La propuesta de política feminista antiesencialista y hegemónica de Chantal Mouffe

 

Chantal Mouffe's proposal for an antiessentialist and hegemonic feminist politics

 

 

Agustina Victoria Arrigorria

agus.arrigorria@gmail.com

Universidad de Buenos Aires - Argentina

 

Recibido:   24-04-2024

Aceptado:  07-05-2024

 

 

Resumen

Para la perspectiva antiesencialista no existen identidades esenciales organizadas en torno al género o la clase, sino formas de identificación. Para Chantal Mouffe esta comprensión de la subjetividad resulta imprescindible para elaborar una teoría y práctica política feminista con pretensiones hegemónicas en una democracia plural y radical. El objetivo del presente trabajo es brindar una aproximación a su propuesta política feminista, frente a los modelos postulados por el liberalismo y por los feminismos excluyentes, y concluirá en la importancia de dicho enfoque para inscribir la lucha feminista en una cadena plural y radical. Motiva esta investigación de método hermenéutico el valor de los aportes que la filosofía política contemporánea puede ofrecer al feminismo y la vacancia de la tematización propuesta por la autora en los estudios de género. 

Palabras clave: agonismo, antiesencialismo, Chantal Mouffe, democracia radical y plural, feminismo, hegemonía, política.

 

Abstract

From the anti-essentialist perspective, essential identities organized around gender or class do not exist; rather, there are forms of identification. According to Chantal Mouffe, this understanding of subjectivity is crucial for developing a feminist theory and political practice with hegemonic aspirations in a plural and radical democracy. This paper aims to provide an approach to her feminist political proposal, contrasting it with models advocated by liberalism and exclusionary feminisms, and will conclude by emphasizing the importance of this approach for situating feminist struggle within a plural and radical framework. This research, employing a hermeneutic method, is motivated by the value of contributions contemporary political philosophy can offer to feminism and the lack of attention to the thematic proposed by the author in gender studies.

Keywords: agonism, anti-essentialism, Chantal Mouffe, feminism, hegemony, radical and plural democracy.

 

 

1. Introducción a la propuesta de Mouffe: democracia y feminismo ¿para qué?

 

 

Chantal Mouffe (1943, Charleroi) es una filósofa política belga mundialmente reconocida. Escribió y compiló numerosos libros, entre los que se destacan El retorno de lo político (1999), La paradoja democrática (2003) y Hegemonía y estrategia socialista (1985), escrito junto a Ernesto Laclau, texto inaugural de la corriente de pensamiento posmarxista. Sus contribuciones se enmarcan dentro de la perspectiva antiesencialista y afectiva (Mouffe, 2023), a través de las cuales desarrolló sus concepciones sobre la subjetividad y la política con conceptos como hegemonía, pluralismo, agonismo, democracia radical y populismo de izquierda.

Desde sus primeros trabajos, en la década de los ‘70, hasta la actualidad, la autora ha buscado aggiornar las ideas y desarrollos centrales de la teoría política de izquierda a la realidad contemporánea. Ya en Hegemonía y estrategia socialista interpeló a sus colegas y lectores para situar el pensamiento teórico en el escenario global de su tiempo para poder pensar las transformaciones estructurales del capitalismo que condujeron al declive de la clase obrera en los países postindustriales, la penetración de las relaciones capitalistas de producción en todas las áreas de la vida social, los efectos burocráticos del Estado de Bienestar, la crisis del llamado “socialismo real”, y los movimientos sociales surgidos durante la segunda mitad del siglo pasado, entre ellos, el ecologismo, el colectivo LGBTIQ+, y el feminismo.

Sin embargo, como sabemos por las distintas contribuciones teóricas y los diferentes movimientos inscritos en la práctica política y social, no existe un feminismo (Martínez, 2020). Existen feminismos de la diferencia y transfeminismos; feminismos nutridos por el amplio espectro político: marxistas, socialistas, anarquistas, liberales, populares y populistas; feminismos comunitarios y feminismos individualistas; feminismos negros, latinos, étnicos; feminismos sindicalistas; feminismos lesbianos, queer; feminismos posthumanos, cyberfeminismos y xenofeminismos. La referencia en plural, al hablar de “feminismos”, muestra su heterogeneidad y revela que sus diferencias no se agotan en las diferencias sociológicas que intersectan, sino que se expresan en la multiplicidad de proyectos feministas en pie (Ibídem). Chantal Mouffe reconoce esta complejidad puesto que, lejos de reducirla a una mera variedad empírica, entiende que la subjetividad y la política son intrínsecamente abiertas e inesenciales, dado que no responden con necesidad y suficiencia a una idea de esencia previa.

La lectura mouffiana de esta pluralidad tiene dos sentidos: por una parte, reconoce la diversidad presente en las teorías y movimientos como resultado de la apertura de las identidades políticas y sus formas de agrupamiento; y por otro lado, aboga por un tipo de feminismo inclusivo que abrace la misma perspectiva de apertura y que construya una política hegemónica desde la intersección con otras demandas y con otros movimientos. Su propuesta feminista se realiza en la idea de democracia plural y radical, o mejor dicho, su búsqueda de una ampliación democrática a través de mecanismos de pluralización y radicalización exige abrazar la causa feminista.

Las luchas feministas emergidas luego de la segunda mitad del siglo pasado, junto a la de los otros llamados “nuevos” movimientos sociales advertidos por Mouffe, se dieron, principalmente, en términos de demanda de derechos bajo el paradigma liberal democrático, sin embargo, esto no requiere concebir la identidad como una entidad sustancial, estable, o universal (Nijensohn, 2018: 12). Los sujetos, comprendidos desde un prisma antiesencialista también pueden establecer demandas en términos políticos, puesto que son dichas acciones y movimientos, en parte, las que erigen su identidad como sujetos políticos. Es decir, la política democrática no necesita identidades esenciales establecidas a priori, sino sujetos que alcancen tal estatuto a través de procesos de identificación desarrollados a posteriori de la experiencia, a través de la ejecución de las mismas prácticas que los moldean.

Esta perspectiva antiesencialista esgrime que no existen identidades universales organizadas con necesidad en torno a una esencia o núcleo común, sino formas de identificación. En este sentido, la filosofía política de Mouffe discute contra el feminismo de la diferencia, contra el marxismo y contra el liberalismo, puesto que, mientras estos suponen identidades esenciales vinculadas al género o la clase, su propuesta abraza la apertura y la contingencia de las identidades que se constituyen a través de procesos de subjetivación nunca cerrados, totalmente definidos, ni estables.

El carácter abierto de la identidad se condice con el carácter análogo de lo social por el cual todo discurso mantendrá un orden contingente, cambiante, y disputable. Así, el antagonismo que revela la condición conflictiva de lo político, y la hegemonía, que explica la imposición de un orden social entre otros posibles, serán elementos clave en el aparato teórico de Mouffe. En este contexto, la teoría subjetividad explicada más arriba resulta imprescindible para la elaboración de una teoría y práctica política feminista con pretensiones hegemónicas dentro de una democracia plural y radical.

El objetivo principal del presente trabajo es presentar la teoría feminista propuesta por Mouffe en diálogo con la filosofía política desarrollada a través de toda su obra, tanto para un público ajeno a ella, como para un público adentrado en su teoría. Los objetivos secundarios consistirán en la defensa de una perspectiva antiesencialista de la subjetividad y de un modelo de ciudadanía plural y radical, contra los modelos postulados por las corrientes liberales y por los feminismos esencialistas o biologicistas de la diferencia.

La metodología empleada ha consistido en una hermenéutica de los textos de la autora, como así también de los textos confrontados por ella. Entiendo por hermenéutica un conjunto de reglas para garantizar la correcta comprensión de un discurso cuyo significado podría resultar opaco o confuso, y no un método trascendental que parte de alguna vivencia humana fundamental. En este sentido, he revisado toda la obra publicada de la autora, seleccionando los textos más relevantes para el tema, como así también sus principales referencias en el asunto, e intérpretes del tema en cuestión.

Las razones que justifican este trabajo estriban, a mi juicio, en la importancia de destacar los aportes teóricos al feminismo realizados por la filosofía política contemporánea, sobre todo, desde una perspectiva contraria a la hegemonía neoliberal. Considero de enorme valor la obra de Chantal Mouffe por su riqueza teórica, por su agudeza crítica, y por el diálogo que establece con distintas corrientes filosóficas y con diferentes disciplinas como el psicoanálisis, la teoría del discurso, y la sociología, entre otras. Por un lado, encuentro un área de vacancia en los estudios de género en relación con los aportes que la autora puede ofrecer a la discusión, por otro lado, considero que, entre los intérpretes y comentadores de su obra, se han ofrecido escasas lecturas sobre su tematización y sus aportes al feminismo.

El trabajo se organiza de la siguiente manera: en el apartado a continuación, realizaré una introducción a los conceptos centrales de la filosofía política de Chantal Mouffe centrándome en dos puntos, a saber, su recuperación de lo político frente a la filosofía liberal, su comprensión antiesencialista de la identidad y de lo social como dimensión abierta, y su concepto de hegemonía; luego, la sección siguiente presentaré la idea de democracia plural y radical, el proyecto antiesencialista y hegemónico propuesto por la autora, deteniéndome en tres elementos: la relación entre sus conceptos centrales y el feminismo, su evaluación de la propuesta feminista de Carole Pateman, y su comprensión del feminismo en consonancia con el proyecto democrático plural y radical.

 

 

2. Un acercamiento a los conceptos básicos de la filosofía política de Chantal Mouffe

 

 

2.1. La recuperación de lo político frente a la filosofía liberal

 

Según Chantal Mouffe, existen dos maneras de concebir lo político: como el campo de la libertad y la acción concertada, tal como lo hace el enfoque asociativo; o como el terreno del conflicto y del antagonismo, tal como lo hace el enfoque disociativo que ella misma sostiene (Mouffe, 2018). Este último, cuestiona el carácter racionalista e individualista predominante en el primero, propio de los paradigmas liberales sostenidos por el modelo agregativo y por el modelo deliberativo (Mouffe, 2016). A diferencia de ellos, la perspectiva disociativa se basa en las premisas de ineliminabilidad del conflicto, el rol preponderante de la instancia irracional o afectiva en la política y el antiesencialismo identitario. Este último elemento será el aspecto más importante a la hora de pensar una teoría y una práctica política, en particular, para los proyectos socialistas y feministas.

En su perspectiva, la caída del comunismo en el bloque soviético y la desaparición de la oposición entre democracia y totalitarismo que había servido como frontera política predominante al servicio de la discriminación política entre amigo y enemigo, no sólo cambió la constitución política e identitaria de los agentes, sino que también obliga a considerar conceptualmente la situación desde otra óptica. Según ella, desde el final del siglo XX estaríamos presenciando un vasto proceso de redefinición de las identidades colectivas junto con el establecimiento de nuevas fronteras políticas y, en vez de generalizar las identidades postconvencionales y la celebración del antagonismo proclamado por los liberales, deberíamos percibir y comprender la proliferación de los particularismos y el surgimiento de nuevos antagonismos (Mouffe y Mansour, 1996).

Contrariamente a la concepción liberal, Chantal Mouffe recupera la noción schmittiana de lo político (Arrigorria, 2020). En su obra El concepto de lo político Carl Schmitt sostiene que la especificidad de éste debe hallarse en una distinción última a la que pueda reconducirse toda acción política, concluyendo en que esta distinción es la de amigo-enemigo (Schmitt, 2009). Para él, dicho antagonismo propio de lo político no debe ser concebido metafórica o simbólicamente, ni debilitarse en nombre de cuestiones económicas o morales, no debe tampoco reducirse a una instancia psicológica, privada o individual, ni referirse a una oposición normativa o espiritual: una comprensión correcta de lo político requiere considerar al antagonismo en su sentido concreto y existencial (Schmitt, 2009). Presentando algunas diferencias éticas respecto al tipo de antagonismo que se debe sostener, Mouffe elaboró su noción de agonística

Siguiendo la propuesta schmittiana, Mouffe considera lo político como una dimensión ontológica del antagonismo que impide la plena totalización y objetivación de la sociedad, excluyendo la posibilidad de construir un orden social que elimine completamente las diferencias y se ubique más allá del poder. A razón de esta intrínseca forma de negatividad que no puede superarse dialécticamente, es que nunca podría alcanzarse una objetividad plena en el ámbito de lo social. Sobre esta consideración de lo político, la tarea de la política sería establecer un conjunto de prácticas e instituciones con objetivo de organizar la coexistencia humana atravesada por sus inherentes tensiones (Mouffe, 2013).

Comprendiendo la irreductibilidad de la dimensión antagónica, Mouffe introduce una novedad en el pensamiento político contemporáneo: su concepción del agonismo. Mientras el antagonismo clásico schmittiano define la relación amigo-enemigo, el agonismo mouffiano describe la relación nosotros-ellos entre adversarios que se reconocen mutuamente a partir de un acuerdo ético sobre la forma de asociación política. Es decir, en el agonismo, el vínculo de consenso conflictivo se monta sobre una base de principios éticos que dan forma al nexo político expresando dichos valores a través de diferentes interpretaciones. El reconocimiento de dicha relación es el que nos permite, según nuestra autora, comprender por qué no es necesario negar la exclusión del conflicto para poder concebir un orden democrático real (Mouffe, 2018).

Esta noción de agonismo no debe confundirse con la idea liberal del adversario: en primer lugar, aquí la presencia del antagonismo no es eliminada (ni eliminable) sino domesticada, sublimada; en segundo lugar, el agonismo no se reduce a la mera competencia sobre un campo supuestamente neutral. Según Mouffe, el orden político es inherentemente hegemónico porque nunca es neutral sino que porta una negatividad constitutiva, en él los agentes agonistas enfrentan perspectivas y propuestas que nunca podrían ser reconciliados racionalmente.

Sin embargo, para Mouffe, la confrontación política no constituye un peligro para la democracia sino su misma condición de existencia, dado que la misma se encuentra inscripta en el propio carácter de lo político. Al respecto, la autora sostiene que el principal compromiso para la reflexión política debería consistir en evaluar cómo es posible realizar el desplazamiento que permite transformar el enemigo en adversario (Mouffe, 2017), para domesticar los antagonismos presentes en el nexo social y posibilitar la construcción de lo que denominó una democracia plural y radical. En su artículo Feminismo, democracia pluralista y política agonística, escrito junto a Gloria Elena Bernal sostuvo al respecto:

 

“Yo sostengo que sólo cuando reconocemos “lo político” en su dimensión de antagonismo, podemos plantear la cuestión fundamental de la política democrática. Contra lo que sostienen los teóricos liberales, dicha cuestión no consiste en saber cómo lograr acuerdos entre intereses en conflicto, ni tampoco en averiguar cómo se alcanza un consenso “racional”, es decir, un consenso totalmente incluyente, que no excluya a nadie. A pesar de lo que muchos liberales quieren hacernos creer, la especificidad de la política democrática no estriba en la superación de la oposición nosotros/ellos, sino en las diferentes maneras en las que esa oposición se establece. Lo que la democracia requiere es la formulación de la distinción nosotros/ellos de manera tal que resulte compatible con el reconocimiento de la pluralidad, consustancial a la democracia moderna.” (Mouffe y Bernal, 2009: 89)

 

La postura mouffiana se erige contra el enfoque racionalista e individualista de los modelos deliberativos y agregativos que postulan como telos político alcanzar una objetividad social total caracterizada por el consenso sin exclusión. Contrariamente a ellos, Mouffe enaltecerá la comprensión de las pasiones a través de lo que se llamó el giro afectivo en la política, que reconoce el componente irracional en la construcción de identidades sociales, interesándose en las emociones como fuente privilegiada de verdad sobre los sujetos (Mouffe, 2016).

Según la autora, lo político escapa al racionalismo liberal porque indica los límites del consenso racional, revelando que todo consenso está basado en actos de exclusión. Dos diferencias relevantes con el enfoque liberal, sobre todo a la luz de la perspectiva de género que intento ponderar en este trabajo, son aquellos que cuestionan la relación entre los individuos y la asociación política: por un lado, según Mouffe, el liberalismo afirma que el interés general es resultado del juego libre de los intereses privados, concibiendo la política como el establecimiento de un compromiso entre los distintos intereses en competencia en una sociedad, esta concepción de los individuos como actores racionales movidos exclusivamente por la realización de sus intereses y actuando en la esfera política de forma instrumental es la idea del mercado aplicada al campo político; por otro lado, los liberales que se distancian de este modelo instaurando un vínculo entre política y ética creen que puede crearse un consenso racional universal a través de una discusión libre, en el fondo imaginan que si se relegan las cuestiones problemáticas a la esfera privada, bastaría un acuerdo racional sobre principios morales para administrar el pluralismo existente en las sociedades modernas (Mouffe y Mansour, 1996).

En resumen, la política propuesta por Chantal Mouffe, a través de la cual piensa la cuestión feminista, cuestiona dos ideas básicas del liberalismo racionalista: primero, la concepción esencialista de los individuos por la cual su posición social objetiva determinaría sus intereses reconocidos plena y racionalmente; y segundo, la concepción universalista que promulga una diferencia taxativa entre el ámbito público, arena de deliberación, y el ámbito privado. Contrariamente, la clásica sentencia feminista “lo personal es político” podría designar la dimensión antiesencial y hegemónica que la autora intentará desarrollar a lo largo de toda su obra.

 

2.2. Antiesencialismo identitario, apertura social y hegemonía

 

Para el antiesencialismo identitario propugnado por Mouffe los agentes sociales se constituyen a través de múltiples posiciones discursivas que no se rigen por una relación de necesidad y que no pueden fijarse de modo permanente en un sistema cerrado de diferencias. Así, la identidad de los sujetos se revela contingente, precaria y movilizada por la sobredeterminación. Este concepto althusseriano plasmado en la sentencia “no hay nada en lo social que no esté sobredeterminado”, remite según Mouffe y Laclau en Hegemonía y estrategia socialista a la aserción de lo social como orden simbólico: aquí lo simbólico no constituye un plano derivado sino uno fundamentalmente constitutivo, por el cual no habría un plano de esencias y otro de apariencias (Laclau y Mouffe, 2015: 134).

Distanciándose tanto del marxismo clásico, que reduce las identidades políticas a una determinación material a través del concepto de clase, como del feminismo radical, que reduce las identidades de género al sustrato biológico sexual binario, Mouffe considera que no existe un esencialismo identitario que organice necesariamente la subjetividad en torno a las categorías de clase o género. El carácter simbólico de las identidades las sobredetermina tanto frente a cualquier realidad material económica o sexual, como a cualquier circunstancia coyuntural, de modo que ellas no pueden fijarse en un sentido literal último. De esta manera, su crítica interna al marxismo es consustancial al desarrollo de un feminismo inclusivo, y se relaciona íntimamente con el proceso de pluralización de los espacios de lucha y la subjetivación dada a través suyo (Cantelli, 2002: 191).

Para la teoría antiesencialista que comprende la concepción de las identidades colectivas desarrollada por nuestra autora no existen identidades esenciales que constituyan de forma necesaria y determinante a los sujetos, sino formas de identificación. Estas se constituyen en base a una lógica de exterioridad constitutiva que indica que toda condición de existencia identitaria radica en la afirmación de una diferencia, es decir, los sujetos determinan lo que ellos mismos son en relación a aquello que no son, diferenciándose de un otro exterior. El concepto de exterioridad constitutiva es tomado por Mouffe de Henry Staten, quien en su obra Wittgenstein and Derrida (1986), sostiene que esta expresión derrideana refiere a la existencia de una dimensión exterior que deviene necesaria para la constitución de un fenómeno interno, concebido así, el afuera constituiría la condición de posibilidad de un adentro.

Dado que las identidades subjetivas no están determinadas biológica o esencialmente, si X se constituye a partir de no-X, no-X funcionaría como límite o exterior a la identidad de X negándola y afirmándola identitariamente a través de esa misma negación. Como resultado de este movimiento paradójico, aquello que posibilita la afirmación positiva de una identidad, también evita que se cierre por completo. Según Staten, mientras que la gramática metafísica ha subordinado el accidente a la esencia y lo empírico a lo lógico, la gramática deconstructiva funciona de manera contraria, deformando e impidiendo que se alcance una forma trascendental. Según su tesis, los juegos de lenguaje wittgensteinianos y la différance derridiana participarían de este último tipo de gramática, puesto que presentan una ley esencial de contingencia, al determinar aproximadamente el lenguaje sin estar ellas mismas determinadas (Staten, 1984).

Según Mouffe, el antiesencialismo identitario puede comprenderse a través de un doble movimiento: por un lado, existe un descentramiento del sujeto que evita la fijación de un conjunto de posiciones en torno a un punto necesariamente determinado y preconstituido; por otro lado, se desarrolla la institución de puntos nodales que limitan el flujo del significado por debajo del significante como resultado de la inestabilidad esencial de los agentes (Mouffe, 2017).

La sobredeterminación simbólica opera tanto a nivel subjetivo como social, puesto que el antiesencialismo identitario que se desplaza como antiesencialismo social expresa la falta de un fundamento ontológico por la cual no existe una conexión necesaria y a priori entre los conceptos como significantes y los objetos ideales o reales como significados.

En relación al primer nivel, las identidades subjetivas no se desarrollan individualmente, sino que están constituidas por agentes que se identifican de manera colectiva configurando un “nosotros” como demarcación de un “ellos”. Es decir, los sujetos se identifican siempre colectivamente junto a otros en oposición a un afuera que les otorga unidad por cohesión interna. Esta crítica al esencialismo identitario se centra en el rechazo de la categoría de sujeto moderno, entendido como entidad transparente y racional capaz de dar un significado homogéneo al campo total de la conducta por ser, en términos fenomenológicos, un polo de irradiación de actos.

En relación al segundo nivel, la sociedad es concebida para el enfoque antiesencialista como una totalidad necesaria e imposible, donde la objetividad social no existe y el consenso no es más que el resultado temporal de una hegemonía provisional que estabiliza el poder implicando necesariamente una forma de exclusión. Dada la imposibilidad de la objetividad social plena, el orden político contendrá en su interior dos o más discursos en pugna, pero entre ellos sólo uno podrá convertirse en hegemónico al imponerse como representación de la totalidad social. En este sentido, Laclau y Mouffe denominan al bloque hegemónico como la parte que se erige en representación del todo aludiendo a la totalidad ausente (Laclau y Mouffe, 2015).

Para Mouffe, la consideración de lo político como antagonismo exige aceptar la ausencia de todo fundamento último y asumir la indecibilidad que invade todo orden; es decir, la asunción de lo político como conflicto requiere admitir la naturaleza hegemónica de cualquier tipo de orden social, por la cual toda sociedad sería producto de una serie de prácticas que pretenden establecer un orden dentro del contexto de contingencia. En este sentido, Mouffe traza una diferencia entre lo político y lo social.

Según esta perspectiva, lo social sería el ámbito de las prácticas sedimentadas, prácticas que a simple vista ocultan los actos originarios de su institución política contingente y suelen darse por hecho como si su fundamento se encontrase inscrito en ellas. Según Mouffe, las prácticas sociales sedimentadas constituyen parcialmente cualquier sociedad posible porque no todas sus relaciones son cuestionadas a la vez.

Respecto a esta distinción analítica sostiene Mouffe junto a Bernal:

 

“Si lo político -entendido en su sentido hegemónico - supone la visibilidad de los actos de la institución social, resulta imposible determinar a priori qué es social y qué es político al margen de cualquier referencia contextual. La sociedad no debe verse como el despliegue de una lógica exterior a sí misma, cualquiera que sea la fuente de esa lógica: las fuerzas de producción, el desarrollo del espíritu, las leyes de la historia, etcétera. Todo orden es la articulación temporal y precaria de prácticas contingentes. La frontera entre lo social y lo político es esencialmente inestable y requiere de constantes desplazamientos y renegociaciones entre los agentes sociales.” (Mouffe y Bernal 2009: 90-91)

 

En resumen, es sobre la misma base de la apertura identitaria que se erige también la apertura de lo social como falla constitutiva o como esencia negativa de lo existente. Frente a ella, toda postulación de un orden social determinado se revela como el intento siempre fallido, temporal, contingente y precario de anular las diferencias. Sostienen Laclau y Mouffe al respecto: “en este caso la multiformidad de lo social no puede ser aprehendida a través de un sistema de mediaciones, ni puede el ‘orden social’ ser concebido como un principio subyacente” (Laclau y Mouffe 2015: 132). Conceptos como “subjetividad”, “identidad política”, “identidades colectivas”, “sociedad” u “orden social” revelan una falta de unidad, necesidad, teleología o esencia. El principio necesario e imposible de lo social está fracturado en la pluralidad que genera el antagonismo social que articula las identidades en su diferencia mutua.

Para un acercamiento al concepto de hegemonía, trabajado profundamente por ambos autores en Hegemonía y estrategia socialista, es preciso aclarar que este nace de la concepción del orden social como una forma de articulación contingente de diferentes relaciones de poder que carece de fundamento racional último. Las prácticas hegemónicas serían aquellas que intentan establecer un orden determinado en un contexto contingente, fijando el significado de las instituciones y los intercambios sociales, concluyendo en la sociedad tal como la conocemos (Mouffe, 2013). En relación a ellas, una formación hegemónica, sería una configuración social en que estas prácticas proporcionan el marco normativo de una sociedad constituyendo su sentido común (Mouffe, 2018).

Existen dos condiciones que posibilitan una articulación hegemónica: la presencia de fuerzas antagónicas y la inestabilidad de fronteras que las separan. Es la existencia de elementos flotantes y la posibilidad de ser articulados en campos opuestos lo que permite definir a una práctica como hegemónica, posibilitando que un elemento particular asuma una función estructuralmente universal dentro de un campo discursivo. De esta manera, la práctica articulatoria consiste en la construcción de estos puntos sobredeterminados que fijan parcialmente el sentido identitario.

 

 

3. El proyecto democrático plural y radical: por un feminismo antiesencialista y hegemónico

 

 

3.1. Antiesencialismo, apertura social, hegemonía y feminismo

 

En su artículo “Feminismo, ciudadanía y política democrática radical” incluido en el libro El retorno de lo político. Comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radical, Mouffe (2017) establece su postura respecto a la política feminista en relación a la teoría antiesencialista anteriormente desarrollada en su obra.

  Ante el clásico interrogante filosófico “qué es la mujer”, nuestra autora enuncia la imposibilidad de hablar de ella como si hablase de una entidad unificada y homogénea. La aproximación a la cuestión de género debe entenderse a través de la pluralidad expresada en las diversas posiciones de sujeto por las cuales éstos se constituyen dentro del discurso de forma inestable y mutable al someterse a múltiples prácticas articulatorias que los subvierten y transforman constantemente. Esta dimensión discursiva de lo social junto al carácter performativo y antiesencialista de la identidad ubica el pensamiento filosófico de Chantal Mouffe en proximidad con la obra de Judith Butler[1], quien ha manifestado en múltiples ocasiones tener una afinidad política e ideológica con sus conceptos de identidad política, hegemonía y democracia plural y radical.

Pero el hecho de que las identidades sean cambiantes e inesenciales no significa que no puedan tematizarse o que no pueda hablarse efectivamente de ellas, como cuando utilizamos el rótulo “mujeres” u otros significantes referentes a sujetos colectivos. De hecho, aunque estas categorías no respondan a ninguna esencia unitaria, su nominación es necesaria tanto para el entendimiento cotidiano como para la articulación y acción política. El objetivo de Mouffe es, al igual que el de Butler, ya no intentar descubrir qué hay en la categoría “mujer” sino intentar desentramar cómo se construye dentro de los diferentes discursos.

Respecto al antiesencialismo identitario en relación a la cuestión de género, sostuvo en su artículo Post-Marxism: democracy and identity lo siguiente:

 

“La identidad es, en efecto, el resultado de múltiples interacciones que tienen lugar en el interior de un espacio, cuyos contornos no están claramente definidos. Numerosos estudios e investigaciones feministas inspirados en la perspectiva postcolonial han demostrado que este proceso es siempre de sobredeterminación, estableciendo vínculos intrincados entre las diversas formas de identidad y una compleja red de diferencias. Para una definición apropiada de identidad, debemos tener en cuenta tanto la multiplicidad de discursos como la estructura de poder que la afecta, así como la compleja dinámica de complicidad y resistencia que subraya las prácticas en las que esta identidad está implicada. En lugar de ver las diferentes formas de identidad como lealtades a un lugar o como propiedad, debemos darnos cuenta de que ellos son lo que está en juego en cualquier lucha por el poder.” (Mouffe, 1995: 264)[2]

 

Para Mouffe las identidades nunca podrían ser esenciales, es decir, no podrían estar determinadas necesaria y objetivamente de acuerdo a una idea ontológicamente “original” ni a una idea biológicamente “natural” de lo que se suponga que deban ser: toda identidad subjetiva resulta de un proceso de constitución que debe considerarse en sí mismo como un movimiento de “mestizaje”, puesto que cada identidad se constituye sobre múltiples interacciones en espacios de contornos difusos (Mouffe y Mansour, 1996: 10). En relación a este punto, afirma junto a Mónica Mansour en su texto Por una política de la identidad nómada:

 

“Así, lo que llamamos “identidad cultural” es el escenario y también el objeto de combates políticos, y la existencia social de un grupo se construye siempre en el conflicto. Este es uno de los terrenos principales en que se ejerce la hegemonía porque la fijación de la identidad cultural de un grupo a través de una articulación específica de relaciones sociales contingentes y particulares contribuye de manera determinante a la creación de puntos nodales hegemónicos. Estos fijan parcialmente el sentido de una cadena significante y permiten detener el flujo de los significantes y dominar provisionalmente el campo discursivo.”

 

Si las identidades no son definidas a priori por ninguna determinación objetiva, sea biológica, económica o metafísica, entonces debe admitirse que son construidas a posteriori. Las mismas no revisten un punto de partida respecto al conflicto político y social sino que constituyen los objetivos disputables a través de los mismos. La dimensión antagónica de lo político busca establecerse hegemónicamente a través de la formación de identidades, prácticas e instituciones que sedimenten en el terreno social la marca indecidible, camuflada y pretendidamente naturalizada por la que fueron constituidas de una forma y no de otra. El sentido de la cadena significante determinado parcial y momentáneamente erige el discurso que forma y regula aproximadamente las prácticas dentro de una comunidad. Ésta debe concebirse como una superficie discursiva y no como un referente empírico, en este sentido, la política se trata de la constitución de dichas comunidades políticas y no de algo que tiene lugar dentro de las mismas.

Pero si las identidades deben concebirse de modo no esencial, las sociedades deben considerarse esencialmente abiertas, hegemónicamente determinadas de modo frágil y temporal y lo político debe caracterizarse por el conflicto y su atravesamiento plural ¿qué corolarios deben extraerse para una comprensión discursiva del género o para el establecimiento de una política feminista?

Frente al feminismo radical que opone mujeres contra varones, a los movimientos transexcluyentes, al feminismo de la diferencia sea éste de raigambre biologicista o cultural, los proyectos necesariamente binarios y el esencialismo determinista identitario, la postura antiesencialista de Mouffe consiste en desarmar los dilemas de la diferencia identitaria como construcciones sociales hegemónicamente determinadas y atravesadas por el antagonismo y la pluralidad. Dado que la categoría de mujeres no es unívoca y homogénea, la de varones tampoco lo es, y, en consecuencia, no puede oponerse una categoría frente a la otra como si se tratase de identidades contradictorias, sino que éstas deben concebirse a través de una multiplicidad de relaciones en las cuales la diferencia sexual se constituye de modos diversos y “donde la lucha en contra de la subordinación tiene que plantearse de formas específicas y diferenciales” (Mouffe, 2017: 112).

Al respecto, el argumento mouffiano podría ordenarse del siguiente modo: 1. no existe una esencia identitaria biológica, ontológica, social o cultural por la cual pueda referirse de modo único, homogéneo y necesario a la categoría de mujeres o varones; 2. no existe un interés específico determinado a priori, o en términos hegeliano-marxistas no existe una correspondencia en-sí y para-sí, por el cual las mujeres se constituyan o deban constituirse necesariamente como feministas y los varones como machistas, puesto que al no haber una esencia identitaria tampoco hay un interés o ideología subyacente a la misma, contrariamente la ideología se constituye dentro de las prácticas sociales hegemónicamente determinadas; 3. si no existe un esencialismo identitario ni un interés específico que responda necesariamente a esa identidad no puede hablarse de una oposición entre mujer y varón; 4. las construcciones identitarias de hecho, los estereotipos culturales que se imprimen sobre ellas, las relaciones entre los sujetos que articulan las prácticas políticas y las desigualdades resultantes de ellas deben ser explicadas de forma antiesencialista atendiendo a su particularidad y contingencia dentro de la totalidad discursiva.

 

3.2. Evaluación y confrontación de la propuesta de Carole Pateman

 

A partir de su interés profundamente político en relación a la teoría de género, Mouffe descarta las teorías que proponen una política feminista del cuidado asociado a lo maternal en oposición a la política violenta y masculina como la propuesta por Carole Pateman (2012) en El contrato sexual. Aunque esta corriente acierte al demostrar el sesgo patriarcal de los filósofos contractualistas y la forma masculina en que se ha construido la figura del individuo liberal, para Mouffe la respuesta de Pateman resulta inadmisible, presentando tres diferencias frente a su enfoque: 1. el modelo disociativo de la política entiende al antagonismo como el carácter irreductible de lo político, por lo cual cierta forma de violencia nunca podría eliminarse completamente dando lugar a un modelo consensual; 2. constituye una posición filosófica esencialista asociar la masculinidad a una categoría fija relacionada a la política y más problemático aún, asociar por medio de la política feminista la idea de mujer a la maternidad reproduciendo estereotipos hegemónicos que recaen como mandatos sobre las mujeres; y 3. la política feminista entendida bajo la idea maternal es equívoca, puesto que la relación maternal es una actividad íntima y particular, mientras que la actividad política es pública y colectiva.

Si bien Mouffe acuerda con Pateman en que la categoría de sujeto moderno ha postulado falsamente un público universalista y homogéneo que relega las diferencias y particularidades al ámbito de lo privado perjudicando notoriamente a las mujeres, no cree que la superación de la concepción moderna de la ciudadanía se dé reemplazando esta concepción engañosamente universal por una diferenciada bigenéricamente en relación al sexo, sino contrariamente, construyendo “una nueva concepción de ciudadanía en que la diferencia sexual se convierta en algo efectivamente no pertinente” (Mouffe, 2017: 118).

Es menester aclarar que el caso de que la propuesta política de que la sexualidad no sea pertinente para la construcción ciudadana no equivale ni requiere la desaparición de la diferencia sexual, al respecto sostiene nuestra filósofa: “es claro que, en muchos casos, tratar a los varones y a las mujeres igualitariamente implica tratarlos diferencialmente” y agrega “mi tesis es que, en el dominio de lo político y por lo que toca a la ciudadanía, la diferencia sexual no debe ser una distinción pertinente” (Ibídem).

Contrariamente a Pateman, quien sostuvo que la concepción moderna de la ciudadanía pretendidamente universal debía reemplazarse por una ciudadanía sexualmente diferenciada, Mouffe sostiene que es necesario reformular los ideales de la modernidad de modo que cumplan verdaderamente con sus propias promesas de universalidad. Es decir, si la visión liberal se ha formulado desde una idea moderna de ciudadanía universal basada en la igualdad y libertad de los sujetos desde su nacimiento, reduciendo dicha condición a un estatus legal y relegando las particularidades al ámbito privado, de lo que se trata, no es de abandonar esta construcción universalista con distinciones de lo público y lo privado, sino de reformular adecuadamente estos principios, disputándole al liberalismo los ideales de la modernidad a través de una visión de democracia plural y radical.

 

3.3. Feminismo y democracia plural y radical

 

¿En qué se basa la concepción democrática plural y radical que propone Chantal Mouffe? Por un lado, el aspecto radical tiene que ver con la acentuación de los principios modernos de ciudadanía: descubrir que la democracia liberal ha falseado los universalismos y relegado los ideales de igualdad y libertad no significa que estos deban ser abandonados, contrariamente estos deben redefinirse para aplicar al máximo estos ideales desentramando las situaciones de dominación en la vida cívica actual. Por otro lado, el aspecto plural radica en el reconocimiento de que puedan existir tantas formas de ciudadanía como interpretaciones de esos principios, ya que de acuerdo al reconocimiento del agonismo identitario nosotros-ellos, siempre existen modos de disputar las formas de realización de esos valores.

La concepción de ciudadanía democrática plural y radical difiere de la visión liberal pero también de la republicana: a diferencia de la primera, no propone que ésta sea sólo una identidad entre otras identidades subjetivas; a diferencia de la segunda, no supone que esta sea una identidad que subsuma o anule todas las demás. En palabras de Mouffe, su modelo ciudadano funciona como “un principio articulador que afecta a las diferentes posiciones de sujeto del agente social al mismo tiempo que permite una pluralidad de lealtades específicas y el respeto de la libertad individual” (Mouffe, 2017: 120).

De la concepción de las comunidades políticas, no como referentes empíricos, sino como superficies discursivas debería deducirse que la política no es algo que ocurre dentro de una comunidad política sino algo que la constituye con implicaciones concretas para la idea de identidad de los ciudadanos:

 

“La perspectiva que propongo contempla la ciudadanía como una forma de identidad política que se crea a través de la identificación con los principios políticos de la democracia pluralista moderna, es decir, la afirmación de la libertad y la igualdad para todos. Me refiero a la lealtad a un conjunto de reglas y prácticas que construyen un juego de lenguaje específico, el lenguaje de la ciudadanía democrática moderna. Un ciudadano no es, en esta perspectiva, como en el liberalismo, alguien que es el receptor pasivo de derechos y quien goza de la protección de la ley. Es una identidad política común de personas que podrían estar involucradas en muchas comunidades diferentes y que tienen diferentes concepciones del bien, pero que aceptan la sumisión a ciertas reglas de conducta autorizadas. Esas reglas no son instrumentos para lograr un fin común -ya que se ha descartado la idea de un bien común sustantivo- sino condiciones que los individuos deben observar para elegir y perseguir fines propios.” (Mouffe, 1992: 30-31)

 

Que la identificación ciudadana deba comprenderse a través de los principios de la democracia pluralista moderna significa que dicha concepción debe observar los principios de igualdad y libertad exaltándolos y ampliándolos. La ampliación del dominio perteneciente a los derechos democráticos, superadora de los aspectos acotados y formales predominantes en la perspectiva liberal, que da la noción tradicional de ciudadanía a través del enaltecimiento de los conceptos de igualdad y libertad en la batalla discursiva es lo que permitiría comprender la política contemporánea, interpelar a las subjetividades emergentes, por ejemplo, a los movimientos relacionados a la cuestión de género como los feminismos y las comunidades LQBTIQ+, y desarrollar una política hegemónica.

Para lograr una hegemonía, Mouffe (2018, 2023) sugiere la conformación de un populismo de izquierda. Por “populismo” la autora no entiende una ideología o un movimiento, sino una lógica política en la que una articulación equivalencial de demandas posibilita el surgimiento de un sujeto popular estabilizado y una frontera antagónica que lo separe de los causantes de estas demandas. En este esquema, las demandas pueden comprenderse como democráticas o populares: las primeras, satisfechas o no, permanecen aisladas; en cambio, las segundas constituyen una subjetividad social más amplia a través de su articulación. Cuanto más extensa sea la cadena de equivalencias, más diversa será su composición; cuanto más corta sea, será menos plural y más estrecha. Para seguir una estrategia populista rumbo a una democracia plural y radical, la proyección de esta cadena debe ser relativamente estable, es decir, sus fuerzas deben dar a alguno de sus componentes equivalenciales un rol de anclaje[3].

Por un lado, el aspecto plural de este proyecto democrático otorga un estatuto positivo a las diferencias, cuestionando el objetivo de unanimidad y homogeneidad ficticio que los autores liberales imponen normativamente al análisis social y que en su realización efectiva se organiza alrededor de actos de exclusión. Reconocer la contingencia constitutiva de la paradoja democrática, su tensión constitutiva y la interminable puesta en cuestión de lo político por parte de lo ético consiste en reconocer el carácter plural del discurso que no puede ser completamente clausurado (Mouffe, 2000).

Por otro lado, el carácter radical de este proyecto democrático responde a la radicalización de las instituciones democráticas existentes con la finalidad de que los principios de libertad e igualdad se realicen en un número mayor de relaciones sociales, dando lugar a una ampliación de derechos considerable que exceden al plano formal político-legal. Una política radical requiere un involucramiento ciudadano crítico con las instituciones, por eso los ciudadanos radicales y democráticos, protagonistas de este proyecto político, son descritos como sujetos activos, partícipes autopercibidos de un emprendimiento colectivo, habitantes de una sociedad diversa, multicultural y multiétnica, involucrados críticamente en la esfera política, no sólo en relación a las instituciones estatales sino en otros terrenos de la arena pública (Mouffe, 2012).

Una política plural y radical sentada sobre las bases del agonismo político, entiende que la diversidad de los actores y la radicalización de las políticas reclamadas o ejecutadas no puede exceder los límites antagónicos tolerables por el orden democrático. En este sentido, podría pensarse que su articulación hegemónica feminista constituye una nueva forma de fijar ciertos puntos de consenso sobre la base de una supuesta diversidad (Martínez Labrín, 2006).

En este contexto y para alcanzar dichos objetivos la política feminista no debe concebirse como una forma de política asociada al esencialismo identitario sobre la mujer que prosiga los intereses de las mujeres en tanto mujeres, contrariamente, la identidad de género debe entenderse de modo antiesencialista e inmersa en un contexto mucho más amplio de democracia plural y radical, en que la lucha feminista se articule en una cadena de demandas más amplia. En relación a esta cadena podemos sostener, aunque no sea dicho explícitamente en esos términos, que la teoría de la hegemonía y la estrategia populista de izquierda a la que adhiere Mouffe puede emparentarse con el enfoque interseccional.

En relación al vínculo con la teoría interseccional es preciso aclarar que en el caso de la teoría de la hegemonía desarrollada por Mouffe esta intersección debería darse necesariamente sobre la base de las llamadas “posiciones de sujeto” y no sobre identidades consideradas esenciales. El acercamiento de nuestra autora con esta corriente radica en que para ella, las relaciones de subordinación, si bien pueden anclarse en factores sociológicos amplios, no son necesarias, unívocas o unidireccionales, de modo que los sujetos aislados portan multiplicidades, pudiendo ser dominantes en una relación y estar subordinados en otra (Mouffe, 2017).

Desde esta perspectiva antiesencialista y hegemónica, en la cual la política feminista debe abandonar el discurso esencialista y unificante para constituirse interseccionalmente en relación con otras demandas democráticas, puede adelantarse una conclusión parcial que Mouffe enuncia explícitamente: al no haber un concepto unívoco de mujer, necesariamente deben haber no uno sino múltiples posibles feminismos, por lo que no debe buscarse un modo correcto o verdadero de generar una política feminista frente a otros. Al respecto sostiene Mouffe junto a Gloria Bernal (2009: 98):

 

“Las feministas debemos adoptar una posición en esta controversia, pero no podemos esperar que todas las feministas tomen las mismas decisiones. Siempre habrá una pluralidad de feminismos. Lo que deseo compartir con ustedes es que, para las feministas que deseamos inscribir nuestra lucha en la de la radicalización de la democracia, resulta indispensable ser conscientes de la naturaleza de la lucha hegemónica agonística. Así comprenderemos la importancia de crear una amplia cadena de equivalencias entre quienes luchan por una democracia radical. De otro modo, no seremos capaces de entender los desafíos a los que nos enfrentamos.”

 

Al hablar de una cadena equivalencial, Mouffe busca conectar la reflexión feminista con otros movimientos sociales. Así, su antiesencialismo propone no sólo la deconstrucción de la entidad femenina, sino también la del trabajador, el burgués, el homosexual, el negro. Esto no significa concebir a categorías como obsoletas, sino de entenderlas como espacios discursivos abiertos e indeterminados (Cantelli, 2002: 195).

Ante la pregunta de Butler “¿qué nueva forma de política emerge cuando la identidad como una base común ya no constriñe el discurso de la política feminista?” (Butler, 2007: 38), Mouffe responde abogando por su proyecto radical y plural de ampliación democrática: “Mi respuesta es que visualizar la política femenina de esa manera abre una oportunidad mucho más grande para una política democrática que aspire a la articulación de las diferentes luchas en contra de la opresión. Lo que emerge es la posibilidad de un proyecto de democracia radical y plural” (Mouffe, 2017: 125).


 

4. Conclusión

 

 

A lo largo del presente trabajo intenté, principalmente, presentar la teoría política feminista de Mouffe en diálogo con el resto de su obra, informando al público ajeno a ella, y ofreciendo una profundización de su lectura al público adentrado en su teoría.

Partiendo desde un horizonte intelectual posmarxista que discute frente al marxismo tradicional su reducción de las identidades políticas al concepto de clase determinado materialmente, Mouffe se acerca a los problemas de género enfrentándose a los feminismos de la diferencia que reducen las identidades a un sustrato biológico sexual binario. Aplicando las categorías políticas desarrolladas previamente a lo largo de sus obras, la autora analiza la política feminista a través de dos nociones centrales: el antiesencialismo y la hegemonía.

El antiesencialismo sostiene que no existen esencias identitarias determinadas a priori por la biología, la sociedad o la cultura, de modo que pueda referirse a ellas de forma unívoca, homogénea y necesaria. La inexistencia de estas esencias nos obliga a abandonar la pregunta “qué es la mujer” en reemplazo por la reflexión acerca de la construcción e institución de esta figura dentro de los diferentes discursos políticos.

En un movimiento análogo a la deconstrucción de la estructuración material de las clases sociales del marxismo, Mouffe atraviesa la noción de género a través de la idea de sobredeterminación: no existe una subjetivación determinada biológica o socialmente en relación al género. Dado que no existen las esencias identitarias ni los intereses específicos apriorísticamente determinados relacionados a ellas, no podemos hablar unívocamente de los intereses de las mujeres o de la política feminista, sino de prácticas sociales articuladas hegemónicamente. De este modo, los antagonismos sociales no deben entenderse a través de la oposición mujer-varón, sino a través de un nosotros-ellos que se constituye en la búsqueda de un ideal emancipador frente a una oposición política. Las relaciones entre los sujetos que articulan las prácticas políticas y sus resultantes desigualdades deben explicarse en relación a su contingencia dentro de la totalidad discursiva.

Advirtiendo la reducción que la democracia liberal ha hecho de los valores de igualdad y libertad promulgados por la modernidad a la esfera formal, Mouffe propone una profundización de los mismos llevada a cabo por su teoría de la democracia plural y radical. En este proyecto no se intenta abandonar la construcción universalista con distinciones entre lo público y lo privado, sino reformular adecuadamente estos principios de modo que sin necesidad de borramiento de la particularidad sexual esta no constituya una distinción relevante para la construcción ciudadana.

Este modelo democrático propone radicalizar sus principios de igualdad y libertad y pluralizar los modos de representación de los mismos en un terreno disputado hegemónicamente. En este marco, la política feminista no debe concebirse como un modo político esencialista que intente perseguir los intereses de las mujeres, sino de un modo antiesencialista y hegemónico, inmerso en un marco democrático más amplio en el cual la lucha feminista se inscriba en una cadena de demandas políticas interseccional.

Espero que mi trabajo haya mostrado la fertilidad del prisma antiesencial en relación a la subjetividad y la utilidad de pensar un modelo de ciudadanía plural y radical, frente al arquetipo liberal, actualmente dominante, y a los feminismos deterministas, como las teorías de la diferencia o las biologicistas, que generan movimientos excluyentes y encasillan a las mujeres en estereotipos que coartan su libertad.

 

 

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[1] Señalo la coincidencia entre Mouffe y Butler en relación al antiesencialismo identitario y el interés en la construcción de una democracia plural y radical, pero con esto no quiero decir que sus trabajos sean análogos; por el contrario, encuentro similitudes entre distintas matrices de investigación. Ambas comprenden a la subjetividad como contingente y abierta, pero disienten en su carácter: por un lado, mientras Mouffe encuentra la incompletitud fundamental del sujeto en la falta, tal como la describe el psicoanálisis, Butler halla esta imposibilidad de cierre en la falla de la interpelación por la que cualquier intento por definir e identificar completamente al sujeto es imposible (Bedin, 2015: 24); y por otro lado, mientras Mouffe cree que la subjetividad se conforma por un proceso de identificación a través de una lógica de exterioridad constitutiva, Butler sostiene que ésta se conforma a través de la iteración cuya producción genera una ilusión de sustancialidad (Napoli, 2016: 155). Aunque no es objeto de este trabajo, quisiera señalar que, aunque ambas autoras acuerden en la pluralización y la radicalización de la democracia, también disienten en la forma de apelación a lo universal que la construcción política requiere. Para una construcción que combine exitosamente las perspectivas de Mouffe y Butler ver: Nijensohn (2018).

[2] Traducción propia. Texto original: “Identity is, in effect, the result of a multitude of interactions which take place inside a space, the outlines of which are not clearly defined. Numerous feminist studies and research inspired by the 'postcolonial' perspective have shown that this process is always one of 'overdetermination', which establishes highly intricate links between the many forms of identity and a complex network of differences. For an appropriate definition of identity, we need to take account of both the multiplicity of discourses and the power structure which affects it, as well as the complex dynamic of complicity and resistance which underlines the practices in which this identity is implicated. Instead of seeing the different forms of identity as allegiances to a place or as a property, we ought to realize that they are what is at stake in any power struggle.”

[3] Para otras posibles articulaciones teóricas posmarxistas entre populismo y feminismo ver: Biglieri y Cadahia (2021); Barros y Martínez (2022). Para estudios de caso sobre populismo, democracia radical y plural y feminismo bajo una perspectiva mouffiana ver los trabajos de Barros y Martínez (2020) y de Nijensohn (2019) sobre Argentina y el trabajo de Ema, Montoto, Serra y Caretti (2015) sobre España.