“Dice que me quiere”. La
violencia machista en la adolescencia
“He says that he loves me”. Gender violence in adoslecence
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Teresa San Segundo |
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Universidad Nacionald e Educación a Distáncia - España
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Recibido: 05-04-2023
Aceptado: 22-06-2023
Resumen
Ante el gran número del número de agresores
menores y de mujeres jóvenes que sufren la violencia machista es necesario
plantearnos cómo educamos y cómo transmitimos nuestros patrones culturales,
entre los que se encuentra la violencia, a través de los roles, mitos,
cuentos... Se analizan las relaciones de pareja entre adolescentes, el
espejismo de la igualdad y las distintas vivencias de que experimentan los
chicos y las chicas, así como las estrategias que debe adoptar la sociedad para
abordar este tipo de violencia. Para acabar, se recogen una serie de mensajes
dirigidos a la juventud con el fin de que sepan reconocer las señales
indicativas de una relación de maltrato y no caigan en ella.
Palabras clave: violencia, adolescencia,
juventud, machismo, género,
adoctrinamiento.
Abstract
Given the large number of minor aggressors and young women who suffer
sexist violence, it is necessary to consider how we educate and how we transmit
our cultural patterns, among which is violence, through roles, myths,
stories... Relationships between adolescents, the mirage of equality and the
different experiences experienced by boys and girls are analyzed, as well as
the strategies that society must adopt to address this type of violence.
Finally, a series of messages addressed to young people are collected so that
they know how to recognize the indicative signs of a relationship of abuse and
not fall into it.
Keywords: violence, adolescence, young
people, sexism, gender, indoctrination.
El estudio de la violencia de género en la adolescencia comprende:
·
Menores como receptores de la violencia en su
familia
·
Menores como agresores o víctimas de la violencia ejercida por la pareja
Este
artículo se centra en el segundo aspecto para plantearnos las causas del gran
número del número de agresores menores y de mujeres jóvenes que sufren
violencia o que son asesinadas por sus parejas ¿A qué puede deberse? Hemos de
partir de cómo educamos y de cómo transmitimos nuestros patrones culturales
entre los que se encuentra la violencia.
La
adolescencia es la “edad que sucede a la niñez y que transcurre desde la
pubertad hasta el completo desarrollo del organismo”[1].
Cuando
se habla de adolescencia se hace referencia a una etapa de tránsito entre la
infancia y la vida adulta, la madurez.
Todas las etapas de la vida son de tránsito pero en esta se pone el
acento en ese paso, en esa falta de estabilidad. Se producen cambios
importantes de carácter físico, el cuerpo cambia, se toman decisiones
importantes que van a conformar el proyecto vital, se va saliendo del cascarón
familiar. En esta fase hay que completar el desarrollo y la formación de la
persona para que se convierta en un ser maduro.
Constituye
una etapa crucial en la formación
personal, en la construcción de la personalidad, de la identidad, del
sentimiento del propio valor. Es importante no cimentar una identidad
sobre roles que generen un sentimiento de inseguridad, de inferioridad, con
cortapisas a la autorrealización, que limita de forma violenta la autonomía
personal y lesiona las expectativas de ser reconocida como sujeto capaz de
formación de juicios morales (Lorente Acosta, 2009: 23).
2.2. ¿Cómo educamos?
Hay
que contemplar el ámbito en el que se desenvuelve la juventud para poder
comprender que haya violencia. Los patrones culturales, entre los que se
encuentra la violencia, se transmiten a través de la endoculturación
y de la educación. La endoculturación es un proceso
continuo e imperceptible, consciente e inconsciente en el que las ideas de una
generación se transmiten a niños y adolescentes. Constituye una de las formas
más efectivas de transmisión de una determinada cultura y una de las maneras
más silenciosas de hacer pervivir un ideario si se cuanta con la existencia de
colectivos endógenos formados por personas que sólo se relacionan con sus
“iguales”. La educación encierra un método sistematizado de aprendizaje
impregnado de las premisas culturales bajo las que ha nacido (Montero Gomez, 2006).
La
violencia impregna las relaciones familiares, la publicidad, la televisión, las
series, los videojuegos… son modelos que se ofrecen a nuestros jóvenes, luego
nos extrañamos de que tengan actitudes violentas. El papel de la familia es
importante, sus enseñanzas van calando desde que se encuentra en el seno
materno, desde que se recibe a esa nueva personita en el mundo. En la infancia
se recibe el adoctrinamiento familiar. Los/as infantes están muy unidos a sus
progenitores, constituyen su principal referente. Su familia representa su
mundo, el mundo, y lo ven “normal”.
La
escuela también contribuye a la transmisión del sistema de valores sociales.
“El sexismo se aprende desde la infancia, la igualdad, también (Díaz Aguado,
2009: 31)”. Tenemos una enseñanza mixta en los colegios, conviven niños y
niñas, pero no hay coeducación, hay que educar más en igualdad. No hay
educación afectivo-sexual. Tanto la escuela como los progenitores plantean la
sexualidad de forma negativa, les refieren los peligros de las relaciones
sexuales: los embarazos no deseados, las enfermedades de transmisión sexual,
los malos tratos. No hablan de la belleza de las relaciones, del placer seguro.
En la adolescencia cobran una gran importancia los pares, los
iguales, las amistades, el grupo. En ese nuevo núcleo encuentran comprensión,
pueden contar sus problemas, hablar, reír, llorar, buscar ayuda, apoyo. La
inclusión en un grupo de pares es fundamental, la aceptación del resto
repercute en la aceptación de la propia persona. La dependencia de la opinión
de los demás es mayor en esta etapa y, especialmente, en las mujeres,
adoctrinadas para contentar a los varones y satisfacer sus deseos. La
influencia de la familia decrece en esta etapa.
El
grupo de iguales es quien presta ayuda en la adolescencia sin tener experiencia
vital suficiente (Meras Lliebre, 2003: 145) y con
todos los estereotipos impregnados en su piel.
El
lenguaje constituye una forma de expresión de una comunidad, con él se reflejan
sus costumbres, sus cuentos, sus leyendas. El lenguaje “es el instrumento por
el cual un individuo describe tanto la realidad interior como la exterior en la
que vive” (Valdemoro Pascual y Peyró Arcas, 2009: 11).
Los medios audiovisuales son importantes agentes socializadores, el cine, la
televisión, los videojuegos, internet. La visión que ofrecen de las relaciones
de pareja tiene un gran calado y, la mayoría de las veces, no son precisamente
igualitarias, sino que siguen perpetuando los roles tradicionales y muestran de
forma explícita y brutal la violencia.
La
información ofrecida a través de la tecnología audiovisual se recuerda mejor y
durante más tiempo, produce un mayor impacto emocional, estimula la empatía y
resulta más fácil de compartir (Díaz Aguado, 2009). Estos soportes de comunicación
social poseen una enorme influencia. Los relatos incluidos en programas de
entretenimiento audiovisual hacen que el receptor/a sea especialmente
vulnerable, además de por la edad que tiene, porque le pilla con la guardia
baja, buscando descanso y distracción antes que reflexión y crítica (Falcón Díaz-Aguado,
2009) lo que hace que el mensaje cale sin barrera
alguna.
Lo
anteriormente dicho nos debe hacer reflexionar y exigir a los medios de
comunicación otra forma de presentarnos a hombres y mujeres. También debemos
aprender y enseñar a ver de forma crítica, para que la juventud sea capaz de
analizar, de interpretar los mensajes que recibe.
Hay un discurso social del que participa la juventud que muestra un
fuerte rechazo a la violencia física brutal que acaba produciendo graves
lesiones o la muerte, pero, sin embargo, existe una gran tolerancia a la
violencia. Existen los tipos clásicos de violencia de género: física, psíquica,
sexual, económica…, aunque revisten peculiaridades cuando de adolescentes o
jóvenes se trata. Además, existen nuevas formas de control y acoso a través de
las nuevas tecnologías.
Las relaciones están cambiando. Antes las pautas a
seguir estaban más claras, ahora hay distintos esquemas conviviendo. Las normas
son igualitarias, la realidad no. Este estado de cosas hace que las jóvenes
estén desprevenidas, creen que la violencia de género es un fenómeno ajeno a
ellas, piensan que afecta a las mujeres mayores, eso las hace más vulnerables.
Ellas piensan que están en igualdad de condiciones
con los varones, creen tener igualdad y que
la igualdad está consolidada. No luchan por ella, tienen una actitud más
pasiva. Antes las mujeres eran conscientes de que no ostentaban posiciones de
igualdad y luchaban por conseguirla. Las cartas que había sobre la mesa eran
claras.
Las jóvenes no se consideran distintas a
los varones, ellos, sin embargo, tienen una apreciación de sí mismos como
diferentes a las chicas. Esto hace que surjan nuevas formas de violencia bajo
ese paradigma de la igualdad: él la pega y ella responde en aras de esa
aparente igualdad, pero se somete a su chico, no hay igualdad. La condición
física es asimétrica, la cultural también.
Creen saber lo que es la violencia
machista pero no
identifican como tal el control y el sometimiento por parte de sus parejas. Las
encuestas muestran que ahora hay más machismo que hace veinte años. La gente se
sorprende ante esta afirmación: ¿cómo es posible que la juventud sea ahora más
machista? Esto nos lleva a preguntarnos los motivos de esta situación. A
continuación, vamos a desgranar las distintas causas que colaboran a que el
machismo perviva entre la juventud.
En
primer lugar, la apariencia de igualdad a la que antes se ha hecho referencia
o, utilizando la terminología de Amelia Valcárcel, el espejismo de la
igualdad, esto es, el convencimiento de que la igualdad entre hombres y
mujeres ya es una realidad. Esta creencia implica que, al dar por conseguida la
igualdad, no se necesitan medidas para impulsar una mejor situación para las
mujeres o, incluso, hay voces que reclaman la retirada de las normas actuales
que benefician a las mujeres, argumentando que éstas quieren estar por encima
de los varones. Sienten la “situación de igualdad como un continuo ataque a la
virilidad y se ven en el caso de poner en su sitio a las mujeres”
(Valcárcel, 2009: 269).
Habría
que responder a estas reticencias de algunos varones con las palabras de Mary Wollstonecraft: “Yo no deseo que las mujeres tengan poder
sobre los hombres, sino sobre ellas mismas”. Hay que tener en cuenta, también,
que ahora en las aulas conviven
diferentes culturas lo que
incorpora otras formas de relación hombre-mujer.
¿Estamos trabajando con nuestros jóvenes para que
las relaciones entren en parámetros de igualdad? ¿Hay sexismo en la enseñanza?
Desde luego, los libros de texto sólo reflejan la
historia de los varones, en la Historia con mayúsculas, en la Literatura, en
las Ciencias y hasta en los ejemplos de los problemas de matemáticas, en los
que para enseñar a sumar se pone de ejemplo a una ama de casa comprando
pescado, patatas… no es muy atractivo el modelo que se brinda a las chicas. Los
varones en los problemas de matemáticas realizan otras labores, por ejemplo,
son maquinistas que conducen un tren y tienen que calcular los kilómetros
recorridos.
Los
contenidos y la metodología del curriculum escolar
siguen siendo androcéntricos (Fernández-Peña Vega y Sampedro Díaz, 2017), aun
así, las muchachas tienen buenos resultados académicos pero qué referentes
personales y sociales estamos dando a chicos y a chicas.
Las
mujeres no aparecemos en la Historia. A las mujeres se nos ha impuesto el
silencio o el travestismo como único modo de alcanzar el respeto social (Rubio
Castro, 2009: 49). El travestismo en sus distintas facetas, ya sea físico,
intelectual o el anonimato. Son muchas las mujeres cuyas obras han sido atribuidas
a su pareja, a su marido o alguno de sus hijos.
La
juventud habla del amor verdadero,
inmutable, del amor romántico, en el que la entrega es total, sin condiciones.
Son muchas las canciones que así lo reflejan, que expresan la dependencia que
genera ese tipo de amor. Se dice que “el amor lo puede todo” y no cabe duda de
que constituye una fuerza muy potente, pero no puede con todo. Se ve la entrega
como algo incondicional, eso conduce al control, por una parte, y a la
sumisión, por otra.
Consideran
muchos jóvenes que los celos forman parte del amor. No los ven como una falta
de confianza en el otro, que se basa en la sospecha, un instrumento para su
control y dominación. Los celos encierran miedo, miedo a ser abandonado, miedo
a que encuentre una persona que le guste más, en definitiva, miedo a perder su
objeto amado. Los celos hacen que una relación se base en la desconfianza en
lugar de asentarse en la confianza. Generan sentimientos de humillación, de
victimización, de rabia, y desatan la violencia en muchos casos. Muchos jóvenes
no permiten la autonomía a su pareja. Ha de estar bajo su dominio y por eso la
someten o incluso la matan porque escapa a su control.
No
se ven las relaciones de pareja en un ámbito de libertad, de
camaradería, de colaboración, de cooperación, de respeto hacia la otra persona,
de comprensión y de aceptación. Hay que aceptar a la otra persona tal como es
sin querer cambiarla, sin pretender amoldarla, apoyándola para que pueda crecer
y desplegar todo su potencial y eso debe ser recíproco. Pueden y deben crecer
juntos, como pareja, pero cada uno debe tener su espacio, un espacio personal e
inviolable.
Los,
y, en especial, las jóvenes no perciben el alcance de la destrucción que
entrañan algunas relaciones cuando el vínculo afectivo descansa en una
estructura de poder y no de amor. Las causas del maltrato ellos las sitúan
mayoritariamente en las drogas, el alcohol, el paro y la enfermedad mental y
ellas en la pérdida de control de él. Esta justificación lleva a pensar “¿Cómo puedo a meter en la cárcel a una
persona que me quiere, y cuyo único problema es que ha perdido el control (por
razón de sus hormonas…) por culpa de las cosas que le digo y que puede
resolverlo y cambiar con un tratamiento?” (Meras Lliebre,
2003: 148).
La
vivencia ante la agresión difiere en la forma de experimentarlo uno y otro
sexo. Ellas sienten tristeza, miedo e impotencia, rara vez sienten rabia[2]. La tristeza está relacionada con pérdidas
físicas o psicológicas como la autoestima, el respeto hacia sí y hacia los
demás, la esperanza, la confianza el control de las situaciones y la respuesta
es la indefensión. El miedo guarda relación con la falta de recursos para
evitar la situación. Se toma la decisión de huir o de no hacer nada y el
resultado es el bloqueo, la parálisis, la inacción. La impotencia de las chicas
no se debe sólo a sus recursos físicos sino a la falta de confianza en sí
mismas, a la falta de autoestima.Los
chicos, sin embargo, describen sentimientos de rabia y de rechazo. La rabia es
una respuesta de lucha que incita a actuar ante una agresión.
Colaboran
al empleo de la violencia otras características propias de la sociedad actual,
tal vez exacerbadas en una parte de la juventud, como son la satisfacción inmediata
de los deseos, la falta de manejo de la frustración y el individualismo. A las
causas anteriores hay que añadir el aprendizaje de la sexualidad a través de la
pornografía, que genera, entre otras cosas, una falta de empatía en las
relaciones sexuales en las que se ve a la otra persona como un mero instrumento
para satisfacer sus instintos. A menudo se une el consumo de sustancias que
colaboran a la desinhibición, si bien hay que dejar claro que en ningún caso
las drogas o el alcohol producen esas conductas, como a veces se dice,
simplemente ayudan a exteriorizar lo que se lleva dentro.
Hay
mandatos sociales para cada uno de los sexos. Para las chicas: no provoques, no
expreses tu deseo, no te muestres sugerente porque tienes un mayor riesgo de
ser agredida. Rige la ley del agrado[3]
hacia los varones en el plano estético y en el amoroso-sexual. Deben ser
amables, cariñosas, sumisas. “Las mujeres son el sexo que debe agradar… Como
los espacios en los que el agrado se convierte en tiempo, disponibilidad y
servicio son privados, las mujeres mantienen el deber del agrado en el espacio
público, y ello se traduce en el deber de mantener una apariencia más que
correcta, para lo cual ayuda la cosmética, la moda y, en último término, la
cirugía” Valcárcel (2009: 247).
Los
chicos “tienen derecho” a que les agraden, a que satisfagan sus deseos por lo
que hay un modelo de comportamiento que no acepta un no por respuesta. Los
hombres quieren que las mujeres se amolden a ellos. Tienen que demostrar
siempre su hombría siendo fuertes, sexuales, arriesgados, autónomos, con
autoestima, cuidan menos de sí mismos… ya se buscarán una novia que les
cuide.
Los
roles, los mitos y los estereotipos no sólo siguen totalmente vigentes, sino
que algunos están mucho más acentuados ahora.
- Ellos son inteligentes, ellas,
trabajadoras.
En
los claustros del profesorado, en los propios sistemas de evaluación se
refieren a los chicos como inteligentes y de las chicas se dice que son
trabajadoras.
- No hay igualdad en el reparto de tareas.
Las
chicas realizan todavía más tareas domésticas, los chicos se buscan ocupaciones
en el deporte y, posteriormente, en el trabajo.
El mito de la media naranja incita a buscar a “su” media naranja porque parte de la base de que no somos
personas completas, que nos falta algo. Es
hermoso contar con una pareja con la que tener una buena relación, pero no pasa
nada por no tenerla. Sería mejor hablar de naranjas enteras, de personas
enteras a las que no les falta nada y que se relacionan con otras personas,
también completas. En la misma línea de minusvalorar a quien no tiene pareja se
encuentra el estribillo de una canción,
Sin tí no soy nada… Así se va aleccionando. Sin ti soy yo y contigo también debiera ser yo.
Es
un mito que viene de antiguo. Aparece en los cuentos para niñas y niños… y para
mayores, como en Pretty woman.
Las niñas, las adolescentes esperan que un día llegue su príncipe azul. Él
vendrá, él tiene la iniciativa y la tomará, es activo. Ella sólo tiene que
esperar a que él aparezca, sin hacer nada, pasivamente. Puede cerrar los ojos
como la Bella Durmiente, ya llegará. La representación de las mujeres es de
belleza, de pasividad, de paciencia, de espera mientras que la de los varones
es de actividad, de iniciativa, de valentía. El príncipe suele erigirse en
salvador.
¡Cuidado
con el deslumbramiento que producen algunos príncipes! Emplean una forma de
manejo similar a la utilizada por las sectas. Ofrecen una atención desmedida
que engancha, capta, adoctrina y aísla en una burbuja. Esa fascinación hace que
sea más sencillo aislar a su pareja de las amistades, de la familia y ella lo
justifica: sus amigas no tienen novio y no saben lo que es.
Son
muchos los cuentos que nos van aleccionando sobre nuestro papel en la vida, los
títulos son elocuentes, hablan por sí solos: Caperucita y el lobo feroz, La Bella y la bestia, Cenicienta, La Bella
durmiente. Hay cuentos clásicos
que se han mantenido a lo largo de siglos, algunos muy crueles, otros
terroríficos para contárselos a los más pequeños. Disney ha dulcificado muchos
cuentos. En la actualidad se han edulcorado y suavizado las historias que
contienen.
¿Hay que cambiar los contenidos de los cuentos?,
¿hay que reescribirlos o hay que imaginar nuevas historias? Estamos en una
etapa en la que se reescriben las historias para que sean “políticamente
correctas”. ¿Es correcto reescribir una historia sin el consentimiento de su
autor? Es un tema de gran calado el de aplicar la cultura de la cancelación a
la literatura y al arte. ¿Hemos de censurar las obras pretéritas o debemos
verlas con espíritu crítico?
Por una parte, hay que conservar los cuentos
clásicos y, por otra, ofrecer nuevos contenidos más acordes con los postulados
de la igualdad y la no violencia.
El microcuento de Marco Denevi (n.d.): “La Bella Durmiente cierra los ojos, pero no duerme.
Está esperando al príncipe. Y cuando lo oye acercarse, simula un sueño todavía
más profundo. Nadie se lo ha dicho, pero ella lo sabe. Sabe que ningún príncipe
pasa junto a una mujer que tenga los ojos bien abiertos”. Igual pasa algún
príncipe, pero pasará de largo. Los príncipes prefieren bellas durmientes, que
no ven, que no piensan, que no cuestionan sus dictados.
Siguiendo
con el cuento de la Bella Durmiente, ¿quién le ha dado permiso al príncipe para
besar a una chica dormida?, por qué no la respeta y cuando despierte le
pregunta si le gustaría que le diera un beso. Esa idea “tan romántica” ¿es
correcta?, ¿puede propasarse un chico cuando quiera sin contar con la voluntad
de la chica?, ¿tiene que gustarle a ella o basta con que le guste a él? Esa actitud se denomina ABUSO, el príncipe es
un poquito abusador. Se inculca a las niñas que se dejen abusar y, no
sólo eso, sino que el abusador será su príncipe azul.
A
pesar de que la canción de Sabina, Pongamos
que hablo de Madrid, dice que “las niñas ya no quieren ser princesas y a
los niños les da por perseguir” hay muchas, muchas niñas que siguen queriendo
ser princesas. Otras no, no es uniforme el mundo de las mujeres.
Nos
inoculan el sueño de tener una bestia en exclusiva para cada una de nosotras,
¡qué lujo! Con nuestro amor y buen hacer ya transformaremos esa bestia, ese
sapo, en príncipe, pero, mientras se obra el milagro, ¿con quién estamos?...
Siempre
ha habido juegos de niños y otros de niñas. Los juguetes tienen sexo. Se va enseñando cómo deben comportarse, sobre lo que significa ser
hombre o ser mujer en una determinada sociedad. Tal vez ahora se está marcando
más esa diferencia. Se marca ya antes de nacer y cuando llega al mundo
un bebé se le recibe con un torrente de ropajes y artículos de color rosa, si
es niña, o de color azul, si es niño, algo tan habitual que parece que siempre
fue así.
Tradicionalmente el rosa ha sido un color de chicos.
De hecho, el rosa es un rojo deslavado, suavizado.
El rojo es el color de la sangre, representa la fuerza, la ira, la violencia,
el peligro, también la pasión, el amor. Los emperadores, los cardenales se
visten de rojo. El rojo es el color del poder. El azul simboliza la serenidad,
la seriedad, la calma, la lealtad, la armonía, el respeto, la confianza, la
paz. Es el color del cielo, el color del mar. La Virgen María viste de azul o
de azul y blanco, jamás de rosa.
Ha
sido en el segundo cuarto del siglo XX cuando el rosa empezó a utilizarse para
las niñas. Antes los bebés vestían de blanco, no había esa distinción tan
tajante de los sexos por colores. Desde hace años vivimos una explosión de
color rosa en los juguetes, en la ropa, en los muebles, en el material de
papelería y en todos los accesorios dirigidos a las niñas.
Natasha Walter recoge cómo se fue
aleccionando a la población para marcar estas diferencias por colores a edades
tempranas. Recoge titulares de la prensa nacional británica que son muy
ilustrativos: A los niños les gusta el azul y a las niñas el rosa. Lo
llevamos en los genes (The Independent).
Rosa si es niña y azul si es niño: todo se debe a la evolución” (The Guardian) o la declaración de
un representante de Disney que dice que constituye un deseo innato en las niñas
el ser una princesa, que les guste el rosa y que sus papás sean sus príncipes
constituye un deseo genético (Walker, 2010: 24-25 y 181).
Intentan
fundamentar la diferencia cromática en la genética con el fin de que sea
incontestable. La última afirmación sobre el deseo de las niñas a que sus papás
sean sus príncipes implica trasladar y adjudicar la responsabilidad de las
inclinaciones incestuosas a las pequeñas, ¡tremendo! Una vez que se consigue
implantar que el rosa sea el color de las niñas, se desprestigia. Hay una
excepción: el maillot rosa, la maglia rosa, del Giro de Italia, que se
asocia al triunfo por ser la prenda que viste el ciclista que ocupa la primera
posición. Su origen se remonta a 1931 cuando Learco
Guerra, apodado “la locomotora humana”, ganó el Giro y llevaba puesta esta
vestimenta. Se ha mantenido este color representando la victoria.
Ejemplos
del desprestigio que representa portar este color los tenemos en Estados Unidos
cuando a los inmigrantes hispanos detenidos les obligan a vestir calzoncillos
de color rosa para humillarles (Guillermo, 2010) o el hecho de pintar
los vestuarios del equipo visitante en algunos estadios de rugby en Estados
Unidos y en Gran Bretaña de color rosa, para “reducir la agresividad y la
testosterona de sus equipos contrincantes” (Sardá,
2018). También hay que reseñar que en los últimos años ha habido algún equipo
de rugby que se ha vestido de rosa como reivindicación gay.
Las
expectativas marcan la vida, tanto las propias como las de quienes nos rodean.
Las mujeres nos adaptamos más a los deseos ajenos porque nos han enseñado que
eso es lo correcto. El techo de cristal lo marca la sociedad, la familia y las
propias mujeres. Rebajamos nuestros intereses nuestras expectativas personales
para plegarnos a las de otros.
Es
interesante ver qué esperan los/as
jóvenes entre 15 y 19 años de su pareja[4]. Los
varones, que le quiera, que esté de acuerdo con sus ideas, que tenga sus
costumbres, que le comprenda, que se pueda confiar en ella y que responda como
ellos esperan que lo haga una chica normal o una pareja. Las chicas esperan de su pareja un apoyo en sus
ideas y proyectos, ser escuchada, aunque él no esté de acuerdo, ser tenida en
cuenta y respetada, ser comprendida, aunque tenga otro punto de vista, que
tenga confianza en ella y que la quiera, y, en menor medida, ternura y
tolerancia.
Destaca
el estudio que estamos mencionando que entre un 15 y un 25% de las muchachas
esperan que les dé felicidad, seguridad y protección y comenta que esto
conlleva “una relación no igualitaria por definición ya que la protección se
brinda desde una posición superior y más fuerte hacia seres desvalidos,
sentando así las bases de relaciones de poder, en las que ellas ceden su
capacidad de gestionar sus vidas, su propia felicidad” (Walker, 2010: 250).
Pone de relieve este estudio que apenas mencionan la reciprocidad en la
relación entre sus expectativas.
Las mujeres, especialmente las jóvenes, reciben una
gran presión para llegar a la “perfección” corporal. Nunca hay un mensaje de
aceptación, siempre se hace una crítica de sus cuerpos para adaptarlos a
patrones imaginarios imposibles de cumplir, para ser todas iguales.
¿Por qué hay que conseguir un modelo imposible que
genera tanta insatisfacción?, donde todas las medidas vienen dadas por un
patrón inexistente en la naturaleza y sólo posible en las fábricas de muñecas.
A qué mente perversa se le ha podido ocurrir que todas las mujeres tenemos que
medir 90-60-90 centímetros de pecho, cintura y cadera respectivamente, amén de
cumplir con el resto de las medidas corporales que los dictados de la moda
imponen. Constantemente recibimos mensajes sobre las partes del cuerpo que
hemos de transformar, que hay que modificar, que “mejorar”. Se promueve la
transformación en lugar de la aceptación.
Estas exigencias generan impotencia, descontento y
falta de aceptación e impiden a las mujeres empoderarse y andar por la vida con
seguridad. Se minusvaloran y aceptan violencias que no debieran permitir. En
lugar de convertirnos en Muñecas vivientes, las mujeres debemos aspirar a desarrollar todo nuestro potencial humano (Ibídem: 288).
La existencia hace que seamos seres únicos e
irrepetibles, esa es nuestra grandeza. La regla en la naturaleza es la
singularidad. Si se acepta la singularidad se acepta el respeto por los demás
tal como son y por nosotros, por nuestro cuerpo, por nuestra forma de ser.
La perfección física femenina se fomenta, vivimos
una hipersexualización de las niñas, de las
adolescentes, de modo que ven “el atractivo sexual como su principal pasaporte
hacia el éxito” (Ibídem: 15). Se las viste de modo sexy, cuando es algo
impropio de su edad. Se reduce a las mujeres a “sus meros atributos físicos”,
devaluando el resto de sus cualidades, su creatividad, su inteligencia o su
experiencia y limita a las mujeres (Ibídem: 152-155). Esta cultura hipersexual, del porno suave, soft,
impregna la forma de vestir, los videojuegos, la vida en general.
Si hablamos de violencia sexual en la adolescencia y
la juventud, tenemos que ver el papel de la pornografía. La pornografía ha
invadido nuestras vidas. La pornografía deshumaniza, humilla, degrada, cosifica
e implica que se vea a las mujeres como objetos sexuales destinados a
satisfacer los deseos sexuales de sus congéneres masculinos. La exposición a la
pornografía a edades tempranas conlleva que se normalicen ese tipo de
actuaciones, que se vean como relaciones normales cuando ofrecen una visión
deshumanizada del sexo, sin afectos, sin comunicación, con violencia. La
juventud e incluso la infancia aprende cómo son las relaciones sexuales en
internet: violentas por parte de ellos, con sumisión por parte de ellas.
Hoy es más necesario que nunca que haya una
educación sexual precisamente por resultar tan fácil el acceso al porno. Es
necesario que vean esas imágenes de forma crítica, para que se respeten y
traten con respeto y empatía a sus parejas. La pornografía crea en chicos y
chicas una disociación entre el ideal que aparece en el porno y la experiencia
propia, siendo una fuente de malestar y de distorsión de su sexualidad que les
genera ansiedad y frustración. En las chicas porque satisfacen el deseo
masculino abdicando del suyo propio, chicas y chicos porque no tienen los
cuerpos que aparecen en las imágenes y, respecto a los varones, porque no
tienen la potencia sexual de los actores porno (Cobo, 2020: 195).
El sexo se ve como un artículo de consumo en la
pornografía, se banaliza al ser contemplado como algo habitual y sin
importancia. Se olvida lo que hay detrás y lo que enseña la pornografía, la
labor didáctica que lleva a cabo y no precisamente para bien. A través de la
pornografía se llega a la prostitución, es su antesala, genera una tolerancia a
la prostitución.
Rosa Cobo considera la pornografía como pedagogía de
la prostitución y de distintas formas de violencia contra las mujeres. Esta
función pedagógica la cumple el porno tanto para los puteros como para las
mujeres prostituidas ya que les enseña a normalizar un imaginario sexual
impregnado de sadismo y agresividad contra las mujeres (Ibídem: 203-204). Los
hombres no quieren relaciones con condiciones por eso les resulta cómodo ir con
mujeres en situación de prostitución a las que les ordenan lo que tienen que
hacer. Los adolescentes aprenden esas conductas.
En
las relaciones sexistas se ejerce el poder y se mantiene con una violencia, más
o menos solapada. Es fundamental que se sepan identificar los comportamientos
de control y acoso para no caer bajo el embrujo de un falso amor y abandonar lo
antes posible una relación tóxica.
Se
hacen concesiones por amor mientras se reciben humillaciones, insultos,
agresiones, amenazas. Ella no ve de forma clara la situación, está sumida en la
confusión, se esfuerza para que la relación vaya bien pero no lo consigue y se autoculpabiliza. Él no asume la responsabilidad de sus
actos y, “como no tiene culpa”, no hace nada para arreglar la situación, eso le
corresponde a la otra parte.
Va
avanzando el control, el aislamiento, los insultos, las agresiones sexuales, la
violencia psíquica y física. Él se va creciendo, su figura se va agigantando y
ella se va haciendo más pequeña hasta ser insignificante. Se va produciendo una
indefensión cada vez mayor que, junto a la culpabilización
a la víctima, operan como un refuerzo intermitente. Él argumenta: ¡Lo que me
obligas a hacer!... ¡pobrecillo!
Es
necesario abordar la violencia machista existente en parejas jóvenes e
intervenir para prevenir su aparición. Ya Pitágoras decía “educad a los niños y
no será necesario castigar a los hombres”. El único medio realmente eficaz y
definitivo para atajar la violencia es la educación. Necesitamos políticas educativas de gran calado.
Las leyes penales sancionan una conducta que no se considera socialmente
aceptable, tienen incidencia como método disuasorio, pero su efectividad es
menor cuando hay un caldo de cultivo que admite la violencia en las relaciones.
La verdadera vitalidad de las normas se produce cuando se cumplen
voluntariamente, de forma espontánea, cuando están interiorizadas, ese es su
auténtico arraigo.
Cuando se recurre a
las leyes es porque han fracasado las normas sociales. Todo grupo tiene
una autorregulación e impone
a sus miembros una determinada
conducta que conlleva en su grado
más extremo la admisión o la expulsión del grupo. Entre uno y otro polo las acciones de sus miembros se verán refrendadas por las muestras de agrado o desagrado. El significado social en torno al agrado
o desagrado no afecta por igual a mujeres y varones, las sanciones normativas se aplican con mayor
rigor a las mujeres (Miyares,
2006: 37).
Una acción que
se desvía de la norma
social dominante se censura
y critica en mayor medida cuando la lleva a cabo una mujer. Esta repulsa
social se plasma en los comentarios
de los medios de comunicación
e, incluso, en los tribunales y jurados al aplicar las leyes. Se sancionan con más dureza determinados delitos cuando los ha llevado a cabo una mujer: asesinato, lesiones, abandono familiar… A
los chicos se les perdona más
que sean malotes. Es necesario que los y
las jóvenes conozcan cómo se manifiesta la violencia y reflexionen sobre la misma, que sepan detectarla, que manejen alternativas a la misma en sus relaciones.
La violencia constituye un acto voluntario, una conducta aprendida que se utiliza para controlar y someter, para dominar a alguien a la vez
que conculca los derechos de la otra
persona.
Estamos
ante un problema social, ante un problema de salud pública y hay que hacerle
frente, hay que invertir en formación. Las jóvenes han de ser conscientes de
las conductas que entrañan violencia, tienen que aprender a poner nombre a lo
que habitualmente se denomina “mal genio”, “mal carácter”, “malito”, “malote”,
“estrés”, “genio y figura”, “cuestión de hormonas” expresiones usadas a menudo
para referirse al maltratador (Aguirre Hidalgo, 2009: 107).
Si
ponemos nombre a determinados comportamientos violentos, hemos de observar que
a los maltratadores que cometen delitos contra las mujeres, jamás se les
denomina delincuentes. Hablando con propiedad, los maltratadores son
delincuentes, cometen hechos delictivos regulados en el Código Penal. Entonces,
¿por qué no se utiliza la palabra delincuente en estos casos? Se abordan estos
delitos como si entrañaran una categoría aparte, diferente, como si sus
protagonistas no merecieran el calificativo de delincuentes. A veces lo obvio
es lo que menos vemos.
No
entra dentro de nuestro marco interpretativo que un maltratador es un
delincuente. “Los marcos son estructuras mentales que moldean nuestra visión
del mundo” (Lakoff, 2020: 11). Tal vez, todavía no
entra dentro del marco mental de la mayoría que un maltratador es un
delincuente como otro cualquiera, a pesar de los esfuerzos legislativos e
institucionales operados en los últimos lustros para luchar contra la violencia
machista. Como dice Lakoff, un cambio de marco implica
un cambio social. Siguiendo a este autor, debemos emplear un lenguaje que
describa con precisión la cuestión de la que se está hablando, ya que, si el
marco que manejamos es aceptado, lo que se diga dentro del mismo será de
sentido común, “porque en eso consiste el sentido común: razonar dentro de un
marco corriente y aceptado” (Ibídem: 150-154).
Las
mujeres tienden a verlo como un cambio positivo, como una evolución. Los
hombres, a menudo, sienten que es una pérdida de poder, pero representar el rol
de macho pasa una alta factura a los varones, tener que hacer burradas para
demostrar que se es “todo un hombre” implica poner en riesgo su salud, tener
más accidentes, participar en más peleas, pisar el acelerador al máximo… eso
¿qué es, ser más valiente o más inconsciente?
Dejar
atrás el machismo no sólo ha de explicarse en el sentido de que genera
ganancias para los varones ese cambio de estatus, sino que tenemos que
superarlo por estrictas razones de justicia, de equidad, por ética, por respeto
a los Derechos humanos de todos los seres, incluidas las humanas.
Es
importante aprender a resolver de forma pacífica los conflictos. Esto no es
intrínsecamente masculino. Los hombres no son culpables de haber recibido un
mandato de género que conlleva violencia, sí son responsables de ejercerlo o
no.
A
continuación, se recogen una serie de mensajes dirigidos a la juventud para que
sepan reconocer una relación de maltrato y no caigan en ella. Hay factores que
favorecen la violencia (Chocarro de Luis y Ortuño
Sierra, 2018): actitudes negativas sobre las mujeres,
estereotipos de género, alteraciones de la personalidad, antecedentes de
violencia en la pareja, baja autoestima, celotipia, consumo de drogas o
alcohol, maltrato y abuso en la infancia, violencia en su familia…
Los
y las jóvenes no deben admitir que su pareja controle todos sus movimientos, su
vida. Muchas chicas asumen el control como algo normal. Él interroga todo lo
que ella hace, dónde va, y él no cuenta nada. Si ella pregunta, la respuesta
es: eso no te importa, no es asunto tuyo. Le controla, la ropa, el móvil, las
amistades, la vida en general. Al principio controla de forma agradable, hay
una seducción por encanto, por eso no parece un ataque que quiera ser la
persona más importante de tu vida. Después hay un salto considerable cuando
exige ser la única persona de tu vida, “me tienes a mí, qué más quieres”.
¡Cuidado!,
que el hombre de tu vida no sea el hombre de tu muerte, ni el hombre que te
amargue la vida. El individuo maltratador quiere conseguir lo que desea siempre
que lo desea. Si no se lo concede, intentará de inmediato recuperar su poder y
controlar a su pareja, debilitándola, atacando su flanco más vulnerable
(Nelson, 202: 217). Va elevando el control. A un comienzo “suave” le siguen las
amenazas y las agresiones.
La
canción ochentera de Nacho Cano debería ser interiorizada por la juventud:
No
controles mi forma de vestir
porque es total y a todo el mundo gusto.
No controles mi forma de pensar
porque es total y a todos les encanta.
No controles mis vestidos,
no controles mis sentidos…
No controles mi forma de bailar
porque es total…
No
controles mi forma de mirar
porque es total …
Con
las nuevas tecnologías el control puede ser exacerbado y llegar hasta límites
insospechados como controlar el correo electrónico y el historial del
ordenador, el whatsapp, a través del GPS se pueden
ver los itinerarios que ha seguido… o pedirle que cuando llegue a casa le llame
desde el teléfono fijo para controlar que se encuentra allí.
No
siempre es sencillo distinguir entre el amor y la apetencia de hablar, de estar
con la pareja y el acoso. Por ejemplo, ¿dónde está la frontera entre amor y
control o acoso?, tres llamadas en una tarde, cuatro, cinco… o cuatrocientas en
dos horas (caso real denunciado). Otro ejemplo. Exigir constantemente que le
envíe fotos para comprobar dónde se encuentra. No es fácil marcar dónde está el
límite.
Hay
chicos que piden las claves como muestra de amor para acceder a su intimidad a
los espacios personales. Jamás se deben dar, a pesar de argumentos como “si no
hicieras nada malo, no te importaría dármela”. Si te pide la contraseña para
poder confiar en ti, tú no debes confiar en él. Los chicos defienden su
intimidad, muchas chicas no defienden su privacidad argumentando que no tienen
nada que ocultar.
El cyberacoso se ha extendido con múltiples modalidades. Se
cuelgan fotos enviadas tiempo atrás con información comprometida, se crea un
evento con la dirección de ella y fotos en bikini, se escriben correos
ofensivos a otras personas y al Juez que conocía del asunto, suplantando la
personalidad de ella, correos que simulaban que ella buscaba relaciones
sexuales…
Hay
que tener una red de apoyo, no quedarse aislada, no perder las amistades,
sufrirás menos si sigues con ellas. Pide ayuda, habla. El silencio y el secreto
son aliados de los malos tratos. Las amistades deben escuchar y acompañar.
Cuando ven actitudes que no son correctas, no volver la cabeza para no ver sino
tender puentes, dar la mano, manifestar que están a su disposición.
El
romanticismo es bello, engancha. Engancha sentirse especial, querida, tener a
una persona pendiente, ser la mejor. El comportamiento seductor, la sorpresa,
la impulsividad conducen a la trampa de pensar: “no puede vivir sin mí”, lo
cual puede ser cierto, pero lo que realmente quiere es que no puedas vivir sin
él y que él sea el único en tu vida. La vida tiene más facetas por lo que no se
debe permitir a la pareja que te convierte en su todo y, sobre todo, que tu
mundo se reduzca a la relación con esa persona, no dejes tu círculo de
amistades, tu familia, tu red de apoyo. En tu vida debe haber otras personas.
El
comportamiento seductor, la sorpresa, la impulsividad pueden hacerte caer en la
trampa de que él no puede vivir sin ti. Al principio controla de forma
agradable. La seducción por encanto no parece un ataque por eso es fácil caer
en su red. El enganche emocional es comparable a las adicciones, hay que ver en
qué fase se encuentran. Es doloroso asumir la realidad de un fracaso, produce
frustración, pero más doloroso es no verlo. El tiempo en una relación juega a
favor de la persona que maltrata y en contra de la víctima.
Quiere
tenerte siempre a su disposición, de modo que considera e impone que tu tiempo
sea su tiempo. Exige que respeten tu ritmo. Mucha intensidad en un corto
periodo no se puede procesar y cuando se cae en la cuenta ya se está dentro del
pozo.
Escucha
tus sentimientos, escucha a tu cuerpo. Cuando algo no te gusta, no te hace
sentir cómoda, aunque él lo explique de otra manera, no lo hagas, no actúes
contra ti. ¡Cuidado con los vampiros emocionales! Te hace una crítica
destructiva, tienes que defenderte, entonces te ridiculiza porque “eres muy
sensible, muy susceptible”. Si la crítica se hace a través de una broma de mal
gusto y no te hace gracia, te traslada la culpa porque “no tienes sentido del
humor, era una broma”.
No
permitas que nadie te quite la alegría. Si comentas un logro tuyo, lo tumba, le
quita importancia: “tampoco es para tanto”.
Respeta
a tu pareja y respétate a ti misma. Si permites que otra persona traspase tus
límites, aceptas que sea él quien los establezca, le otorgas poder sobre ti.
Nadie te puede poseer si tú no se lo permites. No cambies de personalidad. Si
te quiere te potenciará como eres.
Presta
atención para saber si te valora por ti misma, por lo que vales o porque
satisfaces sus necesidades (Nelson, 2002: 247). ¿Ignora tus necesidades, las de
tus mascotas o tus plantas? La indiferencia, la negligencia implican falta de
empatía y constituyen la antesala de la violencia.
Las
mujeres quieren cambiar lo que no les gusta de su pareja, quieren “ayudarles”,
¡qué manía!, por qué han de ir de salvadoras. Deben preguntarse por qué quieren
cambiar al otro. Uno cambia cuando lo desea y se esfuerza para conseguirlo.
Ella dice:
1.- Voy con falda larga o pantalones
porque se pone muy nervioso cuando llevo minifalda o escote.
2.- A veces se pone pesado y me
obliga a enseñarle mis chats del móvil.
3.- No le gusta que hable con mis
amigos de clase, por eso tengo muy poca relación con ellos.
4.- Él sale con sus amigos, pero no
le hace gracia que yo quede con mis amigas por lo que rara vez lo hago.
5.- Habla mal de mis padres y de mis
amistades. Yo los critico, pero me parece que él se pasa bastante.
6.- Le molesta que saque mejores
notas que él, dice que soy una empollona y que él no necesita empollar.
Este chico lo que no quiere
es:
1.- Que te sientas bella y
atractiva.
2.- Que tengas tu intimidad.
3.- Que tengas amigos y amigas.
4.- Que exista igualdad entre
vosotros.
5.- Que tengas otros apoyos
afectivos. Te quiere aislar.
6.- Que seas más lista que él. Él
“es superior”, eso debe de quedar claro.
Si aceptas estas imposiciones estás
dentro de un círculo que cada vez se cierra más y te encierra, estás atrapada y
tú lo has ido consintiendo ¡No lo permitas! Presta
atención a las señales, a los pequeños gestos, pide ayuda, actúa, que no te
frene el pensar ¡jamás imaginé que esto pudiera sucederme a mí, estoy siendo
maltratada!
A
los varones:
Es
bello compartir tu tiempo, tu vida, con personas que te apoyen, que te
entiendan, que te respeten, que potencien tus habilidades, que te animen a
conseguir tus sueños, que compartan tus ilusiones, personas con las que poder
charlar, con las que poder reír, con las que poder tener objetivos comunes…
todo eso solo es posible cuando tienes una compañera, no una esclava, cuando
estáis en un plano de igualdad.
Para
acabar, tenemos que transmitir el siguiente mensaje: Comparte tu vida con
alguien que te valore y te respete. No tienes que amoldarte a las expectativas
de otros. Tienes que crecer y desarrollarte como persona, ¡eres única! Hombres
y mujeres tenemos que participar unidos en la lucha contra la violencia
machista. Tenemos que buscar modelos de masculinidad y femineidad que nos
potencien como seres humanos, que fomenten relaciones de convivencia basadas en
el respeto y en la igualdad.
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[1] RAE, Disponible en: https://dle.rae.es/adolescencia?m=form [15/03/2023].
[2] A continuación, seguimos la
sistemática de la exposición de Ana Meras Lliebre (2003).
[3] Denominación dada por Amelia
Valcárcel (2009).
[4] Estudio realizado en Institutos
madrileños, Ana Meras Lliebre (2003: 149).