Amelia
Valcárcel (1949): 50 años de Filosofía Feminista
Amelia Valcárcel (1949): 50 Years of Feminist Philosophy
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Alicia Miyares |
|
Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)
- España |
Resumen
Durante cinco décadas, Amelia
Valcárcel ha realizado una significativa contribución teórica y propositiva de
cuestiones de agenda que ha sido fundamental para el desarrollo contemporáneo
del feminismo. Es imposible abordar los últimos 50 años de feminismo en España
y América Latina sin recalar en su obra: le debemos mucho. Para describir la
trayectoria intelectual de Amelia Valcárcel, he tomado la perspectiva
filosófica: en toda su obra, desde sus comienzos tempranos, el feminismo brota
por la pura racionalidad filosófica cuando se abordan temas transcendentales a
la filosofía como el Humanismo, la Igualdad, la Libertad, la Universalidad, el
Individualismo, la Ética y la Política, por citar categorías morales y
políticas significativas que, además, son recurrentes en el pensamiento de
Valcárcel.
Palabras clave: humanismo, individualismo, igualdad,
libertad, universalismo, multiculturalismo, identidad, diversidad.
Abstract
For
five decades, Amelia Valcárcel has made a significant
theoretical and proactive contribution to agenda-setting issues that has been
fundamental to the contemporary development of feminism. It is impossible to
address the last 50 years of feminism in Spain and Latin America without
referring to her work: we owe her much. To describe Amelia Valcárcel's
intellectual trajectory, I have taken a philosophical perspective: throughout
her work, from its earliest beginnings, feminism springs from pure
philosophical rationality when addressing transcendental themes for philosophy
such as Humanism, Equality, Liberty, Universality, Individualism, Ethics, and
Politics, to name significant moral and political categories that, moreover,
recur in Valcárcel's thought.
Keywords: humanism,
individualim, equality,
freedom, universalism, multiculturalism, identity, diversity.
Introducción
Durante cinco décadas,
Amelia Valcárcel ha realizado una significativa contribución teórica y
propositiva de cuestiones de agenda que ha sido fundamental para el desarrollo
contemporáneo del feminismo. Es imposible abordar los últimos 50 años de
feminismo en España y América Latina sin recalar en su obra: le debemos mucho.
Para describir la
trayectoria intelectual de Amelia Valcárcel, he tomado la perspectiva
filosófica: en toda su obra, desde sus comienzos tempranos, el feminismo brota
por la pura racionalidad filosófica cuando se abordan temas transcendentales a
la filosofía como el Humanismo, la Igualdad, la Libertad, la Universalidad, el
Individualismo, la Ética y la Política, por citar categorías morales y
políticas significativas que, además, son recurrentes en el pensamiento de
Valcárcel.
La ablación de la memoria y la
ruptura de la horma
A finales del año 1975
España saldría del largo tiempo de oscurantismo impuesto por la dictadura
franquista. El dictador muere en noviembre de ese año y España, con una memoria
cultural e histórica amputada de raíz durante 40 años, se adentra
cautelosamente en la senda de la democracia.
En el mismo año 1975 que
en España moría el dictador la ONU lo declara Año Internacional de la Mujer y
en la Ciudad de México se celebraría la primera conferencia mundial sobre la
condición jurídica y social de la mujer. Los objetivos de la conferencia
mundial en relación con la igualdad, la paz y el desarrollo se identificaron en
tres: plena igualdad de las mujeres, integración y participación plena de las
mujeres en el desarrollo y una mayor contribución de las mujeres al
fortalecimiento de la paz mundial. No deja de ser un buen motivo de contraste
con la España franquista.
La propia declaración por
parte de la ONU de Año Internacional de la Mujer, se debió, como describe
Valcárcel en el libro Rebeldes, al auge y las presiones del feminismo
que estaba en uno de sus momentos agitativos más
fuertes y se había extendido internacionalmente: “la protesta y el desafío de
las mujeres contra el orden patriarcal aparecían en todo Occidente” (Valcárcel, 2000: 125) y España, que además
mantenía una legislación relativa al estatus de las mujeres de las más
retardatarias de Europa, no fue una excepción. La situación de las mujeres
españolas era absolutamente deficitaria, ya que a la salida de la Dictadura se
debían conseguir las libertades más elementales: erradicar el delito de
adulterio femenino, plantear leyes que quebraban la horma tradicional del
matrimonio y la familia -divorcio y aborto-, acceso a todas las profesiones y
exigencia de nuevas relaciones morales. Había que “enterrar la antigua
decencia”. La agenda del feminismo, como le gusta afirmar a Valcárcel, en aquel
momento como ahora estaba y está abierta por distintas páginas: si en el mundo
anglosajón se denunciaba la formalidad de las leyes “porque en muchos casos las
leyes estaban hechas pero los derechos no estaban adquiridos” (Valcárcel, 2007:
27), esto es, se exigía la plenitud de los derechos civiles; en el caso
español, había de crearse todo un corpus legislativo que, casi como en tiempos
del sufragismo decimonónico, elevara la situación de “minoría de edad” legal de
las mujeres. Para el régimen franquista de cariz religioso-político, la
normativa diferencial en función del sexo tenía un papel esencial. El destino
de las mujeres estaba trazado desde el nacimiento: si la legislación civil
española suponía la muerte civil de las mujeres, la legislación penal era su
continuidad negando la simetría entre los sexos y no reconociendo, por ello,
esfera de libertad alguna a las mujeres.
El molde educativo de las
españolas durante la dictadura era el de “la mujer cristiana”; el ejemplo a
seguir el de Nuestra Señora la Virgen María, la abominación a evitar Eva, la
mujer caída. Y muy poco se requería para que alguien, principalmente el cura
desde su altar, el control familiar o la vigilancia mutua en la amistad, te
designara como una probable Eva si transitabas por sendas que curiosamente no
eran del todo explícitas. El escoramiento a ser una
Eva probable dependía de la insana imaginación de quien juzgaba. Esta fue, en
descripción de Valcárcel cuando recrea en Rebeldes sus años de infancia
y adolescencia, la horma para las mujeres en la muy católica nación española.
Las mujeres nacidas y
educadas durante la dictadura, como es el caso de nuestra filósofa, cuando
accedieron a la Universidad, algunas de ellas empezaron a “atisbar que aquellos
valores y modos de vida que se nos daban eran manifiestamente retardatarios”
(Valcárcel, 2000: 96). Ese mundo hacía agua, debía hundirse y en buena medida
dependía de la total ruptura de la horma impuesta a las mujeres. El feminismo
español contemporáneo comienza su andadura “en los años setenta en medio de una
gran desmemoria. Su conexión con las figuras del pasado progresista no existe”
(Ibídem: 70). No es lo mismo nacer en una democracia consolidada, donde la
misoginia sin duda existe y actúa, caso de las feministas anglosajonas, que
nacer en un país donde la misoginia es la horma moral, política, jurídica y
cultural, convertida en práctica civil y penal del Estado y en el conjunto de
la moral corriente. El feminismo español contemporáneo es como es -serio, radical,
político-porque partió de esta situación: “el feminismo español es contundente
y serio porque se forjó en ese decisivo momento y tuvo que darle forma”
(Valcárcel, 2008: 334).
Levantar la losa pesada
del franquismo fue muy duro, incluso doloroso para muchas vidas, pero, además,
las propuestas feministas suscitaban muchos recelos entre los compañeros de
lucha en las distintas posiciones de izquierda. Los varones de izquierda
toleraban más o menos las vindicaciones feministas cuando se referían a reformas
jurídicas puntuales (adulterio o divorcio), “pero, en cuanto se entraba en la
cuestión del fundamento, la ilegitimidad de la jerarquía sexual, la España
hirsuta reaparecía en las pilosas cabezas progresistas” (Valcárcel, 2000: 129).
No era fácil hacer entender ni a los recalcitrantes ni a los “progres”, hoy
todavía muchos de los unos y los otros persisten en la incomprensión, que el
feminismo “es una teoría de la justicia, no un conjunto polémico de digresiones
sobre lo que las mujeres sean o deban ser” (Ibídem: 94). De hecho, la cuestión
de “qué es una mujer” ha vuelto a presentarse como polémica, la misoginia
siempre es recurrente. Y el feminismo contemporáneo, español e internacional,
en su agenda de máximos pretende, precisamente, la abolición del patriarcado
como invariante antropológica.
El Derecho al Mal
En este contexto una
joven Amelia Valcárcel irrumpe con inusitada fuerza discursiva y activista: el
feminismo es a la par teoría explicativa y activismo. De ahí que no haya nada
más insidioso que los intentos a lo largo de estos cincuenta años de intentar disociar
a las teóricas feministas de las activistas feministas. Retornando al comienzo
de los primeros pasos en el feminismo de la joven Valcárcel, su activismo
comienza en la Universidad: “Al primer colectivo feminista que perteneció fue a
un grupo asociado con mujeres universitarias; después se unieron a AUPEN y, más
tarde, a los Colectivos Feministas Radicales” (Romero, 2003: 15). En el año 75,
Valcárcel militaba en la Asociación Feminista de Asturias “Clara Campoamor”.
Esta asociación en las primeras elecciones democráticas decide prestar su apoyo
a la candidatura de Unidad Regionalista a cambio de la inclusión en el programa
electoral de las vindicaciones feministas: reformas legales en lo relativo al
estatus de las mujeres y eliminación de toda costumbre, norma y prejuicios
sexistas.
En este sentido los
colectivos feministas españolas hacen suya la agenda del Feminismo Radical de
Estados Unidos. El activismo feminista radical de Valcárcel, como he descrito,
corre parejo con sus planteamientos teóricos: la agenda radical de cambios
normativos y valorativos imprescindibles para las mujeres la teoriza también
radicalmente en su artículo de 1980 El derecho al mal. Será objeto de
crítica todos los postulados éticos, propios de una moral heterómana,
que ordenan prescripciones diferentes para cada sexo: “no reclamamos el mal por
el que se nos ha definido y no queremos tampoco el bien que se nos imputa, sino
exactamente vuestro mal” (Valcárcel, 1991: 183). El discurso moral feminista de
Valcárcel reclama, pues, el derecho a no ser excelente. En este temprano
artículo aparecen ya tópicas distintivas del pensamiento de Valcárcel que
desarrollará más extensamente en su obra posterior: el poder, la moral, la
universalidad, el feminismo de la igualdad y, a su vez, en la crítica que
plantea Valcárcel a la heteronomía, aquello que se espera moralmente de las
mujeres o las supuestas virtudes que se nos atribuyen, está implícito un
término que acuñará posteriormente, heterodesignación.
Todas las mujeres comparten la designación, heterodesignación
patriarcal, “la mujer”, cuya posición funcional distinta de los varones es la
sumisión. Valcárcel nos propone la ruptura de la horma del discurso moral de la
excelencia de las mujeres y del hecho de haber sido siempre significadas por lo
que los varones conciben como “la mujer”. En este sentido, El derecho al mal
supone el giro más radical y el planteamiento más agudo y crítico a la horma
impuesta a las mujeres durante la dictadura franquista. A su vez, la autora se
proyecta ya tempranamente como destaca teórica del feminismo de la igualdad.
Fundamentación
teórica y práxis
A lo largo de su dilatada
trayectoria, Valcárcel es una filósofa peculiar que combina fundamentación
teórica y práxis, al más puro estilo del pensamiento
radical. El enfoque pragmático de su pensamiento la ha llevado hábilmente a
integrar el feminismo en el discurso público y la política mediante la
organización y dirección de Encuentros, Escuelas feministas, Seminarios y
Congresos. Así, por ejemplo, en los años 2005 a 2011 dirige los “Encuentros de
Mujeres Líderes Iberoamericanas” organizados por la Fundación Carolina. Estos
“Encuentros” fueron concebidos con el fin de promover una red de mujeres
iberoamericanas lideres políticas, del movimiento feminista y de organismos
públicos para facilitar la puesta en común de discurso, referentes y agenda.
Los temas tratados en estos Encuentros, cooperación, avances en igualdad y
panorama legislativo, paridad y techo de cristal, derechos sexuales y
reproductivos, el hecho religioso, los poderes económicos, etc.., tenían como
finalidad establecer debates para unificar agendas a uno y otro lado del
Atlántico. En definitiva, unificar una agenda que incluyera un lenguaje común y
prioridades conjuntas que pusieran de manifiesto necesidades compartidas. A su
vez, cabe destacar que desde el año 2002 hasta el momento actual dirige la
Escuela Feminista Rosario de Acuña organizada por el Ayuntamiento de Gijón. En
las XXI Ediciones de la escuela, han sido objeto de reflexión feminista variados
temas de agenda y de política global feminista.
En este espacio de
pensamiento filosófico feminista se han abordado cuestiones candentes como las
mujeres en los espacios del poder, de la autoridad y de la creatividad, los
modelos de democracia, las mujeres en los procesos globalizadores, el mapa de
las libertades de las mujeres en África, América y Países árabes, demografía y
feminismo, etc. Las últimas ediciones se han dedicado al análisis crítico de la
“agenda sobrevenida”, prostitución, pornografía, alquiler de vientres, leyes
“trans”[1].
Esta “Escuela” es un espacio de referencia para feministas españolas y de
América Latina, no sólo por los temas abordados, sino porque gracias a la
“Rosario de Acuña” se consolidan las posiciones argumentativas para cada uno de
los temas de agenda que el feminismo radical y político propone y también para
dotarse de argumentos ante los nuevos discursos reactivos en este mundo
globalizado.
La combinación magistral
de fundamentación teórica y activismo que se detecta en toda la obra de Amelia
Valcárcel se debe a su profunda convicción de que el feminismo es un humanismo
transformador
El feminismo es humanismo
transformador
No hay definición más
certera y escueta de lo que el feminismo es, que la que nos ofrece Valcárcel en
su libro Feminismo en el mundo global: “Feminismo es aquella tradición
política de la Modernidad, igualitaria y democrática, que mantiene que ningún
individuo de la especie humana debe ser excluido de cualquier bien y de ningún
derecho a causa de su sexo” (Valcárcel, 2008: 55). Cuando, a su vez, Valcárcel
plantea cuáles son los retos del feminismo actual, lo hace desde un
planteamiento filosófico en el que realiza una combinación exitosa de
Ilustración y hegelianismo. Conjugar Ilustración y pensamiento hegeliano, le
permite a Valcárcel desarrollar una filosofía feminista propia, a lo largo de
su extensa obra, caracterizada por la superación de la aparente paradoja de
universalismo/individualismo. Pero para ello también se ha servido de la perspectiva
antropológica: la larga cadena de interrelaciones que aporta la antropología
cultural nos sitúa en la senda idónea para ahondar no sólo en la pesada horma
de las costumbres, sino también profundizar en cuestiones relativas a la
comunidad, el individuo, los ritos, la cotidianidad, la finitud, la edad, la
situación, los comportamientos y las propias formas civilizatorias. La
invariante de análisis son las mujeres y así es como Valcárcel teje una
filosofía feminista que resulta imprescindible para una comprensión más certera
de la época que nos toca vivir.
En este sentido, recela y
mucho nuestra filósofa de aquellos autores que, desde la Filosofía, el Derecho,
la Antropología, la Sociología o cualesquiera otras disciplinas de la ciencia o
las humanidades, pretendan un discurso explicativo de la realidad o actualidad
sin siquiera aproximarse, aunque sea tímidamente, a la teoría feminista: este
modo de proceder no es más que “un ejercicio meramente literario que puede
encubrir miedo o incompetencia” (Valcárcel, 1991: 103). Pero también le produce
extrañamiento que el cambio en los modos de vida de las mujeres no sea objeto
de atención; si parece del todo evidente que el cambio en la posición social de
las mujeres es el rasgo principal del siglo XX y del iniciado Siglo XXI ¿Cómo
se las arregla la sociología y la filosofía política para no dar cuenta de
ello? Al analizarlo, responde Valcárcel, descubriremos cómo se produce la
educción de “verdad” en las ciencias humanas, una “verdad viril” que se resiste
aún hoy a ser desplazada.
Valcárcel sostiene
consistentemente que el feminismo es una forma de humanismo, una posición ética
universalista que se vincula necesariamente con una razón universal: “reclama y
aprecia lo que se proponen como bienes y no tolera la exclusión de derechos”
(Valcárcel, 2019: 153). Descrito con otras palabras, “Los abusos universales
sufridos por las mujeres tienen que ser combatidos con Derechos Universales”.
En definitiva, ningún valor que no pueda serlo de cualquier ser humano es un
valor. Aporta además el feminismo una filosofía de la historia y una
perspectiva antropológica propias capaz de dar cuenta y describir con mayor
acierto tanto las democracias actuales como los procesos globalizadores.
Las mujeres hemos
conocido un universalismo excluyente. Y por lo mismo, un universalismo falso.
El pensamiento de Valcárcel al orientarse hacia una ética universalista -como
se describe ampliamente en toda su obra[2]-
transita por temas filosóficos que aborda críticamente: los debates sobre el
hecho religioso, el multiculturalismo, la libertad/igualdad, el poder, el
saber, la información, la creatividad, o el más reciente de igualdad/identidad
y diversidad, que resume no sin cierta ironía en “política, dinero, opinión y
respeto” (Valcárcel, 2019: 133). En cualquiera de cada una de estas esferas o
de estas aparentes dicotomías que el feminismo tuvo que corregir subyace “lo
viril” como patrón de medida. El feminismo socava el “universalismo viril” y el
“poder viril”, un orden excluyente, en definitiva.
En este sentido el
feminismo como teoría del conocimiento, filosofía de la historia o agenda
política es un humanismo que no ha descuidado ni descuida, en palabras de
Valcárcel, “los datos de la antropología, que, es más, supone una antropología
no androcéntrica y no antropocéntrica” (Valcárcel, 2008: 315). El feminismo en
su nivel teórico explicativo hace entender cosas que sin él o no se perciben o
no se entienden, pero como humanismo que es no se limita a entender, sino que
“siempre implica transformar”.
Así pues, según
Valcárcel, cuatro son los rasgos que caracterizan el feminismo como un
humanismo transformador:
1) El
feminismo es un conjunto teórico
explicativo.
El feminismo es una de las tradiciones
política fuertes igualitarias de la modernidad que
se opone a la jerarquía
sexual, la más ancestral jerarquía
de todas. Es, por ello, que
los planteamientos teóricos
feministas son muy homogéneos en sus recursos argumentativos: lo que
dice, a quien se lo dice, cómo
lo dice, contra qué argumenta, con qué argumentos… Es estable en su
teoría, ya que se enfrenta a la jerarquía entre varones y mujeres, la jerarquía menos cuestionada, más inalterada y menos deslegitimada.
2) Es
una agenda que caracteriza al feminismo.
Cada inflexión histórica del feminismo ha venido acompañada de una agenda específica: de la elección libre
de estado a los derechos educativos,
civiles y políticos; de la equidad en la herencia
y en los contratos matrimoniales a la plenitud de
los derechos individuales; de los derechos sexuales a la paridad y la enorme adenda del abolicionismo; de la denuncia de
la violencia contra las mujeres
a la denuncia de la explotación
sexual y reproductiva de las mujeres,
etc. Es, según nuestra filósofa, una agenda estable en
el devenir de la teoría y
la acción públicas.
3) El
feminismo es un movimiento.
El feminismo como teoría política es una puesta en práctica
de un movimiento social transformador:
en todo movimiento
existe una vanguardia, pero, como reafirma
Valcárcel, la parte de la
que depende la fortaleza
del movimiento es su tramo central.
4) Una
masa de acciones no dirigidas.
Los precipitados de novedad
no previstos, sin embargo, se producen
como consecuencias de las victorias feministas. Por un lado, cada vez
que una mujer se ha opuesto
a un mandato de género o
“ha aumentado sus expectativas
de libertad en contra de la
costumbre común, se ha producido y se produce lo que podríamos
llamar un “infinitésimo
moral” de novedad” (Valcárcel,
2008: 331) que cambia el aspecto, las condiciones y las reglas de juego de la totalidad considerada; por otro lado, acciones realizadas sin la conciencia de
una voluntad común: el feminismo también es una suma de acciones contracorriente que muchas mujeres han realizado
sin tener para nada la conciencia
de ser feministas.
La conquista de la igualdad
El feminismo incorpora
debates filosóficos, jurídicos, morales y políticos que en sí mismos son una
novedad. La vindicación de igualdad, que es una constante en la obra de
Valcárcel, exige disponer de argumentos muy certeros para alzarse sobre el
magma de la tradición misógina. El feminismo, afirma, necesita pensar
abstractamente, tal como lo requiere el pensamiento de la igualdad. Como
expresa en “La civilización feminista” (2023) el verdadero ser del feminismo es
“señalar la injusticia de la propia jerarquía sexual, no sus indeseables
consecuencias” (Valcárcel, 2023: 22), y requiere, por lo tanto, prescindir de
los pares de opuestos que tan arteramente el pensamiento misógino ha diseñado:
naturaleza/cultura, producción/reproducción, derechos/deberes,
libertad/igualdad, igualdad/diferencia, igualdad/identidad. Cada uno de ellos
ha sido enjuiciado críticamente por Valcárcel desde el inicio de su andadura
filosófica. Y como ella nos alerta muchos de estos pares de opuestos están aún
vigentes para referirse a un diferencial entre los sexos, son ropajes en los
que persevera la misoginia.
Ilustración y pensamiento
hegeliano se conjugan en la filosofía feminista de Valcárcel en una vuelta de
tuerca que no sería suscrita ni por los más afamados ilustrados ni por supuesto
por Hegel. Sin embargo, las ideas presentes en la ilustración y el pensamiento
hegeliano alcanzan su plenitud gracias a la filosofía moral y política
feminista: conjugar igualdad con individualidad. La tesis principal en la que
nuestra autora despliega su filosofía feminista se podría resumir en los
términos siguientes: la idea dominante de la Ilustración es la igualdad, su
precipitado en el sujeto es el principio de individuación y su decantado en el
obrar moral y político lo es el feminismo.
El planteamiento original
de Valcárcel, estableciendo una línea continua entre igualdad, individualidad y
feminismo, la conduce a confrontar directamente con los planteamientos de la
filosofía posmoderna, que puestos a anunciar muertes dieron por fracasado de
modo absoluto el concepto de igualdad. Para nuestra filósofa más que fracaso
habría de afirmarse que la igualdad es la más pesada herencia ilustrada de la
que los filósofos posmodernos prefieren desprenderse por una dosis nada
desdeñable de provocación o displicencia: “las notas de este bautismo con ritos
de funeral tienen todo pelaje: neoconservadurismo, individualismo narcisista,
anomia y algunas otras perversiones que para curarse necesitan medicinas
venenosas” (Valcárcel, 1993: 105). Referir el fracaso de la igualdad
implica hacer dejación del intento de moralizar la propia práctica política.
Sin embargo, nuestra única garantía de autonomía como sujetos reside en la
necesaria vinculación de la Ética con la Política y sólo es posible
incorporando la igualdad en el doble sentido, como moral, universalismo moral,
como práctica política el reconocimiento de igualdad, todos los seres humanos
son iguales en capacidad racional y sentido común, acabará por cristalizar en
los sistemas de gobierno democráticos.
La igualdad en sí es un
concepto moral, afirma Valcárcel, de ahí que la legitimación última de la
democracia sea moral. Cuando la igualdad se extrapola del ámbito moral al
político, el universalismo político se expresa tanto en derechos como en el
sistema político de mayor garantía, la democracia. La igualdad tanto en el
sentido moral, autonomía del individuo, como en el sentido político, derechos y
racionalidad democrática remite también al sentido de la libertad. Igualdad/ libertad
no son términos antagónicos, sólo la mirada estrecha de ciertas disposiciones
intelectuales y políticas las convierten en aparentemente contrarios. Por el
contrario, la igualdad nos remite necesariamente al sentido de la libertad:
“sabemos de lo defectivo de la libertad cuando la igualdad, una cierta
igualdad, no está asegurada” (Valcárcel, 2001: 21). En Del miedo a la igualdad lo expresa con
rotundidad: “Lo ficticia que pueda llegar a
ser la libertad dependerá siempre de lo ficticia que sea la igualdad”
(Valcárcel, 1993: 11). En definitiva, afirma Valcárcel, la garantía de unos
mínimos compartidos de igualdad, en derechos y bienes, es la garantía de la
libertad individual y de la colectiva. Así pues, para nuestra filósofa, tres
conceptos se relacionan y los relacionará a lo largo de su obra de modo
constante: “libertad remite a derechos, derechos a igualdad, del mismo modo que
igualdad supone derechos y derechos llevan a fijar el continente de las
libertades” (Valcárcel y Rodríguez, 2001: 46). Esta corrección y disolución de
aparentes paradojas ha sido posible gracias a la filosofía y teoría política
feminista. Es un error común confundir Igualdad y principio de indiferencia. De
hecho, lo que caracteriza el pensamiento de Valcárcel es la reivindicación que
hace del individualismo partiendo, precisamente, del principio de igualdad.
El camino de la autoconciencia:
individualidad
La conquista de la
individualidad no es una tarea individual. Esta afirmación tan certera de
Valcárcel resume su propia filosofía que implica hacer los ajustes pertinentes
a la Ilustración, pero también a la tradición filosófica posterior. Muy
especialmente a la filosofía hegeliana.
Describe Valcárcel que
referirnos a figuras de la conciencia nos conduce a la fenomenología hegeliana
y a la fenomenología existencialista de Simone de Beauvoir.
El primero en abordar la reconceptualización de los
sexos fue Hegel. En su Fenomenología del Espíritu explica que cada uno
de los sexos tiene un destino diferenciado no natural sino normado: el destino
de las mujeres es la familia, el destino de los varones es el estado. Cada sexo
debe responder a la ley que le es propia, en el caso de las mujeres a la ley de
la familia (“eticidad”) que no contempla la individualidad, Si el sexo masculino
es diferenciado, el femenino es genérico. Así pues, en términos de
autoconciencia y autodeterminación, Hegel excluye a lo femenino caracterizando
a las mujeres como lo indeterminado o carente de individuación. Hegel traslada
al ámbito ético y político la dimorfia entre los
sexos y es la que explica las esferas separadas de ambos; “y es tal que está
por encima de las cualidades contingentes del sujeto; esto es, si un sujeto se
adecua a lo que se predica de todos ellos, mejor para él, y si no, peor para él
porque la normativa se le impondrá como su verdad. La verdad es la del sexo al
que se pertenece” (Valcárcel, 2008: 80). El sexo es un destino público para los
varones, privado para las mujeres y los intentos de éstas de subvertir tal
orden son la ruina de las comunidades.
Por su
parte, Beauvoir aborda una fenomenología del
sujeto-mujer y una fenomenología de las figuras de lo femenino. Describe la
fenomenología de “lo mujer” tal y como ha sido pensada por el varón, la “otreidad”: la invención de lo femenino como algo diferente
de lo humano, como lo Otro. Con tenacidad Beauvoir
irá desmontando el mito de lo “femenino”. En El segundo sexo aplica
la terminología filosófica al problema de los sexos en sentido inverso: no se
trata de saber qué es lo esencialmente femenino, sino por qué se supone que tal
esencialidad existe y que imagen del mundo se sigue de aceptarlo. Beauvoir se preguntará por cuáles son las condiciones que,
en su propia vida individual, forman “su situación”; esto es, dónde están y
cómo están formados los límites verdaderos de su libertad como individuo. Ser
mujer es un aprendizaje “heterónomo” que ninguna mujer puede rechazar y que
tiene como consecuencia limitar sus expectativas vitales. Como describe
Valcárcel, el convencimiento fundamental de Beauvoir
es que ser individuo y ser libre son la misma cosa. En Beauvoir
ser mujer no es una elección del mismo modo que lo “femenino” tampoco es una
esencia. En palabras de Valcárcel, “La originalidad de El segundo sexo consiste
en una revitalización de los principios ilustrados, instrumentada a través del
existencialismo” (Valcárcel, 1999: 79).
La superación de ambos
planteamientos fenomenológicos deviene en la filosofía feminista de Valcárcel
por la “autoconciencia de sexo” ya que a todas las mujeres les está impedido el
verdadero acceso a la individualidad y además la propia “autoconciencia” es la
que nos conduce a estabilizar la formación de una genealogía del “nosotras” que
no descanse en el esencialismo o el naturalismo. Para que las mujeres puedan
salir de “una perpetua y no querida minoría de edad” fue y sigue siendo
necesario un conocimiento lo más exacto posible del sistema de poder que tiene
vigencia entre los sexos, el patriarcado. La propia “autoconciencia de sexo” y
una genealogía del “nosotras”, permanentemente puesta en entredicho, sirven, a
todos los efectos, para entender el patriarcado como sistema de dominación
difícil de justificar. Allí donde se fragiliza el patriarcado, las mujeres
adquieren los rasgos de la individualidad, “abandonan la sittlichkeit
y dejan de representar la identidad de grupo” (Valcárcel, 2008: 311).
El individualismo es
sinónimo de autonomía, ese derecho de “excluirse de las designaciones”, y no de
falta de solidaridad, quien no es dueño de sí mismo siempre estará disponible
para otros. Muy certeramente queda explicado en Sexo y filosofía del
modo siguiente: “Ser individuo no es un asunto individual; la individualidad
han de concederla los iguales que atribuyan fundamento a la voluntad que
reconocen. La individualidad no sólo está negada al sexo que se predica
idéntico, está prohibida por la exigencia de abnegación” (Valcárcel, 1991:
164). Valcárcel identifica individualismo con autonomía y no con política
individual que es un verdadero fracaso. La reivindicación del individualismo
entendido como autonomía, su intencionalidad ultima, es dar pasos hacia la
autoconciencia humana y el poder colectivo: “El feminismo no es solamente la
conciencia de la opresión común, sino, sobre todo, el saber de la posible
acción común” (Valcárcel, 2019: 189). Por ello, la cuestión del Poder es
central en la filosofía de Amelia Valcárcel. El poder siempre tiene efectos de
individuación, pero necesariamente también ha de consolidar una voluntad de
acción común.
La exigencia de utopía actual: poder
misógino
Afirma Valcárcel que si
el feminismo quiere dar explicaciones antropológicas globales debe saber
combinar los niveles descriptivos con los normativos, debe entrar en una teoría
del poder (Valcárcel, 1991: 68). Pensar el sexo es pensar el poder. De hecho,
la jerarquía e incluso la opresión han sido una invariante antropológica y solo
la democracia es un sistema de subversión de esta poderosa invariante.
Como afirma esta filósofa
las mujeres detentan el poder sin la completa investidura. De hecho, las
mujeres nunca han tenido genéricamente poder. En las sociedades abiertas,
incluso hoy en día, las mujeres enfrentan sistemas impermeables caracterizados
porque son colegios estables que rehúyen la disonancia: las mujeres en muchos
de estos sistemas siguen en el estatus de excepciones:
“No hay oposiciones a
sabios, no hay oposiciones a influyentes, no hay oposiciones a gobernantes, no
hay oposiciones a Papa, no hay oposiciones a jefe de la banca internacional.
Todos estos puestos no son sistemas ciegos. Al contrario, más bien son colegios
estables. Es decir, reuniones estables de gente cargada de complicidades entre
sí, que se conocen perfectamente unos a otros, y que no buscan a nadie
disonante. Y ser mujer está demostrado ser muy disonante” (Valcárcel, 2011: 64).
Por lo tanto, hemos de
partir del legado del feminismo de los años 70 “lo personal es político” para
poder tomar conciencia de que las relaciones de pareja, al aborto, la violencia
masculina, las relaciones sexuales, el cuidado, el tener hijos o ser madre, el
trabajo doméstico, la propia apariencia, en definitiva todas y cada una de las
configuraciones de la individualidad como la caracterización del grupo social
de las mujeres está permeado por relaciones de poder, por un orden de poder y
exclusión masculino y patriarcal. En lo relativo al poder es importante
discernir el “quién es quién”, ya que, como expresara Celia Amorós, “la
individualidad como categoría política y ontológica pertenece a los ámbitos en
que se juega poder y para ubicarse en los cuales se precisa tener información
acerca del mundo en que éste se distribuye” (Amorós, 2003: 211).
Así pues, el feminismo
debe cambiar la completa perspectiva de lo que por poder y política se
entienda. La agenda de la paridad y la denuncia del “techo de cristal”
responden a este objetivo. Ahora bien, advierte Valcárcel, en lo que respecta a
la paridad y por ende a la forma de entender el poder: la democracia no pide
que “mujeres sean representadas por mujeres”. La paridad encuentra su
fundamento en la justicia como imparcialidad, evitar que ser mujeres condene al
ostracismo. Valcárcel, además, nos recuerda que como mujeres quizá no aportemos
a lo público nada específico ni peculiar, no parece haber una naturaleza
femenina del poder, pero como ciudadanas se ha de cuidar que nadie sea
minusvalorado por el hecho de ser mujer.
El feminismo de la
tercera ola, de la que Amelia Valcárcel es referente indiscutible, construye su
agenda en torno a tres ejes: cambios sociales valorativos y normativos, leyes
de igualdad efectivas y concretas y corrección de la infrarrepresentación de
las mujeres en todas y cada una de las esferas de lo público: poder político y
económico, el espacio del saber, creatividad y la cultura. En lo relativo al
Poder, es imprescindible cortar de raíz la dinámica de las excepciones, para
que precisamente las nuevas habilidades y posiciones de las mujeres tengan su
reflejo en los poderes explícitos y legítimos. Por ello la filosofía feminista
a partir de los noventa “se vio abocado a estudiar la dinámica organizacional,
lo que no quiere decir que abandonara los temas de filosofía política general,
sino que tuvo la necesidad de iluminar, cada vez con instrumentos más finos, la
micropolítica sexual” (Valcárcel, 2008: 107). Así es
como, en opinión de Valcárcel, al analizarse en detalle los nódulos de los
poderes efectivamente existentes, las formas económicas y relacionales, las autorrepresentaciones y capacidad de expresar autoridad, la
teoría feminista consolidó su complejidad: se convierte en resorte agitativo global y en una teoría política experta.
Caballos de Troya
A veces le sucede al
feminismo que se decanta de modo tal por la filosofía de la sospecha que acaba
por cargar “contra su propia herencia, en un afán imprudente de no dejar
incólume ninguna certeza heredada, se comporta como los cuerpos al que su
propio sistema inmune ataca” (Ibídem: 145). Valcárcel es taxativa: no toda la
amenaza al feminismo viene de fuera. La exigencia de utopía para el feminismo,
por parte de quienes hoy se declaran “feministas inclusivas”, termina por
avalar agendas profundamente misóginas: prostitución, pornografía, alquiler de
vientres y autodeterminación de sexo. Las propuestas utópicas, o más bien distópicas, suponen el abandono del carácter
ilustrado-igualitario de las teorías feministas. Por sublimación utópica se
exige ahora al feminismo: “cambiar por completo el mundo”, “transformar la
naturaleza del poder”, “derruir el sistema capitalista” y cosas igual de sencillas.
Esta mera excelencia atribuida en el momento actual al feminismo es una trampa:
el cultivo de la excelencia es una trampa (Valcárcel, 2019: 220) tan antigua
como la de ilustres filósofos misóginos que predicaban de las mujeres su
excelencia moral.
La suplantación del
feminismo se revela en la suplantación del leguaje, en el intento de retorcer
los significados: “liberación fue sustituido por género; poder por
empoderamiento. Últimamente todo es ‘vulnerabilidad’” (Valcárcel, 2023: 249).
Con estos mimbres, enfatiza Valcárcel, no se construyen libertades, más bien
“estallan los oídos” al asociar prácticas indignas a la palabra libertad:
La libertad sirve para
todo y, con ella de bandera, se inventa una neolengua
que todo lo tape. Los cautiverios femeninos más atroces ahora son vendidos como
“innovaciones libertarias”. De las mujeres se vende todo y se aprovecha todo:
la leche de las asiáticas, la piel de las negras, los orificios de las de
países pobres, los vientres de las hambrientas, los óvulos de las universitarias”
(Valcárcel, 2023: 163-164).
En palabras de Valcárcel
esta es una agenda indeseable. No se pretende en absoluto alterar prácticas
criminales e inmemoriales de abuso, sino legitimarlas mediante el recurso a la neolengua, sirvan de ejemplo, “trabajo sexual” o
“subrogación”. Siempre, afirma nuestra autora, acompañando a esta “agenda
sobrevenida” nos aparece la neolengua: prácticas
indignas e inaceptables se reorganizan semánticamente (Ibídem: 164).
Civilización feminista y sentido
histórico
“Existen
contenidos éticos que son progresivamente incorporados con validez universal,
en la medida en que se vuelven contenidos de la civilización misma” (Amelia
Valcárcel (1988).
Hegel y
la ética. Sobre la superación de la mera moral.
A lo largo de la historia
del feminismo podemos rastrear la historia de las ideas que alentaron los
distintos procesos sociales o civilizatorios. Por ello, la filosofía feminista
de Amelia Valcárcel es una filosofía de la historia que ilumina el sentido histórico
imprescindible al feminismo como teoría política: como afirma coloquialmente
“un supuesto feminismo sin sentido histórico es una trivialidad”. Cuando se
resta importancia a los planteamientos conceptuales, el feminismo se banaliza o
trivializa. El feminismo no puede existir sin un enorme aparato conceptual. No
se puede hacer feminismo sin las nociones de pacto, contrato, jerarquía sexual,
opresión, ciudadanía, derechos, libertad, igualdad, democracia, etc., pero
además cada una de estas categorías ha de quedar iluminada críticamente por el
feminismo y para hacerlo se necesita sentido histórico, un profundo
conocimiento de la Historia de las Ideas y una dosis nada desestimable de
honradez y valentía intelectual: en el transcurrir de los procesos sociales
muchas de estas categorías políticas se han pervertido para legitimar la
exclusión de las mujeres; en el momento actual también están siendo adulteradas
para dar entrada a nuevas presentaciones de la misoginia. Incidir en las
trampas conceptuales y en la devaluación del sentido histórico, tal como lo
describe Amelia Valcárcel, puede resultar incómodo tanto a tirios como a
troyanos.
Sin perspectiva histórica
y sin un mínimo de saber antropológico no es posible afinar cuál ha sido y
dónde reside el principal cambio normativo en las sociedades actuales. Afirmará
Valcárcel que el proceso de cambio en valores y normas se debe a la libertad de
las mujeres. De hecho, cuestionar la esencialidad femenina nos afina
necesariamente el sentido histórico. Dotarse de sentido histórico nos permite
globalizar el feminismo como teoría política. Es la gran propuesta del
feminismo radical. Valcárcel a lo largo de su extensa obra insiste
repetidamente en presentar el feminismo como un internacionalismo y no como un
rasgo cultural diferencial de la cultura occidental tan susceptible de
relativización como otro cualquiera. Una civilización, en cierto sentido, se
caracteriza por sus fronteras normativas. La mayor parte de las cuestiones que
producen debates vivos en la esfera global siguen teniendo que ver con lo que
se considera adecuado para las mujeres o en una nueva clave misógina, propia de
un pensamiento arcaico y precívico, qué es “ser
mujer” o “quién es mujer”.
Los efectos del feminismo
inciden en la sociedad moderna, ya que “el feminismo forma parte de las
políticas democráticas en su fase avanzada y su presencia es una de las marcas
de desarrollo” (Valcárcel, 1999: 79). Allí donde las mujeres son libres y
actúan en la esfera de lo público la sociedad mejora. El feminismo cambia y
mejora el mundo y ese es un rasgo civilizatorio que le es propio. Para
Valcárcel el feminismo en su desarrollo muestra una alteración valorativa y
discursiva sin precedentes que transforma todos los modos de vida heredados.
Pero nos advierte Valcárcel que el feminismo tiene necesariamente una agenda
internacional: El feminismo en un solo país o en un solo bloque civilizatorio
no gana. O se internacionaliza en todo el globo, o todo lo conseguido entra en
peligro, “no solo somos internacionalistas por ética, que también, sino por
necesidad” (Valcárcel, 2019: 80). El feminismo en este momento está produciendo
la autoconciencia de las mujeres como grupo que desemboca en una Civilización
Feminista, de ahí que un riesgo presente sea la interesada confusión
igualdad/identidad.
Identidad contra
Igualdad
El mayor disolvente de la
igualdad, lo es, como ya anunciara en Del miedo a la igualdad, la
identidad. En este libro del año 1993, clarividente a la vista de lo que
actualmente sucede, Valcárcel afirma que la igualdad nunca se ha resuelto en
identidad, no sólo no constituye ninguna aspiración humana, sino que “es
demasiado repugnante”. Vaticina además que, sin embargo, “el fantasma de la
identidad planea sobre la sociedad democrática” (Valcárcel, 1993: 26). En la
década de los 90 las diatribas contra los identitarismos
estaban focalizadas en lo que se había dado en llamar la “sociedad-masa” y el
acuerdo en la crítica a esta “sociedad-masa” era común en todo el espectro
político cultural. Transcurridas cuatro décadas asistimos, sin embargo, a una
inversión en la valoración relativa a la identidad: de ser repugnante la
disolución de la igualdad en identidad, hoy la identidad, referida al
individuo, en alianza con la diversidad, entendida como dispersión de múltiples
individualidades, ha borrado del haber político la noción de igualdad. No sólo
el posmodernismo en su momento enfatizó “el fracaso de la igualdad”, sino que
además en el momento actual lo ha llevado a la agenda política democrática con
las nefastas consecuencias que vamos percibiendo y padeciendo: la anomía moral
derivada de un relativismo extremo y el irracionalismo en términos de agenda
política. De hecho, Valcárcel expresará que la posmodernidad es un mal abordaje
del mundo que tenemos por delante: “cabe sin más renunciar a la igualdad y su
compañera, la universalidad. Así hacen ciertos postmodernos. El resultado es un
relativismo demasiado enojoso” (Valcárcel, 1993: 24). Y como la izquierda
política no sabe qué hacer con la igualdad abraza todo tipo de causas
identitarias llevando el irracionalismo a la agenda de lo político.
La primera consecuencia
de la aceptación de las teorías posmodernas es el relativismo tanto como
propuesta moral como la posición epistemológica y política desde la que
observar lo que acaece. Así pues, contraargumenta
Valcárcel, si existe “el deber de ser relativista, esto es, de afirmar que no
se está seguro de la vigencia universal de cualquier valor” (Valcárcel, 2023:
126) podemos acabar defendiendo anacronismos normativos: “la demanda de
respetar la diferencia cultural, por ejemplo, nos puede llevar a pasar por la
violación de demasiados derechos individuales duramente conseguidos en los dos
últimos siglos. Son, sobre todo, los derechos individuales de las mujeres
aquellos cuyo estatuto es más vacilante” (Ibídem: 152). Si bien ciertas dosis
de relativismo son necesarias en el campo de la Antropología cultural,
extrapolar el relativismo al orden epistemológico, político y moral puede
llevar a la absoluta inacción política o a los populismos. El relativismo se
viste con los ropajes del multiculturalismo a modo de barniz intelectual, pero
“el debate del multiculturalismo se vuelve agrio porque implica límites y quien
está autorizado a ponerlos. De ahí mi admiración por la diáfana distinción de
mi maestra Celia Amorós entre multiculturalidad y multiculturalismo (Ibídem:
168)”. Del hecho de la multiculturalidad no se sigue en absoluto el
multiculturalismo, que es una toma de postura relativista. Pero también, el
debate sobre el multiculturalismo/relativismo apunta al orden de los discursos
autorizados y en lo que afecta al feminismo “saber qué se quiere permitir que
el feminismo decida”. Para nuestra filósofa, el feminismo se ha visto, pues,
obligado a entrar en los escabrosos temas de la filosofía de la religión y de
la violencia religiosa porque son formas reactivas de primer orden. El
feminismo no puede hurtarse a estos debates tiene, por el contrario, la
obligación de dar una respuesta crítica, de ahí que a la voz autorizada del feminismo
sean muchos los que pretendan ponerle límites: el irracionalismo entra en
escena.
El irracionalismo entra
en escena como agenda política, agenda sobrevenida, en expresión acuñada por
Valcárcel, mediante una batería retórica que busca embarullar el feminismo: el
recurrente uso de palabras como “heteropatriarcado”,
“Biopoder”, apéndices como “fobia” (transfobia, putofobia, islamofobia o surrofobia) o prefijos como “post”, “cis”,
“trans”, “sub”, “neo”… revelan inanidad cognitiva, pero cuya intencionalidad es
abrir una brecha en el feminismo a fin de utilizarlo como etiqueta para lo que
venga en gana. El irracionalismo pervierte la agenda feminista mediante
torsiones y reemplazos asombrosos.
De repente la igualdad,
los derechos, el espacio, el poder, la independencia económica, el trabajo, el
no ser violentada o prostituida, la violencia cotidiana y la estructural, la
ausencia de voz pública, la desaparición de las mujeres relevantes del canon
universal, el tráfico de mujeres, la defensa del aborto en plazo, la vigilancia
de la misoginia… todo ello desaparecía para ser suplantado por el cuero, el posporno y las diversidades (Valcárcel, 2019: 258).
La agenda sobrevenida, se
plasma en el irracionalismo queer caracterizado
por “su falta de rigor epistémico en el plano teórico y su conservadurismo
político en el práctico” (Valcárcel, 2023: 176). El irracionalismo recala en lo
más propio de un pensamiento misógino:el intento de
redefinir a las mujeres. Cursa, como nos muestra Valcárcel, siempre de modo
igual: cada vez que el feminismo, autoconsciente y organizado, logra un avance
o plantea una vindicación candente, siempre algún “genio” se dedicará a definir
en qué consiste ser mujer. Como certeramente lo describe Amelia Valcárcel: en
vez de argumentar o argüir contra los enunciados feministas y contra quien los
mantiene, la estrategia es ignorar tales argumentos feministas y “dirigirse al
colectivo completo de las mujeres para redefinirlo” (Valcárcel, 2008: 17), ya
nos refiramos al siglo XIX o al siglo XXI.
Por lo tanto, la
Civilización feminista enfrenta el irracionalismo, heredero en muy buena medida
de la misoginia romántica. Como afirma, Amelia Valcárcel, los desafíos teóricos
del feminismo están marcados por los propios movimientos reactivos que el
feminismo desencadena: “Como resultado bien de su acción discursiva, o bien de
su acción política, el feminismo ha levantado directamente movimientos
reactivos a los que ha tenido después que enfrentarse mediante la reformulación
de su agenda teórica” (Valcárcel, 2023: 168). La agenda intelectual del
feminismo en el momento actual se centra en el debate del multiculturalismo, el
de las libertades individuales y el debate queer.
Si profundizamos en ello constatamos que es el intento, una vez más, de
confrontar universalismo a individualismo y, por ello, frenar el avance hacia
una Civilización Feminista. El rasgo propio de una civilización feminista es
que es universalista e individualista: su intención es dar pasos hacia la
autoconciencia humana y el poder colectivo. Ese camino hacia la Civilización
Feminista, Amelia Valcárcel lo ha iluminado y hecho posible.
Amelia Valcárcel nunca ha
escrito desde la torre de marfil de los filósofos: la grandeza de su obra y
persona radica en la capacidad para combinar la teoría con la práctica,
haciendo que sus reflexiones filosóficas trasciendan el ámbito académico y
lleguen a la vida diaria de las personas. Su filosofía feminista nace del
compromiso y de la propia actitud vital de quien tiene, como le gusta afirmar,
un “mundo para ganar”: es bueno tener una causa y que sea buena. Ese “mundo
para ganar” no es otro que el de la Civilización feminista.
La filosofía feminista de
Amelia Valcárcel, su pensamiento crítico, su capacidad para desafiar las
normas, su mirada incisiva para desvelar las trampas intelectuales o de agenda
no deja indiferente a nadie y, a su vez, ha inspirado el transcurrir del
feminismo en estos 50 años. Le debemos mucho.
PD: Escribiendo este texto he ido
tomando conciencia de las distintas expresiones que he usado para referirme a
Amelia Valcárcel, “autora”, filósofa” y, sin embargo, no he tomado la obvia
cuando nos referimos al pensamiento filosófico de un autor: “kantiano/a”,
hegeliano/a” es de uso corriente. Lo lógico es que hubiera utilizado en tramos
de este texto “valcarceliano/a” o “valcarciano/a”, como también deberíamos utilizar “amorosiano/a” para referirnos a Celia Amorós o “beauvoiriano/a”, Simone de Beauvoir.
Sin embargo, no se usan con la naturalidad que si se hace para referirse a los
varones. Quizá esto también sea un indicador de lo que aún queda por hacer en
el ámbito del saber y en la educción de “verdad” en el pensamiento filosófico.
Bibliografía
Amorós, Celia (2005). La gran diferencia y sus
pequeñas consecuencias... para la lucha de las mujeres. Madrid: Cátedra.
Amorós, Celia (2003). Tiempo de Feminismo. Sobre
feminismo, proyecto ilustrado y postmodernidad. Madrid: Cátedra.
Romero, Rosalía (2003). Amelia Valcárcel (1949).
Madrid: Ediciones del Orto.
Valcárcel, Amelia (2023). La civilización
Feminista. Madrid: La esfera de los libros.
Valcárcel, Amelia (2019). Ahora feminismo.
Cuestiones candentes y frentes abiertos. Madrid: Cátedra. Col. Feminismos.
Valcárcel, Amelia (2011). A qué llamamos paridad. VI
Encuentro de Mujeres Líderes Iberoamericanas (págs. 53-66). Madrid:
Fundación Carolina.
Valcárcel, Amelia (2008). Feminismo en el mundo
global. Madrid: Cátedra. Col. Feminismos.
Valcárcel (2007).“Pongamos las agendas en hora”. En:
Alicia Miyares (Ed.). II Encuentro de
Mujeres Líderes Iberoamericanas. Madrid: Fundación Carolina, pp. 1-29.
Valcárcel, Amelia (2002). Ética para un mundo
global. Barcelona: Ediciones Martínez Roca.
Valcárcel, Amelia (2000). Rebeldes. Barcelona: Plaza&Janes.
Valcárcel, Amelia (1999). Cincuenta años de El segundo
sexo. En: Pasajes: revista de pensamiento contemporáneo, (1), pp. 77-80.
Disponible en:
Valcárcel, Amelia (1993). Del miedo a la Igualdad.
Barcelona: Editorial Crítica.
Valcárcel, Amelia (1991). Sexo y Filosofía. Sobre
“mujer” y “poder”. Barcelona: Editorial Anthropos.
Valcárcel, Amelia (1988). Hegel y la Ética: sobre
la superación de la “mera moral”. Barcelona. Editorial Anthropos.
Valcárcel, Amelia y Rodríguez-Magda, Rosa María (Coords.) (2001). El sentido de la Libertad. Valencia:
Institució Alfons el Magnànim.
[1] Quiero dejar
constancia del histórico de los temas abordados en la Rosario de Acuña porque
reflejan fielmente las inquietudes teóricas y de agenda de su directora:
Conocimiento, mujer y poder (2002); Feminismo, Globalización y Democracia
(2003); Qué es la democracia feminista (2004); Nosotras y nuestras libertades:
el mundo que queremos (2005); 20 años de políticas de igualdad (2006);
Religión, mujeres y costumbre (2009);Mujeres de África: mujeres del mundo
(2010);Mujeres de América: mujeres del mundo (2011); Las mujeres en las
“Primaveras Árabes” (2012); Tiempo de mujeres (2013); La Trata de Mujeres: “En
la puerta de al lado” (2014); Sexualidad: la mirada feminista (2015); El
Feminismo que viene (2016); Pongamos la maternidad a la luz (2017); No hay agresión
pequeña. La rebelión de las mujeres contra la violencia del “mi marido me pega
lo normal” al #MeToo (2018); Política feminista, libertades e identidades
(2019); Ética y Agenda Feminista del Tiempo presente El Feminismo si no es
global, no es (2020); La Civilización Feminista (2021); La agenda feminista del
tiempo global (2022); Las rebeldías creativas y feministas (2023); El feminismo
es ahora un puente sobre aguas turbulentas (2024).
[2] Citar como ejemplo
los siguientes libros, cuyos años de publicación también nos sirve para tomar
conciencia de los distintos debates en auge en un momento dado y la secuencia
del propio pensamiento de la autora, “Ética para un mundo global” (2002),
“Feminismo en el mundo global” (2008), “Ahora feminismo. Cuestiones candentes y
frentes abiertos” (2019) y “Civilización feminista” (2023).