La agenda feminista del
siglo XXI: continúa la reacción
The
feminist agenda of the 21st
century: the reaction continues
Ana Isabel Blanco García |
Elena Aguado Cabezas |
Universidad de León – España |
Universidad de León – España |
“Supongamos que los hombres son de naturaleza
dominante debido al milagroso efecto de la testosterona de la que tanto oímos
hablar en nuestros días. ¿Qué cambiaría eso? El que el hombre tuviera una
inclinación natural a dominar no quiere decir que tenga que controlar todo.
Esta inclinación natural sería en todo caso una razón excelente para imponer
restricciones que mantuvieran dicha inclinación bajo control. Si existieran
hombres con una inclinación natural a violar mujeres, no les daríamos rienda
suelta para que fueran cometiendo violaciones por todas partes, pues del mismo
modo ¿por qué deberíamos permitir que dominen los que tienen una inclinación
natural a hacerlo?”
(Richards, 1982: 64).
En la actualidad, la
igualdad entre hombres y mujeres sigue siendo tema de debate importante dentro
de nuestra sociedad. Podemos tomar como indicador de lo anterior, su casi
omnipresencia, en los medios de comunicación. La brecha salarial, las
iniciativas para aumentar la presencia de las mujeres en los puestos de poder,
la violencia contra las mujeres, la fecundidad, la conciliación, la
feminización de los cuidados o el uso del espacio público por parte de las
mujeres, se han convertido en temas centrales de análisis tanto especializados
como de discusión pública.
La preocupación por
la igualdad de género y su consideración como elemento fundamental para el
desarrollo social también se puede apreciar en numerosos programas y
herramientas a nivel internacional. Naciones Unidas viene patrocinando desde
2015 los denominados Objetivos de Desarrollo Sostenible que constituyen un
conjunto de metas que pretenden mejorar la calidad de vida de la población a
nivel mundial. Alguna de ellas, incorpora de forma explícita la cuestión de la
situación de las mujeres: el objetivo número 5[1]
se concentra en lograr la igualdad entre los sexos, empoderar a todas las
mujeres y las niñas; y otros lo hacen de manera tangencial, como el número 8[2], por
ejemplo, donde se plantea promover el crecimiento económico sostenido,
inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos.
Así mismo, el Foro
Económico Mundial ha desarrollado el
Índice de Brecha Global de Género[3] que se
presentó por primera vez en 2006 con objeto de medir la magnitud de la brecha
entre mujeres y hombres en términos de salud, educación, economía e indicadores
políticos. En 2017 este índice refleja, por primera vez desde que se publica,
un retroceso en los niveles de igualdad de género, lo cual puede ser explicado
por el distinto impacto de la crisis económica entre hombres y mujeres y, en particular,
por el aumento las desigualdades en el mercado de trabajo. Se considera que,
con la tasa de progreso actual, la brecha global de género tardaría unos cien
años en diluirse y esto parecería inadmisible no sólo desde un punto de vista
de justicia social sino también de desarrollo económico.
La crisis económica
global de la última década ha generado un cierto replanteamiento de los límites
del modelo social actual, así como de las posibilidades de generar un nuevo
sistema social más cohesionador. Los avances hacia la igualdad de género se han
erigido en uno de los pilares hacia ese nuevo modelo que, para conformarse como
más igualitario, no puede dejar fuera del eje de su funcionamiento a la mitad
de su población. La desigualdad entre hombres y mujeres, por tanto, ha tomado
relevancia en los distintos ámbitos sociales y se percibe una reflexión sobre
el mismo tanto en los diferentes niveles institucionales como en la sociedad
civil. Esta última en particular ha protagonizado movilizaciones masivas en los
últimos años en pos de la construcción de una sociedad más segura para las
mujeres (desde variados puntos de vista como el económico, de la salud o de la
integridad física) y donde éstas no se encuentren excluidas de los ámbitos
políticos, laborales y de toma de decisiones.
Son numerosos los
movimientos surgidos para denunciar la opresión de las mujeres desde diferentes
perspectivas. El movimiento #MeToo, por ejemplo, surgió con la idea de
visibilizar todo tipo de agresiones sexuales con el doble objetivo de conseguir
su finalización y de demostrar hasta qué punto está generalizado en el
funcionamiento actual de la sociedad. Su principal pretensión es traspasar la
responsabilidad individual del suceso, centrada fundamentalmente en el
comportamiento de las mujeres, a la estructura de dominación masculina
imperante. A partir de este movimiento surgieron numerosos debates en la
opinión pública y a nivel gubernamental. Se basaron en los límites que deben
respetar las interacciones entre hombres y mujeres y en la consecuente
idoneidad de aprobar una legislación referida a cualquier tipo de abuso sexual
o acoso callejero (véase Suecia y Francia, entre otros). Ejemplos de
movilización reciente son los movimientos latinoamericanos de denuncia de los
feminicidios (“Ni una menos” en Argentina, por ejemplo) o la organización y las
manifestaciones de las empleadas de hogar como forma de dignificar los trabajos
de cuidados y la presencia de las mujeres en el empleo remunerado. En España,
la presencia de los asuntos referidos a la igualdad de género también se puede
ver en las demandas de asociaciones feministas y de mujeres y en las
multitudinarias manifestaciones que han tenido lugar cada 8 de marzo a nivel
nacional desde 2018 (masivas, aunque en este último año han mostrando una clara
división interna). Las variadas propuestas incluyen, de muy distintas maneras,
una visión transversal de las relaciones de género, y reflejan un desafío conceptual, así como un anhelo
por modificar la sociedad con el fin
de construir un sistema social más justo e igualitario.
La desigual
distribución del poder entre hombres y mujeres es una cuestión estructural que
se encuentra enraizada en las dinámicas sociales y que, por tanto, va más allá
de comportamientos y actitudes individuales. Esta consideración del género como
una construcción social constituye un hito histórico en la comprensión del
funcionamiento de las sociedades, de la posición de las mujeres en ellas y de
las posibilidades de su modificación. A pesar de la toma de conciencia respecto
a esta cuestión y de los avances realizados en la consecución de una mayor
igualdad, son muchos los ámbitos en los que se debe seguir incidiendo. Tienen
especial relevancia cuatro ejes de la organización social que se convierten en
ámbitos de necesaria actuación:
1.
El relativo a la organización
social de los cuidados, con sus implicaciones para la consideración
colectiva de la reproducción social,
2.
El funcionamiento del mercado
de trabajo, con su reflejo de la correlación en la distribución de poder
entre el ámbito público y privado,
3.
El liderazgo y la participación
femenina,
con sus implicaciones en la presencia de las mujeres en el ámbito público y la
toma de decisiones, y
4.
La violencia contra las mujeres, como expresión extrema de la
desigualdad.
Los datos apoyan
empíricamente la necesidad de actuar. El Informe Foessa
(2019), por ejemplo, refleja una organización social desigual en términos de
relaciones de género. A pesar de que se pueden observar ciertos avances, las
cifras plasman los privilegios existentes en favor de la población masculina.
La crisis de la Covid 19 y la actual crisis económica
han empeorado este escenario (Castellanos-Torres, Mateos, y Chilet-Rosell,
2021 y Londoño Bernal, 2020).
Con objeto de seguir
revirtiendo esta situación, el feminismo continúa elaborando e integrando
nuevos conceptos de análisis e instrumentos de intervención social para lograr
el desmantelamiento de los actuales mandatos de masculinidad y feminidad y
construir nuevos referentes identitarios que permitan
establecer relaciones sociales más igualitarias. Las resistencias frente a los
avances siguen siendo numerosas y provocan cambios necesarios en la propia
agenda feminista. Algunos de ellos, constituyen una verdadera agenda
sobrevenida. De las implicaciones teórico/prácticas de esta situación, nos
ocuparemos a lo largo de este monográfico.
Aclarando lo que parecía meridiano
Hablar de feminismo
es hablar de igualdad. Pero también del análisis, características y factores de
la desigualdad. En concreto de una desigualdad por adscripción, que toma como
base el sexo para ser construida. Antes de abordar las conexiones entre
estratificación social y desigualdad, es importante señalar las diferencias
entre conceptos como sexo, género, identidad de género y rol de género, puesto
que, aunque interrelacionados, no son sinónimos.
El sexo se
refiere a la diferenciación biológica entre machos y hembras. Por lo general se
distinguen seis componentes principales: la composición cromosomática, los órganos
reproductores, los genitales externos, los genitales internos, el componente
hormonal y las características sexuales secundarias[4].
El género se
refiere a los aspectos sociales adscritos a esas diferencias sexuales. Está
presente en toda la vida social y tiene una enorme influencia en nuestro
autoconcepto, en nuestras relaciones con los demás y en cómo nos desenvolvemos
en nuestro trabajo y en nuestra vida diaria. Por
tanto, es mucho más que la
mera distinción social entre sexos: implica también un sentido de jerarquía y
de poder, porque los hombres acaparan una cantidad desproporcionada de los
recursos sociales.
Así, mientras el sexo se define en términos de
macho o hembra, el género se refiere a los contenidos sociales de la masculinidad y la feminidad.
En cuanto a la identidad de género, se refiere al estado psicológico en el que se
encuentra una persona que dice ser hombre o mujer (Macionis
y Plummer, 2013) Está relacionada tanto con el sexo
como con el género. Como ya advertimos, estos términos, aunque relacionados
entre sí, no son sinónimos. Por último, el rol
de género se refiere al aprendizaje y puesta en práctica de las “maneras de
obrar de pensar y de sentir” (por utilizar la terminología durkheimniana que
define los hechos sociales) que se espera que reproduzcan las personas al
ocupar un status adscrito como es el
sexo. Son normas informales, a veces confusas, pero, en definitiva,
expectativas de comportamiento que se asocian a la posición que ocupamos dentro
de la estructura social. Las normas son, en suma, modelos de comportamiento que
nos ayudan a la consecución de valores (entendidos como principios o criterios
que expresan lo que es bueno, valioso, deseable, justo o bello). Representar un
rol no convierte al actor social en otra persona. La performación del género no modifica la materialidad del sexo.
“El género no es simplemente un aspecto de lo que uno es, sino que a un nivel
más fundamental es algo que uno hace, y lo hace de manera recurrente en
relación con los demás” (West y Zimmerman, 1987:
125).
Mientras que el sexo
y el género implican el empleo de un lenguaje relacionado con lo masculino y lo
femenino, para lo sexual y lo erótico
se emplea un lenguaje del deseo: heterosexualidad, homosexualidad,
sadomasoquismo y otros términos. Este otro lenguaje está más relacionado con
las actividades y parejas sexuales[5]. Por tanto, el sexo es una realidad biológica;
el género y sus roles, constructos sociales y la identidad de género es una
interpretación subjetiva de los anteriores. Por último, no deben confundirse el
rol con la conducta según el mismo, puesto que ésta depende de su
internalización que también es subjetiva. Hay una interpenetración de los
niveles biológico, social, cultural e individual que podemos y debemos, no
obstante, separar para que sean analíticamente útiles. Si nos preguntamos cuál
de estos niveles es más relevante para explicar y comprender el comportamiento
real de los seres humanos individuales podemos afirmar que (dadas las
regularidades que encontramos intrasocietal y culturalmente al menos y que
permiten a la Sociología establecer grandes modelos) no es la biología, sino la
cultura de cada sociedad la que ejerce mayor influencia en la creación del
comportamiento masculino y femenino (Blanco García, 1986). La cultura sin
embargo no es algo estático, sino que puede cambiar -y de hecho así lo hace en
las sociedades históricas- bien sea por factores internos (como la tensión por
la coherencia o por la mejora, el descubrimiento o la invención) o por factores
externos (como la difusión y aculturación). Pero el cambio cultural, en general,
encuentra más resistencias para producirse en los aspectos ideativos que en los
elementos materiales. Y éste parece ser el caso ante el que nos encontramos.
Modificar el reparto tradicional de los roles sexuales implica modificar una
serie de ideas y creencias muy arraigadas entre los miembros de nuestras
sociedades y que además han sido apoyadas por elaboraciones o teorizaciones
aparentemente científicas.
A la vista de los
datos empíricos acumulados por las ciencias sociales en general y particularmente
desde la Sociología, la Historia y la Antropología, estamos en condiciones de
afirmar que el fenómeno de la desigualdad es universal. Es lo que denominamos
un “universal cultural”. Todas las sociedades humanas conocidas son sociedades
desigualitarias ya sea en lo político, en lo cultural o en lo económico.
Además, sabemos que estas desigualdades se han ido agudizando a medida que las
sociedades se han ido complejizando, pasando de formas más naturales a otras
más sociales y menos personales de justificación de las mismas.
Utilizamos el termino
estratificación social para referirnos a la estructura de las desigualdades en
una sociedad, a las formas o pautas que adopta la desigualdad entre los
miembros de un grupo social y a los procesos por lo que se generan, se
mantienen y se modifican tales formas de desigualdad. Es un término tomado de
la Geología en la que alude a las diferentes capas, estratos o niveles de la
composición del suelo que pueden observarse en la falda de un monte o al
efectuar un corte profundo del terreno. Al usar esta analogía podríamos pensar
que al ser la estratificación un universal cultural implicaría que la
desigualdad forma parte del orden natural o incluso divino. Idea que prevaleció
en el pensamiento social hasta el siglo XVIII. Es decir, se pensaba que era
voluntad de Dios o consustancial a la naturaleza humana el que unos miembros de
la sociedad tuvieran más pertenencias o privilegios que otros. Sin embargo, hay
autores como Tezanos (1988), que recuerdan que el
mismo hecho de que se generaran sistemas religiosos como el hindú o
explicaciones filosóficas como la de Aristóteles que se esforzaban en
justificar el sistema de diferencias existente, unido al hecho de que se han
producido a lo largo de la Historia diversos momentos de fuerte contestación
contra las desigualdades -el feminismo, por ejemplo- son una prueba de que ese
orden «natural» en realidad no era visto así por gran parte de la sociedad.
Será la revolución francesa, con todo lo que la hizo posible, la que
proporcionará las bases para atacar esta idea de la desigualdad como algo
natural y la revolución industrial, con las nuevas situaciones de desigualdad y
dependencia a que dará lugar, permitirá desarrollar una nueva forma de
enfrentarse con el fenómeno. De ahí que, hablar de desigualdad requiera hacer
referencia tanto a la estructura social,
entendida como el conjunto de grupos e instituciones sociales y de cómo se
organizan, como también de los elementos culturales que la conforman (valores,
normas, ideas y creencias, símbolos y de la producción material). Pero
igualmente es explorar sus aspectos dinámicos, es decir, el cambio social.
El primero en ofrecer
una explicación sociológica del fenómeno de la desigualdad fue J.J. Rousseau
quien en su obra «El Discurso sobre el origen y los fundamentos de la
desigualdad entre los hombres» nos señala la necesidad de “diferenciar entre
una desigualdad «natural o física» y la «moral o política” que se basa en una
especie de convención y que consiste “en los diferentes privilegios de los
cuales gozan algunos en perjuicio de los demás como el ser más ricos, más
honrados, más poderosos que éstos o estar en condiciones de hacerse obedecer” (
citado por Tezanos, 1988: 288). Por tanto, sitúa la
explicación de un hecho social -la desigualdad entre las personas- en otros
hechos sociales como la diferencia de la propiedad privada, el prestigio o el
poder. Su inconsistencia al aplicar este principio a las relaciones entre
hombres y mujeres es un ejemplo de las “traiciones” a las que se ha tenido y
todavía tiene que enfrentarse el feminismo[6].
Asimismo, hace
referencia también a las creencias.
Todo sistema de desigualdad no solo otorga a algunas personas más recursos que
a otras, sino que también implica una serie de justificaciones bajo las cuales
aquellas diferencias y desigualdades se presentan como justas. De la misma
manera que lo que hace a las personas diferentes varía de unas sociedades a
otras, las ideas y creencias que sirven para legitimar esas diferencias también
varían. En cualquier caso, aquellos que ocupan posiciones privilegiadas en sus
sociedades son quienes más las apoyan, mientras que quienes ocupan posiciones
subordinadas expresan más interés en el cambio.
La reproducción de la desigualdad sexual
Las desigualdades de
género existentes en las sociedades actuales responden a una construcción
histórica que, en términos generales, ha otorgado el ejercicio del poder y la
representatividad pública a los varones frente a un rol subsidiario y
complementario asignado a las mujeres. La progresiva consideración de esta
situación como resultado de una cuestión estructural que supera las realidades
específicas de los individuos ha permitido avanzar en la construcción de unas
relaciones de poder más equilibradas entre los sexos.
Desde variadas
instancias sociales (sociedad civil, instituciones nacionales e
internacionales, ámbito académico) y a través de diferentes instrumentos
(investigaciones, cambios jurídicos, manifestaciones) se ha incidido en la
necesidad de aplicar una visión transversal de las relaciones de género a la
estructura social con objeto de suscitar respuestas a las limitaciones del
modelo actual, así como generar uno con mayor grado de justicia y cohesión. Sin
embargo, y aunque la igualdad legal es muy valiosa, también está sirviendo como
trampa ideológica para ocultar los mecanismos de cierre y exclusión que utilizan los varones para impedir que las
mujeres ocupen las posiciones que merecen en situación de igualdad.
Entendemos como cierre social, cualquier proceso mediante
el cual los grupos tratan de mantener un control exclusivo sobre los recursos
—económicos, de prestigio o de poder—, limitando el acceso a ellos (Parkin, 1983). Cualquier diferencia de estatus —origen
étnico, idioma, religión, sexo— puede ser utilizada para tal fin. Por otra
parte, éste implica dos procesos: la exclusión
y la usurpación. El primero se
refiere a las estrategias adoptadas por los grupos para separarse de los
“extraños”, impidiéndoles el acceso a recursos valiosos, y el segundo tiene que
ver con los intentos de los menos privilegiados de acceder a los recursos
monopolizados previamente por otros. Ambos pueden utilizarse de manera
simultánea. Por ejemplo, cuando algunas mujeres que han accedido a recursos
monopolizados anteriormente por los varones impiden la entrada en ese sector a
otras mujeres, excluyéndolas mediante el discurso de la excelencia. La
usurpación tiene que ver con todos los intentos que estamos ensayando las
mujeres por conquistar espacios anteriormente vetados, pero el desempeño real
de nuestras prescripciones de rol —un rol ligado todavía a los requerimientos
de la maternidad intensiva, unido a la ausencia de recursos materiales para
cubrirlos, en hombres y mujeres— nos permite obtener unos resultados más que
modestos.
Desenmascarar dichos
mecanismos y observar las barreras, resistencias y obstáculos que el sistema
patriarcal sigue imponiendo ha sido la tarea principal del feminismo. El control social, utilizado por las
sociedades para su producción y reproducción, puede ser: formal, informal o
articularse a través del autocontrol (éste último es el mecanismo más
invisible, pero el más efectivo). Así, podemos identificar perfectamente a los
agentes de control social formal (agentes autorizados que incluyen oficiales de
policía, empleadores, oficiales militares y otros). Este control es conducido
por los gobiernos y las organizaciones a través de mecanismos de aplicación de
la ley[7]. Este
último, se ejerce sin el concurso de normas formalizadas o leyes, sino a través
de las normas no formalizadas, es decir, de las expectativas de comportamiento
asociadas a una posición de status.
En sociedades complejas, con gran pluralidad subcultural interna, estas normas
no formalizadas son muy diversas. A pesar de no constar por escrito, tienen una
gran capacidad para regular el comportamiento social (roles de género). Sus
agentes son los miembros de los grupos sociales. La vergüenza, el sarcasmo, la
crítica, el ridículo y la desaprobación son algunas de las sanciones
informales. La autoidentidad y la autoestima se ven afectadas por el control
informal a través de la pérdida de la aprobación del grupo o su pertenencia al
grupo.
Pero el mecanismo de
control social más eficaz es precisamente el autocontrol. Si las sociedades desean permanecer y reproducirse,
han de buscar la conformidad. A tal propósito, se despliega el proceso de
socialización que, mediante mecanismos como la imitación, la coacción, el
aprendizaje motivado y la interiorización del otro, consiguen que, la mayor
parte de las personas, la mayor parte del tiempo, deseen la conducta
conformista antes que la desviada. El resultado de la conjunción de estos
mecanismos es la consecución de la motivación intrínseca. Los individuos creen
que se comportan así porque nace de su propia decisión el comportamiento
efectivo. Es decir, se convierten en su propia “policía”.
Este mecanismo se
aplica diferencialmente entre hombres y mujeres. Es lo que denominamos
socialización de género mediante la cual, el comportamiento conformista se
impone con más fuerza sobre las mujeres que sobre los varones, quienes en
definitiva y, como miembros del grupo dominante, crean las normas (y las pueden
recrear e incluso desobedecerlas con mayor facilidad). Además, hay normas
morales y fines vitales diferentes para hombres y mujeres. Es la doble verdad (de Miguel, 2021) que se utiliza para mantener la
desigualdad entre los sexos con gran éxito.
El feminismo y su agenda
El feminismo es un
universalismo de raíz ilustrada que ha dirimido siempre su agenda política con
la ayuda de las declaraciones universales. Dicha agenda –es decir, lo que tiene
que ver con su puesta en práctica- ha sacado a las mujeres de la eticidad,
convirtiendo en opresión política lo que se admitía como costumbre. En lo
referente a su agenda teórica ha tenido que ir elaborando argumentaciones y
conceptos, muchos de ellos provenientes del multiculturalismo y del relativismo
que, si bien le han sido de gran utilidad, se han convertido como veremos al
describir cronológicamente su desarrollo, en enemigos intelectuales a combatir.
Ésta es, además una cuestión urgente, inaplazable (Valcárcel, 2023). Un buen
indicador de este carácter improrrogable, así como de la centralidad, son los
artículos que se han enviado para ser publicados en el presente número.
La progresiva
difusión, implantación y aceptación acrítica por grandes sectores de la
población de los postulados de la
posmodernidad, junto con el deslizamiento más o menos solapado de los del posthumanismo, han provocado tensiones
internas dentro del feminismo contemporáneo, al tiempo que han obligado en el
ámbito teórico a que el movimiento se rearme. Por esta razón, hemos convocado
este nuevo monográfico. Conscientes tanto de la oportunidad del mismo en el
aquí y ahora y también de que debería contar con las turbulencias a que estamos
sometidas y que hemos ido observando atentamente en los últimos años.
Como afirmó Celia
Amorós (2008), conceptualizar es politizar. Por ello entendemos que abordar un
monográfico sobre la agenda feminista debe dar cabida a aspectos relacionados
con dicha conceptualización, así como hacer balance histórico, preguntándonos
qué es el feminismo, cómo podríamos definirlo y qué ha supuesto históricamente.
El feminismo tiene
una larga historia intelectual y de reivindicaciones políticas. Pese a sus más
de 300 años de historia es una teoría ética y política prácticamente
desconocida como tal, incluso en el medio académico. A pesar de ello, ha
realizado aportaciones sociales, políticas, culturales de las que las sociedades
actuales son deudoras.
Aunque las polémicas
y las protestas individuales sobre su destino se remontan a la Edad Media, el
feminismo occidental nace en el XVII y se manifiesta como movimiento colectivo
de lucha de las mujeres en la segunda mitad del XIX. Para Ana de Miguel (2005),
el feminismo empieza en el momento en que se articulan, tanto en la teoría como
en la práctica, un conjunto coherente de reivindicaciones y las mujeres se
organizan para conseguirlas, conscientes de la existencia de discriminación
sexual. Teniendo en cuenta este principio se puede hablar de tres grandes
etapas u olas feministas. Para describirlas, seguiremos el criterio de Amelia
Valcárcel (2001) y Celia Amorós (1997), quienes datan sus inicios en la
Ilustración, aunque hay teóricas anglosajonas que señalan el inicio de la
primera ola feminista en el sufragismo.
La primera ola del
feminismo se abre con la publicación de De l’ègalité
des deux sexes (Poullain de la Barre, 1673) y las aportaciones más
significativas pertenecen a Olympe de Gouges (Declaración de los derechos de la mujer y la
ciudadana), Mary Wollstonecraf (Vindicación de los derechos de la mujer) y el filósofo Condorcet (Admisión
de las mujeres a la ciudadanía). Estas tres intervencionestienen
tienen lugar en el contexto de la revolución francesa. Los debates se venían
desarrollando bajo el método racionalista de la Ilustración y las principales
reivindicaciones tienen que ver con la igualdad de inteligencia entre los sexos
y el derecho de las mujeres a la educación. De ahí se derivaría la exigencia de
los derechos de ciudadanía en igualdad con los varones, así como la reforma de
la institución del matrimonio y la custodia de los hijos. Estas cuestiones
aparecen también en los “Cahiers de doléances” que algunas mujeres francesas enviaron a la
Asamblea Nacional en 1789. Los derechos de las mujeres comienzan a estar
presentes en las tribunas políticas e intelectuales. Por ejemplo, uno de los
grandes pensadores, el revolucionario Condorcet,
padre del laicismo en la enseñanza, escribe en 1790 el ensayo Sobre la admisión de las mujeres a la
ciudadanía: “Los hechos han probado que los hombres tenían o creían tener
intereses muy diferentes de los de las mujeres, puesto que en todas partes han
hecho contra ellas leyes opresivas o, al menos, establecido entre los dos sexos
una gran desigualdad” (citado por Puleo, 1993: 95).
La segunda ola, que
correspondería al denominado feminismo liberal sufragista, reivindica
principalmente el derecho al voto de las mujeres y su principal obra es El sometimiento de la mujer (John Stuart
Mill y Harriet Taylor,
1869), que sentó las bases del sufragismo. Cronológicamente, se extiende desde
mediados del siglo XIX hasta la década de los 50 del siglo XX (final de la
Segunda Guerra Mundial). Comienza con la “Declaración de Seneca Falls” (1848):
entre 100 y 300 mujeres y hombres (la cifra varía según las fuentes)
pertenecientes a movimientos sociales y organizaciones, lideradas por Elisabeth
Cady Stanton y Lucrecia Mott, se reúnen en el Seneca Falls (EE.UU) y, tomando como
base la Declaración de Independencia norteamericana, reclaman la independencia
de la mujer de las decisiones de padres y maridos así como el derecho al
trabajo, al que daban prioridad por encima del derecho al voto. Los doce
principios formulados exigían cambios en las costumbres y moral de la época y
en la consecución de la plena ciudadanía de las mujeres. En Inglaterra aparecen
las sufragistas, lideradas por Emmeline Pankhurst, y el debate sobre el sufragio universal se hace
cada vez más intenso. Después de la primera guerra mundial, y a lo largo de la
primera mitad del siglo XX, se extiende el derecho al voto en casi la atotalidad de los países occidentales. Se va incorporando a
las legislaciones democráticas, a veces limitado en edad o estrato social. Es
la primera reivindicación pacifista e introduce el término “solidaridad”.
Socialmente, el activismo se extiende a las clases media y baja. También se
vincula a otras causas de derechos civiles, como la abolición de la esclavitud
en Estados Unidos. En este sentido, destaca la figura de Sojourner
Truth y su discurso “¿Acaso no soy mujer” (Ain’t I a woman,1851). Junto al sufragio
continúa la lucha por el acceso a todos los niveles de la educación y con los
mismos contenidos que la de los varones. A partir de 1880 algunas instituciones
comienzan a admitir mujeres en las aulas universitarias, aunque de forma
excepcional y con permisos muy especiales. El acceso de las mujeres a la
educación primaria y secundaria fue previo, pero en centros segregados y con
programas de estudio orientados a su condición de madres y esposas, educadoras
de otras generaciones de niñas con el mismo destino.
La tercera ola se
corresponde con el feminismo contemporáneo, aunque algunas teóricas entienden
que a partir de las décadas de los 80 y 90 del siglo XX se abre una nueva
etapa, caracterizada por la diversidad de corrientes dentro del feminismo, que
genera nuevas realidades y alianzas paralelas a las conquistas del movimiento
en el primer mundo y su inclusión en los sistemas democráticos. En todo caso
esta ola se abre colocando en el centro el cambio de valores en la sociedad que
debe quedar recogido en los ordenamientos jurídicos, especialmente los aspectos
que hasta ahí se consideraban como “privados”. Simone de Beauvoir
aportó la primera obra de referencia (El
segundo sexo, 1949), que, junto a
La mística de la femineidad’, de la
norteamericana liberal Betty Friedan, recorren el
universo de las revoluciones de los años sesenta y siguen siendo citas
obligadas en nuestro tiempo histórico.
Simone de Beauvoir o Gayle Rubin, por ejemplo, ofrecieron análisis sociales que
rompieron con la identificación naturalista de las mujeres y la consecuente
asignación automática de su rol en la sociedad. Este feminismo identificó diversos
aspectos de la construcción social de la identidad femenina sobre los que era
necesario incidir. El feminismo liberal de Betty Friedan
acertó a describir la derrota de las mujeres norteamericanas después de la
victoria aliada en la segunda guerra mundial. Describió el malestar físico y
mental de las mujeres non como una histeria propia de su sexo, sino como la
reacción al papel tradicional de sumisión a la familia que les asignado en la
“nueva” sociedad surgida al final de la guerra. Esta corriente señaló la
necesidad de dotar a las mujeres de las herramientas legislativas necesarias
para poder acceder en igualdad de condiciones que los hombres a diversos
ámbitos sociales (como el matrimonio, el empleo, etc.).
Las feministas
radicales (Kate Millet, Shulamith
Firestone), por su parte, identificaron la
desfavorable posición de las mujeres en la sociedad como resultado de una
estructura de dominación en manos de los hombres que denominaron patriarcado. En este sentido, la misma
existencia de la familia tradicional caracterizada por una rígida asignación de
roles, constituía una esfera de opresión primordial que debía ser desactivada
para acabar con la dominación sobre las mujeres. El feminismo socialista
también centró su análisis en el ámbito privado de la estructura social
señalando, en este caso, la aportación de los aspectos de la reproducción
social (el cuidado de las personas y el mantenimiento de la vida) para el
desarrollo del sistema capitalista y de la sociedad en su conjunto. A partir de
ese momento, numerosos segmentos de la sociedad pasaron a reivindicar el
trabajo en el hogar como un elemento constitutivo fundamental de la realidad
social y como una pieza potencial de cambio social.
Los años cincuenta
definen un tipo de femineidad, de la que se hace propaganda en la televisión y
el cine. Los sesenta y setenta reflexionan acerca de esos modelos y se
enfrentan a ellos. Por ello, uno de sus frentes se centra en la lucha contra el
estereotipo sexual femenino en los medios de comunicación, el arte y la
publicidad; pide la abolición del patriarcado: se toma conciencia de que más
allá del derecho al voto, la educación y otros logros de las primeras
feministas, es la estructura social la que provoca desigualdades y sigue
estableciendo jerarquías que benefician a los varones. Con el convencimiento de
que «lo personal es político» entran en el debate la sexualidad femenina, la
violencia contra la mujer, la salud femenina, el aborto o la contracepción,
entre otros.
En síntesis: el
concepto de género que se consolidó a finales del siglo XX a través del
feminismo permitió entender la capacidad transformadora y revolucionaria de la
organización social, así como la consideración antiesencialista y
antibiologicista de las relaciones de género. La comprensión del género como
una construcción social permite observar las relaciones de dominación y
discriminación haciendo hincapié en los vínculos entre lo masculino y lo
femenino como una forma determinada de distribución de poder.
En la actualidad,
algunas perspectivas llevan incluso más lejos estas aproximaciones y ponen en
tela de juicio las funciones socialmente más consolidadas de las mujeres (como
la reproducción biológica o la maternidad) y la propia construcción del sistema
sexo-género. Así, se han desarrollado
por ejemplo, visiones críticas al ensalzamiento de los discursos maternales
exclusivamente positivos como un intento de visibilizar una maternidad que
puede resultar más dura y problemática que la construcción social imperante y
que había permanecido oculta (Orna Donath, 2016, Madres
arrepentidas: una mirada radical a la maternidad y sus falacias sociales) o
la propuesta del “feminismo” queer de eliminar las
distinciones sexo-género en el momento del nacimiento como única forma
de acabar con la distinción
femenino-masculino y la distribución de poder asignada (Butler, 2011; Preciado,
2012).
La agenda feminista teórica: Los nuevos desafíos
Teniendo en cuenta la
evolución del pensamiento feminista expuesto anteriormente y, aún sabiendo que
teoría y praxis están indisolublemente unidas, nos permitimos hacer una
distinción en aras de la claridad “de la que tanto gusta el feminismo”
(Valcárcel, 2023), entre agenda teórica y práctica.
En cuanto a la
primera, entendemos que los puntos clave serían los siguientes:
1.
Como se ha señalado, desde los años 80 del pasado siglo tienden a
ocupar la centralidad de los debates las diferentes
concepciones y corrientes del feminismo,
sumadas a sensibilidades multiculturales, diversidades femeninas, etc. Es quizá
en este momento de intenso conflicto y debate interno cuando se impone la
reflexión sobre qué pensadoras del
pasado deberían seguir siendo leídas o necesitan ser releídas.
2.
Dado que sabemos que la posibilidad de generar discursos es una
forma de poder y por tanto de intervenir en la realidad, proponemos indagar sobre aquellos conceptos/categorías que han sido y/o
siguen siendo claves para una teoría política feminista.
3.
Asimismo, es importante preguntarse por el papel que ha jugado la
Academia (si es que ha jugado alguno) en desvelar los factores de dominación
masculina sobre las mujeres. En las últimas décadas se ha producido una deriva
tecnocrática/neoliberal en la universidad en relación con los Estudios de la
Mujer, los Estudios Feministas y quizá también sea el momento de saber qué
consecuencias ha tenido.
4.
Por otra parte, en el contexto de la globalización neoliberal
hablamos ya de una “nueva razón del mundo” que modela sociedades y sujetos. Los
métodos de dominación han cambiado. Nuevas
formas de servidumbre se presentan como elecciones libres. Conceptos como libre elección, identidad, deseo,
diversidad, multiculturalidad, inclusión, discriminación versus opresión, se
insertan en la sociedad del total
capitalismo con una funcionalidad e implicaciones políticas que afectan,
específicamente, al movimiento feminista.
5.
Dada la diferenciación entre patriarcados
de coacción, es decir, abierta y explícitamente brutales, y patriarcados de consentimiento en los
que parece invisibilizarse la violencia (como puede ocurrir en el occidente
desarrollado), debemos también preguntarnos cómo se reproduce y legitima el patriarcado en la actualidad en
colectividades que se declaran igualitarias entre varones y mujeres y cuáles
serían los principales agentes y mecanismos que actúan en la perpetuación de la
desigualdad entre los sexos.
6.
Patriarcado y capitalismo forman un tándem de apoyo mutuo
que ha sido ampliamente teorizado —desde el feminismo radical de los años 70
del siglo pasado— ya que los intereses de ambos sistemas de poder se
retroalimentan al implementar prácticas y discursos que cosifican a las mujeres
y explotan su capacidad sexual y reproductiva. Explicarnos cómo funciona en el
momento presente esta simbiosis en
el contexto de la globalización,
cómo se manifiesta, cuáles son sus vías discursivas actuales de legitimación y
por tanto de confrontación por parte del feminismo y qué prácticas habría que
denunciar o cómo se conforma esta nueva "reacción patriarcal" en respuesta a las reivindicaciones y
avances del feminismo en las últimas décadas, es otro de los asuntos clave.
7.
Preguntarnos también por el lugar
que ocupa la lucha feminista en un mundo que se enfrenta actualmente a la
amenaza del cambio climático, al modelo productivista y extractivista del
capitalismo, a una profunda crisis de las democracias representativas y de sus
instituciones internacionales y a un preocupante auge global de los movimientos
"posfascistas", así como sobre qué alianzas posibles puede establecer
el feminismo en la actualidad.
8.
Reflexionar sobre si estamos o no en una nueva ola y sobre los factores sociales e ideológicos que, en caso
afirmativo, la están haciendo posible.
Los puntos anteriores
son temas fundamentales que ocupan y han ocupado la teoría feminista
contemporánea. Esto ha tenido lugar dentro de un marco de debates y
desencuentros con (y dentro de) los movimientos progresistas (socialismo,
comunismo, anarquismo).
Pero quizá haya un
punto que es especialmente relevante para aclarar el papel del feminismo actual
e incluso su propia definición y agenda: el transgenerismo y sus conexiones con la filosofía posmoderna, el transhumanismo y el posthumanismo.
El transhumanismo es definido por Nick Bostrom (2001, 2003, 2005), su más relevante defensor, como
un «movimiento cultural, intelectual y científico que afirma el deber moral de
mejorar las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana, y de aplicar
al hombre las nuevas tecnologías a fin de que se puedan eliminar los aspectos
no deseados y no necesarios de la condición humana: el padecimiento, la
enfermedad, el envejecimiento e, incluso, la condición mortal» (Bostrom, 2003: 4). La consecución de estos objetivos sin
duda podrá alcanzarse utilizando los espectaculares avances de la ciencia,
especialmente de la ingeniería genética, la nanotecnología, la biotecnología,
las técnicas de la información, las ciencias cognitivas, la robótica y muy
especialmente de la inteligencia artificial. Se gestó en la denominada
“Universidad de la Singularidad”, radicada en Silicon
Valley y Ray Kursweil es su
principal propulsor. Está apoyada por diversas multinacionales, como Google,
Facebook, Twitter, Apple, Internet y por organizaciones gubernativas,
fundamentalmente norteamericanas como la Nasa, y organismos estrechamente
relacionados con Naciones Unidas.
El posthumanismo se refiere a aquello que
vendría cuando -gracias al progreso tecnológico y una particular concepción de
lo humano- dejemos atrás nuestra actual condición para convertirnos en algo
distinto, un estadio posterior en el proceso evolutivo.
Podemos observar la plasmación de estos
elementos ideativos, y sus correspondientes aceptaciones y críticas, en diferentes
propuestas de actuación. Es decir, en las diferentes y abiertamente
contrapuestas agendas prácticas, que pasamos a describir y analizar a
continuación.
La agenda feminista práctica
En el terreno de la
acción política, la expresión de las inquietudes, conflictos y turbulencias
teóricas a las que nos hemos referido y, como era de esperar, tiene su
plasmación en propuestas de acción encontradas.
Así, por ejemplo, la
de la Asociación Internacional Feminista[8] se basa en
los siguientes principios: anticapitalismo,
antirracismo, antiimperialismo, decolonización (sic),
disidencia, antipunitivismo y el ecologismo. Se declaran feministas
populares, comunitarias y de clase, así como democráticas y en pro de la
defensa de la paz. En cuanto a cuál es el sujeto político del feminismo, manifiestan trabajar para ampliarlo
a todas las mujeres y LGBTI+. Reconocen y potencian la interseccionalidad. En este sentido propugnan la libertad de identidad, sin que ésta dependa del mandato sexista. Su feminismo es no binario pues consideran una amplia
gama de sujetos, no sólo a las mujeres "cisgénero", a la vez que es
disidente en cuanto rompe con la
lógica de la heterosexualidad obligatoria. Por último, para ellas, las luchas
de los movimientos LGBTI+ deben ser entendidas como parte fundamental de las
luchas de los movimientos feministas.
Como respuesta a esta declaración, organizaciones feministas de Latinoamérica y Europa han decidido
fundar la Internacional de Mujeres
Feministas (IMF) que denuncia la celebración en Ciudad de México de un
evento que supone la continuación del organizado por el Ministerio de Igualdad
en Madrid en febrero de 2023 y en el que se convocó a mujeres de la élite
política de España y Latinoamérica próximas a la corriente de pensamiento de la
ministra de Igualdad española. Entre las razones
fundamentales de la crítica
están:
a)
La creación de manera encubierta
de una nueva agenda contraria a los intereses de mujeres y niñas basados
en el sexo y
que incluyen reivindicaciones neoliberales -como la legalización de la
explotación sexual y reproductiva de las mujeres, el cuestionamiento y negación
de la realidad sexuada de mujeres y hombres o la implicación de la realidad
biológica en las relaciones personales y sociales-. Esta agenda sobrevenida buscaría, según IMF, cristalizar el mercado de
cuerpos humanos, sobre todo de las mujeres, como si la vagina o el útero de
éstas se pudieran vender en partes y no fuéramos un todo que no se puede
separar;
b)
La consolidación de una red
de altas funcionarias y agentes políticos para que ingentes recursos
públicos sean enfocados a la promoción de políticas transgeneristas y
transhumanistas junto con la industria bio-fármaco-tecnológica
que hace posible el mercado de cuerpos humanos;
c)
La negación de la realidad
material y sexuada de las mujeres y sus implicaciones político-culturales;
d)
La promoción personal de
las carreras políticas y profesionales de esas lideresas a cargo de los
impuestos pagados por todos; y
e)
La suplantación de la
agenda de las mujeres por políticas identitarias e intereses de grupos.
Todo ello es
calificado por la IMF como acciones antidemocráticas, populistas y
patriarcales, incluso de abuso de poder y corrupción pues dicen reivindicar el
carácter internacionalista del feminismo, pero confunden la terminología (al
utilizar el término transfronterizo). Son calificadas como entristas
y usurpadoras pues pretenden distorsionar la agenda feminista.
Dicha usurpación se
manifestaría en la negación de que las mujeres sean el sujeto político del
feminismo (sustituyendo la palabra ‘mujeres’ por la amalgama de ‘todos,
todas y todes’) y también por la negación de que las
mujeres son las personas de sexo femenino y suplantarlas por personas que
eligen una ‘identidad de género’ feminizada (recordemos las distinciones
conceptuales entre sexo, género, identidad de género y rol de género que hemos
expuesto al principio).
Las acusan también de
pretender esquivar el marco internacional de los derechos de las
mujeres avalado por la CEDAW de Naciones Unidas e impugnar lo que en su
tratado se formuló inequívocamente: que la causa de la desigualdad de las
mujeres y niñas es por razón de sexo, por nacer mujeres, y que su efecto, el
género, el conjunto de atributos, normas y estereotipos sexistas y de género,
debe ser combatido activamente.
Bajo el lema ‘El feminismo no es populismo’, la Internacional de
Mujeres Feminista postula que el feminismo es una teoría política
transformadora de la realidad con una agenda clara y no una conjura de
hermanas, ni un deseo que quieren convertir en derechos.
La Asociación de Feministas Socialistas (FEMES), -que también forma parte de IFM- enfatiza
además las siguientes cuestiones:
1. Que el feminismo no es un “proyecto político transfronterizo”, como por
ejemplo lo es el negocio de la prostitución que
no duda en traspasar fronteras para destinar a las mujeres al servicio de la
explotación sexual. El feminismo es
abolicionista y es contrario a la
explotación reproductiva y a la práctica del alquiler de vientres. Se
rebela contra toda forma de explotación sexual y ante los distintos tipos de violencia que atraviesa la vida de las
mujeres (la penuria económica, la violencia obstétrica, la violencia física
y cultural, la cosificación del cuerpo de las mujeres y las leyes que nos
invisibilizan).
2. Que no es feminismo ensartar
palabras, como si fueran mantras (“popular, interseccional, de clase,
anticapitalista, disidente, decolonial, antirracista, ecologista y
antipunitivista”) para eludir diseñar una agenda que describa las problemáticas
específicas de mujeres y niñas: enmascarar, fragmentar y despolitizar la
específica lucha de mujeres y niñas en un totum revolutum o cajón de sastre solo beneficia al populismo
patriarcal.
3. Denuncian las prácticas represivas de señalamiento y
cancelación que el populismo está ejerciendo sobre las feministas por
mantener una agenda feminista que denuncia estas políticas de todo y nada
basadas en el más puro relativismo identitario. No es Feminismo dar carta
de naturaleza a las acusaciones de transfobia, por ejemplo, ni avalar leyes que
establecen un régimen sancionador si como feministas no nos plegamos al
relativismo identitario “trans”.
Estas
objeciones son compartidas por La Confluencia Movimiento Feminista que
nació de forma autónoma para aunar esfuerzos entre organizaciones feministas
del Estado español, con el fin de lograr mayor fuerza política para la
consecución de su agenda actual[9].
De lo
anterior, podemos concluir, que el conflicto entre agendas (que en
los últimos tiempos ya se ha escenificado abiertamente) se centra especialmente
en el uso de denominaciones confusas en torno a las bases conceptuales que ha
ido elaborando el feminismo a lo largo de su desarrollo histórico. Esta es una
cuestión esencial puesto que la definición de la situación tal como nos
recuerda Thomas (1923: 244) en su famoso teorema “Si las personas definen las
situaciones como reales, son reales en
sus consecuencias”. Es decir, la
definición de la situación tiene el poder de modificar la realidad en sus
resultados. De este modo, la realidad material (en este caso el sexo), no
cambia; pero las actitudes y los comportamientos subsecuentes hacia la misma,
sí. Y esto conduce, por ejemplo, al borrado de las mujeres como sujeto político
del feminismo y constituye un ataque frontal al mismo. El propio feminismo
académico se ha preocupado de nombrar el mundo en femenino para visibilizar una
situación de desigualdad. La extensión de esta estrategia a la situación de
unas minorías tiene el efecto de elevar la anécdota a categoría, el deseo
individual a derecho universal. En consecuencia, las mujeres (que constituyen
más del 50% de la población), habrían de adaptarse a casi infinitas formas de
sentirse victimizadas. Serían pues las necesidades específicas de algunos
colectivos las que se constituyen en los derechos “humanos”.
Lo anterior está ligado a la creación de
una élite política institucional que no sólo tiene capacidad de elaborar normas
formalizadas (leyes), sino que también controla en buena medida uno de los
agentes de socialización con mayor influencia en nuestras sociedades: los
medios de comunicación. También alimenta la sospecha de que existen veladas
alianzas con grupos multimillonarios implicados en el negocio de la prostitución
y el de la pornografía, o con el mercado de óvulos para la explotación de
mujeres a través del alquiler de vientres. Como trasfondo, el postmodernismo
con su énfasis en la subjetividad y el
transhumanismo, centrado en la modificación de la misma esencia de la
naturaleza humana.
Teóricas como Amelia
Valcárcel, Laura Freixas, Victoria Sendón de León, Cruz Torrijos y Alexandra Paniagua han
analizado el poder de los lobbies que lo sustentan -Big Pharma,
la tecnociencia o el mercado de la reproducción sexual-.
Es decir, indagar sobre las
consecuencias teórico/prácticas de la conjunción entre postmodernismo,
posthumanismo y la teoría queer debe hacernos pensar sobre cómo debe hacerse oír
el feminismo, presentar sus respuestas y expresar sus posiciones al respecto.
Nos encontramos con sistemas legales e instituciones que obligan a las mujeres
a respetar los derechos de los hombres que tienen el fetiche sexual de
excitarse con la subordinación de las mujeres (los travestidos, ahora cada vez
más llamados “transgénero”), a entrar en todos los espacios y deportes
femeninos y a competir por cualquier premio o plaza en el parlamento reservada
a las mujeres. Se está llevando a cabo un borrado
de las mujeres en el lenguaje que impedirá imaginar a las mujeres como una
categoría y esto hará que al feminismo le sea imposible conceptualizar o
luchar.
Dada la relevancia de
estas consecuencias para el feminismo, hemos invitado a participar a destacadas
autoras (Alicia Miyares, Altamira Gonzalo, Amparo Mañés, Ana Pollán, Teresa San
Segundo y Ana de Miguel) a presentar trabajos que contribuyan a iluminar la
situación.
Alicia Miyares Fernández, en “Le llaman feminismo, pero no lo es”,
artículo que abre este monográfico, explica con detenimiento estas conexiones,
así como la argumentación sobre por qué tales propuestas no pueden ser
consideradas parte del feminismo. Se revisan en él los vínculos entre las
teorías de la identidad y el deseo y el énfasis en la subjetividad, elementos
centrales del pensamiento posmoderno, con la proliferación de múltiples
feminismos. Esto deriva en una agenda práctica que en realidad va en contra de
la agenda feminista. Dicha agenda invisibiliza el origen estructural de la
desigualdad entre hombres y mujeres por adscripción de sexo (lo que constituye uno
de los grandes logros del feminismo). De gran interés es su reflexión sobre
cómo la aplicación del antipunitivismo a las leyes relacionadas con la
violencia contra las mujeres en realidad las revictimiza aún más y disminuye la
consecución del objetivo de acabar con la violencia sexual. Excelente texto que
analiza críticamente las trampas conceptuales ante las que nos enfrentamos y su
conexión con los postulados
transhumanistas queer/trans.
En relación con las
leyes que se han implementado y centrándose en la libre determinación del sexo
y la sustitución del sexo por el género, Altamira
Gonzalo Valgañón en “Algunas consecuencias
jurídicas que se pueden derivar de la entrada en vigor de la ley trans” hace
una descripción pormenorizada de las indeseadas consecuencias de la Ley 4/2023,
de 28 de febrero para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para
la garantía de los derechos de las personas LGTBI, en relación con: el contrato
de matrimonio, las desigualdades que introduce entre mujeres y varones y la desprotección a los menores. Su Análisis
del Derecho comparado en países del entorno europeo, muestra cómo los países
pioneros en su elaboración, han frenado radicalmente el tratamiento a menores.
Finalmente, aclara los perjuicios que conlleva para la seguridad jurídica
otorgar la potestad sancionadora a la Administración. La inversión de la carga
de la prueba tanto en las leyes trans autonómicas como en la ley estatal
produce una desjudicialización en asuntos con graves
repercusiones económicas y profesionales para la ciudadanía, así como la
destrucción de los principios del derecho penal in dubio pro-reo y de
presunción de inocencia. Por otra parte, resalta el hecho de que la
indeterminación del contenido de la mayoría del catálogo de conductas sancionables
genera inseguridad jurídica e indefensión sobre progenitores, pediatras,
psicólogos/as, psiquiatras y para el personal educador. Esto último ataca
también a la libertad de cátedra, de expresión, de enseñanza, al ejercicio del
juramento hipocrático y a la responsabilidad de los y las progenitores a
decidir lo que consideran es mejor y por tanto, al interés superior de los
menores. Concluyendo así, que el sistema sancionador de esta ley la convierte
en una nueva ley mordaza. Gonzalo Valgañón ya señala
el hecho de que la redacción de la Ley Trans se realizó sin contar con el
asesoramiento o la opinión experta de asociaciones feministas pese al indudable
impacto en las mujeres que esta ley comportará a raíz de su implantación.
Amparo Mañés Barbé en “Objeciones Feministas a la Ley para la
igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los
derechos de las personas LGTBI” desarrolla pormenorizadamente las limitaciones
que se impusieron al movimiento
feminista y al resto de la ciudadanía para aportar los argumentos que
sustentaban su oposición a este proyecto legislativo en la fase de
participación pública. Enfatiza el hecho de que ni una sola de las
observaciones formuladas fuera recogida en el texto sometido al Congreso en su
sesión del 22 de diciembre de 2022 y centra su análisis en la síntesis de las
principales réplicas feministas al
Proyecto de Ley. Para ello, toma como base las razones esgrimidas por las
asociaciones y partidos políticos feministas más significados en su oposición a
este proyecto legislativo. Incide en la capacidad destructiva que tiene en
relación con el feminismo la aceptación del concepto de la autodeterminación
del sexo sin requisito alguno y de forma reversible, otorgando categoría
jurídica al género al tiempo que trivializa el sexo. Algunos de los preceptos
de esta Ley, vulneran gravemente los derechos de las mujeres y también los de
infancia y adolescencia; además, su régimen sancionador punitivista coarta la
libertad de expresión y contiene importantes ambigüedades que provocan la
vulneración de la seguridad jurídica y la tutela judicial efectiva. Como ya se
ha señalado, supone graves riesgos para la salud -especialmente de niñas, niños
y adolescentes- e implica un adoctrinamiento ideológico que, lejos de permitir
el libre desarrollo de la personalidad, lo coarta o impide. Destaca finalmente,
la utilización de un lenguaje de una manera de nombrar el mundo que provocaría
el borrado de las mujeres y de las funciones, enfermedades, etc. que les son
propias. Aclara que las posiciones de los grupos que han realizado aportaciones
críticas nieguen los derechos humanos de las personas trans, aunque reclama que
estos no se construyan borrando los derechos de las mujeres basados en la
opresión por razón de su sexo ni permitan comprometer la salud, la educación y
el libre desarrollo de la personalidad de infancia y adolescencia. Resalta
también la falta de argumentos alternativos que permitan el debate ajustado a
criterios académicos y el hecho de que su rechazo se haya basado en todo tipo
de descalificaciones y amenazas.
Como hemos expuesto a
lo largo de esta introducción, una de las demandas más significativas del
feminismo es la abolición de la prostitución, la pornografía y, en definitiva,
la consecución del derecho de las mujeres a detentar el control sobre sí mismas
(siendo su cuerpo y su sexualidad) la base material que nos habría sido
arrebatada. El artículo de Ana Pollán, “Revisión de algunos argumentos favorables a la
"asistencia sexual"” revisa desde la perspectiva feminista cuatro de
ellos. En primer lugar, se pregunta sobre la conveniencia de catalogar la
“asistencia sexual” como un tipo de “trabajo sexual” y trata de dirimir sus supuestas diferencias
con la prostitución convencional. En segundo lugar, reflexiona sobre si la
satisfacción sexual es un derecho que las personas con discapacidad ven
dificultado o directamente imposibilitado sin la figura del/la asistente
sexual. En tercer lugar, evalúa la conveniencia de aceptar dicha asistencia por
la funcionalidad social que proporcionaría y, ligado a lo anterior, realiza una
evaluación crítica sobre la capacidad supuestamente emancipadora de la
asistencia sexual para las personas con discapacidad. Concluye que es una forma
de prostitución encubierta dado que funciona de manera idéntica a la
prostitución convencional. Es decir: mayoritariamente demandada por hombres y,
en más de un 90% de las ocasiones, satisfecha por mujeres con independencia del
deseo, la voluntad, la apetencia y los sentimientos y la dignidad de las
mismas. Finalmente, sostiene que la asistencia sexual es un eufemismo con el
que se hace referencia a la prostitución y que no es posible desear su
existencia en tanto que dicha institución impide la igualdad entre los sexos y
exige la opresión y explotación de las mujeres por el hecho de serlo. Así,
insta a exigir una legislación abolicionista que proteja y emancipe a las
mujeres que son prostituidas y que haga posible una persecución efectiva de los
hombres que consumen prostitución, sin que presentar una discapacidad pueda ser
contemplado como un atenuante. Al contrario, agravaría la actitud chantajista
del prostituyente, que aprovecha una circunstancia personal, de todo punto
irrelevante en lo relativo a la obligación de todo ciudadano a respetar la
igualdad entre los sexos y la integridad psicofísica de las mujeres, para
perpetrar violencia sexual de modo impune.
Muy interesante y
necesaria es la propuesta de Teresa San
Segundo en “"Dice que me quiere". La violencia machista en la
adolescencia” donde ante el gran número de agresores menores y de mujeres
jóvenes que la sufren considera necesario replantearse la socialización de
estos. Centra su análisis en los roles, mitos y narraciones que alimentan la
permanencia de la violencia como instrumento de control social y la permanencia
de la desigualdad.
Cerramos la
presentación de este monográfico con la excelente contribución de Ana de Miguel, “La usurpación de la
capacidad reproductora de las mujeres: De "vasijas vacías" a
“"vientres de alquiler"”, para iluminar puntos seminales de la agenda
feminista internacional. Habida cuenta de que dentro de dicha agenda, la
autonomía y el control de las mujeres sobre su capacidad reproductora es un
tema clave, el artículo explora: 1) la significación y consecuencias de que un
varón no pueda ser padre sin la voluntad de una mujer; 2) la usurpación del
control de dicha capacidad como la condición sobre la que se ha conceptualizado
como su reverso: un “hándicap”, una fuente de sometimiento y vulnerabilidad, y
3) el hecho de que el recurso al aborto siempre está en posible retroceso,
incluso en países en que ha sido un derecho consolidado. En su desarrollo muestra
la relación de este análisis con el interés neoliberal por regular la
conversión de mujeres en vientres de alquiler como una nueva cara de la
usurpación y desposesión de las mujeres de su capacidad única de gestar y dar
continuidad a la comunidad humana. La idea central que sirve de base a su
argumentación es la consecución por parte de los hombres del derecho a ser
padres sin mujeres. Para ello, el patriarcado basado en el consentimiento o
libre elección de las mujeres, se estaría redefiniendo y, para ello, utilizaría
la promoción de la nueva práctica de la gestación subrogada mediante la cual,
los hijos nacen sin madre legal. Como consecuencia, el nuevo pacto pasaría por
otro nuevo borrado de las mujeres. La teoría queer, al afirmar que lo
biológico es una construcción social, conduce a la aceptación de que los hijos
pueden nacer sin madres. De ello se deriva una perversa coincidencia entre el
patriarcado tradicional y el posmoderno. Y esta se justifica por la
mercantilización de la gestación. Finalmente hace un llamamiento moral a reflexionar sobre la
contradicción que supone el mantener decenas de miles de embriones congelados y
la simultánea reactivación de los movimientos contraabortistas.
Como el resto de las contribuciones que han sido aceptadas, constata que
enfrentarse a la “Ley del Padre” está teniendo consecuencias funestas para las
mujeres que así lo deciden. Los temas desarrollados en este monográfico ponen
de manifiesto por qué, cómo, quiénes
contribuyen a ello y, en definitiva, a quién beneficia. Esperamos que sea
de utilidad para centrar un debate que, a nuestro juicio, es necesario, urgente
e inaplazable para continuar cumpliendo con el objetivo de la consecución de la
igualdad real entre hombres y mujeres.
León,
30 de Junio de 2023
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[1] Véase https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/gender-equality/ [24/06/2023].
[2] Véase https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/economic-growth/ [24/06/2023].
[3] Véase: https://es.weforum.org/reports/ [24/06/2023].
[4] De acuerdo con esto, se puede
distinguir a los miembros del sexo femenino por sus cromosomas XX, el clítoris
y la vagina, los ovarios, los estrógenos, y el desarrollo de los pechos; y a
los miembros del sexo masculino por sus cromosomas XY, el pene y los
testículos, las gónadas, la testosterona, y la barba. Existe, no obstante,
cierta variación en la composición genética y hormonal que puede aparecer
dentro de cada uno de los sexos. Por ejemplo, un bebé puede nacer con
insuficiencia o exceso de cromosomas X o Y, dando lugar a la composición
cromosomática de un sexo y los genitales de otro.
[5] Lo erótico tiene también un sustrato
biológico, como, por ejemplo, el orgasmo y los cambios fisiológicos que se
experimentan durante el proceso de excitación, pero la mayor parte de lo que
hace a la sexualidad humana diferente procede de su carga simbólica y social. A
menudo la identidad de género («soy un hombre») se emplea como base fundamental
de lo erótico («por lo tanto soy un heterosexual al que le gustan las
mujeres»), pero no tiene por qué ser así. La mayor parte de los hombres
homosexuales no tienen dudas sobre ser hombres, pero se sienten inclinados
eróticamente hacía miembros del mismo sexo. En ese sentido es un error
frecuente asociar la homosexualidad masculina con el afeminamiento.
[6] La estratificación social es, por
tanto, una característica de la sociedad y no simplemente un reflejo de las
diferencias individuales. Es un sistema que confiere un acceso desigual a los
recursos (materiales y no materiales) y que, además, son escasos. Por otra
parte, es universal pero variable. Es decir, puede encontrarse en todas las
sociedades, aunque lo que es desigual y cómo es desigual varía de una sociedad
a otra. Entre los miembros de las sociedades tecnológicamente simples, la
diferenciación social puede ser mínima y estar basada en la edad y el sexo
(aunque estos factores son todavía importantes en la mayoría de las sociedades
actuales). En cuanto a sus efectos, genera
identidades compartidas que
ubican a las personas en categorías sociales diferentes; implica procesos de exclusión
social (excluye a toda una categoría de personas de la ciudadanía plena); explotación (un grupo social
determinado se beneficia del trabajo de otros); sentimientos de impotencia (pérdida de autoridad, estatus y sentido
de sí mismos); y violencia, que se
dirige contra los miembros de un grupo simplemente porque pertenecen a otro, y
sirve además como mecanismo de control social e individual (Young,1990: 59).
[7] También se puede llevar a cabo a través de algunas sanciones
formales, incluidas multas y encarcelamiento. Los procesos de control formal en
sociedades democráticas se determinan y diseñan a través de la legislación por
representantes elegidos. Se caracteriza por ser llevado a cabo como una última
opción en algunos lugares cuando el comportamiento deseado no es posible a
través del control social informal.
[8] Disponible en: https://progressive.international/wire/2023-03-31-que-viva-la-internacional-feminista/es [24/06/2023].
[9] Puede consultarse en: https://movimientofeminista.org/manifiesto-26j/ [24/06/2023].