo el
primer estudio epidemiológico sobre la violencia en el noviazgo (Makepeace, 1981)[1],
lo que impulsó una serie de investigaciones centradas en adolescentes y
jóvenes. Estos estudios evidenciaron que la violencia en la pareja no se inicia
en la adultez, como se creía, sino que suele aparecer desde la adolescencia,
cuando se establecen las primeras relaciones afectivas. La violencia en el
noviazgo no es un evento aislado, sino un proceso dinámico que puede consolidar
patrones de agresión y actitudes que justifican estas conductas, lo que, a
largo plazo, contribuye a la reproducción de relaciones violentas y sus
consecuencias perjudiciales (Muñoz Rivas, González Lozano, Fernández-González y
Fernández Ramos, 2015).
La erradicación de
este fenómeno social requiere estrategias coordinadas que involucren distintos
ámbitos, como la escuela, la comunidad, los medios de comunicación, las
familias y las políticas públicas. Estudios recientes indican que, aunque las
primeras manifestaciones de violencia pueden aparecer antes, las tasas más
altas de agresión se presentan entre los 16 y 17 años, lo que sugiere que las
estrategias de prevención deberían implementarse desde la adolescencia
temprana, alrededor de los 13 o 14 años (Ibídem).
Existen diversos
enfoques preventivos: la prevención universal, dirigida a toda la población
adolescente; la prevención selectiva, enfocada en grupos con mayor riesgo; y la
prevención indicada, orientada a individuos con factores de riesgo específicos.
Dirigir los esfuerzos a estos subgrupos permite optimizar los recursos
disponibles y atender de manera más eficaz las necesidades particulares
(Ibídem).
Freyre Pulido,
Bringas Marrero, y Boix Cruz, (2020) realizaron un
Cuestionario de Percepción del Violentómetro aplicado
a un total de 680 estudiantes del CONALEP, Plantel Tehuacán 150. Del total del
estudiantado participante, 450 refieren haber recibido violencia o realizado
actos de violencia (66%), de los cuales 31 acepta haber sido la persona que
violenta, 69 haber sido víctima de violencia y 350 haber ejercido y
experimentado violencia. La mayoría de las acciones enfocadas a ejercer
violencia se ubican en la primera parte del “Violentómetro”
(identificada como “¡Ten cuidado! La violencia aumentará”). En este punto, de
acuerdo con las autoras, existe una normalización de la violencia tal que los
propios estudiantes las consideran un juego. Frente a la pregunta de qué
podrían hacer para evitar o erradicar la violencia, el estudiantado señaló la
importancia de conocer más respecto al tema, ya que ese puede ser el punto de
partida para cambiar la manera de pensar. Este cuestionario obtuvo resultados
similares del realizado por las mismas autoras dos años antes (2018) con
estudiantes de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (Boix Cruz, Freyre Pulido, y Bringas Marrero, 2018).
Consideramos que el trabajo de estas autoras, además de ser importante, pues
permite visibilizar las violencias al interior de las parejas jóvenes, puede
ser ajustado y replicado en diversos ámbitos educativos con el objetivo de
poner en alerta a profesorado y estudiantado de las implicaciones de ejercer y
recibir violencia en relaciones de pareja, sobre todo de violencia psicológica.
Replicar estos
espacios de reflexión entre la población vulnerable a este tipo de violencia
puede ser de gran utilidad para atajar el problema de la violencia de género en
la pareja. Entre las estrategias que podemos recomendar destacan los talleres
sobre nuevas masculinidades y el uso del violentómetro
en espacios educativos. En ambos casos se debe garantizar la confidencialidad
de la información, el apoyo de psicólogos y psicólogas especializadas en
violencia de género, garantizar que los espacios de reflexión (para los
talleres) serán espacios seguros para todas y todos los participantes y, sobre
todo, la continuidad de estas acciones. Además, las escuelas y centros
educativos deberán tomar acciones para identificar las acciones violentas y, de
ser el caso, canalizar a las víctimas a las instituciones correspondientes para
realizar una denuncia.
5.2. Denuncia
La violencia de
género es la que menores índices de condenas registra, en gran parte porque los
órganos jurisdiccionales carecen de criterios claros para ponderarla y
sancionarla adecuadamente (Thay y Rezzio,
2024: 57).
Desde una perspectiva
internacional, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización de
las Naciones Unidas (ONU) han reconocido la violencia contra la mujer como un
problema de salud pública y una violación a los derechos humanos (OMS, 2002;
ONU, 1995). Sin embargo, aunque muchos países han adaptado sus marcos legales
para abordar el problema, la aplicación efectiva de estas leyes sigue siendo
deficiente (Thay y Rezzio,
2024).
En el caso de la
violencia ejercida por parejas, solo el 13.1% de las víctimas denunciaron,
mientras que en entornos escolares y familiares las cifras de denuncia son aún
menores (7.8% y 7.1%, respectivamente). En total, 7 millones de mujeres que
experimentaron violencia psicológica en su relación de pareja no interpusieron
denuncia (REDIM, 2023).
Como hemos señalado a
lo largo de este trabajo, la violencia psicológica es una de las formas de
agresión menos denunciadas debido a diversos factores, entre ellos la
dependencia económica, el temor a represalias, la incertidumbre sobre el
futuro, la preocupación por los hijos, el aislamiento social y el miedo al juicio
de la sociedad. La falta de atención oportuna a este tipo de violencia puede
contribuir a su escalada, llegando incluso al feminicidio, que representa la
última etapa de un proceso de agresión sistemática (Thay
y Rezzio, 2024: 81).
Por eso, es fundamental
que las víctimas puedan ponerse a salvo y recurrir a profesionistas e
instituciones gubernamentales dependiendo del grado de violencia.
Lamentablemente, en México las víctimas de violencia de género en la pareja
suelen percibir poco respaldo de las instituciones jurídicas y asistenciales,
lo que limita su disposición a denunciar. Aún es necesario profundizar en el
estudio de las causas que generan esta falta de credibilidad y la minimización
de la problemática. Sin embargo, la difusión de información sobre recursos de
ayuda y medidas de protección es clave para mejorar la cobertura y la eficacia
de la prevención, especialmente entre la población juvenil. Dado que la
violencia en el noviazgo suele ser relativizada y justificada por quienes la
padecen, muchas víctimas y agresores no recurren a estos servicios de apoyo
(Muñoz Rivas, González Lozano, Fernández-González y Fernández Ramos, 2015).
Cuando las víctimas
intentan salir de una relación violenta, suelen enfrentar múltiples obstáculos.
Muchas veces, los agresores prometen cambiar para evitar que sus parejas los
dejen o, por el contrario, incrementan la violencia y recurren a amenazas.
Asimismo, las mujeres que buscan apoyo institucional frecuentemente
experimentan revictimización, son culpabilizadas por la violencia sufrida o
incluso enfrentan la pérdida de la custodia de sus hijos/as debido a prejuicios
institucionales (HIP y FCAM, 2024).
En este contexto, los
órganos jurisdiccionales enfrentan dos desafíos fundamentales. Primero, la
tendencia a tratar cada tipo de violencia contra las mujeres como fenómenos
independientes, en lugar de reconocer su interrelación. Segundo, la omisión del
impacto psicológico que estas agresiones generan en las víctimas, especialmente
al momento de dictaminar indemnizaciones. Es importante destacar que muchas de
estas secuelas no son inmediatas, sino que se manifiestan de manera progresiva,
lo que hace aún más complejo su reconocimiento y tratamiento (Thay y Rezzio, 2024).
Debido a la forma en
que se documenta la violencia, los registros administrativos solo reflejan los
casos en los que se presenta una denuncia o se solicita algún servicio de
atención. Generalmente, esto implica situaciones de mayor gravedad, como
violencia física o sexual con lesiones severas, trata de personas, violencia
familiar extrema, homicidio y feminicidio. Sin embargo, estos registros ofrecen
una visión parcial de la problemática, ya que no incluyen todas las
manifestaciones de violencia que enfrentan niñas y adolescentes, sino
únicamente aquellas que fueron denunciadas o en las que alguna autoridad
intervino (INEGI, 2023).
El CNPJE permite
analizar delitos específicos como homicidio, feminicidio, lesiones, delitos
sexuales, trata de personas y violencia familiar. Según datos del INEGI de
2023, las niñas y adolescentes mujeres son más afectadas que sus pares varones.
Se registraron 59,141 delitos con víctimas femeninas en este grupo de edad,
mientras que para los niños y adolescentes varones la cifra fue de 30,207. Esto
evidencia que, para niñas y mujeres, la ocurrencia de estos delitos es
aproximadamente el doble en comparación con niños y hombres (Ibídem).
Es crucial intervenir
en las primeras manifestaciones de violencia, ya que su normalización puede
generar una escalada progresiva hasta alcanzar niveles extremos, como el
homicidio o el suicidio. Muchas personas jóvenes no aceptarían una relación con
alguien que las golpee en la primera cita, pero podrían minimizar acciones como
empujones, chantajes, burlas, amenazas o el menosprecio. Este es precisamente
el problema: la violencia en las relaciones de pareja suele pasar desapercibida
al principio, pero con el tiempo se arraiga y puede perdurar por años o incluso
toda la vida (Tronco Rosas y Ocaña López, 2012).
El papel de los
profesionales de la salud mental es fundamental en la protección de los
derechos de las mujeres a una vida libre de violencia de género. Su labor puede
abarcar desde servicios de prevención hasta atención integral en casos de
violencia ya ejercida. Además, el tratamiento de agresores podría contribuir a
la prevención de feminicidios y futuras agresiones, así como a la mejora del
bienestar de las víctimas cuando se considere parte de una reparación integral
y digna. No obstante, más allá de la atención a quienes han padecido violencia,
la prioridad debe ser la prevención de estas situaciones (Thay
y Rezzio, 2024).
Debemos de dejar de
normalizar la violencia de género en cualquiera de sus acepciones y de revictimizar a las personas que padecen la violencia. Es
necesario enfatizar que, para desarticularse, el fenómeno de la violencia de
género y en particular en la pareja, debe ser comprendido, visibilizado y deconstruido a nivel comunidad.
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